La morada de los dioses
El espacio y el tiempo habían quedado fusionados a su alrededor. Percibía espíritus guardianes muy poderosos que mantenían impenetrables las membranas de cada plano. Su presencia había pasado inadvertida para ellos. Sostenía la guadaña con cadena con alguna parte de su ser; no tenía cuerpo. Sentía la reliquia como parte de sí mismo, tirando de él en una única dirección. A su alrededor era todo luz, con intensidad suave y continua. A su alrededor podía sentir conceptos complejos que formaban mundos enteros. Millones de Entidades similares a él entraban y salían de aquellos mundos, formando un organismo mayor. Centró su mente hacia el futuro, en un transcurrir lento y constante. Se concentró en el fluir intemporal, sintiendo los segundos hacia adelante y hacia atrás. En cuanto calibró el momento exacto, alcanzó a ver algo parecido a una puerta. Estaba enmarcado en bloques de piedra aunque la superficie era de madera. La esencia que llegó hasta él resultó acogedora. En el centro de la puerta reposaba un llamador sujeto por la cabeza de un león. Oscar Dero tuvo el impulso de llamar. Fue un pensamiento fugaz, apenas una fracción de segundo. Se descubrió llamando por segunda vez a la puerta. Antes de que pudiera arrepentirse, los ojos del león se abrieron, mostrando dos llamas furiosas.
–He sido invitado.
Los ojos en llamas del león se apagaron. Al momento, la puerta se abrió dando paso a un agradable descansillo. Todo estaba forrado en madera. Frente a él subían unas escaleras semicirculares hasta un primer piso. Había recobrado su cuerpo. Veía sus manos sosteniendo la guadaña con cadena. La reliquia había menguado, siendo más pequeña que su antebrazo. Brillaba con destellos azulados que iban debilitándose. Escuchó una voz en el piso de arriba que le invitó a subir. Ante su vacilación, la voz insistió con amabilidad. Oscar Dero subió el tramo de escaleras hasta el piso superior. A su derecha sentía como el transcurrir del tiempo era normal. El mundo que conocía se desarrollaba con normalidad, separado por una gruesa membrana invisible. Superó los últimos escalones, una inmensa biblioteca se abrió ante él. Las estanterías llenas de libros forraban las paredes en una semicircunferencia perfecta. Sus pisadas fueron amortiguadas por una alfombra mullida, bordada con signos desconocidos. Una estrella en miniatura iluminaba desde el techo toda la estancia, bañando la habitación con un toque anaranjado. En el centro de la biblioteca, un hombre anciano sonreía al recién llegado. Su pelo blanco hasta los hombros y su barba recortada enmarcaban aquel rostro afable. Esperaba sentado en un cómodo sillón de orejas. A su lado había otro, vacío.
–Es un placer conocerte en persona. Por favor, siéntate.
–¿Me conoce? –El señor mayor enarcó las cejas.
–Antes de que te conteste, ¿quién crees que soy yo? –Oscar Dero miró sus manos. La reliquia no resplandecía. Se había reducido hasta caber en la palma de su mano.
–Usted es el dueño de esto. –El anciano asintió, volvió a repetir el gesto que ofrecía el sillón libre. Oscar ocupó el asiento mostrándose respetuoso. Ante ellos apareció una mesa cuya superficie se movía en espiral.
–Nada de formalidades, no te preocupes por esas tonterías. ¿Un poco de té?
–Gracias, cuatro azucarillos. Es un placer también para mí conocerle en persona, señor. –Oscar entregó el arma al anciano. Cuando la tomó, era todavía más pequeña. La depositó en el bolsillo de su batín. No pudo evitar la pregunta.
–¿Qué quiere Jaziel en nuestro mundo?
–Jaziel no existe. Fue asesinada hace mucho tiempo.
–Pero habitaba el Ojo de Jazim.
–Es una entidad invasora. Su naturaleza es ajena a la nuestra. Desea revertir el flujo de almas hacia un lugar que esté bajo su control.
–¿Flujo de almas?
El anciano hizo aparecer una visión entre ambos. Oscar Dero pudo observar las fuentes constantes de almas que provenían de todas las dimensiones. Eran como niños recién llegados, ansiosos por contar sus experiencias. Algunos se entusiasmaban con la idea de regresar a aquellos mundos y experimentar otra nueva vida. Entre aquellas almas existían unas entidades mentoras, más evolucionadas que mostraban las lecciones a las recién llegadas para alcanzar el siguiente estadio evolutivo. Oscar se percató de algo más. Algunas de estas almas se escurrían hacia el interior, fuera del alcance la luz.
–¿Qué ocurre con ellas? –Preguntó señalando las oscuras entidades que se hundían en los márgenes de las fuentes.
–Son arrastradas lejos de nuestra influencia. La entidad que asesinó a Jaziel llegó de allí. Déjame mostrarte tu mundo. –Con otro suave gesto, la imagen frente a Oscar Dero cambió. Podía ver su país como un concepto compuesto por sensaciones, luces apagadas y sentimientos contrapuestos. La presencia oscura de Jaziel, movía los hilos de la realidad, influyendo en las esferas. Desviaba el flujo normal de las almas, formando un cuello de botella. En paralelo, una grieta dimensional esperaba a que se completara el flujo hacia ella.
–Es nuestra responsabilidad que todo aquel que emprenda una experiencia en este universo vuelva a él.
–Y usted es el director de todo esto, según puedo deducir.
–Algo así. Ahora que podemos vernos como iguales todo le parecerá más mundano.
–Me intriga el papel que cumplo yo en todo esto.
