Héroe
Lo vio tirado en el camino Real, se encontraban cerca del desierto de la desesperación. Tenía un extraño presentimiento y decidió atender al hombre, castigado por el calor. Nara ordenó a sus porteadores que levantaran el campamento en aquel punto y se acercó al joven. Llevaba ropas de montañero, aquello animó algo a Nara. Sabía que su hermano había estado en las montañas. Sacó un elixir de vitalidad y lo vertió en su boca. El moribundo se vigorizó al instante y vació el frasco para caer inconsciente por segunda vez. Abrió los ojos dos horas más tarde y ya era de noche. Lo habían acostado sobre dos pieles de oso, dentro de una tienda de campaña. En el exterior, a pocos pasos, los dos porteadores cuidaban del puchero donde preparaban la cena. La mujer de cabello rojizo se sentó frente a él con expresión de incredulidad. Vestía con piezas de armadura dispares y sus botas estaban gastadas. Una espada colgaba a su lado izquierdo y supo reconocer la empuñadura, muy parecida a la de su anterior amo. Tardó un momento en darse cuenta de que estaba hablando con él.
–Rubio, no me escuchas. ¿Te encuentras mejor?
–Esa empuñadura… la reconozco.
–Entonces has visto una espada de Siverni. –Dijo Nara, tocando la empuñadura. – Es una espada extraña, en estas tierras.
–Mi amo tenía una espada similar. –Nara sonrió, su intuición la había ayudado de nuevo.
– ¿Cómo te llamas?
–Siempre me han llamado Yun, señora. Estoy muy agradecido por su misericordia.
– ¿Qué haces por estas áridas tierras, Yun?
–Vine… con mi amo. Lo perdí… en el desierto.
– ¿Cómo que lo perdiste? Es una persona, no una moneda que se pueda caer del bolsillo. –Yun permaneció callado hasta que se atrevió a hablar de nuevo.
–Se perdió en un culto extraño. Quería llegar a las puertas del destino y los sacerdotes le prometieron que encontraría el camino. Luego… Tuve que huir. –Nara le ofreció un frasco y le indicó que lo bebiera. Las fuerzas acudieron a él de nuevo. Se incorporó del lecho y su apetito se abrió paso al oler el guiso que se cocía al fuego.
–Muchos se han obsesionado con encontrar esas puertas. Desde que murió la hechicera, todos creen que han sido elegidos para usar el cetro de poder. –Los ojos castaños de Nara se perdieron en ensoñaciones pasadas. –Los veía pasar por la posada, con sus rostros adustos, jugando a los dados o bebiendo en un rincón hasta perder el sentido. Algunos preguntaban al barquero por el precio de un pasaje hacia el templo de Hexadron, al otro lado del río angosto. La mayoría se alejaba al conocer el precio pero más de los que pudieras suponer pagaban sin regateos. Querían averiguar su propio destino y la mayoría acababan esclavizados durante años por los propios sacerdotes. Siempre me han parecido unos pobres diablos. –Nara salió de la ensoñación. –Tu anterior amo se llamaba Darik, no viajaste mucho tiempo con él.
– ¿Lo has conocido antes? –Yun expresó su sorpresa con los ojos muy abiertos.
–Es mi hermano menor. Era el típico chico que quedaba embelesado con las aventuras de los viajeros. Uno había visto gigantes de roca y los había vencido gracias a un poderoso objeto arcano. Otro había eludido a un dragón con una capa de invisibilidad. Todas las historias iban calando en Darik hasta que, en una ocasión, apareció una amazona montando un verdadero unicornio. Darik se pasó los dos días cuidando al extraño animal. La amazona le recompensó con una moneda de oro y la obsesión de ser igual a ellos.
– ¿Igual a quién? –Yun se sostenía el estómago, sonaba con cierto escándalo.
–Igual a los despreciables aventureros.
– Pensé en un principio que eras uno de ellos.
–Soy la posadera de la taberna del sur. La única aventura que he emprendido es la de llevar al insensato de mi hermano de vuelta a casa.
–Pues se te ve muy experimentada. Habría apostado todas mis monedas a que eras una mercenaria o algo así.
–Una posadera puede aprender también de lo que oye. Ponte un cuenco de estofado. Estarás hambriento.
