
Estreno navideño








Fiona esperaba a que su amiga Gabriela llegara a su casa. Recorría el salón de izquierda a derecha, asomándose a las ventanas y perseguida por la pequeña Patitas. Cada vez que se paraba frente a la ventana, la perra le lamía los pies descalzos. Ella regañaba a la pequeña teckel, apuntándola con el dedo. La mascota se quedaba inmóvil hasta el siguiente movimiento de Fiona, donde emprendía de nuevo su ataque de cariño.
–¿Todavía estás en pijama? Te dije hace media hora que te vistieras. –Margaret apuntaba en una nota todo lo necesario para aquellos días de vacaciones invernales.
–Estoy esperando a Gabriela para irnos al cine.
–Tu amiga va a llegar a las cuatro. Son las doce de la mañana y tenemos que ir de compras.
–¿Qué vamos a comprar? ¿Regalos? Yo quiero la nueva Ultra-girl de la película.
–No vamos al centro comercial; iremos al mercado. Vamos, vístete ahora mismo.
La niña fue a su habitación, donde se cambió de ropa con toda la rapidez que Patitas le permitía. Pudo ponerse una de sus zapatillas de deporte, la otra fue capturada por las fauces de su mascota. Fiona persiguió a la perra hasta la cocina. Cuando iba a castigarla, la pequeña teckel rindió su cuerpo tumbándose boca arriba. Fiona tuvo que acariciarle la tripa. Fueron los gritos de su madre los que la sacaron de la cocina. Se marcharon al mercado con Patitas en cabeza, bien amarrada por la niña.
Fiona repasó todos los poderes de su heroína favorita, la protagonista de la película más esperada de aquellas navidades. Su madre asentía, más pendiente de la lista de la compra que de las palabras de su hija. Llegaron a casa con un doctorado en el personaje de Ultra-girl. El paso del tiempo para Fiona era agónico. Trató de llenarlo con los cómics de su heroína hasta la hora de comer. Al final, a las cuatro y tres minutos, sonó el timbre de la casa. Gabriela estaba dando saltos cortos, emocionada por el evento.
–¡Ultra-girl! ¡Ultra-girl! –Gabriela era más fanática del personaje, si aquello era posible. Fiona comenzó a realizar saltitos con ella.
Los señores Grison tomaron abrigos y bufandas para todos. Llevaron a las niñas hacia el coche. Patitas iba, de nuevo, en cabeza. Entró en el coche y se situó entre las dos fanáticas, que cantaban la canción principal de la serie animada.
–¿Qué hacemos con el perro? No puede entrar en el cine.
–Yo me quedo fuera –dijo Ian –, no creo que pueda soportar toda la película. –Realizó una rápida mirada hacia atrás, justo cuando las niñas alcanzaban el estribillo de la canción. Margaret sonrió.
–De acuerdo, te librarás de este tormento pero cuida de la perra. Tendrás que recoger sus cacas. Me niego a pagar otra multa.
–No me di cuenta, ni siquiera sabía que ponían multas por dejarte las mierdas de perro en la calle. –Las niñas silenciaron al instante para romper a reír.
–Ha dicho mierda, mamá.
–Sí, la de Patitas. Tu padre no va a entrar a ver la película. Se quedará con la perra en el parking.
–Ya lo sé, lo acabáis de decir. ¿Hay que hacer cola?
–No te preocupes, ya tengo las entradas.
El coche entró en el centro comercial formando parte de una serpiente de coches. Como todos los centros en fechas navideñas, estaba abarrotado de gente. Tuvieron que esperar media hora para entrar en el parking. La frustración de las niñas iba creciendo a cada minuto que pasaban en el asiento trasero. Fue Margaret quien las sacó del coche, antes de que empezara la película. Ian se mantuvo al volante, consiguiendo aparcar media hora más tarde.
Respiró hondo tras apagar el motor. Bajó del asiento del conductor, abrió la puerta de atrás y desenganchó el cinturón del perro. Patitas salió disparada hacia la puerta abierta, corriendo por el parking. Ian fue incapaz de detenerla. Salió detrás del animal, tratando de no perderlo de vista. La cantidad de gente y tráfico, hizo que aquello fuera imposible.
Las niñas esperaban junto a Margaret a que les dieran permiso para entrar en la sala. Fiona y Gabriela entraban triunfales, rebasando la enorme cola de gente. Eran las primeras niñas en llegar a sus asientos. El visionado pasó como la seda para ellas. A Margaret se le escapaban bostezos periódicos aunque Fiona y Gabriela no perdían detalle de la proyección.
Ian continuó buscando a la pequeña teckel por todo el parking. Iba mirando debajo de cada coche. Tras no encontrar rastro de Patitas, fue preguntando a la gran masa de consumidores. La gran mayoría lo ignoraba con desdén. Fue un grupo de niños quien le dijo donde encontrar a su perra. Cuando llegó a la parte trasera del centro comercial, comprobó que aquellos niños le habían tomado el pelo. Llamó tan fuerte y con tanta insistencia que los mismos consumidores le censuraban a su paso. Ian comenzó a sentirse incómodo. Si perdía a la perra, tendría problemas con Margaret y con su propia hija.
El final de la película fue como una buena dosis de cafeína para las niñas. Salieron emocionadas, con ganas de más fantasía heroica. Como en todas las promociones, había productos relacionados con la película que las niñas vieron de inmediato. Fiona comenzó a pedir con insistencia los juguetes de Ultra-girl. Gabriela permanecía en silencio. Margaret sabía que estaba tan ansiosa como su hija. Decidió pasar por la juguetería del centro y conseguir una muñeca de Ultra-girl para cada una. Llamó a Ian para avisar de su retraso, sin embargo su marido no descolgó el teléfono.
