Dentro del agujero
Barcino era un caótico mosaico de la realidad. El equipo Presagio se desplazaba a pie, trazando un plano manual por los lugares que daban acceso a los fragmentos de la ciudad. A través de ensayo y error, consiguieron llegar al centro de la ciudad. La gente con la que se cruzaban, vagaba enloquecida. Los dotados eran los únicos capaces de sostener su propia cordura. Algo más acechaba en las calles rotas. Las entidades del bajo astral habían ocupado los fragmentos de Barcino. El equipo Presagio se encontró a seis de aquellas bestias espirituales en el puerto comercial. Devoraban los cuerpos de una familia. Pudieron reaccionar rápido. Raquel inmovilizó a una criatura, usando sus pensamientos como cuchillas afiladas. El resto de su equipo usó sus armas para aniquilar a los parásitos dimensionales. Tuvieron que imbuir de poder las armas de fuego para poder herirlos. Al cabo de quince segundos, quedaron seis charcos oscuros sobre las maderas del paseo marítimo. Nada pudieron hacer por la familia desmembrada. Un sonido atronador surgió de la línea de playa. Consiguieron ver el lomo de algo grande entre las aguas agitadas.
–Puede haberse colado cualquier cosa –dijo Raquel –. Es mejor que nos movamos por el centro.
–¿Dónde vamos? –preguntó Loana.
–Al núcleo de la singularidad. La última vez fue la clave de todo.
–Ahora no disponemos de un revocador. Nos va a resultar difícil volver a la normalidad.
–Ya encontraremos la forma, Fernando. De momento debemos volver al Marenostrum.
–¿Qué haremos después? –Preguntó Octavio Varcei. Luana escuchaba atentamente, detrás de él.
–Solucionar este problema.
El grupo salió del puerto comercial. El Hotel debía encontrarse al final del paseo marítimo pero la realidad se partía hacia la mitad del mismo. Atravesar la grieta los llevaba a la zona industrial. Dentro de su campo de visión podían ver el fragmento del Maremagnum sobre ellos, boca abajo. El edificio estaba inmerso en un vacío opaco. El fragmento de la ciudad sobre ellos parpadeaba, oscureciéndose por momentos. Raquel hizo regresar a todo el equipo por donde habían venido, marcando en el mapa callejero la zona descubierta.
Regresaron al fragmento industrial. El atardecer estaba suspendido en el cielo. El tiempo quedó destrozado cuando la realidad se resquebrajó. A nivel biológico, no sentían sueño, sed ni hambre. Por un cálculo aproximado, Fernando pensaba que habían transcurrido tres días naturales. Octavio estuvo de acuerdo en el cálculo. El novato sentía más la presión del lugar. Raquel se daba cuenta. Había tratado de inducir en todo el equipo un apropiado equilibrio emocional. Varcei necesitaba más atención que Luana o el experimentado Fernando. El veterano estaba desarmado en aquel plano. Su capacidad para ver el futuro se había disipado. Por otra parte, había conseguido incrementar su capacidad psicométrica. Percibía los peligros alrededor antes que los demás. El enlace telepático que mantenía con Raquel les estaba evitando cientos de amenazas a su alrededor. Desde que su coche agotara la gasolina, había sido una habilidad muy útil para sobrevivir.
–¡Basta! ¡No pienso dar un paso más! –Octavio se había derrumbado.
–Debemos continuar, hay que llegar…
–Lo tenemos encima de nosotros, lo hemos visto crecer ahí mismo –El jóven señaló con su largo dedo índice –. Tendríamos que llegar al aeropuerto de Barcino y montar en un avión o helicóptero.
–Los comunes han enloquecido. ¿Vas a pilotar tú? Porque yo no tengo ni idea. Por lo que sé, Luana y Fernando, tampoco.
–¿No puedes meterte en la mente de un piloto y someterlo?
–Su estado alterado podría empujarme fuera de su cabeza. Mi poder funciona mejor cuando el objetivo no sabe lo que ocurre.
–Creo que volar hasta allá es lo único que podemos hacer.
–Esperad, he encontrado un patrón. –Fernando reclamó a Raquel el mapa pintarrajeado que habían corregido. Lo desplegó a la vista de todos. –Mirad, salimos del fragmento industrial para dar con el puerto comercial. Están opuestos. El centro con el parque de atracciones también está en direcciones opuestas.
–La manzana de Cinco Vías nos llevaba al parque del Llanto, también opuestos. Para llegar al fragmento que está sobre nosotros, debemos encontrar el que está en contraposición. Buen trabajo, Fernando –dijo Octavio.
–La catedral, aquí –Raquel señaló el mapa callejero corregido a bolífrafo –. Atravesando este fragmento en dirección norte, llegaremos a la singularidad.
