La batalla de Perseus
La celda estaba en las profundidades de la fortaleza principal, en el planeta capital Perseus III. Casius Bolton escuchó los pasos de los guardias acercándose a la barrera de energía de su celda. El campo de fuerza desapareció y los guardias se situaron frente al prisionero. Sin decir una palabra lo levantaron y lo depositaron en una plataforma deslizadora. A continuación, empujaron a Casius Bolton fuera de las mazmorras, hasta la torre principal de la fortaleza. Descartó la idea de escapar desde un principio. Si saltaba de la plataforma, la barrera descargaría cinco mil voltios de electricidad sobre él. Lo llevaron hacia la sala de comandancia y dejaron la plataforma al final de una mesa alargada. Al otro extremo había un hombre de pelo moreno con bigote largo y fino. Las cinco personas restantes eran guardias.
–Usted es el comandante Bolton.
–¿Quién lo pregunta?
–No es una pregunta. Es una afirmación. Usted es el comandante Casius Bolton. Vino a combatir contra nosotros como comandante de la flota separatista. Tenía bajo su mando al destructor espacial Occidente, la fragata de guerra Garou y el carguero espacial Hipnosis.
–¿Quién es usted?
–Soy yo el que hace las preguntas, comandante. Seré el único en hablar… de momento. Está usted condenado a desintegración por alta traición a la confederación galáctica. Por otra parte, ha mostrado un enorme valor como comandante. Tengo algo que ofrecerle a cambio de su vida. –El hombre del bigote se movió a un terminal fijo situado a la izquierda de su posición. Accionó el dispositivo y apareció la proyección del sistema solar Perseus. Una masa grande palpitaba en el octavo planeta del sistema. –Como se puede ver aquí, tenemos la visita de una poderosa flota. Creíamos que estaban de paso hasta que las sondas en este sector –el hombre del bigote destacó el área donde se aglomeraban las señales –desaparecieron sin más. No tendríamos problemas en repeler naves de este tipo. El problema es que han inutilizado toda nuestra defensa planetaria con tecnología desconocida. Nuestros técnicos están trabajando en reparar este incidente cuanto antes pero nos ha dejado sin capacidad ofensiva por el momento.
–¿Y qué pinto yo en todo esto?
–De momento, nada. Como Le estoy exponiendo, la tecnología de la que dispone esta flota es altamente desconcertante. Han bloqueado el sistema de salto en todo nuestro sistema y en ambas direcciones. No podemos recibir refuerzos.
–Lo he entendido perfectamente. Están jodidos.
–Bien, yo hubiera escogido otras palabras aunque esa es la idea. Este hecho nos obliga a defender el sistema con nuestra maltrecha flota. Está maltrecha gracias al enfrentamiento reciente contra sus naves. Les vencimos pero nos causaron muchas bajas. Nuestros mandos han muerto y los que quedan son inexpertos en combate. Fueron muy inteligentes acabando con el estado mayor primero.
–Gracias, supongo… Es un inmerecido mérito. Soy oficial espacial, no de tierra.
–Ahora es cuando usted empieza a pintar en todo este asunto. No tenemos a nadie cualificado para dirigir el ataque contra la flota invasora.
–¿Y qué le hace pensar que voy a asumir tal responsabilidad?
–Es usted un condenado a muerte. Soy el gobernador Jason, puedo indultarle en nombre de la confederación. Sepa usted, comandante, que esta flota invasora va a destruir nuestra fortaleza en cuanto se ponga a distancia de tiro. Estamos todos muertos. Nuestra única esperanza es defendernos con las pocas naves que nos quedan.
–¿En serio pretende que acepte? Podría esperar aquí, a que todo terminara.
–O podría tener una oportunidad de salvarse. De salvarnos a todos. Voy a serle sincero, comandante Bolton. No pensaba mantenerlo mucho tiempo con vida. Su orden de ejecución no se ha cumplido hasta ahora porque he tenido muchas cosas que hacer desde que ustedes nos atacaron. Ahora mismo estoy dispuesto a darle el mando de toda mi flota con el fin de que nos saque de una muerte inevitable.
–¿Y no tiene miedo de que use la flota que me proporciona contra usted, gobernador?
