Gloria Urbanitas
Letus Aculeo Vibius afinaba el instrumento en el jardín trasero de la villa. Aquella domus se erigía sobre la colina Aventinus, junto a otras de patricios igual de influyentes. Tres esclavos galos de trece primaveras entonaban las notas que marcaba la lira.
–De acuerdo, ¿estáis preparados? Comencemos por la tercera estrofa de El Gerifalte. No contamos con los demás músicos así que procurad no perder el tono. A mi señal, comenzad.
Los tres chicos cantaban a coro mientras Letus Aculeo rasgaba el arpa y dominaba con su potente voz. Era el cuarto de cinco hermanos, los descendientes del senador Lucio Vibius. Por su atracción hacia la música y las letras, Letus Aculeo era denostado en el seno de la familia. Hasta su hermano menor, Aulio, lo miraba con desprecio. Era Optio de centuria. Ejercía en la tercera legión. Había sido padre hacía pocas semanas y su centurión tramitó un permiso excepcional, gracias a los contactos del senador Vibius. Letus ni siquiera sentía atracción por las mujeres. Lo consideraban un loco renegado, inútil para cualquier otra cosa que no fuera componer. Sin embargo, Roma lo adoraba.
Conseguía llenar los teatros en los que hacía presencia. Al finalizar cada actuación, la gente dejaba tantas monedas que podían llenar varios cubos de latón. En la última actuación llenó cinco cubos y medio. Aquella noche lo esperaba el teatro Agripina. Era un magnífico espacio cerrado donde la música reverberaba al público de forma casi mágica. De forma general, las obras se representaban en espacio abierto. La plebe se acercaba o alejaba según su atracción por el espectáculo. En aquel edificio, los patricios mejor posicionados eran los únicos que podían entrar. Las monedas que caían sobre el escenario eran de oro. Triunfar en aquel teatro era el penúltimo paso para llegar al Odeum romano.
Aquella actuación estaba encargada por Publia Servilia, la mujer del Princeps Senatus Graco Servilius. Era la mujer más influyente del momento. Había encargado dos actuaciones anteriores con Letus como único intérprete.
–Más intenso, chicos. La lira irá acompañada por flautas y tambores, recordadlo. Vuestra voz tiene que estar por encima de los instrumentos.
Dos horas más tarde, Letus Aculeo dio por finalizado el ensayo. El sol se alzaba en lo alto, marcando el medio día en el reloj de sol. Letus se dirigió al triclinium de la villa y se tumbó a la mesa. Su hermano menor estaba con su mujer Melisa, que amamantaba al bebé de semanas de edad. El legionario rió con desprecio al ver la lira. Un esclavo llenó las copas de vino. Otro acercó desde las cocinas un plato de cordero asado con uvas para el recién llegado.
–Que seas responsable de una familia no significa que puedas faltarme al respeto, hermano menor. Para tu información, tengo que actuar esta noche. Vengo de ensayar y quiero reponer fuerzas tranquilo.
–No se lo tengas en cuenta –dijo Melisa –. Tiene que regresar al campamento de Advinium dentro de tres días. Su legión ha sido movilizada contra los bárbaros del norte.
–Así es, Letus. Y trataré de engrandecer la gloria de esta familia con incesantes victorias. Algo que tú jamás podrás hacer.
–Lo más probable es que acabes muerto.
–Y con ello nuestra familia gozará de gran respeto. Sin embargo, subestimas a la plebe de Roma. Pueden matarte sin gloria alguna. En cuanto se aburran de tus canciones, serán implacables contigo.
–Roma me ama. Siempre me amará porque necesita compositores como yo. El circo, el anfiteatro, el teatro Agripina, El Odeum, son algunos centros que demandan música a diario. Tal vez no me adoren como lo hacen ahora pero siempre necesitarán de mi conexión con Diana y Febo.
–¿Insinúas que te comunicas con los dioses? Por Marte, cada vez pienso que estás peor de la cabeza.
–Es una forma de hablar aunque reconozco que me inspiran en sueños. A veces, las melodías resuenan en mi cabeza, ofrecidas por ellos.
–Letus, eres un ser excepcional –dijo Melisa –. Tus canciones son más conocidas que la obra de Plauto. Que los dioses sigan iluminando tu camino.
–Buena suerte esta noche, hermano –dijo Aulio levantándose. Su mujer lo imitó con docilidad, guardándose los senos y acomodando al bebé –. Se me echa el tiempo encima y debo hacer preparativos para mi domus antes de partir.