–Perdonad que discrepe en lanzarme a un suicidio seguro. Tenía entendido que en esta ciudad se encontraban los revocadores.
–Son socios de los Heraldos, no cuentes con ellos.
–Pero estarán tan intrigados por este suceso como nosotros. Intentarán solucionarlo.
–Eso espero –dijo Fernando –, de todas formas sabemos cómo hay que salir de aquí. Hay que regresar a la singularidad.
–Y sobrevivir a lo que sea aquello. No me arrastrarás a la muerte, Prelada. Mi fervor por Jaziel es insignificante comparado con el vuestro. Iré a buscar a los Revocadores.
–Yo voy contigo. –dijo Luana.
–Está bien, Fernando y yo seguiremos sin vosotros. Buscad ayuda, cualquier despierto será útil.
–Raquel, si nos separamos…
–Es mejor de esta manera, Fernando. Octavio tiene razón. Nos servirán de poco en la singularidad.
Ambos grupos se dividieron. Raquel y Fernando fueron directos al barrio de la catedral. Vercei y Luana apuntaron el recorrido para llegar al campus universitario. Una vez solos, Fernando trató de hablar con Raquel.
–Sé que es suicida. No es necesario que vengas conmigo. Es algo que debo hacer sola.
–Ventura se enfrentó solo a la singularidad y consiguió sobrevivir. Si los dos nos enfrentamos a él, tal vez podamos vencerlo.
–A Ventura lo rescatamos. En esta ocasión no hay nadie que pueda llegar en nuestra ayuda.
–Octavio y Luana tal vez tengan éxito. ¿Por qué te muestras reticente con la posibilidad de un pacto con los Revocadores?
–Es una corazonada. No creo que hayan sobrevivido a la ruptura de la realidad. Vivir un hecho incomprensible como este los enloquecería como a cualquier mundano. Incluso a mí me cuesta mantener la cordura en este sitio. He de hacer acopio de toda mi frialdad para no desmoronarme. Llevo todo el tiempo manteniendo vuestra mente bajo control. Octavio y Luana tienen los minutos contados antes de perder la cabeza. No les culpo, cada uno es libre de escoger el final trágico que prefiera. Yo ahora lo tengo claro. La decisión de enfrentarme a la singularidad de Saituk es porque estoy harta de sentir confusión y de ahogar mi pánico. Puedes hacer lo que quieras, Fernando.
–Tu plan me gusta. Después de todo, soy el que más ha vivido de los dos. Yo debería estar mejor preparado que tú para el último momento. Si estás dispuesta a morir, yo también.
Raquel asintió. Antes de continuar, abrazó a Fernando durante más tiempo de lo usual. Fue el veterano agente de campo el que rompió aquel momento. Raquel detectó la oleada de emociones mediante el vínculo mental. Cortó el lazo empático y abrió la marcha.
Traspasaron varios fragmentos de realidad, escondiéndose de las huestes enloquecidas. Muchas sombras habían poseído a los humanos y los vejaban, obligándoles a cometer actos repugnantes. La prelada desviaba la atención de los seres con órdenes mentales mientras atravesaban a la carrera las calles llenas de caos. El que no huía para salvar la vida, perseguía a cualquier descarriado y así liberar la crueldad más demente. Consiguieron evadir el peligro hasta llegar al cambio de fragmento.
La singularidad había devorado todo el edificio Marenostrum. Raquel y Fernando se quedaron al borde del abismo. Ella dudaba en dar el último paso. El veterano agarró la mano de la Prelada y la arrastró al vacío. Los dos sentían el vértigo de la caída. La profundidad era infinita. A lo lejos, un punto de luz surgía ante ellos. Una voz los envolvía. Era hueca, apenas reconocible. Sin inflexiones en su frecuencia. Raquel se percató de que eran imágenes mentales, carentes de emoción. Saituk era confuso al comunicarse con ellos. Fernando intentó averiguar qué forma tenía. La imagen que llegó hasta él fue la de una bestia erizada con enormes garras al final de sus brazos. Raquel veía la furia de los volcanes en erupción. Había cierta sorpresa en su actitud, no esperaba encontrar oposición. Fernando creó a su alrededor una esfera protectora de luz dorada. Raquel hizo lo mismo, su luz era de plata. La entidad examinaba a la Prelada con interés. Las imágenes que Raquel estaba percibiendo comenzaron a incomodarla. Había reconocido los patrones de un elegido en ella. Necesitaba a un humano para anclarse a su realidad. Sintió como el dios hacía trizas su escudo y penetraba en ella. La prelada se resistió, interponiendo barreras mentales entre aquella entidad y su conciencia. Fernando lanzaba saetas doradas al centro de la luz. Saituk accedió a los recuerdos de la Prelada. Se encontraba en su apartamento, acostada en su cama. Su amante dejaba caer el pelo largo y rubio sobre su pubis. Tamara le entregó una mirada alienígena. Su lengua era tres veces más grande. Raquel cambió el recuerdo como si fuera una diapositiva. En su lugar, apareció una isla paradisiaca. Saituk llegó a esa nueva capa de memoria como un fuerte huracán. Estaban en sus primeras vacaciones pagadas por la Hermandad Roja. Habían viajado a la isla de Hierro. Su corazón lo había roto una joven local, cuando le escupió en la cara al intentar besarla. La fuerza de la tormenta castigó la playa donde se encontraba.