–Eso indicaría un nivel de estupidez inesperado. Lo ejecutarían en cubierta nada más diera la orden. En cuanto a la posibilidad de que nos destruyera a todos, sólo adelantaría lo inevitable. En cualquier caso, está en su mano. Por eso confío en que hará lo correcto.
–Puedo huir con la nave.
–Como le he dicho antes, estamos asediados. Nadie entra ni sale de este sistema salvo a unos pocos clics de distancia. No podrá usar el sistema de saltos en pársecs hasta que se levante el bloqueo. Puede tratar de esconderse y deambular por los ocho planetas de este sistema hasta que sea descubierto y aniquilado. No, créame; he barajado todas las posibilidades. Sólo podemos enfrentarnos a ellos y esperar que la suerte nos acompañe. Elegiremos los astilleros de Perseus IV, es el lugar mejor armado del sistema.
–Lo haré si me proporciona a mi antigua tripulación.
–Es imposible. Lo recogimos inconsciente en el puente de mando de la Occidente. Sus oficiales lo defendieron hasta la muerte. Muchos de los nuestros murieron en el asalto a la Occidente; entre ellos, mi propio hijo. –Jason hizo una pausa antes de continuar hablando –Le asignaremos una nave insignia con una tripulación tan preparada como sea posible.
–Siento lo de su hijo pero tengo una duda. ¿Cómo sé que no me matará si salgo victorioso?
–Si sobrevive y desbloquea la ruta de salto no tendré capacidad para impedírselo. Habrá ganado su segunda oportunidad.
–Nací con la muerte de frente y ha llegado el momento de besar sus labios. Siempre he preferido morir sobre la cubierta de una nave.
–Acepta, entonces.
–Así es.
–Firme con su huella genética. –Casius se aproximó hasta el terminal, al lado del proyector holográfico, y ofreció su muñeca. La quemadura sobre la piel fue apenas perceptible. –Me he permitido grabar toda la conversación. De esta forma tendremos un acuerdo legal validado en caso de que obtenga el éxito de esta batalla.
–Las grabaciones pueden ser eliminadas.
–Ésta no lo será. Tendrá una copia. –El gobernador apretó uno de los botones del proyector y saltó un cilindro. El gobernador indicó con la mirada el objeto y Casius lo tomó. –Ahora debe ponerse en servicio. Una lanzadera lo llevará a la órbita de Perseus IV, donde está esperando su flota.
–Gobernador… Siento lo de su hijo. –Casius realizó el saludo militar pertinente y se marchó de la sala de comandancia, escoltado por los mismos guardias que lo habían sacado de la celda. Lo escoltarían durante el resto de su vida. Tomó un elevador que lo llevó a la azotea de la torre, donde entró en pequeño transporte que lo llevaría hasta la flota.
La lanzadera Niobe tardó un ciclo en llegar a la órbita de Pereus IV. Fueron ocho horas que Casius aprovechó para alimentarse bien, cambiarse de ropa y descansar un poco. Los datos tácticos se agolpaban en el reproductor holográfico. Se vistió con el atuendo espacial, era algo que echaba de menos. Aquellos trajes eran apropiados tanto para el paseo espacial como para exponerse a climas extremos. Disponía de nanotecnología que convertía al atuendo en soportes de vida en miniatura con duración limitada. Cualquier tripulante llevaba esa clase de trajes en el espacio si quería sobrevivir a las radiaciones, el frío y calor extremo. Cada uno era distintivo de rango y posición, adoptando formas y colores distintos según el caso. El traje tomaba muestras de la huella genética de Casius Bolton, configurándose según los parámetros que correspondían al rango de comandante. Aprovechó el tiempo de aquella reconfiguración para dormitar en su asiento hasta que completaron el trayecto.
