Obra completa
Admus Signeus había mejorado el escritorio, adquiriendo artilugios encantados que proporcionaban una mayor velocidad a la hora de imprimir sus obras. Aquellas plumas hechiceras, junto al mecanismo de impresión de fabricación enana, le dejaban el suficiente tiempo libre para afrontar el último volumen de su obra. El llamador de la puerta sonó en el exterior. Admus se apresuró a abrir. Al otro lado, el minotauro Murok aguardaba con paciencia a ser invitado hacia el interior.
–Pasa, amigo mío. ¿Quieres algo de comer?
–He leído toda la novela anterior y quería conocer tu siguiente obra. –El enorme cuerpo pasó con dificultad por la entrada. El enorme hacha de doble filo quedó atravesada un momento antes de que consiguiera avanzar hacia el interior. El escritor tragó saliva, no había podido avanzar en la novela de Percyl.
–Me alaga ese interés, de verdad. Sin embargo, todavía estoy lejos de terminar el siguiente volumen de Percyl, el ingenioso. –Murok mostró cierto disgusto. Admus temía que aquel fan de su obra se enfureciera dentro de su casa.
–Necesito tus historias, te pagué por ellas. Quiero conocer más.
–El caso es que… no sé cómo voy a terminar. El siguiente será el último volumen de la obra.
–¿Vas a finalizar las aventuras de Percyl? –El puño de Murok golpeó una viga vertical de madera, causando un peligroso chasquido.
–No es necesario enfadarse, patrón. Todo lo que tiene un principio debe finalizar. Esta historia lleva nueve tomos de vida, es la más larga que he escrito nunca. El décimo volumen tiene que ser apoteósico, satisfactorio y, también, el último de ellos.
–Pero yo amo a Percyl, no lo volveré a ver… –Murok abrazó la viga que había golpeado y la colocó tal y como estaba.
–Siempre estará ahí, en las páginas de los libros. Podrás visitarlo siempre que quieras. De todas formas, da igual. No puedo terminar la historia; llevo semanas sin poder inspirarme.
–Eso es porque no sales de casa, necesitas una distracción. Ven conmigo, Admus, vamos a la Posada Sombría. Allí tengo amigos y sus historias podrán servirte de inspiración.
Tras unos segundos de valoración, el autor asintió con un creciente entusiasmo. Se vistió con una túnica vistosa y unas calzas ajustadas. Con las botas de viaje que menos había usado, estaba listo para emprender el viaje. Rophean era una ciudad enorme y tardarían una jornada de viaje en llegar a aquella zona.
–No podemos tomar un transporte. Suelen huir de mi. He usado un carro en contadas ocasiones. Dos veces, en concreto. Tómalo como una excursión por la capital, yo pagaré los gastos.
Las calles de Rophean se habían poblado de gran parte de extranjeros procedentes del imperio del Otoño. Recorrían las calles, temerosos de las gentes autóctonas. Cuando Murok aparecía por la calle, casi todos se cruzaban de acera y señalaban hacia él. Los carros aumentaban la velocidad y los caballos se encabritaban si pasaban cerca de la imponente figura. Admus Signeus mostraba sorpresa ante la pasividad de su patrón. Él mismo no hubiera tenido tanta paciencia ante los desmanes y las burlas de los extranjeros. Incluso algunos de los vecinos de la ciudad se unían a la desconfianza patológica por el extraño ser.
–¿No le enfurece este comportamiento, maese Murok?
–Comprendo que se debe al miedo y la falta de familiaridad. Soy un estudioso de las costumbres humanas y he aprendido a mantenerme neutro, emocionalmente hablando. Muchas claves las he descubierto gracias a las aventuras de Percyl, el ingenioso. Por esta razón encuentro la lectura de tus libros de gran interés.
–Vaya, jamás pensé que mi obra pudiera servir como base de estudio antropológico… Me alegro de que te haya servido de algo.
–Lo ha hecho, sin duda. Hagamos un alto cuando atravesemos el puente. Conozco un puesto de comida que tiene los mejores estofados.
Empezaban a atravesar el puente central que cruzaba el río Myr cuando notaron una mayor aglomeración de gente. Tras atravesar el concurrido carril, la guardia los dejó pasar. Murok mostró el colgante que lo identificaba como Amigo del Rey. Era uno de los más conocidos por la población de Rophean, la pareja de soldados casi ignoró el emblema. Era un viejo conocido por parte de ellos.
–¿También conoces a Grenik? –Admus tenía los ojos abiertos de par en par. Aquel patrón era una caja llena de sorpresas.