La Prelada comprendió lo que la deidad hacía. Quería anclarse en su mente a través de sus miedos y frustraciones. El escenario cambió de nuevo. Estaba en los jardines de Antigua, acababa de graduarse con la Hermandad Roja. Su madre estaba furiosa porque no accedía a casarse. Quería hacer carrera como agente de campo. Su padre la apoyaba, banalizando la situación. Las duras palabras de su madre disfrazaban más desprecio que decepción. A su hija no le gustaban los hombres. Los ojos de su madre eran los de la entidad. Volvía a ser momento de un nuevo escenario. Estaba en los vestuarios del colegio. Observaba ducharse a la profesora de gimnasia. Se había quedado la última porque no sabía atarse los cordones. Sintió una profunda atracción por la mujer. Cuando la profesora se volvió hacia ella, su cara estaba deformada. Una enorme fila de dientes puntiagudos la sonreía. Otra vez la enorme lengua se descolgaba por el lado izquierdo de su boca. Raquel sentía fatiga. Le quedaba un último pensamiento al que acceder. Un recuerdo remoto, primigenio, al que la entidad la siguió sin dudar. En aquella visión, Raquel estaba suspendida en agua salada. No había luz, tan solo un enorme sentimiento de paz. La vibración que llegaba hasta ella era de amor absoluto. Ella ni siquiera era un bebé. Seguía en el interior de su madre. Saituk se mostró contrariado. No existía nada que usar contra su víctima. Al instante, la Prelada cerró aquel recuerdo. Mantuvo la resonancia de aquel sentimiento lleno de vida y lo usó como refuerzo para la prisión mental. La entidad aulló desesperada. Había caído en la trampa. Saituk se estiró y encogió dentro de ella, tratando de escapar. La tensión que ejercía provocó que su consciencia se desvaneciera.
Recobró el sentido con el malestar de la realidad. Su cara estaba contra el polvoriento suelo. Respiraba con dificultad. Su cuerpo le dolía por contusiones que no recordaba. La visión se iba aclarando y observó a Fernando, resucitando a su lado. Era medio día y el sol avanzaba por el cielo. La realidad se había normalizado. Un tipo alto y delgado le tendió su mano. Reconoció a Octavio frente a ella. Luana también la sujetó por la cintura, una vez la incorporaron. Se encontraban en el paseo marítimo, a escasos metros de una enorme escombrera. Había un tercer tipo con ellos. Los ojos saltones no perdían detalle, moviéndose como los de un camaleón. Parecía al borde de la locura. Una vez Raquel estuvo erguida, ayudaron a Fernando.
–Te presento a Gregorio. Es un revocador. –dijo Octavio.
–El último que queda más o menos sano. Fue el único que no trató de atacarnos. –Luana sentó a Fernando sobre un montón de ladrillos.
–Hemos tenido que disparar, nos recibieron con violencia.
–Ya me hago una idea –dijo la Prelada, examinando sus magulladuras –. Seguimos teniendo problemas, a pesar de regresar a la normalidad.
–¿Por qué dices eso? –preguntó Octavio.
–¿Recuerdas los parásitos astrales del puerto?
–Claro, son inolvidables. Nos hemos cruzado con centenares de ellos.
–Poseen los cuerpos que no oponen resistencia. Creo que hemos traído millones de ellos con nosotros. –Raquel señaló a un pequeño grupo de gente. Estaban a unos cien metros. Habían aparecido atraídos por los sonidos del equipo Presagio. La forma de moverse era artificial. Sus miradas estaban fuera de sí. Corrieron hacia ellos con furia asesina y gritos desacordes. Raquel ordenó la retirada. Solo esperaba que aquellos poseídos no se contaran por miles. Pronto, su estimación se quedó corta. Cada persona común en aquella ciudad había regresado parasitada. El grupo Presagio había salido de la sartén; quedaba atravesar el fuego.