Ojos verdes
Claudio Sierra notaba la presión de su cargo intensificada en las últimas semanas. La mansión de Madridejos se había poblado de todos los agentes disponibles en Capital. Había blindado el edificio y los jardines colindantes con los mayores sortilegios de cada esfera. La guerra contra los Heraldos estaba empezando a trascender a la opinión pública. Sus esfuerzos por mantener a la prensa ocupada estaban flaqueando. Clara Tahúr era incapaz de seguir excusando sus bajas.
–¡No me importa! –Las sienes le palpitaban, haciendo temblar su cabeza desnuda, afeitada a la perfección. Calmó su enfado y retomó la conversación con su representante de prensa. –Los durmientes no deben saber nada de nuestros enfrentamientos. ¿No ves las protestas? Se sienten amenazados por nosotros.
–Veré qué puedo hacer, Primer Hermano.
La mujer madura se retiró del despacho, seis prelados entraron en cuanto se abrieron las puertas. Acumularon varios informes sobre la mesa presidencial. Ventura los recolectaba, negando con la cabeza.
–Académicos, Heraldos y asociaciones menores… Todos muestran más actividad que un avispero. Han tenido bajas, al igual que nosotros. Han caído dos de nuestros equipos: Grimorio y Eclipse. No hay supervivientes.
–Hay una investigación en marcha, la prelada Medina está al cargo con su equipo Presagio. –El Primer Hermano despidió a los demás agentes con un gesto de la mano. Los seis prelados salieron de la habitación. Quedó a solas con el Prelado Superior. Secó el sudor de su frente con un pañuelo y aflojó su corbata. Ventura aprovechó para servirse un licor del mueble-bar. –Querido amigo, me siento saturado. Ponme a mí otra copa. Necesito descansar un momento.
–¿Han sido los Heraldos?
–No, por lo visto hay otra organización. Unos fanáticos, todos son humanos comunes. Raquel ha descubierto su actividad casualmente. Han estado asesinando tanto a los nuestros como a los Heraldos de forma selectiva. Se han armado con artilugios de los Académicos. –Ventura tendió el vaso a su superior. Tomó asiento en el sofá contiguo.
–¿Has desplegado a los cuerpos policiales?
–Todavía no. Si lo hiciera trascendería a la opinión pública. Estoy esperando a que el equipo Presagio pase un informe.
–Creo que Raquel no tiene suficiente experiencia para afrontar una misión de tanta envergadura. Déjame ocuparme yo mismo.
–Serías un elefante en una cacharrería. –El Primer Hermano rió abiertamente.
–Lo digo en serio, puedo hacerlo.
–y Raquel puede pasar desapercibida. Su dominio en la esfera mental la hace indetectable. Te necesito aquí ahora mismo, conteniendo el desastre.
–No me fío de sus capacidades, la he visto fuera de sí misma estas últimas semanas.
–Dale un respiro. Todo su sistema de creencias se ha venido abajo. Es algo que nos ha pasado a todos. ¿Me equivoco?
–No te equivocas, recuerdo que me pasé un tiempo dentro de una dimensión desconocida. Eso sí que rompe tu sistema de creencias.
–Y te has recuperado mejor de lo que cabría esperar. No todo el mundo se recupera tan fácilmente.
–A propósito de aquel incidente, ¿sabes algo de aquella entidad llamada Saituk?
–Para serte sincero, todo el mundo sospecha de ti. Piensa que llevas a ese dios ligado en tu interior. Yo también lo pienso, por esa razón te mantengo ocupado a mi lado.
–Como si tú pudieras hacer algo contra mí.
–Sería el poder de Jaziel quien te detuviera.
–En todo caso, vuestros temores son falsos. No hay ningún dios parasitando mi alma, salvo Jaziel. Y está por mi propia voluntad.
Claudio vació su licor de un trago. Se recostó en el sofá y descansó la vista unos segundos. En aquel instante vio los dos ojos en su mente. Eran bellos, seductores, vestidos de verde tras una mirada llena de poder. Aquella interferencia hizo que centrara sus sentidos en la visión. Las palabras de Ventura perdían intensidad. Dejó que le embriagara aquella sensación. Al instante, se encontró flotando sobre su propio cuerpo. Concentró su energía en aquellos ojos. El despacho, la mansión y los jardines desaparecieron. Se vio dentro del edificio Mausoleo, en las estancias del Gran Maestre. La mujer ocupaba el epicentro de la sala. La rodeaba un círculo de invocación. Las runas en íbero antiguo desvelaban al sujeto invocado: el Heraldo Oculto. En el exterior, el Gran Maestre sostenía un ánfora en sus manos. Lo acompañaba otra mujer de pelo negro y piel morena, pronunciando la letanía que requería el ritual. Todos estaban desnudos. Claudio sintió excitación frente a la seductora figura. Se quedó contemplándola, flotando en la sala. El círculo de protección hacía imposible que se acercara a ella. Encontró, de pronto, la mirada del Gran Maestre. Sabía que estaba allí. Sostenía el ánfora de Camagüey en sus manos mientras recitaba la letanía. Le había permitido presenciar aquel acto.
