
Frontera asegurada








Pílorak manejaba el timón de la enorme Kaliendra durante la fase de acoplamiento. Los continuos desniveles de presión y las oleadas de radiación estaban haciendo imposible la maniobra. Su brazo cibernético dirigía la nave con eficacia. El capitán saurio elevaba el nivel de disipadores radiactivos y reforzaba el casco frente a la corrosión exterior. Cuando la nave se acopló a la colosal estructura, Pílorak sintió que la abrasión del ambiente disminuyó de golpe. El escudo energético de la estación espacial les brindaba la protección indispensable.
Desacopló el sillón del control de mando y abrió las escotillas de la Kaliendra. La tripulación comenzó a abordar la abominación tecnológica con intención de ser estación espacial. En el hangar principal esperaba un hombre anciano. Al cabo de unos segundos, Pílorak se percató de que era el mismo Simón Hoover.
–Eres tú… –El tecnomante se mostró decepcionado. –Pensaba que te acompañaría alguno de nuestros almirantes.
–Preparar defensa en sistema, ellos. Mandar Kaliendra aquí. Traer piezas importantes. Tú solicitar.
–Ah, no. Ni hablar. Me niego a esforzar el oído cada vez que quiera comprenderte. Conecta el traductor simultáneo. Es mejor una voz artificial que ese vómito auditivo al que llamas voz. –Pílorak sacudió su cabeza de triceratops, ofendido. Activó el traductor de su traje.
–¿Mejor así, hijo de perra? –el tecnomante asintió entre risas. La voz metalizada era de una inteligencia artificial femenina. –Traigo las cabinas de regeneración genética. No pierdas tiempo en usar una. Vuelves a ser un anciano decrépito.
–Envejecí tres décadas en una semana estándar, hasta que pude desplegar un campo de protección adecuado. Después de un duro trabajo, conseguí estabilizar toda la estación. Te presento a Dulce Descanso, la estación espacial fronteriza más avanzada de nuestro tiempo. Faltan algunos módulos que completar, como el astillero, el puerto espacial, el casino…
–¿Está preparado el sistema defensivo?
–Morgan fue insistentemente específica. El armamento está operativo. Me he valido de nuestra tecnología para canalizar la fuerza de las Gemelas y hacer este paso impenetrable. Absorbemos la radiación en un haz destructor que…
–Los detalles técnicos serán más apreciados por el almirantazgo, tecnomante Hoover. Yo solo necesito saber si estamos en situación de defendernos.
–Claro, claro. Déjame lo técnico a mí –respondió, sonriendo. La voz femenina contrastaba con el aspecto amenazador del saurio –. Déjame mostrarte la cubierta de artillería. Será más entretenido para ti.
El tecnomante condujo al capitán de la Kaliendra hacia el interior sobre una plataforma gravitatoria. Durante el trayecto, Pílorak observó a los androides de Hoover terminar las reparaciones. Las nubes de nanobots se solidificaban según la programación que habían adquirido. El saurio notó una particularidad en todo aquello. Los componentes se fundían entre sí con una densidad cinco veces mayor que en las reparaciones de combate.
–¿Cómo lo has conseguido?
–Ah, detalles técnicos… mis explicaciones te aburrirían. Ha sido necesaria una mejora en nuestros elementos básicos para soportar un entorno tan destructivo. Mientras Morgan siga enviándome materia prima, no habrá problemas con el deterioro.
–¿Deterioro, has dicho? Pensaba que esta estación estaba operativa.
–Y lo está, aunque estamos entre dos estrellas híper masivas. Contener los tirones gravitacionales de ambas y soportar la radiación que emiten entre las dos, nos consume gran cantidad de nanobots de reparación optimizados. Entre mil quinientas y tres mil unidades al día. Tengo medio millón en la reserva y no serán suficientes para completar un año estándar.
–Necesito cien cargas en la Kaliendra. Son perfectas para el fuselaje.
