Flota de guerra
Astila era un núcleo importante de control para el sistema Caronte. Kristen Morgan no dejó cabos sueltos, tomó de forma pacífica la estación imponiendo su superioridad militar. La nueva graduación de almirante legitimaba que asumieran el mando en defensa. Tras un informe a la compañía Crates, MORBO asociados pasó a dominar la estación espacial. Los hombres que no reconocieron este hecho fueron ejecutados. Tanto ella como su socio comenzaron a desplazarse con escolta. La gente debía saber quien estaba al mando en aquel momento. Bolton atravesó la zona de ocio, escoltado por uno de sus equipos de asalto. Los veinte hombres, diez delante y diez detrás de su posición, despejaban el camino ante el nuevo almirante. Los cientos de transeúntes contemplaban extrañados aquel ejercicio de fuerza. Se dirigió a la torre de control de Astila, donde Morgan había establecido su nuevo despacho. El intendente Jenkins se había revelado como un traidor. Ofrecía información a los piratas para asaltar naves desprotegidas. Bolton abogaba por la idea de eliminarlo aunque Morgan le había perdonado la vida. Lo mantuvo como su secretario, extorsionado por su propia traición. Su función pasó a ser el enlace con la compañía minera Crates. A Morgan no se le escapó la pobre defensa que Astila presentaba. Si estaba sobreviviendo era gracias al pago de extorsiones. Bolton en persona vio los desvíos de cientos de millones de créditos a distintas naves independientes. Aunque los dividendos de Crates eran elevados, se jugaba con un potencial de pérdidas cercano al cuarenta por ciento. Morgan quería ese margen de ganancias para su empresa.
En la torre de control, Bolton accedió al corazón de la estructura. Sus hombres hicieron guardia, desplegándose una pareja por cada entrada por la que transcurría. Los gritos detrás de la compuerta eran audibles desde el pasillo. Los dos últimos soldados de Bolton se alinearon frente a la entrada. El almirante llamó a la puerta con unos suaves toques de su mano enguantada. La compuerta se desvaneció, dejando a la vista un escritorio y a la rejuvenecida almirante tras él. Frente a ella, un hombre con sombrero amarillo recibía los gritos con serenidad. Morgan empujó un cubo metálico con su pierna. Bolton lo paró con la bota. En un instante, aquel cubo se transformó en un cómodo sillón. El almirante tomó asiento y esperó a que terminaran de hablar. Era el turno de Phoenix.
–Sólo te he comentado que necesitaré tripulación de confianza, tengo a quinientas personas adecuadas para formar parte del crucero estelar. Puedo entrenar a otras quinientas aunque necesitaría más tiempo.
–¡No vas a llevar a la Concubina hasta Nueva Sahara!
–Bueno… en cuanto al nombre de mi nave, creo que la Concubina no es el más adecuado. Había pensado en algo así como Furia Estelar.
–Su nombre es Concubina. Y tu solicitud está denegada. Estamos en medio de una operación de alto riesgo. Los hombres de Bolton –Morgan señaló al almirante, que esperaba paciente a su turno de palabra –son de total confianza. Todos provienen de una experiencia de combate única. Se enfrentaron a los Ajenos y sobrevivieron.
Phoenix se quedó mirando a su superior. Brilló un destello de admiración por aquel comentario aunque no hizo muestra alguna de reconocerlo. Se ajustó su sombrero, saludó con desgana al oficial y siguió hablando con Kristen.
–Todavía no conozco a los hombres, no sé de lo que son capaces. Volviendo al tema del nombre, no creo que Concubina sea la mejor opción. Voy a tener a muchas mujeres a bordo y pueden sentirse ofendidas. Me refiero a mujeres preocupadas por su feminidad.
–Bolton, te presento a Silver Phoenix. Es el nuevo capitán del que te hablé.
–De la Concubina, cierto. Un placer tenerlo con nosotros.
–Está apresurando sus palabras, almirante. Nuestro oficial tiene problemas para obedecer órdenes.
