Todo es beneficio
Greg llegó sin aliento al último piso del bloque. El ascensor llevaba años estropeado. Aquella vieja construcción estaba poblada de desconchones y grafitis. En el tercero, la segunda puerta estaba acordonada por una cinta policial. Cuando alcanzó la séptima planta, maldijo a Hightower. Pulsó el timbre y esperó. El objetivo de su desprecio surgió al otro lado.
–Gracias por invitarme a tu casa –dijo con cinismo –. Un barrio seguro y acogedor, como ha sido siempre. Abajo hay un precinto policial, no sé si lo has notado.
–Ah, sí. Greta se cargó a su marido hace tres noches. Me partí el culo. Era un gilipollas. –Hightower cerró la puerta, dando la espalda a la cara del sorprendido Greg.
–Joder, negro… Ya no estoy acostumbrado a estas historias.
–No empieces otra vez con el tema. Ya sé que no eres del barrio, que tienes un trabajo decente y que no sobrevives buscando en la basura.
–¿Tú lo haces?
–He pasado por dificultades, negro. Pasa al salón. Tengo algo que te puede interesar.
–Solo quiero algo de hierba para el estrés. Estoy programando doce horas diarias y necesito un respiro. No vuelvas a hacerme volver al barrio, me trae recuerdos. La próxima vez, vienes tú a mi apartamento.
–Voy donde quieras mientras me pagues el taxi, Nudillos.
–¿Cómo me has llamado?
–Nudillos. Greg, el Nudillos. Todavía me acuerdo de aquel puñetazo. Te empeñaste en romper la tabla de madera como Bruce Lee.
–Ahora soy Greg, a secas.
–Para mí eres el Nudillos. Nudillos rotos. Yo te puse la mejor firma en la escayola, ¿recuerdas? Al mejor Bruce Lee del barrio.
–Ya sé cuánto tiempo llevé la puta escayola, quien se rompió la mano fui yo. Si quieres llamarme Nudillos, adelante… Me vendrá bien recordar más razones por las que me marché de aquí.
Greg tomó asiento en el sofá. Aunque aquel piso estaba tan maltratado como el pasillo exterior, el mobiliario era de calidad. Hightower colocó un ordenador portátil en la mesa. Lo encendió y esperó a que saliera la pantalla con contraseña.
–¿Ves? No puedo avanzar más de ahí.
–Hightower, ¿de quién es este ordenador?
–Lo encontré, estaba sin dueño.
–Abandonado en el maletero de un coche, ¿verdad?
–Algo parecido. ¿Puedes hacer eso que rompe la contraseña? –Hightower acompañó la frase con un gesto expansivo de las manos.
–Si me invitas a la hierba, te exprimo hasta el último dato de este trasto.
–Claro, negro. Voy a por la bolsa. Era de cinco, ¿no?
–Me llevo siempre diez gramos, no me jodas.
–Vale, vale, no estaba seguro. Viene más gente por aquí, a parte de aquel que ya-no-es-del-barrio.
Mientras Hightower entraba en otra habitación, Greg sacó un disco externo de su bolsillo. Conectó el dispositivo al portátil y reinició el sistema. Antes de que llegara su anfitrión, había conseguido eliminar la contraseña. Aquel ordenador era de un trabajador de oficina. El cuarenta por ciento contenía información corporativa. Notó la bolsa chocar en su frente y caer sobre el regazo.
–Toma ya, Nudillos. Ahí está tu hierba. Ni la has visto venir. ¿Ya has solucionado lo de la contraseña?
–Ha sido fácil. Tenía la seguridad básica.
–Eres un genio. ¿Cuánto crees que vale?
–Este modelo se vende por mil doscientos dólares. En la calle puedes colocarlo por ochocientos, como mucho y siendo optimista. Lo normal es que te lleves unos quinientos. Sin embargo, la información que tiene este hombre puede valer una pequeña fortuna.
–¿De cuánto dinero estás hablando?
Greg se aproximó al portátil de nuevo. Recabó la información colateral del dispositivo. Al cabo de tres cuartos de hora tenía la identidad del sujeto, el teléfono móvil y la dirección de su apartamento.
–Este tipo se embolsa siete mil quinientos al mes. Le podemos pedir cinco mil pavos sin problema.
–Es más de lo que esperaba. Con tres mil, me conformaría.
