Cerrando filas
Muebles y columnas de libros se amontonaban en las esquinas del sótano. En el centro, el círculo de invocación estaba dibujado con exactitud. Víctor Valverde había seguido los pasos del manuscrito al detalle, incluso en la vestimenta. Su nieto ocupaba la posición central. Ernesto estaba temblando. De rodillas, desnudo y bañado en sangre de ternera, mantenía los brazos extendidos hacia el techo. Pronunciaba durante más de una hora los cánticos en íbero antiguo. Su abuelo permanecía concentrado, acumulando poder mediante la misma letanía. El anciano sostenía el pergamino de invocación con su mano izquierda. Sobre su palma derecha, resplandecía la joya de rubí y diamante blanco. La densidad creció dentro del círculo de invocación. Ernesto respiraba agitado. Había finalizado su parte, tan solo debía esperar. Unas hebras de energía penetraban en su cuerpo, erizando su piel. Los cimientos de la casa temblaban desde el sótano hasta el tejado. El círculo de invocación generaba una atmósfera propia, más densa que la realidad. Con los ojos en blanco, Víctor proyectaba su potente voz de académico, pronunciando en antiguo íbero las palabras de conclusión. El Ojo de Jazim emitió mayor intensidad. Ernesto ahogaba los gritos, estaba llegando al punto máximo de ruptura. Su piel clareaba entre los coágulos rojos de la sangre. Víctor percibía que Ernesto moraba entre ambas dimensiones. Una falta de concentración de su nieto, podría llevarlo a la desintegración de su cuerpo. Emprendió el último paso de la ceremonia. Dirigió con rapidez la palma de su mano derecha a la frente de su nieto. La joya se adhirió a la piel y entró en el cuerpo como una piedra entra en el aceite. El joven no pudo sostener por más tiempo los gritos ahogados. Dejó escapar el dolor por la garganta. Fue un instante antes de que la casa dejara de temblar. El dolor dio paso a una ligera presión. La atmósfera densa se disipó con rapidez. La tranquilidad regresó al sótano de la vivienda.
–El ritual ha finalizado. Puedes levantarte. –Ernesto se incorporó, desorientado. La piel de sus rodillas sangraba. Se tocó la frente, incómodo –No encontrarás nada. El Ojo de Jazim forma parte de tu esencia ahora. ¿Cómo te encuentras, hijo?
–Siento presión constante en el centro de mi cabeza. Es comparable a tener algo entre los dientes.
–Explora tu interior, ¿percibes algo? –Ernesto realizó un ejercicio de contemplación. Contestó al cabo de unos segundos.
–Una sensación de alivio. –Víctor puso su mano arrugada sobre el hombro de su nieto.
–Escucha… Trata de incrementar la sensación. Explora con frecuencia los rincones más profundos de tu ser. Necesitamos la comunicación con ella. Si eres Eclerión, tal y como suponemos, podemos cambiar la profecía.
–¿Qué ocurrirá si no responde?
–Lo hará; hablará contigo. Eres uno de los elegidos.
–Siempre has estado seguro de que yo era Portador de la Gracia. Nunca he sentido nada especial, salvo ahora. No sé si pertenezco al Declive o son tus palabras las que me han empujado a creerlo así. –Víctor contempló al joven. Algo había cambiado en él. La mirada de su nieto era profunda.
–Hay pocas certezas que uno sienta en esta vida, Eduardo. Tu papel en la profecía es una de ellas. Siempre lo he creído, de corazón. Este ritual hubiera fracasado con cualquiera que no fuera el Portador de la Gracia. Si no fueras uno de los elegidos, estarías muerto. –Ernesto quedó petrificado. Víctor tomó un albornoz y se lo pasó a su nieto. –Vamos, tienes que quitarte toda esa mierda. Tenemos una cita en el edificio Canciller. Hay que explicar muchas cosas a la Hermandad Roja.
Claudio esperaba al profesor Valverde paseando por el despacho principal. Los cuatro agentes de seguridad, se mantenían relajados en las puertas del despacho. Una decena de ministros, encabezados por el vicepresidente, discutían sentados a lo largo de una mesa corporativa. Cuando abuelo y nieto irrumpieron en la sala, el Primer Hermano fue directo hacia ellos.
–¿Por qué se ha llevado el Ojo de Jazim?
–Era esencial protegerlo. Usted mismo me comentó que los Heraldos habían descubierto el engaño. Ahora, tomen asiento. Debo explicar varios aspectos acerca de la profecía del Declive que deben entender.
–Insisto, profesor. Entrégueme la joya. Podría hacerlo detener.
–Está aquí mismo, la tiene mi nieto. Haremos entrega de ella al finalizar nuestra reunión. Tome asiento, Primer Hermano. –Claudio se pasó las manos por su cabeza desnuda. Tomó el asiento presidencial y esperó a que hablara el anciano. El gabinete de gobierno enmudeció en cuanto Víctor tomó la palabra.