Yun se dirigió sin pensar hacia el puchero donde uno de los porteadores le dispensó el ansiado alimento. Todos cenaron en silencio alrededor del fuego, Nara organizaba un plan mentalmente.
–Necesito que me guíes hacia Darik. ¿Sabes dónde encontrarlo?
–Así es. En medio del desierto hay un oasis. Allí descansábamos de la travesía cuando apareció una caravana de hombres. Rendían culto a Hexadrón y Darik quedó obnubilado por las promesas de poder. Aquello fue una trampa. Lo hicieron esclavo del culto.
– ¿Cómo lo hicieron? Mi hermano es fuerte como un toro, insensato aunque poderoso.
–Mediante pócimas y encantamientos. Los sacerdotes tienen el poder de Hexadron al alcance de su mano. Pueden doblegar la voluntad de cualquiera. – Nara almacenó aquella información para el plan que había meditado. Sabía que pensar en aquellas cosas no servía de mucho aunque la mantenía tranquila frente a su objetivo.
–Cuéntame de qué forma llegó mi hermano a conocerte.
–Lo vi por primera vez hace once meses, en el camino de la cordillera de las nieves perpetuas. Lo acompañaba un porteador y una dama. Me pidió que lo guiara a través de la montaña.
– ¿Una dama?
–Era una noble extraviada. Buscaban el camino más corto hacia su hogar. Su padre nos recompensó con generosidad.
– ¿Y cómo llegasteis a este desierto?
–En el castillo, escuchamos una historia sobre el orbe del destino. Se encontraba en una tumba, cerca de la llanura de la condena. Viajamos allá en cuanto recuperamos fuerzas; fueron semanas de travesía. Encontramos la tumba y Darik tomó una espada y una extraña esfera. Con ella se podía atravesar la niebla mágica y tomar el cetro de poder. –Yun eructó fuertemente, disculpándose al instante.
–Entonces mi hermano cree que es un nuevo elegido… Maldito insensato.
–Llegamos al oasis la semana pasada. Habíamos escuchado que encontraríamos una pista para acceder a las puertas de poder. Lo demás ya te lo he contado.
–Entonces me guiarás hasta el oasis. Saldremos en cuanto recojamos. No hay tiempo que perder. Si viajamos durante la noche, el desierto será más fácil de atravesar.
Vislumbraron las primeras palmeras cerca del medio día. Nara repartió agua de fuego rebajada entre sus compañeros; les mantendría vigorosos durante el viaje. Luego recomendó varios trucos que había escuchado en la taberna para protegerse del calor. Yun encontró que la travesía se le hacía llevadera. Cuando vieron las primeras palmeras, se sorprendió de lo fácil que le había resultado aquella travesía. El oasis estaba oculto por decenas de dunas a su alrededor. La visión de aquel vergel en medio de la arena, maravilló a Nara. No había rastro de otras personas. Acudieron al manantial a rellenar los odres, entonces fue cuando cinco sacerdotes surgieron ante ellos. Nara se sobresaltó aunque saludó respetuosa. Señalando un ídolo dorado con forma de cubo, los sacerdotes instaron al grupo a ir en aquella dirección. Numerosos acólitos se arrodillaban frente a la imagen de Hexadron. Los sacerdotes esperaron a que el grupo rindiera culto. Nara se arrodilló e imitó a los religiosos, imitada por sus acompañantes. Los cinco sacerdotes pronto quedaron complacidos, dejando a Nara entre los acólitos. Había reconocido a su hermano dos filas delante de ella. Adoraba la imagen del dios Hexatron con voluntad vacía. Pronto supo a qué se debía aquello. Al terminar las oraciones, los sacerdotes repartieron un extraño elixir entre todos los fieles. Nara fingió beberlo para escupirlo instantes después con disimulo.
–Ni se os ocurra tragarlo. –Yun y los porteadores escupieron el contenido de los vasos al instante. Nara agradeció que los sacerdotes no estuvieran presentes.