Tomó contacto con el destructor espacial Drakenstern desde la ventanilla de la lanzadera. Una coraza de corundum envolvía toda la estructura de la nave. Parecían estar terminando en aquel momento. El proceso lo llevaban a cabo androides y nanobots que ensamblaban o se fundían con las capas de bindaje, asumiendo la forma adecuada para evitar escapes. El proceso se realizaba con velocidad asombrosa. Cuando la lanzadera llegó a la zona de atraque, los autómatas ya habían acabado. El comandante pudo apreciar todo el espacio vacío que había a su alrededor. La bodega podía albergar hasta cinco naves biplaza de combate y, tal vez, una pequeña de asalto. El comandante lamentó que no hubiera nada de aquello. Se cruzó con varios tripulantes, todos ellos con una deplorable motivación. Casius Bolton lo comprobó al entrar en el puente de mando. Se respiraba miedo. Había observado a la flota que esperaba en el astillero. Muchas de las naves habían sido reparadas con premura, algunas sorprendía que pudieran estar operativas. Aunque se percibían las cicatrices y desperfectos de la batalla anterior, le aseguraron al comandante Bolton que todas las naves podrían luchar. Eran tres fragatas pesadas y tres destructores espaciales. Había diez naves de apoyo adicionales, algo más pequeñas, que carecían de capacidad ofensiva. El comandante recibía aquellos informes con atención pero lo que más le preocupaba era el miedo. Su cubierta estaba repleta de pavor, algo que no podía tolerar. Un vistazo más detenido le dejó ver que casi todos los tripulantes eran inexpertos. Una mujer bien dispuesta, de silueta atlética, se adelantó y lo saludó formalmente, meneando la trenza castaña bajo su gorra militar con el movimiento.
–¡Atención, oficial en cubierta! ¡Todos firmes!
–Al menos queda algo de disciplina…
–Capitana Alana Harrison, a sus órdenes, comandante Bolton. Hemos recibido las órdenes del gobernador Jason.
–Un honor, capitana.
–Su fama como estratega lo precede, señor.
–Descanse, capitana. Descansen todos. –La tripulación del Drakenstern tomó posición de descanso, aunque la tensión que se respiraba en el ambiente podía desencadenar un agujero negro. El comandante no tuvo más opción que tratar de relajar aquella atmósfera. Respiró con tranquilidad y trató de entonar su voz con toda la confianza posible. Abrió comunicaciones con todas las naves. –Soy el comandante Casius Bolton. A partir de ahora mismo esta nave se convertirá en la nave insignia de la flota de Perseus. Debemos liderar el ataque contra la flota invasora situada en Perseus VIII. Espero que todos estén a la altura de las circunstancias. Gracias.
El comandante Bolton cortó comunicaciones y se dirigió al puente de mando.
–Capitana, ¿tenemos botiquín?
–Claro, comandante.
–Quiero que todos lo usen. Usen el Rulixón, les proporcionará el estado de euforia necesario.
Todos los miembros de la tripulación titubearon un poco antes de abrir los maletines personales. Algunos se miraban con extrañeza sosteniendo las píldoras en sus manos.
–Vamos, es una orden. Capitana Harrison, deme a mí también un par de cápsulas.
–A la orden, señor. Tome de mi propio botiquín. –Casius Bolton tomó con decisión las cápsulas y se las tragó sin dudar.
–Quiero que todas las naves de la flota se tomen el Rulixón de inmediato. Debemos entrar en fase cuanto antes.
–Pero, comandante Bolton…
–¿Qué ocurre, capitana Harrison?
–Debemos defender esta posición, las órdenes son…
–Está discutiendo mis órdenes en lugar de ejecutarlas, demostrando su preocupación por lo que parece una decisión descabellada, incluso peligrosa. Puedo facilitarle una explicación coherente.
–Quiero escucharla, comandante.
–La razón por la que vamos a atacar es porque no tenemos ninguna posibilidad de supervivencia.
La tripulación comenzó a murmurar entre sí, algunos gritos ahogados se escucharon en el puente de mando. La teniente informático Lara Webber estaba al borde del colapso nervioso murmurando palabras inconexas y con la mirada perdida más allá de la pantalla que tenía delante.
–¡Silencio! –Sentenció Casius –Esta situación es así de difícil pero tenemos la posibilidad de cambiarla. No llegaremos a la victoria porque aquí se respira miedo. ¡Miedo! –Todos se sobresaltaron. –Teniente Webber, tómese el Rulixón.
Lara Webber llevó su temblorosa mano a la boca y depositó la cápsula en su lengua. La saliva deshizo el medicamento en instantes y el efecto de la droga se extendió por todo el sistema circulatorio en menos de un minuto. La teniente Webber comenzó a ver su estado anterior como ridículo y comenzó a reírse. Tardó dos minutos más en ponerse en pie y reírse a mandíbula partida.
