
El nido del cuervo








Morgan llegó a la base Helios a bordo del destructor Drakenstern. Dos ciclos antes, la Hagger y la Gratianus habían asegurado el sistema Cuervo. Hoover transformó durante semanas a la nave minera en un acorazado imponente. El ojo central de su estructura había sido potenciado. Era capaz de fundir un Coloso espacial de una descarga. Su presencia, tan grande como la base Helios, impuso el control de la zona por sí misma. Tras intercambiar los códigos aliados, Josh asumió el control de la base. Activó los androides de combate en su interior, llevando a todo el personal al oasis del núcleo. Allí se tranquilizó al personal, argumentando que estaban practicando maniobras defensivas. Para cuando los almirantes llegaron, la base estaba controlada por las fuerzas leales de MORBO asociados.
El propio Chandler Craven fue sorprendido en la sauna por el equipo de Pílorak. Estaba acompañado por Damien Grades, su mano derecha. La irrupción del equipo de asalto en sus dependencias privadas bajó las erecciones de ambos. La primera reacción del capitán del Kaliendra fue de enojo. Pidió explicaciones durante dos minutos. Pílorak descargó el pesado brazo metálico sobre su cabeza, dejándolo inconsciente hasta la llegada de los almirantes. Cuando recobró el sentido, Damien gimoteaba a su lado. Seguía en el departamento privado, desnudo e inmovilizado junto a su amante. A su alrededor había decenas de hologramas con la imagen de Sentei. El Antiguo se había paseado por la base Helios como si fuera suya. En todas ellas se veía como interactuaba con Craven y Damien. Por desgracia, la mayoría de las conversaciones eran mentales. Morgan se vio a sí misma recordando los tiempos con Sonno. Tenían aquella comunicación similar entre los dos.
–Estáis parasitados –dijo un extraño tipo de barba negra. Su aspecto era joven y el neotraje parecía una túnica iridiscente con mucho vuelo. En su cabeza llevaba un sombrero azul terminado en punta. Terminó de colocar los sensores en las sienes de los cautivos –. Con esto podremos saber hasta qué punto ese extraterrestre os ha sorbido el cerebro.
–No se dirija a ellos, Tecnomante Hoover –Bolton se adelantó un paso y golpeó a Damien en la cara –. Los perros traidores no merecen la más mínima atención.
–¿Qué queréis? –preguntó el capitán de la Kaliendra.
–Queremos a este Antiguo. Saber lo que busca, qué quiere de nosotros y por qué se esconde.
–¿Crees que vamos a cantar como gorriones, Morgan? Ni siquiera tenemos acceso a nuestros recuerdos reales con Sentei. Nos modifica la mente cada vez que viene.
–Ya se nos ocurrirá algo para desbloquear esa memoria –intervino Morgan mientras se encendía un cigarro Surano –. De momento quiero saber quién es Sentei, qué número de hibridación tiene, colonia asignada de nacimiento, misión involucrada con humanos y nombre en código de su identidad en la Confederación.
–No tiene identidad en la Confederación. Viene directamente de su planeta madre, al menos eso nos ha contado. Probablemente sea falso, como toda la información que poseemos de él.
–Habla, qué quiere esa escoria de unos muertos de hambre como vosotros.
–Control. Estaba controlando Gris Espejo desde el comienzo. Intentaba establecer una red de informadores para su flota.
–¿Ese Antiguo tiene una flota?
–Aunque quiera saber más, almirante Morgan, no puedo recordar nada concreto. No sé qué naves son o dónde están en este momento.
Morgan se quedó pensativa. El sistema más cercano con base militar era Perseus aunque no había noticias desde que Bolton defendiera el sistema. Tampoco había noticias de los Ajenos, la especie responsable del ataque. El siguiente sistema era Mandrágora, donde se agolpaba un tercio de las naves confederadas que protegían el sector Libra. En Gliese se encontraban los dos tercios restantes junto con una base orbital de la Autoridad. Era el sistema capital del sector. Tenían tantos problemas con los sistemas independientes de Nolan que Morgan descartó una intervención.
–Está en Mandrágora. Si es un delegado de la Confederación, tendrá a su mando toda la flota del sistema. Si, por el contrario, es un agente independiente… su flota será menor.
–Has dudado un momento –dijo Bolton –. ¿Qué problema hay en que sea más pequeña?
–Puede ser el peor de nuestros problemas. Una flota expeditiva de los Antiguos se compone de cinco naves. No necesitan más para someter a un sistema. Incluso con el proyecto destello desarrollado al cien por cien, tendríamos problemas para derrotarlos. De todas formas, creo que su presencia se debe a los Ajenos. No hemos tenido noticias suyas desde que tú defendieras Perseus. ¿Hace cuanto tiempo conocéis a Sentei?
–Según nuestros recuerdos, Sentei es nuestro maestro de toda la vida.
–Yo puedo calcularlo –dijo el tecnomante –. Según los sensores, la mente de estos dos tipos ha sido modificada hace tres mil ciento ochenta ciclos. Antes de ese tiempo, su actividad mental está sin alterar.
–Son tres años estándar. Coincide con la defensa de Perseus. Es probable que tu teoría sea cierta, Morgan. ¿Qué vamos a hacer con estos?
–La conspiración y sedición se castiga con la muerte. Nunca he confiado en ti, Craven. Estabas avisado desde el comienzo. Conmigo tenías un mundo que gobernar. Contra mí solo puedes esperar la ejecución.
Sin dar tiempo a unas últimas palabras, Morgan sacó su arma y la disparó contra Craven. Damien gritó aunque fue silenciado por otro impacto. La pistola de Bolton se apagaba al lado del humeante cañón de Morgan. El equipo de Pílorak llevó los cuerpos sin vida a los tubos de desechos. Los almirantes se quedaron a solas en el departamento de Craven.