–En efecto, aunque he de confesar que apenas he charlado con él. Mi amigo Arkan es su mejor amigo.
–¿Lo conoce desde hace mucho tiempo?
–Tengo entendido que le salvó la vida cuando eran adolescentes. Grenik, por aquel entonces, era un príncipe impetuoso y alocado. Cayó al agua en las zonas salvajes, más allá de las fronteras del país. Arkan lo rescató sin saber que era de noble cuna. Desde entonces son inseparables. Luego apareció Spuff el enano y se unió a las borracheras de los dos humanos.
–¿Y cuando apareciste tú?
–A mi me conoce desde hace unos pocos meses gracias a Sac Appleseed, el hechicero acárido.
–¿Un hombre-pato? ¿Te relacionas también con ese pueblo? Eres una caja de sorpresas, sin duda.
–También conozco a un elfo llamado Elenthen. Toca el laúd por toda la capital.
El autor se rascó la cabeza, ya no se mostraba sorprendido aunque alucinaba con tal variedad de especies en un solo grupo.
–Somos los embajadores de Grenik, con permiso especial para actuar en conveniencia del reino, todo de cara a la opinión pública. En realidad solo nos emborrachamos con él en sus dependencias privadas. Hay noches que la reina irrumpe a voz en grito, quejándose de nuestro escándalo. Entonces es cuando tenemos que marcharnos del palacio.
Admus Signeus buscó una libreta y carboncillo entre sus pertenencias y comenzó a tomar notas de todo aquello que Murok relataba.
–Comienzo a ver el valor de este viaje urbano, amigo mío. La inspiración está acudiendo a mí, refrescante como una tormenta de verano.
A unos cientos de pies, una vez salieron del puente, encontraron el puesto de comida que Murok había descrito con anterioridad. Allí había un hombre orondo con barba oscura que extendió los brazos, entusiasmado de ver al mercenario.
–Horacio es el mejor preparando estofado de verduras, cuando paso por aquí siempre me recibe con un tazón enorme de comida.
–¡Me alegro de verte otra vez, Murok! ¿Quién es tu amigo?
–Es Admus Signeus, el autor de Percyl, el ingenioso. Se puede decir que es mi escritor favorito.
–Oh, toda una sorpresa. Debo añadir que, gracias a Murok, comencé a leer las aventuras de Percyl. Son un gran entretenimiento, muy divertidas.
–Gracias, maese Horacio –el autor realizó una rápida reverencia –. ¿Es verdad lo que dice Murok? ¿Podemos comer gratis en tu puesto?
–Así es, aunque es una invitación limitada a vosotros dos. –El cocinero bajó el volumen de su voz con deliberación. –Nuestro amigo causa tanta expectación entre la gente que, cada vez que se queda a comer, hay decenas de personas dispuestas a sentarse a su lado. Es un reclamo muy beneficioso para el negocio.
–En ese caso, tomaremos tu famoso estofado de verduras.
–Alcachofas, patatas, coles y zanahorias. Sin nada de carne, para respetar la dieta de tu especie, Murok. –Horacio sirvió los cuencos de un enorme caldero a sus espaldas.
Los dos comensales se dispusieron a reponer fuerzas con aquel espléndido guiso, el olor era bueno aunque el sabor resultó ser espectacular. Mientras iban agotando el contenido, multitud de niños se acercaban con ojos sedientos de curiosidad. Pedían un cuenco de comida, dejaban las monedas de cobre sobre el mostrador del puesto y comían en silencio, observando la enorme cabeza de toro hasta que se animaban a interrogarlo.
–¿Es usted de Rophean?
–Y Amigo del Rey.
–Estás muy lejos de tu país, ¿verdad? –respondió el chico más alto –. ¿Hablas nuestro idioma? ¿Sabes lo que decimos? –El otro chico apartó a su amigo.
–¿Conoces al rey Grenik? ¡Guau, seguro que eres su guardaespaldas! –Los dos chicos tenían los cabellos rubios aunque de tonalidades distintas. El más bajo tenía el pelo más claro.
–Soy un aprendiz en tierras extrañas. –Murok metió su hocico en el cuenco con gesto tranquilo. Los chicos, al recibir aquellas respuestas tan vagas, decidieron cambiar de tema.
–¿Has visto a Mirnail? ¡Es el hechicero más famoso del reino!
–Lo conocí.
–¿Puedes presentárnoslo, señor minotauro? Queremos ser grandes hechiceros como él. –Los dos levantaron las cucharas y simularon realizar conjuros el uno contra el otro.
–Creo que está de viaje.
–¿Dónde ha ido? –preguntaron los dos chicos a la vez.