–Adiós, Aulio. Espero que conserves la vida hasta la próxima vez que te vea.
–Lo mismo digo, hermano. No te empaches de fama. Recuerda que eres un simple hombre.
Tras quedarse a solas, Letus Aculeo devoró el plato de carne con apetito. Sentía aversión por las últimas palabras de su hermano. Conseguiría la gloria del pueblo, su creación sería inmortal. Aulio se arrepentiría de sus palabras.
La noche sobrevino y el teatro Agripina resplandecía por la iluminación especial. Fuegos en columna daban resplandor a la fachada principal. Farolillos de cristal verde remarcaban la entrada de amplios escalones y marcaban el pasillo a seguir por los espectadores. Cientos de patricios con sus togas de gala se amontonaban en la entrada. Entre ellos y sus esclavos abarrotaban la plaza a la espera de que se abrieran las puertas principales.
Miembros de la guardia de la ciudad ordenaron a la multitud y abrieron las puertas. En el escenario, la primera mujer de Roma dedicaba unas palabras, dando inicio a la ceremonia. Publia Servilia era de avanzada edad aunque mantenía la figura de una mujer de treinta años. Vestía una túnica engalanada con plumas blancas. El tocado era de oro, mostrando su posición como la mujer del hombre más poderoso del senado. Tras dedicar una serie de elogios a Letus Aculeo Vibius, presentó al poeta, compositor y músico. La dama se retiró al mismo tiempo que el telón oscuro, desvelando al artista y su grupo de músicos. El concierto duró dos horas, con la repetición del capítulo llamado el Gerifalte, que causó sensación entre el público. La canción trataba sobre el regente de un prostíbulo que acaba asesinado por sus propias prostitutas. La gente hizo famosa aquella canción a partir de entonces. Cuando el público abandonó la sala, los esclavos recogieron hasta siete cubos de dorados y brillantes aureum. Letus había alcanzado el Olimpo en la tierra.
Tras aquella actuación se sucedieron otras. Debía acudir a villas, fiestas privadas, casas de senadores, tabernáculos de lujo o prostíbulos de alta alcurnia. Había adquirido esclavos que representaban sus canciones con dramatismo teatral mientras tocaba el arpa. Su repertorio era entonado por las calles de la ciudad. Las cantaban los bribones de las calles, los herreros en sus forjas y los pescadores que traían la carga del puerto.
Con cada actuación, la riqueza de Letus Aculeo se multiplicaba. Pudo adquirir una villa pequeña a las puertas de la salida Navalis, en la misma colina de Aventinus. Con su recién adquirida villa, organizó una fiesta que prolongó durante nueve meses sin descanso. Por aquella razón llamó a su villa Perfectus Partum. Durante aquella fiesta interminable se sucedieron contratos para los juegos, las carreras, los oficios religiosos y las peleas de gladiadores. Su fama se afianzaba entre la primera civilización del mundo. Henchido de orgullo, envió una carta a su hermano, declarándose el nuevo espíritu inspirador de Roma.
Publia Servilia lo llamó de nuevo para un proyecto mayor. Necesitaba una obra de teatro que glorificara a su marido. Se representaría en el Odeum de Roma. El senado y gran parte del pueblo disfrutaría de la obra el día de fin de año. Letus aceptó con mucha reverencia, agradecido por aquella oportunidad. En la tranquilidad de su nuevo hogar, contempló la importancia de aquel encargo. Iba a requerir meses de trabajo y una biografía completa del princeps senatus. Resolvió ponerse a trabajar en la melodía. A la mañana siguiente, recabaría datos acerca del ilustre personaje.
Pasó la mañana recabando información sobre Graco Servilius. En seguida se percató del problema. No había participado en ninguna gesta épica. El único conflicto que hubo a lo largo de su mandato fue la adquisición de Dacia y ni siquiera había participado en el conflicto.
–Pero ha realizado una ampliación del alcantarillado –dijo Justo Castri, el secretario del senado –, ha construido nueve termas adicionales por toda Roma, el acueducto ha sido ampliado hasta el mismo foro y la ampliación de viviendas hasta el castro pretoriano ha aliviado el tránsito de los campos de Marte.