–¿Y ahora qué? –Preguntó Bolton –Necesitamos un oficial nuevo para la Kaliendra.
–¿Qué te parece Pílorak? Es experimentado y tiene dotes de mando.
–Pensaba en alguien como Nimura.
–¿Y que deje el Gavilán? Ni lo sueñes, esa nave ya forma parte de él.
–Me refería a alguien como él, reflexivo y frío como el hielo.
–Es conservador, le cuesta asumir riesgos. Creo que Pílorak se defendería mejor en una nave tan modificada. Está en la Hagger desde el comienzo de mi mando como capitana.
–Es alienígena.
–Creo que ya veo el problema. Voy a presentártelo de otro modo. Los saurios tienen un mercado de reconocimiento, amigo Casius. Si son ascendidos como guerreros más capacitados, su clan recompensa esta subida. Nos vendrían bien unas cuantas naves saurias, podríamos hacer frente con ellas a la flota expeditiva de los Antiguos.
–Podemos fabricar naves más eficaces para el combate.
–Para este combate nuestra flota es nuestro peor enemigo. Los Antiguos someten mentalmente a sus objetivos. Bajo control mental, los afectados abren fuego contra sus propias naves. Si solo desean destruir, inducen un coma en todos los seres vivos del sistema. Sus naves amplían este terrorífico poder, llegando hasta el último rincón de cualquier planeta. Nada escapa a sus devastadores métodos, salvo la tecnología Sauria. Ellos disponen de inhibidores especiales de ondas psi. Han aprendido a enfrentarse a ellos durante siglos de conflicto. Si podemos protegernos de su dominio mental, podremos presentar batalla. Otra cosa será vencer.
–La tecnología que poseemos será suficiente para frenar el…
–Bolton, no seas ingenuo. La tecnología que estamos desarrollando es de ellos. Formaba parte de una estación militar donde la Confederación adaptaba esta clase de ciencia a la nuestra. Es solo un porcentaje mínimo de su poder real, podrán neutralizarnos sin demasiados problemas.
–¿Y qué tienes pensado? ¿Recurrir a los Saurios? ¿Traer a todas sus razas?
–Solo al clan Hivoro. Ellos saben combatir contra los Antiguos. Es un escenario que puede que no veamos nunca pero nuestra empresa debería estar protegida ante ellos –Bolton miró con seriedad a su compañera –. Tú me pediste una coraza de urita nada más conocerme. Con ellos en nuestro sistema, podrás diseñarla tú mismo.
–¿Qué ha pasado con la intrusión de alienígenas en nuestra flota?
–Las naves serán civiles. Su tecnología es valiosa para nosotros.
–Pero esa tecnología ya la poseemos, almirante Morgan –el doctor Hoover salió de la sauna de Craven, desnudo salvo por una toalla en su cintura –. En Virel conseguí copiar la tecnología de nuestros amigos.
–¿Qué está haciendo aquí?
–Poniéndome cómodo. Solo he puesto unos electrodos a los tipos que ha matado. ¿Por qué se ha molestado en traerme? Tengo mucho trabajo en Astila, estamos fabricando nuestro segundo acorazado y me has traído para… para nada.
–Quiero que prepare esta estación para el salto en fase. Vamos a trasladarla a las Gemelas.
–Estará lista en doscientos ciclos.
–Que sean cincuenta. Contrata a más gente o fabrica más androides, lo que salga más barato.
–Como si fuera tan fácil rebajar tiempo de trabajo…
–Reúne toda la información que necesites para instalar uno de los reactores Hoover. Helios debe ser una fortaleza con astillero incorporado.
–Esta base es un caos. Está hecha con un amasijo de asteroides perforados y restos de naufragios estelares.
–Tendrá más plasticidad para ensamblarlo todo. El tiempo cuenta, doctor.
–Morgan, los Saurios no son necesarios en la colonia. –Bolton seguía preocupado por la imposición de su compañera.
–No son necesarios todos. Unas pocas decenas serán suficientes. Serán considerados consejeros en caso de conflicto con los Antiguos. ¿Trato hecho?
–Máximo cincuenta miembros. Estarán bajo la responsabilidad de tu nuevo capitán Saurio. –Se dieron la mano, cerrando el acuerdo entre ellos.
El tecnomante se vistió sin ningún pudor, su neotraje lo envolvió en un instante, recuperando su apariencia habitual. Cambió la radiante iridiscencia de la túnica por un color más apagado y salió a explorar la base Helios. Bolton regresó al Drakenstern mientras Morgan comunicaba su nuevo ascenso a Pílorak. El triceratops se mostró agradecido cuando recibió la noticia, arrodillándose frente a la líder de la manada MORBO.
–Comentaré a Josh que te ayude en la encriptación del Kaliendra, después tendrás que llevar la nave a los astilleros y reconfigurarla para tu uso.
–¿Y tripulación? ¿Tener propia?
–Puedes traer a cincuenta de tu especie. Tendrás que apañarte con humanos para cubrir el resto de plazas. No confíes en la tripulación del Kaliendra, son leales a Craven.
–Yo entender.
La almirante dejó a su nuevo capitán con las tareas mientras regresaba a la Drakenstern. Allí se encontró con un contratiempo. Eran incapaces de fijar las coordenadas de salto para el regreso.
–Vuelve a intentarlo –ordenó Bolton a su oficial informático –. Tiene que haber un error.
–O puede que no. Nuestra baliza está bloqueada. Estamos bajo asedio, almirante Bolton.
–¿Quién? ¿Trisalia? ¿Más piratas?
–Negativo. Hemos llamado la atención de la Autoridad.