–Adelante, todos. Tomen el Rulixón.
Casius notaba el medicamento haciendo su efecto. Estaba debilitado, a pesar de los reconstituyentes que había tomado en la lanzadera. Su sistema sensomotriz se aceleró y una euforia desproporcionada estaba desbordando su disciplina militar.
–Capitana, usted también.
–Ya lo he hecho, señor.
–Transmita la orden al resto de la flota, capitana Harrison. Diga también que el salto es inminente. Establezca una cuenta atrás de dos minutos.
–Órdenes enviadas. Estableciendo la cuenta atrás de dos minutos y contando, comandante.
–Me parece irónico, capitana.
–¿A qué se refiere, señor?
–A que vamos a la muerte con el mejor colocón del ejército.
La capitana Harrison estalló en carcajadas. Todo el puente de mando se rió histéricamente. El comandante se quedó lejos de poner orden. Estaba recostado de espaldas en la pared norte del puente con las manos sobre el estómago y los ojos arrasados en lágrimas. La cuenta atrás llegó a cero y la flota de Drakenstern entró en fase hacia las coordenadas de batalla.
Los efectos de la medicación se mitigaron un poco cuando la cúpula de batalla se encendió en el techo abovedado del puente de mando. No había señal alguna de la flota enemiga.
–Teniente Webber, ¿qué estamos viendo?
–Los sensores de amplio espectro no detectan nada, comandante.
–Tienen que estar delante de nosotros. Capitana Harrison, abra comunicaciones con el resto de capitanes.
–Conectando con los capitanes del Gavilán, el Pies Grandes y… un momento…
–Informe, capitana Harrison.
–No puedo contactar con el Narval, La Enlutada y el Torrance.
Las explosiones comenzaron a sucederse dentro de la formación de ataque que Casius había dispuesto. Pronto comprendió que el enemigo había caído sobre ellos. Dos fragatas pesadas y un destructor de su propia flota eran destruidas de inmediato. Una nube de drones se dirigió hacia ellos. La capitana Harrison bramó ante la inminente masacre.
–¡Artilleros, fuego de cobertura, tenemos que salir de aquí!
–Los tenemos a medio clic de distancia, son dos naves enormes. ¡Más de diez veces nuestra envergadura!
–Gracias, Teniente Webber. Configure una red de microsaltos a lo largo de las coordenadas que le paso por pantalla. No podemos quedarnos a su merced.
La flota del comandante Bolton saltaba de una coordenada a otra a intervalos de quince segundos, las dos naves alienígenas se hicieron visibles y escupía enjambres de drones robóticos. La nube de artefactos especializados en el fuego kamikaze se lanzó hacia las tres naves supervivientes. Volaban en veintenas y llenaban el detector holográfico de la Drakenstern haciendo saltar la alarma de proximidad antes de cada salto.
–Mantened el fuego de cobertura; no deben alcanzarnos. El Pies Grandes tiene el desintegrador Nova instalado, ¿estoy en lo cierto?
–Sí, comandante. El Gavilán dispone de un lanza-partículas de iones, puede ser útil para neutralizar la armadura energética que hemos detectado en las dos nodrizas. Lo necesitamos en esta posición. –La capitana Harrison resaltó el área a ocupar.
–Que salte inmediatamente. Quiero que el Pies Grandes dispare cuando esa armadura se haya debilitado. Nosotros vomitaremos todo lo que tenemos sobre el mismo objetivo en el próximo microsalto. De la orden a los artilleros, teniente Webber.
La teniente informático abrió canales de comunicación con la cubierta de artillería y transmitió las órdenes. El comandante esperó pacientemente a que la Drakenstern entrara en fase. Una vez sintieron el pequeño vértigo del cambio de posición, el comandante dio la orden de ataque.
La Gavilán acertó su blanco y neutralizó la barrera de energía que protegía a la nave nodriza. La Pies Grandes iluminó su proa por unos segundos y lanzó un disparo certero. A su vez, La Drakenstern usó el poder completo del destructor espacial, descargando una lluvia de fuego capaz de destrozar un cometa de diez kilómetros de longitud.
–¡Seguid disparando! ¡Quiero cada Eagle Torch, cada Shinobi, Shark o Magma sobre esa nave nodriza!