–Negativo. ¿Qué acabo de decir? Necesitamos tres mil al día para que no se vaya esta estructura a la mierda. No puedo prescindir de ningún elemento.
–Pensaba que el escudo energético nos protegía.
–Y lo hace, capitán. Sin embargo, seguimos necesitando cada nanobot de reparación. Al menos hasta que estabilice un campo energético más potente.
–Yo le ayudaré. Puedo implementar tus carencias con la sabiduría de mi especie.
Hoover miró con incredulidad al saurio. Aquel ser estaba olvidando que hablaba con el Tecnomante Supremo, aunque no conservara el título.
–¿Revisar todo mi trabajo? Las eyecciones de cada estrella son un infierno para mantener el escudo activo. El choque electromagnético baja la estabilidad de campo hasta cien puntos en un total de trescientos. Si llega a cero, quedaremos expuestos y comenzará la corrosión. Por suerte, la energía no es un problema.
–El reactor Hoover debería responder bien, si dispone de alimentación continua.
La plataforma gravitatoria llegó a la cubierta de artillería. Hoover estacionó en el centro de la sala. Quinientas cabinas de control se disponían de forma elíptica alrededor de ellos. Los cañones se accionaban bien por inteligencia artificial o mediante un tirador externo.
–Las cargas iónicas contrarrestan el almacenaje. Incluso provocan flujo discontinuo que acaba afectando a la estación. Pero lo he solucionado de forma provisional. En la confederación me hubieran recompensado con un planeta por este avance.
–Me interesa más la capacidad defensiva, como he dicho antes.
–El armamento, sí, sí, de acuerdo. Gracias a mis conocimientos, disponemos de munición ilimitada. Se acabaron los misiles, los torpedos y las contramedidas para esta estación. Una mezcla de radiación, calor y electricidad sale disparada por nuestros cañones. El flujo de esta munición puede contenerse y lanzarse con más potencia, simulando al poder devastador de los Eagle Torch. El choque contra un crucero estándar lo destruiría por completo. Por supuesto, tenemos un rayo destructor híper masivo para objetivos más grandes. Podríamos volar un planeta pequeño. Si hubiera alguno, se lo demostraría. –Tras aquella afirmación, el tecnomante buscó algún cuerpo celeste que estuviera a distancia de tiro. Pilorak se llevó el miembro cibernético hacia el cuerno frontal. Lo hacía cuando algo despertaba su interés.
–Tengo que verlo.
–Haré una demostración cuando termine el ciclo. Acomódate en Dulce Descanso, no puse el nombre por casualidad. Te avisaré por el terminal de tu traje.
El anciano tomó la plataforma gravitatoria y se alejó de la cubierta. Pílorak dio la orden de descanso al resto de sus hombres. Habían descargado todo el material que portaban desde Cerberus. Dejó a su segundo en la nave con la tripulación de emergencia y buscó su habitación.
El descanso que proporcionaba aquella estación era irónico. La piel picaba en contacto con las partículas cargadas del ambiente. El agua fluía pesada y sabía a metal. Los cambios de energía sacudían con leves calambres todo tejido con vida. Incluso la gravedad artificial sufría variaciones minúsculas y constantes. La cama se ajustó a su enorme cuerpo y trató de descansar. Tras invertir veinte minutos en ignorar la estática, los zumbidos y los calambres, se dio por vencido. Tomó sus cosas y regresó a la Kaliendra. De nuevo en la nave, descubrió que su tripulación había regresado antes que él. Nadie había soportado aquellas condiciones.
Seis horas más tarde, el tecnomante contactó con Pílorak. La imagen que ofrecía era la de un hombre más joven. A pesar de su lozanía, se había quitado solo dos décadas.
–Ha aprovechado el tiempo, por lo que veo –dijo el capitán con la voz femenina del traductor.
–Tengo todo listo para la demostración. Preséntese en la cubierta de artillería en una hora. No se retrase.