Aquella información no servía para el relato épico que había pensado. Bajo la incertidumbre de aquella situación, confió en su virtud y se dejó llevar por los dioses. Estuvo recluido en su Perfectus Partus día y noche. Mandaba a los esclavos a hacer los recados, semana tras semana. Apenas tuvo contacto con amigos o familia. Nada obsesionó más al poeta que terminar aquella obra a tiempo. Dos meses más tarde, tenía una representación de cinco actos con la mordacidad de Plauto. La llamó Gloria Urbanitas. Firmó el último papiro egipcio y ordenó crear ocho copias para el reparto. Los ensayos comenzaron al día siguiente. Con los idus de marzo, la obra estaba lista para su representación.
Toda Roma se reunía en los campos de Marte para los ritos anuales. El Odeum estaba repleto de ciudadanos en toga. Los mejores sitios habían sido ocupados por la élite de la ciudad. La guardia pretoriana servía de muralla, dividiendo aquellos importantes para Roma de aquellos que no lo eran tanto. El teatro Odeum disponía de una estructura de madera en la parte de la platea. Cumplía la función de escenario alternativo y funcionaba como cámara de resonancia. La gente se mostró impaciente mediante alaridos. Tras un discurso inicial del portavoz del senado, se dio paso al sacrificio anual de dos bueyes blancos a Júpiter. Tras el ritual, los primeros acordes silenciaron la impaciencia del público.
Letus Aculeo había optado por crear una comedia. El primer senador de Roma quería engrandecer la república mediante la conquista militar. Sin embargo, las tareas ordinarias de la ciudad acababan por impedirlo. La gente estallaba en carcajadas con cada reforma del alcantarillado, planteada desde una obligación épica. Cuando en el cuarto acto, Graco Servilius emprendió la gesta de las nueve termas en lugar de tomar Dacia, Letus Aculeo tenía al público en el bolsillo. La obra terminó con ovación generalizada. Tras la actuación, doce cubos y medio, llenos de aureum, se acumulaban en el foso entre el escenario y la grada. Algunos fragmentos de la Gloria Urbanitas consiguieron desplazar a la canción de El Gerifalte en muchas tabernas de la ciudad. El único que aborreció aquella canción fue al propio Princeps Senatus.
Una invitación de su principal promotora, Publia Servilia, lo convocó a la villa señorial. Salió de su Perfectus Partum flanqueado por dos de sus esclavos. Sonreía como si viera por primera vez el sol de primavera. Al llegar a la villa, fue recibido por su mecenas y su marido. El senador sostenía el rostro en un gesto de enfado. Letus Aculeo tragó saliva. Había ofendido al hombre más influyente de Roma. Bajo veladas amenazas y mucha autoridad, el poeta fue disuadido de volver a representar aquella obra. Tuvo que aceptar los términos. Se retiró a su villa y evitó la embestida del público a partir de entonces.
Sin embargo, la insistencia del pueblo no conocía límites. Cuando el hambre de fama regresó a Letus Aculeo, fue imposible frenar su embestida. Había permanecido ocho meses en su Perfectus Partum, componiendo obras menores. El verano atenazaba la ciudad y la sensación de agobio era persistente. Letus se dirigió a la taberna que antaño más trabajo le ofreció. Quería beber vino y disfrutar de la compañía. Su entrada fue festejada como la llegada de un dios. Tras la segunda copa, cedió ante las peticiones del público y cantó su nuevo repertorio. La gente no quedó conforme. Cantó entonces El Gerifalte, su capítulo más famoso. La gente se entusiasmó hasta ensordecer con el aplauso. La última petición fue de Gloria Urbanitas. Letus quedó en silencio. Miró al público. Éste devolvía miradas de incomprensión. Pidió al tabernero que cerrara los portones mientras ajustaba las cuerdas de la lira. A continuación, hizo una versión reducida de toda la obra teatral. Tocó sin alzar su potente voz demasiado. Fue tan aclamada que tuvo que repetirla. Así lo hizo hasta que la gente terminó por aprender aquella versión.
Meses después de aquel suceso, Letus Aculeo decidió disfrutar de una tarde otoñal en los campos de Marte. Según avanzaba, reconocía fragmentos de la versión que interpretó en verano. La cantaban los herreros en sus forjas, los pescadores que llegaban del puerto, las prostitutas en los callejones y los comerciantes en sus puestos. Cuando se vio rodeado por doce asesinos a sueldo, conoció el motivo de aquella emboscada.
–El senado no permite la burla de sus cargos.
Aquella voz llegó en un susurro, solo para sus oídos. Las puñaladas se sucedieron. Una, dos, diez, doce… Letus Aculeo solo acertaba a gritar, Gloria Urbanitas. Recordó a su hermano mientras su vida se apagaba. Gloria Urbanitas.