Nada de lo esperado
Hacía quince años que el señor Camus no manejaba un rifle de francotirador. La noche lo cubría desde hacía tres horas. En aquella postura estática, tumbado sobre el tejado, recordó por qué había dejado de matar con el rifle. Forzaba su vista continuamente y aguantaba con estoicismo los calambres que le provocaba aquella postura. Se sentía demasiado viejo. El sudor le invadía el cuerpo debido al esfuerzo por mantenerse quieto. No había otra forma de matar a Fratelli. Había estudiado el disparo a corta distancia, demasiado arriesgado. Sus guardaespaldas lo escoltaban allí donde fuera. Los explosivos eran efectivos pero llamaban mucho la atención. La única forma de cazar al jefe de la mafia era en su propio domicilio. Tenía el mejor sistema de vigilancia, además de numerosos soldados vigilando las inmediaciones. La forma de liquidarlo era desde el edificio delante de su vivienda. Desde allí tenía una vista perfecta al dormitorio del mafioso. Estaba a más de un kilómetro de distancia, exactamente a doscientos ochenta y tres metros por encima del millar. Una distancia elevada para el Dragunov SVD con el que estaba apuntando. La mirilla infrarroja le daba una visión excelente pero se le nublaba la vista. Maldijo el plan que había preparado. Era demasiado viejo para aquel cometido y Harry estaba demasiado verde para realizarlo en su lugar. Retiró por veinteava vez el sudor de su frente cuando observó un movimiento dentro de la habitación. Las luces se encendieron. Marco Fratelli había entrado con dos mujeres como compañía. El señor Camus ajustó el visor, calibró la distancia y se dispuso a centrar el blanco. Era esencial matarlo de un solo disparo y resultaba difícil. El señor Camus odiaba matar a mujeres. Evitaría disparar si había riesgo de herir a alguna de ellas aunque el tiempo corría en su contra. Sentía el cuerpo agarrotado y varios de sus músculos temblaban a causa de la tensión. Había que resolver aquel asunto cuanto antes. Tuvo a Marco Fratelli brevemente a tiro y decidió apretar el gatillo. El mafioso fue desviado de la trayectoria por el tirón de una de sus acompañantes. La bala pasó de glúteo izquierdo a glúteo derecho, terminando por incrustarse en la pared. El objetivo cayó al suelo, estaba fuera de su visión. El señor Camus blasfemó en silencio mientras desmontaba rápidamente el Dragunov SVD. El dolor se había generalizado. Al ponerse en pie, se mareó y tuvo que hacer el recorrido de escape en más tiempo del requerido. El joven Harry esperaba dando botes sobre el asiento del conductor. Escuchaba una sirena y el señor Camus no daba señales de existencia. Lo vio bajar por la escalera de emergencia con bastante dificultad. Al subir al coche, el señor Camus estaba fatigado. Harry ofreció una botella de agua al anciano, que se quitaba el pasamontañas respirando con fuerza. El agua cayó a borbotones sobre su corta barba, empapando su ropa oscura.
–Vámonos y prepárate para lo peor.
–¿Le has dado? –Harry aceleraba callejón arriba hasta dar a la calle principal.
–Sí. Está herido. –El señor Camus hizo una pausa para recobrar el aliento. –Lamentablemente, no está muerto.
–¿Dónde le has dado?
–En el culo. Ha salido de la peor forma posible. –Un chevrolet negro rugía a lo lejos hacia su posición. Harry no tardó en tener el morro rozando contra el parachoques.
–Tratan de pararnos. No dejes que nos rebasen, Harry. Acelera. No te dejes llevar por el pánico.
–Tengo que ver a mi mujer.
–¿La muerte te pone melancólico?
–Michelle nos está esperando en la camioneta. Iba a llevarme a casa. ¿Por qué no les disparas?