–Trato hecho, entonces. Le pedimos cinco de los grandes, te quedas con tres y yo con dos. Todos contentos.
–Pues bien. Supongo que tendrá cosas de ejecutivo que querrá recuperar. Tal vez deberíamos pedir más dinero. El tipo este es rico… ¿Qué dices, Nudillos? ¿Podemos pedirle más dinero al yupi?
–Esto no es bueno, negro. Mira lo que tiene…
Greg había localizado una carpeta oculta. La información que contenía se llevaba casi todo el espacio del disco duro. En un principio parecía porno convencional. Al cabo de unos segundos, se percataron de la anomalía.
–Eso son críos… Apágalo. Es asqueroso hasta para mí. Quítalo ya, Nudillos.
–Qué hijo de puta…
–Lo buscamos y lo matamos.
–Espera… bien mirado, esta mierda sube el precio del rescate.
–Le pediremos un millón de pavos.
–No, negro. Si le pides tanto, llamará a la policía. Nos joderán vivos. Hay que multiplicar por cuatro el precio del rescate. Veinte mil por el portátil, con la información intacta.
–Es mucho menos de un millón. Es un hijo de puta forrado en pasta.
–Olvídate del puto millón, Hightower. El rescate vale veinte mil pavos, si quieres llegar a cobrarlo. Eso es calderilla para esta gente. No va a dejarse joder por más cantidad.
–Veinte mil estará bien aunque quinientos mil suponen una buena multa por toda esa mierda.
–Hace un momento te conformabas con tres de los grandes. Vas a obtener quince, porque yo solo aceptaré cinco. ¿De qué te quejas?
Hightower se quedó pensativo unos segundos. Tomó asiento junto a su amigo y chocó la mano, cerrando el trato.
–De acuerdo. Esa cantidad me apaña durante un tiempo. ¿Cómo vamos a cobrarlo?
–Tenemos su teléfono y su dirección. Lo llamaremos a través de este portátil para que no puedan localizarnos. Tendrás que ponerte una media en la cara y mandar el mensaje. Yo te distorsionaré la voz y ya está… Todo es beneficio.
–Como un atraco pero en internet. Me gusta… Vamos a ensayarlo.
Los dos amigos prepararon aquella escena a base de equivocaciones. Tuvieron que dejar la práctica para consultar el lugar donde hacer el intercambio. Tras fijar una cafetería cercana y tranquila, regresaron a la práctica de extorsión. Para cuando se decidieron a llamar, había llegado la hora del almuerzo. Decidieron pedir comida y dejar la llamada para primera hora de la tarde. Con las fuerzas renovadas y tres ensayos para ganar confianza, comenzaron la operación.
La víctima de la extorsión tardó en contestar. Al quinto intento, el ejecutivo atendió la videollamada. Hightower, con un pasamontañas y gafas de sol, proyectó las exigencias al ejecutivo a través de Skype. Añadió varias amenazas, en caso de que no siguiera las instrucciones. Entre ellas, la de divulgar el contenido de aquel portátil entre sus conocidos. La víctima se plegó a las exigencias como una puerta abatible. Tres horas más tarde, se encontrarían en el Hawaian Café, de Brooklyn. Tras finalizar la llamada, Hightower se mostró exultante. Greg sonreía, mirando a su amigo.
–No te veía tan contento desde que asaltamos el almacén de Jimmy, el carroña.
–Es para estarlo. Llevaba sin ver tanta pasta desde el último palo a la gasolinera. No había ni la mitad.
–Todavía no te emociones. Hay que preparar el encuentro.
–Es cierto. Tengo dos nueve milímetros en mi habitación. Vamos armados hasta los dientes, por si acaso.
–No, negro. ¿En qué estás pensando? ¿Por si acaso, qué?
–Por si va armado él.
–No va a ir armado, se lo hemos dicho. Nada de armas, ni de policía, ni de historias. Nosotros tampoco vamos a llevar esas dos nueve milímetros.
–Ese tío se merece una bala en la cabeza.
–Pero no vamos a ser los que aprieten el gatillo. Mira, si nos para la poli con este portátil, podemos argumentar que vamos a devolverlo a su dueño. Si vamos armados, nos detienen al instante. Confía en mí. Tenemos que hacer esto como hombres civilizados.