–Según mi amigo Sac, ha emprendido un viaje que le llevará a convertirse en el undécimo dios. Nadie lo ha logrado hasta ahora así que puede que fracase en el intento. Tal vez haya perdido la vida en las puertas doradas. O lo haya frenado el acertijo de la Gorgona, lo que lo hubiera convertido en piedra… Múltiples son las pruebas a las que debe enfrentarse. –El silencio se impuso en los dos infantes. Los ojos vidriosos y la repentina ausencia de apetito indicó a Murok que había sido demasiado brusco con los niños. Intentó corregir sus palabras. –Pero es el hechicero más poderoso del reino, como habéis dicho. Seguro que está bien.
–Puedes apostar por ello, minotauro.
–Mirnail es el más grande, por encima del rey Grenik. Se convertirá en dios y nos bendecirá con su poder.
–Eso me gustaría que ocurriera. Después de todo, soy Amigo del Rey. Quiero este reino, es mi hogar.
Los chicos siguieron conversando entre ellos, discutiendo sobre la victoria entre Grenik y Mirnail en un hipotético enfrentamiento. Recordaron, de pronto, el hambre que sentían y atendieron a sus cuencos, separándose de la pareja. Una mujer fue a su encuentro, reprendiéndoles por hablar con extraños. Murok salió de su ensimismamiento debido a los golpecitos que el autor le estaba dando en el costado con el codo.
–Esos tipos, Murok… Nos llevan observando desde que llegamos. Son de porte altivo. No son de aquí, hablan el idioma del imperio. Yo también lo hablo y planean algo contra tí.
–Eso les llevará a la tumba. –Dejó el cuenco vacío en el mostrador de Horacio. Admus lo imitó y se mantuvo a dos metros detrás del hombre-bestia.
Había recurrido al hacha de doble filo que portaba en la espalda. Apoyándose en ella, encaró al grupo mostrando el emblema que lo reconocía como séquito real. Los cinco hombres rieron de forma burlona.
–Disuélvanse si no quieren provocar un incidente diplomático.
Los extranjeros se sintieron intimidados por la presencia de Murok. Sin embargo, desenvainaron las armas, dispuestos a usar toda la fuerza que tenían. En aquel momento apareció una patrulla de la guardia.
–¿Qué está pasando? –El sargento de la patrulla se interpuso entre Murok y los visitantes. Conocía al minotauro de vista, como todos los oficiales.
–Este monstruoso ser nos está provocando, oficial. Exigimos una satisfacción. Nadie nos va a amedrentar, menos aún una sub criatura como esta.
–Esta criatura goza de la protección del mismo Grenik, no ha provocado a nadie. Márchense de aquí antes de que los detenga por altercado público.
Los extranjeros envainaron sus armas y se perdieron entre la asombrada multitud, dejando aquella zona de la ciudad. Murok acomodó el arma en su espalda.
–Gracias, sargento.
–Continúen, por favor. Lo sé, eres Amigo del Rey. Tenemos órdenes de ofrecer nuestro apoyo a todos vosotros.
Hizo señas al atemorizado Admus Signeus para que lo siguiera calle abajo. Terminaron de recorrer el camino hasta la Posada Sombría, donde se aglomeraban gran cantidad de clientes. Proliferaban los extraños a la ciudad, muchos enanos, algún elfo y múltiples hechiceros en busca de oportunidades. Al abrir las puertas de la posada, tres menudos acáridos jóvenes se afanaban por atender las mesas del local. En la barra, el pelirrojo propietario saludó con efusividad al minotauro. La entrada de Admus y Murok provocó animadversión en la entrada, ya que no guardaron el turno de entrada. Varios viajeros se encararon con el dueño por aquel ultrajante trato. Una seña pactada entre Howard y Murok hizo que el minotauro iniciara sus labores de seguridad. Tomó a dos de los enfadados viajeros, uno con cada brazo, y los lanzó al exterior de la posada, dando con sus maltrechos cuerpos contra el pavimento.
–Soy el portero, vosotros no entraréis. –Habló a los demás viajeros concentrados en los alrededores de la posada. –Márchense, no quedan plazas. Está todo ocupado.
Murok regresó al interior y se acomodó en el extremo exterior de la barra, junto a Admus. Introdujo socialmente al escritor, que tuvo oportunidad de conocer a Howard. El propietario estrechó la mano del recién llegado. También pudo conocer a otros dos amigos del rey, un bárbaro y un enano que estaban en la barra contando las cervezas que habían bebido. En seguida, comenzaron a llover las anécdotas. Admus Signeus se quedó sin espacio para escribir antes de su cuarta cerveza.