Ignoró al Gran Maestre y se centró de nuevo en la mujer de ojos verdes. Sintió un escalofrío súbito en la espalda. Detrás de él, una figura imponente acaparaba todo el espacio de la sala. Claudio tornó la vista y contempló la llegada de la entidad. Estaba enmarcado en luz aunque su rostro permanecía oculto entre sombras. La bella mujer de ojos verdes y pelo caoba comenzó a gemir. El ánfora saltó de las manos del Gran Maestre hasta colocarse entre las dos tetas de la elegida. Poco a poco, fue fundiéndose en la blanca piel hasta desaparecer por completo. Cuando el ánfora quedó enterrada entre los pechos, la mujer emitió un grito de dolor. De su boca salía luz, al igual que de su frente y palmas de las manos. Todo su cuerpo estalló en luz. Incapaz de mantener la consciencia proyectada, Claudio regresó a su cuerpo. Ventura sostenía el vaso vacío frente a él.
–No quería molestarte. Has estado media hora en trance. –Junto al prelado superior había otra persona. Ernesto esperaba con paciencia, ojeroso y con semblante preocupado.
–Lo han conseguido.
–¿Qué ha pasado? –La preocupación de Ventura era evidente.
–El Gran Maestre de los Heraldos me ha invitado a presenciar su ritual. Quería que supiera que cuentan con ayuda tan poderosa como la nuestra. –Ernesto Valverde puso los ojos en blanco. La consciencia de Jaziel tomó el mando en el cuerpo del mortal.
–Ha pasado lo inevitable. El señor de los Heraldos ha venido a perseguirme.
–¿Por qué? –preguntó Claudio.
–No confía en mí. Cree que vengo a destruiros cuando lo que quiero es ayudar. Necesito que estéis a mi lado.
–Cuenta conmigo, mi señora. –Ventura se arrodilló frente a Valverde. Pudo percibir intranquilidad.
–Tu ayuda será necesaria. El Heraldo quiere devolverme más allá de las esferas. Allí me juzgarán por haberme atrevido a venir aquí. Sería mi destrucción. No puedo abandonar esta realidad, es más importante de lo que imagináis. Me protegerás en todo momento. ¿Aceptas, Jorge Ventura?
–Acepto, mi señora.
–Toda la Hermandad Roja dará su vida por protegerte –añadió Claudio –. Me preocuparé personalmente de que así sea. Dinos qué necesitas.
El cuerpo de Ernesto acarició la cabeza del prelado superior. La mirada de Jaziel ardía de poder. Pasó los dedos por el mentón del hombre y lo dirigió hacia el suyo.
–¿Darías tu vida por mí?
–Así es. –respondió Ventura.
Los labios de Ernesto se unieron a los de su compañero. Tras unos segundos de silencio, el prelado superior intentó apartarse. La fuerza que lo sostenía hizo imposible aquella evasión. Ventura sintió que su poder lo abandonaba. Su esencia caía a través de la garganta de Ernesto, perdiéndose en el infinito. Jaziel bebía la esencia perdida, reuniendo el poder necesario para su penúltimo paso.
–Ahora tengo todo lo que necesito. –La cara de Ernesto estaba llena de sangre. La piel de Ventura cayó como una alfombra sobre el suelo del despacho. El portador de la joya comenzó, en aquel instante, su transformación.
Claudio miró con horror los restos de su amigo, disueltos frente a él. Ernesto lo observó sin decir nada. Su rostro cambiaba con desagradables chasquidos. Los huesos parecían quebrarse en su interior para recomponerse a continuación. Jaziel se abría paso a través de la carne. Claudio observaba atónito. La mezcla de atracción y asco estaba salpicada de terror reverencial. Miles de rostros cambiantes, todos de bellas mujeres, se aproximaron a él.
–Debía recuperar el poder que deposité en él. Quiero ofrecértelo a ti y que me sirvas como merezco. –El rostro cambiante besó a Claudio en los labios. Una oleada inmensa invadió el interior de su alma. El poder se asentó dentro, fortaleciendo al Primer Hermano. Jaziel se separó de él. Su imagen permaneció estática. El aspecto que ofrecía era el de una joven adolescente de pelo oscuro. Vio los ojos verdes de su visión. Eran los ojos de su diosa.
–¿Me servirás, entonces?
–¿Qué ha pasado con Ventura?
–Ahora forma parte de mí.
–¿Y Ernesto Valverde? ¿Sigues siendo él?
–Los dos forman parte de mí. ¿Me servirás? –Claudio tragó saliva. Estaba asintiendo antes de contestar.
–Así es, mi señora. ¿Qué deseas que haga?
–Prueba tu poder. –Jaziel había comenzado a buscar entre las pertenencias de Ventura. Estiró su piel hasta quitarle todas las prendas que vestía.
Claudio concentró su esencia. Un sentimiento de agobio acudió en primer lugar. Sintió de nuevo el peso de su responsabilidad. Cerró un momento los ojos. Al abrirlos de nuevo, vio una copia de sí mismo de pie, al lado del sillón donde estaba sentado. Pensó que se había proyectado cuando la copia lo contempló también con estupefacción. Notó el vínculo mental que tenía con ella. Se relajó; la copia imitó aquel sentimiento. Jaziel sonreía.
–Así estarás más cómodo.
Claudio creó otras dos copias de sí mismo. La primera salió de la mansión hacia el congreso. Las otras dos organizaron el papeleo. Jaziel ofreció un vaso lleno de licor al Primer Hermano original.
–Te has ganado un descanso a mi lado.
Los labios de ambos se unieron. Al cabo de unos segundos se encontró en plena fornicación. La diosa lo recompensaba por su lealtad.