Bautismo de fuego
A Jorge le pareció un buen momento para que Ernesto Valverde se estrenara con una misión de escasa dificultad. El joven había demostrado un interés creciente en el espiritismo y la reencarnación, así que decidió ponerlo a prueba. En el peor de los casos, acabaría poseído y Ventura tendría que intervenir en su exorcismo. El único inconveniente que el prelado encontraba en aquella misión era que la mitad de su equipo estaría incapacitado. La mejor telépata de la Hermandad Roja desdeñaba aquella clase de misiones. Raquel justificaba esta animadversión hacia la esfera astral argumentando siempre los postulados de Gonzalo Alvedo. El catedrático de la esfera mental negaba la existencia del plano astral. Según las investigaciones del reputado académico, el astral se componía de pensamientos impregnados de emoción que se desechaban desde la esfera mental, formando otra realidad subjetiva más limitada, llena de toxicidad debido a la naturaleza de las emociones que allí iban a parar. La ira, la rabia, el miedo, el odio… Toda emoción negativa encontraba su lugar en las profundidades del astral. Raquel había sido la primera alumna de Gonzalo Alvedo y defendía sus tesis con convicción ciega. Estaba determinada a proseguir con los estudios de su difunto maestro. Para aquella corriente de pensamiento, usar la esfera astral significaba manipular un poder intoxicado y se mantenían escrupulosamente alejados de las prácticas asociadas a este poder. Raquel se mostraba vehemente en sus explicaciones. El caso de Fernando era distinto, él sentía pánico por los espíritus. Las fuertes supersticiones de su pueblo natal lo habían condicionado en ese aspecto desde niño. A su avanzada edad era imposible cambiar aquellas creencias. A pesar de todo, el prelado Ventura contó con ellos como refuerzo para labores de control y contención. Raquel y Fernando esperarían en el coche hasta que Valverde y Ventura terminaran con el problema.
Llegaron los cuatro a última hora de la tarde, había anochecido. La víctima, de dieciséis años, mostraba señales de poder desenfrenado, según los aturdidos padres. Cuando llegaron a la planta de la vivienda, los encontraron en el pasillo. Otros cinco vecinos habían acudido en auxilio de ambos. Tras cubrir el último tramo de escaleras, Ventura y Valverde escucharon un sonoro estruendo procedente del interior de la casa. Los padres gritaron de pánico. Una de las vecinas musitó oraciones a la diosa Cibeles. Valverde quedó sobrecogido ante el efecto de aquellas palabras en el plano sutil. Había aprendido a ver el campo áurico hacía poco tiempo y comprobó como el poder de las oraciones se arremolinaba alrededor de aquella anciana, formando un escudo invisible alrededor de ella. Ventura se centró en los padres de la víctima. Temblaban de terror y ninguno de los dos era capaz de articular una frase coherente.
–Raquel, estamos en el tercer piso. Tenemos un episodio shock traumático.
–Os veo a través de tu micro cámara, Jorge. Estoy modulando el nivel de ansiedad en ambos. –Las miradas del matrimonio fueron suavizándose hasta que las vivas llamas del pánico se atenuaron. Entonces comenzaron a contar lo que había ocurrido de forma precipitada. Valverde había leído casos parecidos al que describían los padres de Alberto, el nombre del afectado. Se trataba del típico caso de adolescente inseguro que persigue el poder por su cuenta. Se había interesado de forma obsesiva por el ocultismo sin la supervisión de un experto y se había encontrado con un poder incapaz de gestionar que había estallado en su domicilio hacía escasas horas. Ventura solicitó las llaves de la vivienda y dirigió al grupo de vecinos, cada vez más numeroso, escaleras abajo.
–Cábala dos, necesito que pongas en práctica medidas de contención.
–Ya veo, me ocuparé de ellos de uno en uno, no doy para más. Le pediré a Fernando que me ayude. –El hombre maduro estaba marcando su terminal para solicitar una ambulancia.
–Y te lo querías perder, ¿verdad, Raquel?
–Espero ganarme la paga. Fernando; organiza una cola con los vecinos hasta que lleguen los paramédicos. Voy a lavar esos pensamientos… Cambio y corto, Cábala uno.
–Entremos, Ernesto. Sigue mis pasos y no tomes la iniciativa en nada hasta que yo actúe. En ese caso, haz exactamente lo mismo. –Accionó un interruptor cercano, la luz estaba cortada. –Mierda… ¿Has terminado de leer El libro de Gabriel?
–Ayer finalicé el último capítulo. ¿Vas a usarlo? –Cerraron la puerta tras de sí. No quedaban vecinos en la escalera, todos se habían salido del edificio. Raquel hablaba con ellos individualmente mientras Fernando entretenía al resto.
–En el capítulo cuarenta se habla sobre el círculo de protección básico. Después usaremos el texto del capítulo once, es una letanía que nos ayudará con el exorcismo.
–Acabo de ver una variante de ese círculo en una señora. En cuanto al texto del capítulo once, has sido insistente en que me lo supiera de memoria, puedes estar tranquilo. –Ventura sonrió, satisfecho.
– ¿Sabes a lo que nos enfrentamos? Una entidad de tipo tres, con capacidad de poseer cuerpos vivos.
–He leído algo al respecto en los libros de ocultismo. –Valverde se concentró en formar una esfera de protección alrededor de él, tal y como se describía en el citado libro de Gabriel. Notó como la atmósfera alrededor de Ventura también se condensaba. Sintió un remordimiento al ver la efectividad y solidez de la esfera protectora del prelado. En comparación, la suya era más tenue y pálida frente al sólido y brillante escudo de su superior.