–Bueno, estoy tratando de controlar la arritmia que vengo sintiendo desde que entré en el coche. No soy de mucha ayuda en este momento. –La cara de Harry palideció. Pisó el acelerador un poco más y recorrió la calle apurando los bordillos de las aceras. El tráfico era inexistente, hubiera estrellado el vehículo varias veces de encontrarse en hora punta. Tan solo había ganado unos pocos metros de ventaja cuando el teléfono de Harry sonó. El señor Camus lo Tomó del bolsillo del joven y contestó.
–Michelle, encanto, Harry no puede atenderte en este momento. –El señor Camus tosió con energía.
–Llamo para decirle que voy con retraso. ¿Es usted, señor Camus?
— Así es. ¿Todavía está conduciendo, Michelle?
–Sí, ¿pasa algo? ¿Estáis bien?
–Oh, nada importante. Sólo tengo una pequeña arritmia. Creo que me encuentro mejor. ¿Por qué calle estás pasando?
–Estoy en la avenida Milwaukee.
–Perfecto, toma la salida a Keshington square, luego sigue por Midway recto hacia la calle cincuenta y dos. Nos encontraremos.
–De acuerdo, voy hacia allá.
–¿Qué estás haciendo? –Harry tenía los ojos abiertos como una lechuza.
–Estoy creando una oportunidad de escape. Confía en mí.
–Pero, Michelle…
–Estará bien.
La camioneta de Michelle bajaba a la velocidad permitida por la calle Midway cuando Harry tomaba la curva, rápido como el sonido, seguido del chevrolet negro a corta distancia. Controló el vehículo a la perfección y lo dirigió calle arriba. En el inicio de la calle, la camioneta avanzaba por su carril.
–Michelle, encanto, necesito que infrinjas algunas normas de circulación y dirijas la camioneta contra el chevrolet.
–Pero…
–No te pasará nada. Tienes que chocar contra él en la parte de la rueda derecha trasera.
–¿Lo dice en serio?
–No hay tiempo, Michelle. Es una cuestión de vida o muerte. Si ese coche nos para, tanto Harry como yo estamos muertos.
Al otro extremo de la línea telefónica se escuchaba la respiración agitada de Michelle.
–¿Es… cierto, Harry?
–Es cierto, cielo.
Michelle cedió al impulso de actuar. Reconoció el peligro e hizo exactamente lo que el señor Camus había dicho. El choque fue leve, ella apenas lo notó. Saltaron algunas chispas con el roce. Había abollado el alerón lateral de la camioneta. El chevrolet, sin embargo, subía la calle a enorme velocidad. El golpe lo desplazó hasta chocar contra el bordillo de la acera. Aquello provocó que el vehículo perdiera el control, dando varios tropos antes de elevarse y quedar volcado en el carril contrario. El chirrido contra el asfalto resultaba estremecedor hasta que cesó de una vez. Michelle se cubría los oídos cuando se percató de que el señor Camus seguía al teléfono.
–Para el coche Harry. Michelle, ¿estás bien?
–Un poco aturdida… La camioneta está bien.
–Vete a casa. Nos has salvado la vida. Gracias, Michelle. –El señor Camus apagó el teléfono y volvió a meterlo en la chaqueta de Harry. Se quitó la mochila con dificultad y sacó el rifle desmontado.
–Baja la ventanilla. –Dijo a Harry mientras montaba el cañón del arma y le añadía el silenciador. –Será un momento.
El señor Camus apretó el gatillo hasta cinco veces, la última para alcanzar el depósito de gasolina del chevrolet. Harry apretó el acelerador en cuanto el señor Camus hizo explotar el coche, llevando el vehículo lejos del centro a uno de los puntos seguros del anciano.
–Amigo Harry, hoy no ha pasado nada de lo esperado.
–Me he cagado en los pantalones.
–Estaría bien reclutar a alguien más. ¿Tu mujer siente interés por trabajar con nosotros?
–Algo me ha comentado.
–Estupendo. Es difícil mantener la mente fría como lo ha hecho ella.
–Genial…
–No te entusiasma la idea, lo comprendo.
–Es solo que… No quiero vivir preocupado por lo que le pase.
–No te daré motivos para hacerlo. Os enseñaré bien a los dos. Ahora, conduce rápido. He de tomar mi medicación.
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