
Venganza del Abismo








El Constanza llegó a puerto de madrugada, bañado por la luz de la luna. Las gaviotas no se apartaron de su trayectoria, descansaban sobre el agua, ajenas al dañado mercante. Las velas rasgadas y el mástil principal astillado presagiaban malas noticias. En silencio, ante el mar de gaviotas, los diecinueve tripulantes descendieron el bote auxiliar hasta el agua, despertando algunas aves a su alrededor. Todos se apretujaron en la pequeña embarcación y remaron hasta alcanzar el puerto. Una vez en el muelle principal, los hombres fueron hacia la taberna de Johnson con un ojo siempre sobre su hombro derecho. El tabernero tardó en abrir, se había vestido precipitadamente. Su hijo de nueve años lo acompañaba, lleno de curiosidad. Una vez aposentados en las mesas, el tabernero no pudo apresar sus preguntas. La tripulación del Constanza era muy cercana a Johnson. Había sido compañero y tripulante, amigo de todos ellos. Su pequeño hijo observaba con los ojos muy abiertos a los hombres barbudos. Se amontonaban en las cinco mesas del establecimiento, con la única luz de las velas que el pequeño se esmeraba por encender. El tabernero volvió a preguntar.
–No lo quieras saber, Johnson –dijo Alex Oath, el primer oficial del Constanza –. Nos tomarías por un puñado de locos.
–Las nubes se cerraron a nuestro alrededor cuando vimos aquel navío. –dijo Bullock.
–¿Dónde está el capitán Dickinson? –preguntó el orondo posadero. El pequeño llevaba las jarras de ron a toda velocidad, sin apartar los oídos de la historia.
–Muerto. Junto a treinta y dos compañeros.
–¿Cómo fue? ¿Qué pasó?
–Si nos invitas a esta ronda, te lo contaremos todo –dijo Bullock, uno de los artilleros. El tabernero asintió y tanto él como su hijo se acercaron a ellos.
–fue el Venganza del Abismo. ¿Has oído hablar de ese barco?
–Solo delirios; algunos marineros afirman haberlo visto entre las brumas, siempre en poniente. Su mascarón de proa es famoso, una sirena de aspecto cadavérico. Todas las historias coinciden en que, quien se encuentra con aquella nave, cae bajo una fiebre asesina.
–Puede que lo que hayas escuchado sea cierto, amigo Johnson. –Alex Oath pegó un trago largo de ron, su expresión era sombría. Bullock le robó la palabra, aprovechando el descanso para beber.
–Lo hemos visto, apenas nos separaban seiscientas yardas de aquel mascarón de proa. Era como has dicho, Johnson. La efigie de una sirena, con una calavera en lugar de rostro. El capitán Dickinson se volvió loco. ¡Me puso su sable en el cuello! –El artillero mostró un profundo arañazo bajo su mentón poblado de barba.
–Y no fue el único enajenado –continuó Oath –, Maxwell y Tinny Steward arriaron la vela mayor, haciéndonos perder velocidad, todos los que estaban en cubierta comenzaron a actuar de forma extraña. El Venganza del Abismo se acercaba por momentos. Recuerdo el pánico que sentí al ver sus velas negras y blancas echarse sobre nosotros. Nos iba a embestir por babor.
–¿El capitán no reaccionó? El Constanza era su vida.
–No Johnson –continuó Oath –, el razonable Dickinson perdió la compostura. Quería rendir la nave sin presentar batalla. Pude cuestionar sus órdenes tres veces antes de que me amenazara. Decidí asumir yo la responsabilidad del mando, por nuestra propia supervivencia.
–Oath nos dio la orden de abrir fuego. La mayoría se quedó inmóvil, solo cinco cañones dispararon contra el Venganza. Entre ellos el mío. El capitán Dickinson y los demás perdieron la cabeza, comenzaron a atacarnos. Atravesó la garganta de Willy. Me hubiera matado a mí si Oath no hubiera disparado su trabuco.
–Yo fui el único superviviente de cubierta –dijo Burton –, antes de que todos se volvieran locos, escuchamos un silbido. Una especie de canción que llegaba entre la bruma.
–¿Y por qué no te afectó la maldición? –preguntó el pequeño de Johnson.