Los acólitos se levantaron uno a uno para trabajar en aquello que los sacerdotes ordenaban. Nara desapareció de las miradas ajenas. Estableció su campamento detrás de una duna, a las afueras del oasis, y esperó a que cayera la luz. Quería mantenerse lejos del culto por recomendación de Yun. Había situado a sus porteadores estratégicamente y le informaban de la posición de su hermano en todo momento. Al atardecer, los acólitos volvieron a agruparse para el rezo. Nara aprovechó la aglomeración de gente para agarrar a su hermano por la manga y dirigirlo fuera de la multitud. Darik no opuso resistencia. Iba vestido tal y como había llegado. Los sacerdotes ni lo habían desarmado. La bolsa de monedas todavía colgaba de su cinto. La mirada de su hermano seguía vacía, sin rastro de reconocimiento. Nara sacó una pequeña botella y se la dio a beber. Darik realizó los movimientos de forma automática. Los demás acólitos ya estaban de rodillas, preparados para la oración. Nara arrastró del brazo a su hermano hacia la duna donde esperaban Yun y los porteadores. Estaban cerca de ellos. De pronto, Darik recobró su fuerza. Soltó la presa de su hermana y se encaró a ella con la mano en su empuñadura.
–No, Darik. Tranquilo. Estás saliendo de la ensoñación.
– ¿Qué haces tú aquí?
–He venido a sacarte de este lío, hermano.
–No estoy en ningún lío. He venido a completar mi destino. Hexadron me ha elegido.
–No eres ningún elegido, estás siendo engañado por los sacerdotes. –Darik sacó entonces el orbe del destino y lo puso frente a su hermana.
–Los dioses no mienten. Hexadron me ha hablado.
–Hay muchos objetos malditos en este mundo, Darik. No te dejes engañar por este. Vuelve conmigo, hermano.
– ¡Qué sabrás tú, Nara, del destino y la voluntad de los dioses! –El enfado hizo que Nara también se llevara la mano a la empuñadura. –No voy a permitir que interfieras, Nara. Te mataré si es necesario. –Quedó muda por la fiera expresión de su hermano. Darik volvió al oasis, espada en mano. –Tomaré lo que me pertenece.
– ¿Qué le pasa? –Preguntó Yun, acercándose a la carrera. – ¿Por qué vuelve? –Nara no contestó; seguía conmocionada por la reacción de Darik. Él avanzaba hacia el ídolo, ya entre la multitud arrodillada. Los cinco sacerdotes acudieron a su encuentro. Darik no se sometió a sus órdenes aquella vez y desenvainó raudo.
Atravesó al primero con una estocada certera al corazón. Al cabo de un segundo, estaba listo para seguir matando. Los otros cuatro solo pudieron horrorizarse. Con movimientos precisos, Darik realizó la matanza frente a las miradas vacías de los acólitos. Nara y Yun observaban impotentes aquella carnicería desde lejos. El último de los sacerdotes hizo un llamamiento de ayuda aunque no surtió efecto alguno. Los acólitos siguieron rezando, ignorando la muerte de aquellos que les habían sometido. Nara y Yun irrumpieron en el área de rezo pero Darik los detuvo extendiendo su mano libre. La mirada con la que los sostuvo estaba fuera de sí.
– ¡No he llegado tan lejos para nada, hermana! ¡Vete!
– ¡Has enloquecido, Darik! –Gritó Nara desde la distancia. –Por favor, ven conmigo.
– ¿Y pasar el resto de mis días como tabernero? ¡Jamás! ¡He venido a ser el señor de este mundo! ¡Hexatron me ha escogido! –Darik encaró los escalones y avanzó hacia el ídolo, quedando frente a él. Sacó el orbe del destino con su mano libre y extendió ambos brazos. Espada y orbe comenzaron a refulgir en el atardecer del desierto. Nara y Yun miraban estupefactos la escena. Todo se iluminó. Una potente energía hizo caer a ambos de espaldas. Nara sintió que rodaba junto al guía por unos instantes. Cuando levantaron la vista, todo estaba arrasado. Los acólitos habían enmudecido. Sus cuerpos humeaban y estaban ensangrentados.
– ¿Dónde está Darik? –Preguntó Yun desconcertado. Nara subió a la tarima del ídolo. El orbe y la espada estaban tendidos en el suelo, ennegrecidos junto a las placas de armadura. El resto eran cenizas. Nara comprendió al instante lo que había ocurrido. La ira de aquel extraño dios había fulminado a su hermano.
–Maldito estúpido… –Tomó los objetos con pesar y los sostuvo entre sus brazos. Yun todavía esperaba una respuesta. Se había situado a su lado, asombrado por aquel prodigio.
–Llévame a casa, Yun. Aquí ya no hay nada que hacer…