Elige tu camino
Adolfo, o Fito, como era conocido, avanzaba trotando por el camino de montaña. Aquella senda llevaba antes al hotel, la había recorrido días atrás con los chicos de senderismo. Estaba a ocho kilómetros de su destino. Si continuaba a aquel ritmo, podría tardar una media hora.
Eustaquio, o Taquio, como era conocido, pedaleaba lleno de energía. Le quedaba un rato hasta el hotel y quería arreglarse para su encuentro. Tomaría la cena con Patricia. Luego se acostarían. Tal vez antes. Tal vez cenaran en la cama y follaran al mismo tiempo. Aquello lo motivó y cambió a una marcha más dura. No era consciente de que Adolfo, o Fito, como lo había conocido momentos antes, lo estaba siguiendo.
Fito veía el camino con dificultad. Resbaló en tres ocasiones y aminoró la marcha por miedo a caer precipicio abajo. Su trote se había convertido en un andar pesado. Patricia había sido clara durante el encuentro. Si llegaba antes que Taquio, se acostaría con ella. Apretó la marcha por dos razones. La luz caía precipitadamente y la lujuria crecía dentro de él. La senda era menos nítida y el hielo apenas se diferenciaba sobre el camino. Iba chocando con todas las ramas hasta que decidió reducir su trote pesado a un andar precavido.
Taquio no llevaba luz en la bicicleta así que forzaba la vista, siguiendo la raya blanca del carril y concentrado en avanzar. Sus pensamientos vagaban por la imagen de Patricia. Se conocieron el día anterior, en el hotel, mientras desayunaban. Compartieron mesa, todas estaban ocupadas. Aquellos hoteles de montaña eran pequeños, casi minimalistas. El comedor era también bar y recepción. Había diez mesas para todos los clientes, la interacción social era inevitable. Tanto Eustaquio como Patricia descubrieron que tenían muchas cosas en común. El tenía buenos ingresos y ella sabía cómo gastarlos. Después de desayunar, Taquio acompañó a Patricia hasta su habitación. Allí le practicó la mejor felación de su vida.
Coincidieron al medio día, el restaurante de las pistas de esquí. Estaba Fito, Adela y Luis. Adela y Luis eran amigos de todos pero no se quedaron. Su hijo se había puesto enfermo y regresaban a la ciudad. Taquio, Fito y Patricia tuvieron que comer juntos. Quería aprovechar las pocas horas de sol que quedaban esquiando y se despidió de Patricia y de Fito. Antes de marcharse, Patricia le deslizó discretamente la tarjeta de su habitación. Taquio apretó el pedaleo acordándose del suave tacto con su mano.
Adolfo ya veía las luces del hotel. Invirtió todo su esfuerzo en acelerar el paso. Estaba sudoroso y lleno de arañazos. Esprintó cuando el camino se hizo más amplio. El pequeño jardín del hotel surgió ante él. Su cabeza trazaba una estela de vaho que se diluía al instante. Poco después llegaba a la entrada, resoplando por el esfuerzo.
Taquio ya veía las luces del hotel. Tomó la última curva que daba acceso al pequeño parking cuando la rueda de su bicicleta patinó en el asfalto. Taquio dio con su cuerpo contra el suelo. La bicicleta de montaña resbaló por el asfalto y quedó tirada en la cuneta opuesta. Taquio se levantó cojeando aunque sin daños serios. Recuperó la bicicleta sorteando dos coches que pasaban a escasa velocidad. La cubierta se había salido de la rueda y la llanta estaba levemente torcida. Podía arreglarlo pero no allí mismo. Resignado, fue caminando los metros que le quedaban hasta llegar al hotel.
Adolfo no lo podía creer, desde la puerta vio acercarse por la cuesta del parking a Taquio. Iba desmontado, con la bicicleta agarrada por el manillar. Había conseguido llegar antes que él. No esperó a que bajara el ascensor, fue a la habitación trescientos trece por las escaleras. Patricia abrió la puerta vestida únicamente con una camiseta. En cuanto vio a Fito le preguntó por las rozaduras de su cara. Fito le explicó su carrera campo a través y, antes de que terminara, Patricia ya había unido sus labios con los de Fito. Tuvieron un breve pero intenso encuentro sexual. Ella comentaba lo maravilloso que había sido cuando comprobó que Fito estaba roncando. Se había dormido involuntariamente. La jornada de senderismo, el esquí y la carrera hacia el hotel lo dejaron extenuado. Al cabo de media hora, llamaron a la puerta. Eran golpes llenos de energía, Fito despertó sobresaltado. Pudo escuchar la voz de Taquio cuando Patricia lo invitaba a volver más tarde. Taquio aceptaba la propuesta, con optimismo. Adolfo preguntó quién había llamado aunque ya sabía la respuesta. Ella lo miró, condescendiente. Le dijo que se marchara. Adolfo la miró con pesar pero ella no se apiadó. Fito se vistió deprisa. Desapareció de la habitación como un mal recuerdo. Patricia no tardó en darse una ducha rápida, sin mojarse el pelo, y ponerse un albornoz del hotel. Taquio apareció de nuevo, con una botella de vino y un clavel rojo. Se lo colocó en la oreja a Patricia antes de besarla. Ella lo atrajo al interior de la habitación y lo empujó sobre la cama desecha. Se abrió el albornoz y Taquio se abandonó a ella.
Adolfo supo de ambos un año más tarde. Eustaquio y Patricia le enviaron una invitación para su boda. Adolfo marcó en el calendario de su cocina la fecha del enlace. Más tarde confirmaría su asistencia, sin acompañante. Sería memorable.