–Por la misma razón por la que no les afectó al resto de mis compañeros. Estaba dormido. Había caído la noche y el leve balanceo del Constanza me hizo caer en letargo. Cuando desperté, aquella nave nos venía a la zaga, con aquel fulgor extraño.
–¿El barco brillaba? –Johnson se volvió hacia su hijo.
–Bruce, deja de preguntar. Ve a preparar las habitaciones, no despiertes a tu madre.
–Quiero escuchar cómo escaparon del Venganza del Abismo. Por favor…
–Tuvimos que matarlos –dijo Oath. –Nuestra propia tripulación quiso rendir el Constanza. El Venganza del Abismo disparó con sus cañones de proa, tratando de inmovilizarnos. Rasgaron las velas aunque no consiguieron romper el mástil principal.
–Pudimos vencer a nuestros compañeros –añadió Burton –porque teníamos la pólvora en la bodega. Luchaban como si fueran parte de aquel navío.
–Suerte que accedimos al castillo de popa –comentó Bullock –, pudimos avisar al resto de compañeros que seguían con nosotros.
–No tardamos mucho en hacernos con el control del Constanza –continuó Oath –. Tomé el timón y alejé nuestro navío de aquella siniestra nave. Poco a poco fue quedando atrás hasta que lo perdimos de vista. Hemos estado navegando cambiando de rumbo, dando rodeos.
–Hasta quedarnos sin provisiones de agua –dijo Burton.
Johnson se enderezó, echando el trapo sobre su hombro. Aquella historia había helado su sangre. Tomó una actitud más trascendente para disipar el miedo.
–Lo importante es que la pesadilla ha terminado, podéis descansar aquí. Mi mujer os preparará algo de comer cuando despertéis. Vamos chicos, ya estáis en casa. Me debes dos reales de plata, Burton. No se me ha olvidado. Espero que ganéis mucho dinero con el tabaco que traéis y me lo devuelvas todo.
Los marineros sonrieron ante aquel comentario. Burton siguió la chanza con el tabernero, rebajando aquella atmósfera y diluyéndola en lo cotidiano. Al cabo de diez minutos todos cantaban viejas canciones, olvidando el suceso por unos momentos. El pequeño Bruce salió de la taberna para preparar las habitaciones del piso superior. Al terminar, observó desde la ventana al Constanza, anclado en la lejanía. La luna iluminaba la bahía, sacando destellos plateados en la negrura de las aguas. Iba a regresar al salón de la taberna cuando llamó la atención una bruma en la lejanía. El sonido llegó lejano y constante. Un silbido jamás escuchado que atraía su atención. Aquella bruma crecía de tamaño y se acercaba al puerto como la amenaza de un cuchillo por la espalda. Aquella canción se repetía en su cabeza, fijándose en su memoria y poniendo todos sus pelos de punta. El pequeño Bruce irrumpió en la taberna, deteniendo la conversación relajada de los marineros. Sin dar explicaciones, tomó el cuchillo de cocina más cercano, y saltó a la barra con expresión de pánico.
–¡El Venganza del Abismo está aquí! ¡Escuchad!
Todos prestaron atención al cántico espectral del navío. Sin previo aviso, antes de que nadie reaccionara, el pequeño Bruce clavó el cuchillo en el cuello de su padre. Los marineros se levantaron de un salto y comenzaron a aullar enloquecidos. Remataron el cuerpo de Johnson, poseídos de una saña diabólica. Bruce se dirigió hacia la habitación donde descansaba su madre. Se aseguró de que no despertara jamás. Justo entonces, los marineros se dejaron llevar por la orgía de muerte.
El navío espectral había avanzado por la bahía, silencioso. Reclamaba las almas de todos los habitantes. El fulgor de su casco se reforzaba con cada muerte inocente. Los marineros no dejaron a nadie con vida. Al ver finalizada su misión, los diecinueve tripulantes del Constanza se volvieron los unos contra los otros, matándose entre ellos. El pueblo quedó bañado en sangre.
Bruce salió de su escondite cuando hubo pasado la masacre. Se dirigió al muelle principal y tomó un bote de remos. Con dificultad, dirigió la embarcación hacia el Venganza del Abismo. El barco lo esperaba, paciente, para formar parte de él. Su cara estaba contraída en una diabólica sonrisa. Tanto el bote como el niño fueron izados hasta la cubierta. El navío zarpó poco después, desvaneciendo la bruma en la que viajaba y desapareciendo con las almas que había robado.
