Sucios métodos
Dimas, primer ministro del rey, se mesaba la barba de hechicero. El aprecio por el monarca había descendido durante el último año. El porvenir no se presentaba mejor. Segando el aire delante de sí, desvaneció la visión que se presentaba en su bola de cristal. Funestas nuevas se presentaban ante él. Debía resolver la situación antes de que el monarca se enfrentara a su derrocamiento. El joven Sasiak, sobrino mayor del rey, lideraba la revuelta. Un chico al que el propio Dimas había educado de niño.
El rey enfureció al conocer la revuelta; desde aquel día se propuso aniquilar a los rebeldes. Pidió la cabeza de Sasiak, a pesar de su parentesco. El hijo de su hermano acompañaría a su padre en los salones de los dioses. El daño que estaba propagando era peor de lo esperado. Sasiak convencía al pueblo con ideas como la propiedad de tierras y el enriquecimiento de los vasallos. Había otras más delirantes que hablaban de libertad e igualdad entre hombres y mujeres. Todas ellas lindaban con la herejía, sin mencionar el caos para el gobierno del monarca. El peso de la persecución de Sasiak recayó sobre el primer ministro Dimas. El rey se mostraba paciente aunque ardiera en deseos de terminar con aquella sublevación. Su antiguo alumno era sagaz. Dimas lo comprobó en múltiples ocasiones. Había evitado todas las emboscadas que había preparado. El capitán Hulmen, responsable de las operaciones, no podía ocultar cierta admiración por su antiguo aprendiz. Él fue el encargado de enseñarle tácticas de guerra mientras Dimas lo educaba en conocimientos más abstractos. El primer ministro compartía aquel orgullo aunque jamás se atrevería a reconocerlo. En cinco ocasiones había frustrado sus emboscadas; dejando en entredicho la eficacia de Dimas como hechicero y primer ministro del rey. El pueblo adoraba a Sasiak y lo protegía cuando era necesario, ofreciéndole escondite o provisiones para él y sus hombres. El fanatismo del sobrino del rey lo había hecho vivir como un campesino más. Habitaba en los bosques o las montañas del reino, siempre a uña de caballo, yendo de una provincia a otra antes de que lo localizaran. Indetectable bajo múltiples disfraces. Un auténtico fantasma en vida.
El primer ministro se acercó al caldero, cuyo contenido comenzaba a hervir. Un vapor violáceo se desprendía de la superficie. Retiró el caldero de la chimenea y removió su contenido. El brebaje estaba preparado. Tomó una caja con cincuenta frascos del tamaño de su índice. Fue vertiendo con el cucharón el contenido del caldero hasta llenar todos los recipientes. Los selló con corcho y tomó la pequeña caja, abandonando su torre hacia el patio de armas del castillo.
Encontró al capitán Hulmen dando instrucción a sus hombres. Cuando hubo finalizado, entregó al oficial la caja con las cincuenta dosis.
–Manda repartir estos frascos entre los aldeanos de la provincia de Gessek, Sosiak está por aquella cordillera. Uno por persona, hay para seis dosis en cada tubo.
–¿De qué se trata? –el capitán movió uno de los frascos alargados con curiosidad.
–Es sueño púrpura. Deja a los afectados con un letargo placentero durante horas. Coméntaselo al comerciante Arthis, es el que más viaja por Gessek. No digas nada de su procedencia.
–No comprendo en qué ayudará esta sustancia.
–Es muy adictiva. Elimina las preocupaciones de la mente y reduce la sensación de hambre y cansancio. En cuanto se propague por los aldeanos, su efecto será devastador. Dejarán de apoyar a los rebeldes.
–Tampoco trabajarán para nosotros.
–Ya los hemos perdido. Las ideas de Sasiak han arraigado entre todos ellos. La revuelta nos ha hecho perder grandes cantidades. El sueño púrpura nos ayudará a recaudar más dinero para el rey.
–¿Y cuánto deben pagar los aldeanos por un frasco?
–Dos cobres por frasco. De momento. Cuando crezca la demanda, doblaremos el precio. Después lo volveré a doblar hasta que se convierta en una carga. Así el pueblo pagará por su propia traición.
Sin añadir nada más, el primer ministro se marchó hacia palacio con la intención de informar al monarca.
Tal y como supuso, el rey mantuvo el interés en aquel plan. Otorgó carta blanca a Dimas para que siguiera según su propio criterio. Antes de retirarse le advirtió de que no toleraría otro fracaso más. El primer ministro del rey sabía qué significaba aquello. Era su última oportunidad. Con un ánimo renovado por la presión, se encerró en su torre para fabricar mayor cantidad de sueño púrpura.
Transcurrieron los días y la demanda del brebaje comenzó a crecer. Al principio con timidez. Más adelante, con el transcurso de las semanas, tuvo que ampliar el laboratorio. Al cabo de tres meses, no podía cubrir la demanda. Todo Gessex consumía la sustancia del hechicero. Fue cuando subió el precio del producto. Dobló su precio con la nueva producción. A la siguiente semana, volvió a doblar la cantidad. Poco a poco, el precio del frasco pequeño pasó de costar dos cobres a cinco platas. Los ingresos se multiplicaron en el siguiente trimestre. Pocos en Gessex se mostraban combativos. La mayoría había sucumbido a los placeres del sueño púrpura. Bastaba con enseñar uno de los pequeños frascos para que los adictos cantaran como ruiseñores. Fue entonces cuando el capitán llevó las buenas nuevas a Dimas. Sosiak había sido descubierto.