La nave alienígena empezó a reflejar daño en su lado de estribor. Unas pequeñas explosiones burbujearon en la visión holográfica que transmitían los sensores de la Drakenstern. De improviso, la cubierta norte de la gran nave, estalló en pedazos. Los fragmentos se desprendieron en todas direcciones hasta que se produjo la explosión definitiva. El objetivo había sido destruido.
–Se acercan cazadores en sectores norte, sur y oeste.
–Microsalto.
–¡El impacto es inminente, comandante!
–¡Contramedidas, ahora! –Más que dar la orden, la capitana Harrison realizó una advertencia, pulsando el botón en su consola de mando. Las contramedidas funcionaron al setenta y cinco por ciento.
–Prepárense para el impacto. Ha sido un placer conocerla, capitana Harrison. Es una lástima que no hayamos podido intimar físicamente.
–¿¡Cómo dice!? –La capitana ruborizó en nanosegundos y miró desconcertada a Casius Bolton. El impacto se produjo en popa. Si hubiera sido en el sector sur, la Drakenstern hubiera volado en mil pedazos. Las palabras del comandante Bolton hicieron que Harrison girara inesperadamente los mandos del timón. La nave quedó paralizada debido al impacto. La alarma de descompresión saltó frenética y cientos de compuertas bajaron al instante para evitar la pérdida de todo el oxígeno. Una masa compuesta por nanobots reparadores envolvió los huecos dejados por el impacto en décimas de segundo. La capitana Harrison, junto a la tripulación del puente de mando, batallaba por evitar que la nave sufriera una descompresión en cadena. Calibraba el sistema de gravedad, desviaba potencia al soporte de vida y gritaba a los mecánicos como una poseída. La proyección holográfica reflejaba un escenario peor. La Pies Grandes trataba de alejarse de un enjambre pero los drones hacían blanco uno tras otro. La Pies Grandes se partió en dos.
–Comandante, estamos acabados…
–¿Tenemos sistema de microsalto, capitana?
–Negativo, comandante. Nuestro sector de popa ha desaparecido. La Gavilán ha saltado a nuestras coordenadas y está iniciando el acoplamiento. Parece que está intacta.
–Estupendo, seguiremos usando el lanza-partículas. Vamos a atacar a la nave que queda con…
–Comandante, nuestra capacidad de daño es del treinta por ciento. Nuestra cubierta de artillería está dañada.
–Seguiremos con el ataque. Con la Gavilán acoplada a nosotros disponemos del dispositivo de microsalto que hay en ella.
–Es mejor evacuar la nave. Hemos fracasado, comandante. Usemos las cápsulas de salvamento.
–Nunca se ha fracasado si se permanece con vida, capitana Harrison. Las cápsulas son… Espere… ¡Claro! Usaremos las cápsulas. Llenad cada una de ellas con todos los misiles que quepan. ¿De cuantas disponemos?
–Treinta y nueve, con capacidad para quince personas. Hemos perdido once del sector de popa. Según los cálculos, podemos armar cada cápsula con cuatro Eagle Torch.
–Transmita las órdenes a los hombres de intendencia, teniente Webber. Capitana, quiero que la Gavilán nos arrastre a esta posición. Que se acople a nosotros inmediatamente.
–Allí estaremos demasiado cerca de nuestro enemigo.
–Exacto. La Gavilán debilitará el blindaje energético y descargaremos todo lo que nos quede contra ellos. Transmita la orden, capitana.
El Gavilán arrastró a la Drakenstern en el espacio-tiempo hasta casi rozar la cubierta de la nave invasora. El comandante Bolton se dirigió al resto de la flota con las comunicaciones accionadas.
–Será una muerte honorable. Habéis combatido muy bien. El enemigo será derrotado con nuestra última gota de sangre.
El Gavilán empleó su rayo de disrupción en aquel instante, abriendo un hueco suficientemente grande para vaciar el contenido de sus cañones por el agujero. La Drakenstern disparó con su maltrecho armamento causando pequeños daños.
–Disparad las cápsulas de salvamento. Teniente Webber, oriente su salida contra la cubierta enemiga. ¡Ahora! –Cada una de las cápsulas se fue incrustando en la estructura de la nave nodriza, explotando con un pequeño retardo que no causaba ninguna impresión en las imágenes holográficas. Ninguna de las treinta y nueve cápsulas de salvamento hizo grandes daños. El hueco de energía estaba cerrándose, los enjambres estaban a punto de llegar a su posición.
