Equilátero
Antonio Segura presentó su currículum vitae en la entrada del imponente edificio Kaiser. Estaba plastificado y presentado con total corrección; la secretaria no le prestó demasiada atención, accionó el comunicador y anunció al candidato. El puesto al que optaba era el de Jefe de Exportación. Con sus treinta y nueve años creía estar en condiciones para ocupar el puesto. La puerta de uno de los ascensores se abrió y salió un hombre veterano. Su aspecto era el de un cuervo impecable. La cabeza parecía despoblarse (o repoblarse, tal vez) de cabello, convenientemente teñido. Extendía su mano para recibir al candidato Antonio con una mirada codiciosa. Un fuerte perfume llegó hasta él a la vez que devolvía el saludo.
–Magnífico, ha llegado usted a tiempo. Esperaba su llegada. –Estrecharon las manos durante un tiempo mayor de lo esperado hasta que su anfitrión se presentó.- Soy Lucca Torino. Por favor, don Antonio. Sígame usted por aquí. Le enseñaré el edificio.
–Veo que tiene prisa por verme comenzar. ¿Es usted de Italia?
–Mi familia lo es. Yo también, nací en Palermo, aunque nos mudamos aquí cuando tenía quince años. Han pasado más de treinta años desde entonces… El mundo ha cambiado mucho.
–¿Hay muchos candidatos?
–Directo al grano, ¿eh? Me gusta. Hemos desechado a tres personas en total. El puesto es suyo si lo quiere. Es difícil encontrar a gente para esta labor, lo sabe ¿verdad?
–Lo sé. Por eso he venido. Creo que soy lo que buscan.
–Estupendo. Nos gusta la gente motivada. ¿Fuma usted, don Antonio?
–No, nunca.
–Yo he intentado dejarlo durante años. No le indicaré entonces cuáles son las áreas para fumadores. –Lucca se llevó la mano al bolsillo interior de su espléndido traje, asegurándose que su cajetilla seguía guardada ahí. Se compuso con rapidez. –Aquí le damos el nombre de Equiláteros a aquellos que trabajan en el puesto que va a ocupar. Lo hacemos porque tienen que ser equilibrados en los siguientes puntos: control, persuasión y emoción. Sígame, por favor.
–¿Control, persuasión y emoción? –Los dos avanzaron hacia uno de los cinco ascensores que había en el amplio hall de entrada. Los colores suaves y la armonía de la decoración hacían de los ascensores elementos casi imperceptibles. Lucca Torino respondió.
–Exacto, don Antonio. El control lo va a necesitar para ejercerlo sobre su grupo de colaboradores. Todos van a intentar imponer sus propios criterios a la hora de tomar una decisión. Ha de saber que usted tiene siempre la última palabra y la primera responsabilidad de la decisión que haya tomado. El control de su trabajo es indispensable.
–Entiendo…
–Este ascensor es solamente para ejecutivos como nosotros. El resto de trabajadores usa los cuatro restantes. No trate de subir en otro ascensor, llegará tarde a su puesto de trabajo. Empezaré por enseñarle su despacho…
Lucca pulsó el botón veintiocho de la ristra de números que reflejaba el panel luminoso numerado. Era el antepenúltimo. El ascensor ascendió con suavidad mientras Lucca seguía comentando el segundo de los tres puntos.
–Persuasión. Es la segunda clave en su puesto. Debe ser persuasivo para tratar tanto con sus colaboradores como con nuestros clientes. Si usted impone sus decisiones, esos malditos hijos de puta harán que su carrera caiga en picado. Debe tratar de coordinarlos haciendo creer que sus ideas son las que prevalecen, sin que prevalezcan del todo. ¿Ha entendido lo que quiero decirle? Hay que saber ser condescendiente sin que interfiera en la decisión que haya decidido tomar.
–Tengo una ligera idea de cómo hacerlo. Tendré que conocer a los colaboradores en cuestión.
–Son diez. –Las puertas del ascensor se abrieron con suavidad y Lucca salió a una amplia oficina delimitada por paneles que indicaban los pasillos a recorrer. La actividad era continua, unas cincuenta personas manipulaban los ordenadores con velocidad, ocupados en tareas totalmente ajenas para Antonio. –Tiene las fichas de todos ellos sobre la mesa de su nuevo despacho despacho, es aquel del fondo.
Antonio caminó con porte decidido sin sobrepasar a Lucca en ningún momento. Todos los empleados lo saludaban con simpatía al pasar junto a ellos. Lucca abrió la puerta del despacho, era muy amplio, con un gran ventanal que daba al resto de la oficina, donde podía ver a los demás empleados trabajar. Disponía de una cortina que accionaba automáticamente apretando los botones de un mando a distancia. Lucca le explicaba cómo hacerlo mientras cubría la visión del resto de la oficina. Una mezcla de feng shui y arte moderno componían la decoración del interior. No faltaba el mueble-bar, cuatro butacas bien situadas y un diván, todo ello situado alrededor de una mesa de cristal con la representación del ying y el yang, con un tono ahumado. El escritorio era amplio y el ordenador estaba recién desembalado. Por la puerta, poco después de que se cerraran las cortinas, apareció una chica joven de tez morena y ojos negros que saludó llena de confianza en sí misma.
–Silvia, te presento a don Antonio Segura. Va a estar a cargo a partir de hoy. Don Antonio, ella es Silvia, su nueva secretaria. –Se estrecharon las manos en un saludo cordialmente frío.
–Traiga el contrato del señor Segura, por favor. Esperaremos aquí.