–¿Y quién no los tiene? Después de todo, uno debe obedecerse antes a sí mismo para sobrevivir. A veces esto implica desobedecer a los demás. –Phoenix arqueó una ceja, sorprendido por la respuesta.
–Estoy de acuerdo, señor.
–Necesitamos a supervivientes, no podemos permitirnos ninguna baja. Se le otorgará libertad de movimiento siempre y cuando siga las órdenes en operaciones conjuntas. En las operaciones individuales gozará de nuestra confianza para que obre según le convenga. ¿Está de acuerdo, capitán Phoenix?
–Lo estoy, almirante. Es un buen trato. ¿Puedo elegir a mi tripulación?
–Puede hacer lo que quiera pero en este momento Morgan tiene razón. Estamos en alerta. Su tripulación debe esperar.
–Entonces quiero cambiar el nombre de la nave. Aniquilador Galáctico.
–Vas a llamar a tu nave Concubina, para que no se te olvide que eres nuestra meretriz –dijo Morgan. Bolton tuvo que intervenir, aquella discusión se estaba convirtiendo en pueril.
–Terminemos con esto. Escoja un nombre ahora, capitán. Será el que se quede grabado en su bodega de carga. ¿Está de acuerdo, almirante Morgan? –Ella asintió a su socio y esperó con impaciencia. Phoenix prolongó aquella espera hasta ver la cara blanca de la rejuvenecida oficial volverse roja. Antes de que explotara en un ataque de ira, contestó.
–Tengo el nombre adecuado. Se llamará J. Morgan, en honor a la capitana que me acogió cuando solo era un prófugo. –La mujer quedó enmudecida. Pasó sus manos enguantadas por el rubio pelo, sin saber qué decir.
–¿Qué le parece? ¿Satisfecha? –preguntó Bolton.
–Es un honor que el crucero estelar lleve mi nombre. ¿A qué viene esa jota? ¿Es la inicial de tu verdadero nombre?
–No, es algo más sencillo. Un adjetivo de nada.
–¿Cuál?
–Jódete, Morgan.
Bolton se levantó para evitar que su socia saltara por encima del escritorio. Tomó por los hombros al capitán, instándolo a levantarse, y lo condujo hacia fuera. Kristen replicaba con aspavientos que derramaron su vaso de ron y varios terminales de consulta. Bolton envió a Phoenix a su crucero estelar, cerró la compuerta y activó la seguridad.
–Eres demasiado susceptible con él. Deberías de tener más manga ancha, tiene un carácter diferente. Es de los que siguen a las personas con lealtad una vez que ganas su confianza. –La capitana volvió a llenar su vaso de ron.
–Ese tipo… Hay que tenerlo bien vigilado. Sus impulsos pueden meternos en más problemas.
–¿No has doblegado su voluntad? Creí que tenías a toda tu tripulación bajo influencia.
–Con Phoenix no ha perdurado el condicionamiento. Se ha librado varias veces de él. Es como si la programación mental no se grabara en su cabeza o se borrara cada cierto tiempo.
–Un tipo extraño…
–Y muy idiota. A veces me pregunto si esa es la causa de que no responda al condicionamiento. –Tomó la botella y llenó el vaso de licor. Bolton cambió de tema y fue directo al grano.
–¿Cómo va la operación? Mis hombres están desplegados donde dijiste.
–Todo está preparado, he dejado de pagar a la facción de Gris Espejo. Esperan el pago desde hace quince ciclos. Su ataque es inminente. La Gavilán está preparada junto a la Hagger a dos clics de distancia, camufladas bajo un dispositivo Sigma. Mientras no se muevan, serán indetectables. La Concubina sigue atracada en el muelle treinta y dos, como cebo. La Pies Grandes se encuentra ya operativa y escoltando a la Drakenstern, entre Caronte VI y Caronte VII.
–¿No están demasiado expuestas?