–No quiero robarles mucho tiempo, caballeros. Sé que están ocupados. Es reconfortante encontrar a viejos alumnos, como el Hermano Tutelar Sanz. –El aludido saludó con un ligero cabeceo. –Estamos ante una encrucijada. El poder ha aumentado en la última década, lo hemos notado. Todos nosotros hemos sido capaces de hacer proezas que nuestros antiguos jamás soñarían. Nos hemos preguntado a qué se debía todo este asunto, sin demasiada preocupación. La respuesta, la tenemos delante de los ojos. El Declive es una leyenda que todos conocemos. A todos nos han contado la historia del retorno siendo niños. Hasta los comunes saben que los dioses volverán a habitar entre nosotros. –El profesor dejó de hablar con su voz potente y se volvió a Ernesto. Éste alcanzó una botella de agua de una bandeja y se la ofreció. Después de beber unos tragos, Víctor prosiguió. –Hace unas semanas, tuvo lugar un suceso siniestro en el distrito de Tinajas. Ya conocen el incidente al que me refiero. Puso en jaque nuestra seguridad. Al parecer, la esencia que produjo el suceso pertenece a un antiguo dios. Pero… ¿qué despertó a aquel dios? Sabemos que nuestros dioses son sensibles ante distintos humanos. Aquellos que han acumulado cierta cantidad de poder pueden ser los elegidos. Luego debemos suponer que la singularidad se produjo por una razón, la presencia de, al menos, uno de estos elegidos. –El rumor se elevó en la sala. Víctor Valverde esperó a que se mitigaran los murmullos. Claudio miraba con atención a su antiguo maestro. La fe que proyectaba en sus palabras era la misma que antaño. –Los elegidos no existen, dicen ustedes. Sin embargo, están entre nosotros. Solo aquellos que mantienen un contacto directo con los dioses, son considerados los Portadores de la Gracia. Aquellos que albergarán su esencia… Es una realidad. Debemos prepararnos para el Declive. –El gabinete reaccionó con suspicacia. Fue el Hermano Tutelar el que intervino directamente.
–Supongamos que es cierto lo que dice, ¿qué podemos hacer contra seres omnipotentes? No creo que podamos usar los medios que tenemos para hacerles frente.
–Sabemos que Jaziel no desea nuestro mal, es la protectora de la Hermandad Roja. Hablemos con ella y dejémonos guiar por su consejo.
La sala volvió a elevarse en un murmullo incómodo para Víctor. Cada vez le costaba más atraer la atención sobre el consejo de gobierno. Ernesto apoyaba la mano sobre el hombro de su abuelo.
–Ya ha tenido su momento, profesor. –Interrumpió Claudio –Entregue el Ojo de Jazim. Estudiaré una sanción compensatoria por este agravio. Ha provocado un enfrentamiento con los Heraldos y eso debe ser pagado.
–Es tu turno, hijo.
Ernesto dio un paso al frente mientras Víctor tomaba asiento fuera de la mesa. Claudio lo miraba con fiereza al otro lado de la madera nacarada.
–Más vale que entregues la joya ahora mismo.
Tuvo que invocar su poder para entablar comunicación con la deidad. Sus ojos se tornaron blancos. Su cuerpo flotó a media altura frente a todos. De la frente de Ernesto surgió un rayo blanco a toda velocidad. Claudio echó hacia atrás el sillón en un acto reflejo. No sirvió de nada, el haz de energía alcanzó su frente y se mantuvo brillando entre los dos. Los agentes de seguridad desenfundaron las armas. El gabinete de gobierno invocó el poder para su protección aunque esa fuerza se disipó entre sus dedos. La esencia invocada fue a parar al Ojo de Jazim, reforzando la intensidad del rayo. Las armas cayeron al suelo cuando los agentes vieron a la figura de la mujer. Brotaba de la frente de Ernesto con esencia propia, superponiéndose a él. En ella percibían a la mujer aunque también al mar, a la tierra y a la vida. El comité tuvo el impulso de someterse en el acto y se echaron al suelo. Víctor Valverde musitaba un rezo de respeto. El Primer Hermano estaba confundido. No sentía dolor, tan solo la luz de la verdad. Las palabras que Claudio escuchaba en su interior eran honestas. Su alma se encendió con devoción hacia la diosa. En su mente, surgió el acuerdo con ella. Al momento, el rayo desapareció. Ernesto cayó a plomo sobre el despacho principal. El gabinete salió de debajo de la mesa corporativa, todavía incrédulos ante la visión. Los agentes de seguridad dejaron de estar arrodillados. Víctor acudió hacia su nieto y lo ayudó a levantarse. Claudio se levantó con lentitud y se acercó al Portador de la Gracia tomando un gesto entre culpable y grave.
–Me ha pedido que te proteja hasta que ella retorne. Todo cambiará en nuestro mundo.
–Cambiemos entonces a voluntad de Jaziel. –Dijo Ernesto. –No todos los dioses quieren que vivamos. Aprendamos a defendernos bajo su consejo.
Tardaron en reaccionar. Poco a poco, cuando el miedo abandonó sus cuerpos, comenzaron las propuestas para su supervivencia.