–Sus hombres han sido derrotados con facilidad. Estaban debilitados por el sueño púrpura, tal y como planeasteis, mi señor.
–Excelente, ¿qué ha sido de Sasiak?
–Sigue apresado. Yo mismo lo encadené. No ha opuesto resistencia. Ha caído presa de la misma debilidad –la expresión del capitán fue sombría. Detestaba la imagen destrozada del que fuera su mejor aprendiz.
–El sueño púrpura hace realidad todos tus anhelos durante unas horas. Cuando las ensoñaciones desaparecen, la mayoría de las personas vuelven a consumir estas gotas –El primer ministro tomó uno de los pequeños frascos de su mesa. Había dos mil frascos del mismo tamaño sobre ella, colocados en pequeñas cajas de cincuenta unidades y arropados por briznas de paja. –. No soportan alejarse de sus fantasías. Pagarían lo que fuera necesario.
–Hay otro asunto que debemos resolver, mi señor.
–¿De qué se trata?
–Ahora que la misión está cumplida, ¿qué hacemos con el sueño púrpura?
–Seguiremos produciendo el elixir, por supuesto. El rey necesita el dinero. Venderemos las dosis a dos monedas de oro.
–Es quince veces más de lo que la vendemos ahora. Incluso con el precio actual la gente adicta tiene problemas para ganar tanto dinero. Los robos y los asaltos se han multiplicado en todo Gessex. Corremos el riesgo de arruinar toda la provincia.
–No, amigo mío. Ese precio causará una disuasión. La gente dejará de tomar sueño púrpura porque no podrá permitírsela. Un campesino no se convierte en forajido con tanta facilidad, muchos preferirían morir antes que matar.
–Pero otros se organizarán y asaltarán a los mercaderes, quizá a los nobles también. Surgirá el caos.
–Está todo bajo control, capitán. Hable con el comerciante Arthis. Dígale que la producción se ha encarecido.
Hulmen se retiró después de saludar con el debido respeto, presto a cumplir las órdenes del primer ministro. Dimas se dirigió a los calabozos. Visitó a Sasiak en su celda, los estragos de la sustancia lo habían convertido en una especie de cadáver en vida. Mostró uno de los frascos con el líquido brillando en su interior. Fue el estímulo necesario para que el sobrino del rey centrara su atención en el primer ministro.
–Te daré toda la que necesites. Solo tienes que confesar ante el rey.
El hombre asintió, alargando el brazo engrilletado. Vació todo el contenido en su boca y se abandonó al placer de sus sueños. El juicio fue rápido. Su majestad encontró culpable de traición a su sobrino mayor y lo condenó a la máxima pena. Sasiak fue decapitado en el patio de armas, a la vista de todos los soldados del reino. Aquel acto serviría de ejemplo para aquellos que se atrevieran a continuar con la revuelta. El primer ministro Dimas, sonreía con alivio. Había cumplido con su palabra. Su cabeza continuaría sobre sus hombros, al menos un tiempo más.
Dos semanas más tarde, Hulmen regresó con el comerciante, se habían vendido diez dosis de sueño púrpura. Dimas sonrió con satisfacción. La gente había rechazado el líquido. Los tumultos no habían crecido. El problema estaba resuelto. Esperó a que el capitán se marchara para consultar su bola de cristal. Entonces fue cuando su tranquilidad se quebró. Las visiones de su cabeza rodando por el patio empedrado eran continuas, casi inevitables. Dimas recorría nervioso su torre, tratando de averiguar qué había salido mal. Al cabo de unos días, conocía los nuevos informes de Hulmen. Había incautado sueño púrpura en Hivon, la provincia vecina de Gessex. Tras enseñarle una muestra, Dimas pudo comprobar la veracidad de aquel informe.
–Alquimistas de provincia y hechiceros callejeros se han organizado. La demanda de sueño púrpura era tan grande que decidieron copiar la fórmula.
El primer ministro reaccionó con cólera. Ordenó detener a todo alquimista o hechicero menor que osara fabricar aquella sustancia. Los soldados del rey fueron diligentes en su campaña. Muchos fueron detenidos aunque aquella producción parecía imparable. El sueño púrpura se adueñó por completo de Gessex e Hivon, alcanzando en pocos meses a Sacton, Iluma y Yanex. La capital estaba comprometida tan solo nueve meses después de la captura de Sasiak. Los informes de la cosecha fueron desastrosos. Como una piedra chocando contra otra, aquella situación fue derrumbando la economía del reino. No se sembraba, no se recolectaba, no se ordeñaba ni se herraban caballos. No se cosía ni se cocinaba. Dimas había ordenado encarcelar a tanta gente que no quedaba ni una celda libre en todo el reino. Por mucho que hiciera, no era capaz de cambiar el destino que él mismo había forjado. Así lo preveía su bola de cristal.
Quinientos días después de la captura de Sasiak, el capitán Hulmen se presentó en su torre. Lo acompañaban cinco de sus guardias. Dimas, conocedor de su destino, se resignó ante ellos. Lo condujeron ante la justicia del rey. Fue condenado por traición a la corona. El patio de armas estaba abierto al público aquel día. Dimas vació uno de los pequeños frascos en su boca, antes de la ejecución. No hubo sufrimiento, solo un apagón antes de encontrarse en los salones de los dioses. Todo había acabado.