–Capitana, ¡fuego en avalancha! –El destructor espacial usó el armamento todavía operativo para barrer la zona donde habían caído las cápsulas de salvamento. A los cinco segundos, la Gavilán arrastró a la Drakenstern fuera de la posición, huyendo de los drones suicidas. A cinco clics de distancia, las dos naves unidas aparecieron en un área despejada. Al momento, el objetivo se iluminó por dentro y combó su estructura justo donde se habían incrustado la mayoría de las cápsulas de salvamento. La onda expansiva barrió tanto a la Drakenstern como a la Gavilán. A continuación, todo se apagó dentro del destructor espacial. Luces rojas se encendieron en el puente de mando y a lo largo de los pasillos. Tal y como sucedió con los enjambres anteriores, los drones quedaron flotando sin vida cuando su nave nodriza fue destruida.
–Es el sistema de mantenimiento de vida, comandante. Hemos pasado al mínimo consumo de energía.
–Estupendo, no hemos muerto.
–Tengo órdenes, comandante. El gobernador ordenó que lo matara si sobrevivía a la batalla… –La capitana desenfundó su arma reglamentaria y mantuvo el cañón sobre la sien de Casius Bolton.
–Este no era el acuerdo al que había llegado con el gobernador Jason…
–Lo siento, ha sido un buen comandante pero debo cumplir mis órdenes. –Antes de que Alana Harrison terminara de pronunciar sus palabras, el comandante la había desarmado con unos reflejos sobrehumanos. Los guardias, que habían escoltado a Casius desde que lo sacaron de la celda, se lanzaron sobre él. Cayeron los cinco bajo los disparos del desintegrador. La capitana Harrison permanecía delante de él, impotente y conteniendo la respiración.
–No voy a dispararle, capitana. Sería una gran pérdida. Usted tiene madera de oficial. –Casius guardó el desintegrador todavía humeante en su propio uniforme, creándose un espacio al instante para albergar el arma. –El gobernador me aseguró que, en caso de sobrevivir, podría quedarme con lo que quedaba de flota y eso pienso hacer. Está claro que no puedo hacerlo solo, necesito también su ayuda, capitana. Cuento con usted.
La Capitana quedó ruborizada. Tomó asiento en su silla, aparentemente turbada. El puente de mando aclamaba a Casius Bolton. Habló para todos los miembros de la tripulación conectando con los transmisores tanto de la Drakenstern como del Gavilán. –Les habla el comandante Casius Bolton. He de ser sincero con todos vosotros. Hemos ganado esta batalla. Ha sido la mejor batalla en la que he participado y me siento orgulloso de haberlo hecho con todos vosotros –el comandante hizo una pausa dramática –pero el sistema está perdido. No disponemos de fuerzas suficientes para defenderlo una segunda vez. Si esta clase de naves vuelve al sistema Perseus, lo conquistarán. Con suerte nos harán esclavos. Yo os ofrezco otra salida. Sobrevivir. Viajaremos a la zona limítrofe de Libra, donde conseguiremos trabajo como mercenarios. Nuestras dos naves militares no serán rival para aquellas naves civiles, pobremente armadas. Podremos reunir una gran flota en poco tiempo y gobernar algún sistema aislado. Podríamos ser lo que quisiéramos. ¿Qué decís? ¿Libertad o esclavitud?
Sin excepción, todo soldado y oficial aclamaba al comandante Bolton. Luces verdes comenzaron a encenderse por el pecho de su traje, mostrando el respaldo, tanto de su nave como de la Gavilán. Alana Harrison, con lágrimas en los ojos, fue la última en enviar su luz verde. Para Casius era el voto que más importaba. La joven mujer de pelo castaño lo había cautivado desde que entrara en la Drakenstern. El comandante organizó la huída de la flota, rescatando lo que quedaba de la Pies Grandes, El Narval y la Enlutada. En cuanto hubo finalizado, la flota saltó hacia los astilleros clandestinos de Gaurus. La leyenda de la Drakenstern había comenzado.
La serie continua con Recursos agotados
1 COMENTARIO
Genial!!