La cabeza de triceratops bostezó, tomó un desayuno potente y salió hacia la colosal estación. En aquel hangar cabían otras cincuenta naves como la suya. Cuando su plataforma aterrizó en la cubierta de artillería, Hoover ya estaba frente al panel de control. La imagen del sistema con las dos estrellas se proyectaba sobre ellos. El tecnomante había fijado un asteroide de gran tamaño en el punto de mira.
–Date prisa, está a punto de ocultarse tras Hermana Menor. Usaré el rayo más potente de Dulce Descanso y comprobarás su eficacia.
Pílorak se situó detrás del científico y él comenzó la demostración. Un haz perceptible a medias hizo blanco en el objetivo. El impacto había sido casi simultáneo, tres segundos a dos clics de distancia. En la explosión, varios pedazos del planetoide cayeron sobre Hermana Menor. El resto comprometió la seguridad del complejo. Hoover conectó las torretas para objetivos más pequeños. Los cañones desintegraron la escoria ardiente que se precipitaba sobre la estación. El tecnomante gritaba de entusiasmo, contrastando con la reacción tibia del saurio.
–Vaya, es una buena exhibición. ¿Se puede integrar este armamento en la flota?
–Me temo que no. Dulce Descanso puede gozar de estas ventajas gracias a su localización. Aunque, ya sabes. Todo consiste en dedicarle tiempo de estudio suficiente, fabricar un prototipo ex profeso, desarrollo constante… Por el momento, no es viable.
En aquel instante, la imagen en tres dimensiones del sistema de las Gemelas registró una actividad inusual. Una pequeña flota había salido de fase a doce clics de distancia. Eran ocho naves de tamaño medio.
–¿Son de los nuestros? Parece que tienen escudos de energía.
–No responden a los códigos. –Pílorak apartó a Hoover con brusquedad. Trató de contactar con la nave insignia. No hubo respuesta. Las naves realizaron un microsalto y se aproximaron a seis clics de distancia. Estaban buscando una línea de fuego.
–Es el enemigo. Naves confederadas, lo más seguro. ¿Qué hacen con nuestros escudos? ¿Han conseguido reproducir nuestra tecnología?
–No nos centremos en ese asunto ahora. Cifraré la baliza para que no puedan informar al resto de sus fuerzas y evitar el salto de regreso.
–Es mejor que vaya a la Kaliendra. Esto puede ponerse feo…
–No se preocupe, capitán Pílorak. –Hoover retomó el puesto frente al panel de control, aprovechando que el saurio se movía hacia la plataforma gravitatoria –. Estamos a salvo. El escudo aguantará los impactos.
El tecnomante seleccionó las ocho naves invasoras con el sistema de puntería inteligente. Comenzó a abrir fuego sobre los objetivos. Las ráfagas de energía llegaban disipadas pasados los cinco clics de distancia. El daño apenas se reflejó en los invasores. El fuego de respuesta chocó contra el escudo de la estación, debilitándolo en su mayoría. Hoover sonreía triunfal, seguro de su trabajo.
La caótica naturaleza de aquel sistema les jugó una mala pasada. Una eyección coronaria de Hermana Menor los alcanzó tras recibir el fuego enemigo. El escudo cayó en picado. La sacudida se notó en toda la estación. El casco estaba expuesto, la estructura sufría un rápido deterioro. Hoover lanzó los nanobots de reparación. Pílorak no pudo reprimir sus pensamientos. El traductor emitió cada palabra con su característica voz.
–¡Puto cretino! ¡Voy a sacar mi nave de aquí antes de que nos maten!
Ordenó a sus hombres que prepararan a la Kaliendra para el combate. La plataforma gravitatoria iba a la máxima velocidad por los pasillos llenos de chispas y señales de advertencia. Cuando abordó la nave, estaba todo listo para el desacoplamiento. Una vez fuera de la estación, Pílorak subió el escudo de energía. A continuación, realizó un microsalto, situándose sobre el objetivo más cercano a su posición. Ordenó fuego en avalancha con todo el armamento. El escudo, efectivo en un principio, llegó al punto de neutralización antes de lo esperado. El resto de munición alcanzó la coraza de la nave invasora hasta hacerla explosionar.