–Está terminando de redactarse, señor Coordinador General. Lo traeré enseguida.
Lucca fue directamente al mueble-bar en cuanto Silvia dejó el despacho. Dispuso dos vasos con hielo y sirvió de una botella de cristal de color pardo.
–No le preguntaré si quiere whisky. Tan solo coja el vaso, no me gusta beber solo. Es de alcohólicos.
–Beberé con usted. He desayunado fuerte.
–Estupendo, yo tengo el estómago vacío. –Lucca bebió un enorme trago.
–Hábleme sobre el tercer punto.
–Cierto, el tercer punto. Es la emoción. No le voy a mentir, Antonio, este trabajo es emocionalmente estresante. El nivel de exigencia que tiene la empresa es excepcional. Hay gente que puede aguantarlo y hay otra gente que no. Los que no pueden aguantarlo, deben irse. Hay gente que está muy enganchada a la cocaína u otras sustancias. No es nuestro problema. Nuestro problema es que esa persona deje de ser productiva. Si hay una pieza defectuosa, debe cambiarse antes de que se rompa todo el engranaje. En su puesto deberá contratar y despedir a mucha gente.
–Me he visto en situaciones similares. No hay ningún problema.
–También deberá controlar sus emociones cuando esté negociando. Los japoneses, por ejemplo, ponen continuamente a prueba a su interlocutor. Deberá adaptarse.
–Lo tendré en cuenta, señor Coordinador General. Agradezco la confianza que está depositando en mí.
En aquel momento abrió la puerta del despacho un hombre desastrosamente arreglado. Arrastraba la chaqueta por el suelo. Al verlos, se mostró sorprendido.
–¿Qué está haciendo usted aquí, don Gabriel?
–He venido… Estoy trabajando.
–¿Ve, don Antonio? A esto me refería. Este hombre es su predecesor, don Gabriel Medina. Lleva cerca de un año presentándose al trabajo solamente para pasar la resaca. Tarde, por supuesto.
–Pero… Nadie me ha notificado el despido…
–Se lo estoy notificando ahora, señor Medina. Está usted despedido.
Silvia pasó en ese mismo instante con la misma confianza que antes. Entregó una carpeta a Lucca y este examinó inmediatamente el contenido. A continuación, abandonó el despacho cerrando la puerta tras de sí.
–Estupendo. Veamos… Este es el contrato que debe firmar usted, don Antonio. Este otro documento es para usted, don Gabriel. Firmen aquí y aquí.
–No voy a firmar nada hasta que vea a mi abogado.
–Escuche, no está en comisaría. Está en un edificio privado donde le estoy echando de su puesto de trabajo por incumplir su contrato. Puede hacerlo por las buenas, firmando, con su dinero de indemnización o por las malas, sin firmar y sin un solo euro. No abuse de la generosidad de esta empresa. –Gabriel dudó unos intantes pero acabó firmando dócilmente los documentos que le ofrecía Lucca. –Bien, ahora salga de este edificio inmediatamente. Le haremos llegar sus cosas a la dirección que tenemos.
El hombre salió tal y como había entrado, arrastrando la chaqueta torpemente y llegando hasta el ascensor de ejecutivos, donde se perdió de vista para siempre.
–Disculpe este episodio tan lamentable. Ese hombre era un poco problemático. Espero que lo entienda.
–Lo entiendo. No ha sido desagradable en absoluto. Se ha comportado con total corrección. Yo creo que hubiera sido algo más duro que usted.
–Gracias, permítame presentarle en público. Voy a anunciar a todos que usted está al mando a partir de ahora.
Los dos salieron del despacho, Lucca sostenía a Antonio por el hombro con su mano derecha. Con sonora voz, anunció a Antonio Segura como el nuevo Jefe de Exportación de la empresa. El nuevo Equilátero. Todos aclamaron en masa. Los dos pasaron de nuevo al despacho. La actividad de la oficina volvió con escrupulosa exactitud.
-Ahora lo dejo ponerse al día. Me voy a fumar a la terraza de arriba. Es un lugar que puede que no conozca en su vida pero para mí es mi segundo hogar.
–Lo entiendo, gracias Lucca. Disculpe… Señor Coordinador General.
–Oh, Lucca está bien, don Antonio. –Los dos se dieron la mano.
–Le ruego que me trate con la misma familiaridad.
El Coordinador General abandonó el despacho, con una sonrisa de satisfacción. En cuanto Lucca tomó el ascensor, cientos de contratos cayeron sobre el escritorio de Antonio. Al momento, se presentaron sus colaboradores, dándose a conocer los diez en milisegundos e imponiendo cada uno sus propias ideas sobre asuntos que Antonio desconocía por el momento. Debía, además, organizar el plan de ventas para el mes siguiente. Como guinda adicional, debía viajar a Japón en dos días para presentarse a la sucursal. Antonio no pudo evitar una sonrisa. Estaba disfrutando del puesto desde el primer segundo. Al cabo de unos quince minutos, Silvia volvió al despacho con gesto compungido.
–Ha muerto el Coordinador General.
–¿Cómo?
–Lo han encontrado en la acera. Al parecer…
–¿Se ha suicidado?
–No… Han visto como Gabriel Medina lo empujaba… han caído los dos…
Antonio permaneció unos minutos callado, valorando la situación. Silvia contenía las lágrimas. Parecía que se iba a desmoronar en cualquier momento. Antonio le devolvió una mirada llena de dureza y, por fin, contestó.
–Ocúpese de todo, Silvia. Yo tengo que ponerme al día con estos informes.