–Está bien. Confío en Nudillos, el hombre de mundo.
Calmaron los nervios con la hierba de Greg hasta la hora acordada. El día se desvaneció con las últimas caladas. La luz eléctrica iluminaba las calles cuando salieron al exterior. Montaron en el coche de Greg aunque la cafetería estaba a dos calles de distancia. Aparcaron en la entrada del establecimiento. En Hawaian Café había espectáculos en directo con un servicio de sándwiches y hamburguesas. En aquel momento, el bar estaba tranquilo. Dos camareros y tres mesas ocupadas eran la única compañía. Había alguien más, con actitud expectante. El objetivo estaba en la posición señalada, justo en la entrada, cerca de la barra.
–Solo hay que entrar, hacer el intercambio de forma discreta y desaparecer –dijo Greg mientras estacionaba el coche.
–Es fácil. Como nos dé problemas, saltaré a su cuello.
–Tú guarda la calma, lo más importante es volver intactos.
Greg llevaba el maletín con el portátil, encabezando la marcha. Hightower miraba con descaro hacia los demás coches aparcados. No había nadie en el interior. Traspasaron la entrada del establecimiento, encarando a su víctima directamente. Greg dejó el maletín a los pies del hombre. Estaba entrado en carnes, sudoroso por los nervios. De piel blanca y pelo negro. Vestía un traje arrugado y el nudo de la corbata lo mantenía lejos de la nuez. Entregó un sobre tembloroso y abultado al informático. Cuando fue a darse la vuelta, Greg sintió la mano del ejecutivo en su brazo.
–¿Cómo sabré que no me vais a joder más?
–Tendrás que confiar.
–¿Y si no puedo confiar?
En aquel momento, Hightower perdió los nervios. Tumbó al hombre de un puñetazo. Continuó pateando al hombre cuando cayó al suelo. Greg se apresuró a salir de la cafetería. Agarraba el sobre con fuerza mientras buscaba las llaves del coche. Cuando encaró el vehículo hacia la salida, Hightower abrió la puerta. Tenía los nudillos ensangrentados. Greg lo observó cuando se acomodó a su lado, tomando el sobre y contando el dinero.
–¿Qué coño has hecho, tío? ¿Te lo has cargado?
–No, sigue vivo. Quizá le he partido alguna costilla. La nariz, seguro. Le he dado una migaja de lo que merece.
–Te dejo en casa y me vuelvo a la aburrida vida de oficina. Ya he tenido barrio suficiente.
–Lo que quieras, tengo que arreglar algunos asuntos. Me quedaré en el siguiente semáforo.
Hightower dejó caer los cinco mil dólares entre las piernas de su amigo. Bajó del coche y se perdió entre la gente. Greg recogió el dinero antes de que el semáforo cambiara. Puso dirección al oeste y dejó atrás aquellas calles de una vez. No consiguió respirar con alivio hasta abrir la puerta de su vivienda. La zona de confort mitigó su ansiedad. Fumó para calmar los nervios. Había salido todo bien. El temor se desvanecía.
Al cabo de una hora, sus pensamientos rondaban sobre el proyecto que debía presentar. Hizo un repaso rápido, asegurándose de que no había omitido ningún paso. Se marchó a la cama con la única preocupación del trabajo en la cabeza. Al despertar, el mundo había regresado a su curso ordinario.
Entregó el proyecto a su jefe a las diez de la mañana. Fue tan aplaudido que le recomendó en dirección general. El presidente de la empresa quiso conocerle en persona. En cuanto vio la nariz rota de aquel hombre, el estómago le dio un vuelco. Aquel hombre era el mismo al que habían extorsionado. La expresión fría y seria de su mirada delataba que había sido reconocido.
–Espero que su compromiso con la empresa sea tan bueno como el trabajo que desempeña.
–Así será, señor. Seré tan bueno como discreto. Una auténtica tumba. Confío en que llegaré lejos gracias a estas cualidades. Le agradezco la oportunidad de trabajar para usted.
–Hay gente que se cree más lista de lo que realmente son. Espero que no cometa ese error.
El presidente sonrió. Mientras tuviera aquella rata entre sus zarpas, su secreto estaría a salvo. Ascendería a aquel tipo, le daría un puesto tan bueno que sería incapaz de rechazarlo. Después, convertiría su existencia en un infierno.