El padre de Fiona no podía contestar. Había olvidado su teléfono en el coche. Revisaba por la zona de contenedores, con el rostro preocupado. Era la décima vuelta que había dado al centro comercial, sin encontrar a Patitas por ninguna parte. Temía que alguien hubiera secuestrado a la mascota de su hija. Su paranoia crecía al observar a las familias llegar con aparatosos regalos. Se acercaba a los maleteros de los coches, tratando de escuchar algún aullido de socorro. Muchos de los padres de familia lo observaban, airados. Acababan por ahuyentar a Ian con agresividad. Su transición entre los contenedores y las marcas de haberse arrastrado por el suelo le daban un aspecto poco presentable.
Para Margaret había comenzado otra aventura. Entrar en la juguetería era una odisea. Los cientos de críos, tan excitados como su propia hija, formaban una muralla infranqueable frente a las estanterías. Todos querían el muñeco principal de la película. Tanto Fiona como Gabriela se lanzaron a luchar cuerpo a cuerpo por su pedazo de felicidad. Margaret, a escasos metros de las niñas, trataba de conseguir un puesto en la fila de la caja. Las madres salían y entraban de la cola, agarrando a sus niños, que se escabullían de nuevo ante los colores llamativos de los juguetes. Entre uno de aquellos interminables empujones, por el lado del almacén, vio a un perro similar a Patitas. Arrastraba con la boca una ristra de guirnaldas navideñas y bolsas de plástico. La miró durante un segundo para salir corriendo, almacén adentro. Margaret sacó su teléfono móvil y llamó de nuevo a Ian. De nuevo, el teléfono se quedó sin contestar. Una de las madres golpeó su codo mientras tiraba de su niño, haciendo que el terminal de Margaret cayera al suelo. Lo recuperó con la rapidez que la muchedumbre le permitió. Cuando fue a recuperar su puesto en la cola, la misma señora se negó a ceder el espacio.
–Ha salido de la fila, señora.
–Perdone, me he agachado a recoger el teléfono que usted me ha tirado al suelo.
–A ver si voy a tener yo la culpa de que usted sea un poco manazas.
Antes de que Margaret contestara, Fiona y Gabriela aparecieron frente a ella con los ojos a punto de derramar lágrimas.
–Mamá, no queda ninguna Ultra-girl. Se han acabado.
–No pasa nada, chicas. Volveremos otro día, cuando haya menos gente.
–Pero se han acabado, ya no hay más.
–Seguro que mañana traen muchas Ultra-girl. Tiene que haber para todos los niños. Vamos, iremos a la hamburguesería. Allí te regalan una igual, aunque mucho más pequeña. ¿Queréis una hamburguesa?
Las niñas cambiaron su cara al instante, lo que había sido desolación pasó a ser esperanza. Subieron a la planta alta del centro comercial y esperaron, de nuevo, a que les atendieran.
Ian Grison había regresado al coche. Estaba reuniendo fuerzas para explicar la pérdida de Patitas. La desolación de su mujer y su hija sería insoportable. Había visto las llamadas de su mujer pero no se atrevía a hablar con ella. Justo cuando estaba pensando en salir a dar la última vuelta, su mujer volvía a insistir.
–Estamos en la salida de arriba. Ven a por nosotras.
Contestó afirmativamente, sin atreverse a anunciar las malas noticias. Llevó el coche a la salida del centro comercial. La mayoría de la gente había desaparecido. El parking, horas antes repleto de coches, se mostraba casi desnudo. Detuvo el vehículo frente a ellas, bajó la ventanilla y contó lo sucedido a la familia.
–Ah, lo hace mucho –dijo Fiona –. Cuando la saco a pasear, se escapa. Pero siempre vuelve. ¡Patitas, ven aquí!
Al cabo de unos segundos, escucharon el arrastrar de varios objetos en la lejanía. Aquel sonido fue acercándose a ellos hasta aparecer Patitas con la boca llena de guirnaldas, con tres bolsas de plástico enganchadas a la brillante decoración. Subió de un salto al asiento trasero, acomodándose entre las niñas y arrastrando sus trofeos.
–¿Qué hacemos con los plásticos? –preguntó la niña –¿Los tiramos?
–Déjalos ahí hasta que lleguemos a casa. Luego los tiramos a la basura.
–¡No son plásticos, mamá! ¡Patitas ha traído cuatro Ultra-girl!
–Genial, nuestra perra es una ladrona. Tendremos que devolver lo que ha robado –dijo Ian.
–¡También hay una tablet como la de mi padre! –dijo Gabriela.
–¡Y otro teléfono móvil!
–Vaya, parece que la navidad nos ha recompensado por alguna extraña razón.
–¿Ya no quieres devolver las cosas, Ian? ¿Es por la tablet? Que sepas que yo pienso quedarme con el móvil.
–Pues ya está todo decidido. Nos quedaremos con los regalos que Patitas nos ha hecho.
La familia devolvió a Gabriela a su casa con la caja de la muñeca Ultra-girl bajo el brazo. Había pasado la mejor tarde de su corta vida. Fiona desembalaba el ejemplar para ella. Ian ya estaba pensando en las aplicaciones que instalaría en su nueva tablet, Margaret solo esperaba que el móvil nuevo tuviera una batería más duradera. En cuanto a Patitas, la mascota tenía una guirnalda brillante que destrozaba en el asiento trasero del coche. Los primeros copos de nieve cayeron sobre el parabrisas. Las vacaciones de navidad habían comenzado.