–Tu capitana Harrison está preparada para realizar un microsalto a nuestra posición en cuanto detectemos a las naves invasoras. Hay que atraerlas hacia las minas de Argón desplegadas en esta área. –Frente a ellos se proyectó una imagen del sistema estelar donde destacaban las posiciones de sus naves. Las minas explosivas resaltaron en un área cúbica alrededor de la estación espacial.
–¿Cómo sabes que no atacarán todas las facciones a la vez?
–Porque no se llevan bien entre ellas. Gris Espejo es la facción más numerosa. Ella sola se lleva el veinticinco por ciento de la recaudación del sistema. Serán entre doce y quince naves ligeras. –Morgan abrió un nuevo holograma con las posibles naves enemigas. –Muchos son transportes modificados, muy comunes en esta zona. Pueden ser ampliadas hasta alcanzar la potencia de fuego de una corbeta pesada. No suponen una amenaza para nosotros.
–¿Y aquella nave?
–Esta es la que más problemas puede darnos. Es un modelo Andros, con catorce ampliaciones en su fuselaje. Me he encontrado con dos en toda mi vida. Se hizo una serie limitada hace veinticinco años, un socio de entonces compró una por puro impulso. Puede tener muchas desagradables sorpresas a pesar del aspecto anticuado.
–Debemos neutralizarla antes de que nos muestre lo que es capaz de hacer. Usaremos el crucero estelar, está preparado.
–Su capitán no lo está.
–Vamos, Morgan. Dejándolo como cebo en la estación espacial no le sacamos partido. Debería estar en esta posición, aislado, para atraer un ataque sobre él. –Bolton señaló el área en el holograma. A continuación, extrajo de su traje una cápsula. La tragó bebiendo del mismo vaso que Morgan.
–Tal vez tengas razón. El cebo es más evidente en la posición que señalas. Demasiado evidente, según mi parecer.
Morgan comunicó con el tecnomante Hoover. Había ultimado la nave y estaba lista para el desacople. Le ordenó regresar a la torre de control de Astila. A continuación, habló con Phoenix. Debía ocupar la posición que Bolton había sugerido y mantenerse allí hasta nueva orden. El capitán sonrió en la imagen, bajando el ala de su sombrero.
–A la orden, almirante. Quedaré a la espera desde la J. Morgan. –Cortó la imagen, sin esperar a ver la cara iracunda de su superiora.
–No vale la pena enfadarse, Morgan; está poniéndola a prueba. Todos hemos hecho eso. Debe mostrar entereza y flexibilidad.
Morgan asintió. En realidad no guardaba ira contra Phoenix. Le enorgullecía haber marcado con tanta profundidad la personalidad de aquel hombre. Las alarmas de proximidad se encendieron cuando Hoover llegó a la torre de control. Se apartó en un rincón, centrado en su propia terminal. Cientos de operarios proyectaban holográficamente los distintos anillos del sistema. El espacio había sido invadido por trece naves con armamento pesado. Ocuparon la baliza de entrada al sistema cerca de la órbita de Caronte VIII. Una última nave hizo aparición en el sitema.
–Acaba de saltar la nave clase Axón. Es más grande de lo que esperaba. Está en retaguardia. –dijo Bolton. Morgan comunicó con los capitanes de la flota.
–A todas las naves, activen sus escudos. Que la Drakenstern y la Pies Grandes permanezcan en nuestro radio de defensa. La Hagger y la Gavilán deben permanecer indetectables hasta nueva orden. J. Morgan, salte a O.6.6.5.K. e inicie una andanada de aviso, fije como su objetivo al transporte más cercano.