Tres naves similares en poder iniciaron el contraataque. La Kaliendra soportó aquel bombardeo con estoicismo. Su escudo quedó reducido al cinco por ciento de energía. Pílorak activó el rayo frontal con aquella escasa carga. Seleccionó a una de las naves agresoras que estaban castigando su coraza. La potencia fue suficiente para eliminar el escudo y partir al navío en dos. La descompresión en cadena hizo el resto. Con dos naves fuera de combate, la flota invasora se centró en la amenaza inmediata que suponía Pílorak.
Hoover obtuvo un tiempo precioso. Fue programando cada carga de reparación hasta generar energía de nuevo. El reactor de su invención alimentó el escudo protector. Las señales de alerta se apagaron. Consiguió regenerar la estructura dañada por completo. Tras solucionar aquel desastre, el tecnomante brindó un poco de ayuda a su compañero.
Con el rayo hiper masivo, fijó como objetivo a la nave insignia enemiga. Estaba castigando el brazo derecho de la Kaliendra, que ya había agotado su protección energética. El choque de energía devastó al objetivo, destruyendo la zona de proa hasta un tercio de su longitud total. Tras apagarse por completo y soltar algunas nubes de reparación, el incursor estelar fue atrapado por el tirón de Hermana Menor. En cuestión de segundos, se deshizo en el interior de la estrella. La Kaliendra realizó un nuevo microsalto, situándose cerca de Dulce Descanso para recuperar energía.
Pílorak acabó con otro de los objetivos mediante saturación de fuego convencional. Aquello no lo ayudó a librarse de los cuatro navíos restantes. Habían centrado los puntos de mira en la Kaliendra. Pílorak observó la carga del escudo. No había alcanzado ni el quince por ciento de protección. Aguantó los disparos hasta que las señales de alarma saltaron por toda la nave. Se volvió a su segundo. Greenfield se adelantó a su pregunta.
–Hicimos lo que ordenó, capitán. Tenemos doscientas unidades de nanobots optimizados.
–Realice un microsalto, posición 3.45.4.28. Después, libere los nanobots de reparación.
–Estaremos muy cerca de la fuerza de atracción de Hermana Mayor, capitán.
–Así, es. Si es difícil liberarse del tirón de la pequeña, la más grande te dará un abrazo imposible de rechazar. Nosotros conocemos el límite de nuestras fuerzas. Quiero ver si ellos son conscientes también.
La Kaliendra saltó a su nueva posición, cerca de Hermana Mayor. Pílorak tensó su brazo cibernético para aguantar la fuerza de atracción. El motor sub-fase estaba a la máxima potencia. Comenzó la reparación tras lanzar cinco unidades de nanobots. Las demás naves saltaron para rematar a su principal rival. Aunque se situaron en el mismo límite que la Kaliendra, su potencia era menor que la de la monstruosa nave. Dos fueron arrastradas, sin remedio, al infierno candente de la estrella azul. Las otras dos luchaban contra el cronómetro para saltar de aquella posición en cuanto su sistema se lo permitiera. Pílorak bombardeó a su objetivo más cercano hasta hacerlo pedazos. Hoover, desde la estación, disparó al objetivo libre. El incursor fue despojado de su escudo y neutralizado de abajo a arriba. Los restos fueron atrapados por el tirón de la estrella masiva.
–Mantén el sistema bloqueado, Hoover. No podremos hacer frente a otro ataque. Volveré para informar a Morgan y a Bolton.
–Antes, capitán, me gustaría que revisara partes de mi trabajo… Si no es un problema, podríamos darle una vuelta al escudo de energía… Creo que puede optimizarse con la tecnología complementaria de su especie.
–¿Me está pidiendo ayuda, tecnomante Hoover? Esto no me lo esperaba. De acuerdo, le ayudaré antes de regresar con el informe.
–Solo le pido una condición. –Pílorak lo miró con seriedad.
–¿Qué quiere, cretino?
–Que continúe usando el traductor simultáneo.