Un súbito estruendo retumbó en los oídos de ambos. Una nube de polvo y escombros se precipitó hacia ellos. El tabique que separaba el pasillo por el que avanzaban del salón principal, había desaparecido. Los dos se cubrieron la cabeza y acabaron teñidos de gris pálido. La luz naranja de la calle hizo algo más visible el interior de la vivienda una vez se posó la nube de escombros. Un amplio ventanal dejaba pasar la luz al salón de la vivienda pese al centímetro de polvo que se había impregnado en los cristales. Buscaron con todos sus sentidos el origen de la amenaza.
– ¡En el techo! –Señaló Ventura con rapidez. Valverde todavía limpiaba sus gafas cuando el prelado comenzó la letanía en íbero antiguo. Ernesto lo acompañó en el cántico átono y pudieron notar la reacción de la figura. Había avanzado por el techo hacia ellos con las extremidades extrañamente retorcidas. Rezumaba oscuridad aunque podían percibir la cara angustiada de Alberto entre las tinieblas con una mirada amenazante. Valverde evitó el contacto visual, concentrándose en los fonemas; aquel ser hacía que su lengua se paralizase.
El esfuerzo de ambos impidió el avance de la entidad y no tardó en retorcerse de dolor. Un instante después, el cuerpo del adolescente se precipitó hacia el suelo. Ventura reaccionó en aquel momento. Usó el poder concentrado de su escudo y transmutó los escombros en cuatro mullidos cojines que amortiguaron el impacto.
–Sácalo de aquí. –El prelado no quitaba la mirada a la masa oscura que todavía se arremolinaba cerca de ellos. Elevó su voz y comenzó el ritual desde el principio. No se trataba de un tipo tres. Ventura no encontraba clasificación para aquello. Una entidad como la que esperaba se habría desvanecido ante el poder que proyectaba a través de las oraciones antiguas.
Valverde tiró de los brazos del chico, deslizando cuerpo y cojines hasta la escalera. Allí incorporó al adolescente y lo bajó con dificultad; balbuceaba desorientado. Echó en falta el ascensor en aquel edificio, tardó una eternidad en bajar al chico y Ventura lo necesitaba. Un resplandor iluminó repentinamente la escalera cuando llegó al primer piso. Al momento se sucedió otro más.
–Está todo controlado, al menos por el momento. Necesito a alguien que me ayude con el golpe de gracia, Valverde. –Ventura invocaba bolas de energía que lanzaba a la entidad. Causaban enormes socavones que menguaban la oscuridad en el techo de la vivienda. Con el último lanzamiento, la masa oscura desapareció de aquel lugar. Jorge se atrevió a avanzar un poco más. Estuvo atento unos segundos hasta convencerse de haber destruido a aquella entidad. Fue un grave error, el ser etéreo se encontraba bajo sus pies. Exclamando una maldición y trató de apartarse de aquel lugar. Sus piernas no se movieron, había reaccionado tarde. Ventura proyectó toda la energía que le quedaba sobre la oscura mancha, trepaba hasta llegar a sus rodillas. Lo había atrapado.
– ¡Hermano comprometido! –Gritaba por el comunicador. – ¡Necesito refuerzos!
Valverde terminaba de dejar al chico en brazos de sus padres cuando Raquel lo sobrepasó a toda velocidad escaleras arriba. Siguió sus pasos tan rápido como pudo, le sacaba un piso de distancia. Un nuevo sonido surgió del domicilio afectado justo cuando Raquel irrumpía en la vivienda. El grito de la telépata se escuchó por toda la manzana. Fue un grito que resonó también en todas las mentes. Todo hombre, mujer y niño en la zona quedó paralizado de terror por un instante. El pánico regresó a los vecinos y Fernando, lejos de calmar a los afectados, se arrodilló con impotencia con los ojos arrasados en lágrimas. El terror le hizo imposible subir un solo escalón. Valverde había parado su carrera a tres peldaños del tercer piso. Reunió todo el valor que pudo para cubrir el escaso espacio que quedaba hasta la puerta entornada de la vivienda. Al empujar la gruesa hoja de madera, todo había desaparecido. Un inmenso abismo de negrura se abría ante él. En el centro brillaba una singularidad, que despedía destellos ocasionales de energía y que parecía desvanecerse o crecer en aquel abismo negro.
– ¡Aquí! ¡Ayuda! –Ernesto bajó la mirada a sus pies y estos estaban a escasos centímetros de los dedos agarrotados de Raquel. Lo miraba desesperada con su rostro enmarcado por la oscuridad. Con una fuerza que le sorprendió, Valverde izó a la telépata desde el vacío y se desplomaron sobre el suelo. La necesidad imperiosa de tener contacto con una superficie física era imperiosa. La contemplación de aquel espacio provocaba un vértigo atroz, hipnótico, cegador… Guardaba la promesa de una caída segura hacia la inmensidad de la nada.
–Lo ha hecho… Es imposible…–Raquel se colocaba el pelo con nerviosismo. Valverde no entendía qué había pasado. –Ventura ha rasgado el espacio tiempo.
– ¿Y cómo es posible hacer algo así? –Valverde se deslizaba lentamente por el suelo hasta alcanzar la pared de la vivienda. Tiró del picaporte lentamente hasta cerrar la puerta por completo. La atmósfera abisal desapareció por completo.
–No lo sé… –Ernesto se aseguraba con pequeños empujones de que la puerta no quedara abierta.
– ¿Sigue vivo? –Raquel compungió el rostro ante la pregunta de Valverde.
–No lo sé…
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