Phoenix eligió a un transporte ligero, transformado en un amasijo irreconocible gracias a sus ampliaciones. Lanzó media descarga de misiles Shark IV. Las contramedidas de su objetivo eliminaron los proyectiles. El transporte devolvió el fuego aunque la munición se desintegró en el campo de energía, sin repercusión alguna. Phoenix lanzó una nueva andanada, sumando todos los cañones de largo alcance. El carguero soportó las explosiones con estoica resistencia. Enjambres de nanobots recomponían su estructura en milésimas de segundo. Otras naves se sumaron al enfrentamiento, fijando al J. Morgan en sus objetivos. El fuego enemigo alcanzaba al crucero desde múltiples posiciones. Seis de las catorce naves le hicieron frente. El escudo luminoso aguantaba todos los impactos. Phoenix todavía calibraba la fuerza de su crucero estelar. Realizó un microsalto, ganando distancia contra sus seis objetivos. Volvió a disparar con todo el armamento. El transporte objetivo estalló y se desperdigó por el vacío.
–Está demasiado expuesto, debería volver –dijo Bolton.
–No pasará nada mientras mantenga el escudo de energía. Aunque puedan concentrar el fuego, no superarán el límite crítico. Tenemos que arrastrarlos hacia la estación.
En aquel momento, el J. Morgan disparó el potente haz de energía haciendo objetivo a la nave clase Axon. Había dado por segura su destrucción, confiando en una huída del resto de la flota. El objetivo no fue alcanzado. La nave invasora había realizado un microsalto inesperado, apartándola de la total devastación. El fulgor protector abandonó la nave de Phoenix. Todo ocurrió demasiado rápido para él. Decenas de proyectiles, procedentes de los distintos transportes, alcanzaron al crucero estelar, perforando su sección de babor.
–Ese necio… ¡Phoenix, salta detrás del Drakenstern! ¡No soportarás varias andanadas con el blindaje descubierto!
El capitán ejecutó la orden; su tripulación reaccionó tarde. Varios impactos castigaron de nuevo la sección dañada. Phoenix liberó los nanobots de reparaciones aunque no consiguió mitigar la destrucción. Para cuando se completó el salto, el J. Morgan reflejaba una enorme cavidad en mitad de su estructura. Era como si un enorme depredador hubiera mordido a la nave por la mitad. En el puente de mando, Phoenix notó como su traje cambiaba a modo de supervivencia. La cúpula holográfica mostraba la sección de babor dañada, junto con parte del sector de popa. Las explosiones se sucedían bajo sus pies y sobre su cabeza. Su sombrero se transformó en una espesa escafandra. Debía actuar antes de que la nave explotara a su alrededor. Cerró todas las compuertas de las secciones amputadas. El flujo eléctrico no se perdió gracias a las derivaciones de su oficial informático. La gravedad artificial desapareció, dejando a todos flotando en el interior del crucero y dificultando las maniobras de emergencia. Phoenix liberó otra carga de nanobots, evitando la descompresión en cadena a falta de pocos segundos para el desastre total.
Tras la destrucción parcial del J. Morgan, Kristen tuvo que cambiar de estrategia. Ya no combatían para una emboscada sino para que no se desmantelara la línea de defensa. La Hagger y la Gavilán desvelaron su posición y dieron caza a las naves invasoras. Acabaron entre ellas con un tercio de la flota enemiga. La Drakenstern y la Pies Grandes fueron en apoyo, derribando otras dos naves cada una. La nave comandante ordenó la retirada. Liberaron la baliza y saltaron fuera del sistema. Consiguieron huir cinco naves de las catorce que iniciaron el ataque. El resto se había convertido en chatarra espacial. La captura de la flota que pretendía llevar a cabo Morgan había fracasado.
Fue Bolton el que insistió en ir junto al equipo de rescate. La J. Morgan parpadeaba con flujo de energía inconstante. Era milagroso que no hubiera reventado. Bolton pudo observar al capitán decaído frente al panel de control. La gravedad artificial se había recuperado. Su traje seguía en modo de supervivencia.
–Quiero mi propia tripulación. Esta gente, por buena que sea, es desconocida para mí.
Bolton asintió sin ofrecer otra respuesta. Sabía que, en el fondo, sus órdenes habían causado aquel desastre.
FIN
1 COMENTARIO
Jodete Morgan!! Jajajaja