–Deseo que ocupe mi puesto. Soy el encargado de vigilar el plano de existencia que usted conoce. Si acepta, deberá coordinar las esferas, regular el flujo de almas, establecer nuevos continentes, mundos, según los requerimientos de los usuarios. Tal vez quiera poblar todo el universo a su alcance aunque he de advertirle que le dará mucho trabajo.
–Es una oferta interesante aunque no veo el motivo de su ofrecimiento.
–Llegué aquí por accidente. Yo estuve sentado donde está usted ahora. Mis sueños mortales se habían cumplido y frente a mí había una mujer, también anciana, que me ofreció el mismo trato.
–¿Por qué aceptó?
–Porque era lo que siempre había deseado.
–¿Por qué abandonas, entonces?
–Porque hay alguien mejor para este puesto.
–¿Se refiere a mí?
–Tú has llegado hasta aquí casi sin proponértelo. Es verdad que te he ayudado a conseguirlo, sin embargo yo me pasé toda la existencia humana buscando la manera de llegar.
–Pedro de la Fuente…
–Ahora ese nombre ya no tiene sentido, al igual que el tuyo. –El anciano bebió de la taza de té, desvaneciendo las imágenes caóticas frente a Oscar con un gesto.
–Creía hablar con el dios de rostro oculto.
–Y con él estás hablando. Más bien con quien está detrás de la entidad a la que te refieres. He estado ayudándote desde el comienzo de tu existencia, con mayor o menor acierto.
–¿Por qué?
–Porque tú mismo me lo pediste. Naciste con el propósito de ayudarme. Eras otra de las almas inquietas que se obsesionan con un solo lugar. El tuyo era Iberia. Me observabas todos los días hasta que decidiste entrar y jugar el papel de un mortal.
–Entonces todo esto debía ocurrir, sabías que la entidad se liberaría.
–Cuando ocupes este sillón, podrás comprobar lo que es fluctuar por el tiempo, poder modificar el pasado si el presente no te ha convencido. La entidad que tú llamas Jaziel fue encerrada en el ojo de la diosa cuando ella murió. –Un nuevo gesto del anciano, mostró a Oscar Dero los acontecimientos a los que se refería.
Las imágenes que sentía en primera persona eran las de una bella mujer, salvajemente perforada por varios brazos afilados. Un hombre ataviado con armadura clavaba su lanza en el pecho del invasor. Nada era capaz de detener a aquella oscura criatura. La diosa se extinguía entre los múltiples brazos de su atacante. La fue engullendo con sus múltiples mandíbulas. Cuando solo el ojo derecho de la diosa era visible entre la espesa oscuridad, el hombre transformó su lanza en una guadaña. Cortó el apéndice con precisión. Transformó el mástil en una cadena, que arrojó contra el ojo, enredándolo antes de tocar el suelo. Cuando lo tuvo entre sus manos, lo dirigió a su adversario. Concentró todo su poder en él mientras la pupila permanecía fija en la mancha oscura de la entidad. La sombra fue arrastrada hacia el interior de la mirada gracias al poder del guerrero. La armadura fue consumiéndose conforme iba cumpliendo su objetivo. Al finalizar el proceso, el hombre era una forma exigua de lo que era. La armadura había desaparecido y el cuerpo fuerte que la vestía estaba delgado, consumido y agotado hasta la extenuación. El ojo se había cristalizado en diamante y rubí sostenido todavía por las manos del hombre decrépito. Tomó los restos de la oscura entidad y envolvió su cuerpo con ellos. El ojo brilló con luz propia, abrasando la palma de su mano. Lo dejó caer y el Ojo de Jaziel se hundió en el suelo envuelto en llamas, traspasando las barreras dimensionales y cayendo en el plano mortal.
–¿No puedes cambiarlo?
–Esta imagen es el límite de mi poder. Intenté intervenir, cambiar el destino y el resultado fue a peor. Este fue el mejor intento que tuve para controlar la situación. Tú podrías intentar cambiarlo, si aceptas mi puesto.
Oscar Dero reflexionó sobre el enfrentamiento que tuvo con la entidad en su ático. Su poder era menor comparado con las imágenes que había sentido.
–La solución no está en el pasado. Es ahora cuando hay una posibilidad de acabar con ella. Su esencia está fragmentada.
–Tienes la fuerza necesaria. Acepta esta responsabilidad y se tú mismo el Heraldo que jamás conseguí ser.
El instante de aceptar el acuerdo con aquel anciano fue fugaz. En cuanto apareció la intención de aceptar, el trato se había cerrado. Sintió que su tamaño crecía. El lugar en el que estaban era una prolongación de sí mismo. En cuanto centró su vista de nuevo en la biblioteca, su posición se había intercambiado con la del anciano. Tenía todo el poder aunque percibió una limitación que lo dejó helado. No podía moverse de aquel lugar. El anciano se levantó con energía del sillón que había ocupado Oscar dero. Estaba rejuveneciendo en instantes. Su pelo recuperó la tonalidad oscura mientras la barba se volvía negra como la noche. Pedro de la Fuente mostraba alegría sincera con cada paso con el que se alejaba de la biblioteca. Su cuerpo acabó por transformarse en una esfera de luz, disolviéndose en la estancia. Oscar superó el pánico que le había invadido, centrándose en su nueva condición. No importaba que pudiera moverse o no, podía hacer llegar hasta él lo que deseara. Sabía que aquel universo estaba tocado de muerte y debía repararlo. Comprendía por qué Pedro de la Fuente quería marcharse, su esencia estaba vinculada a aquel universo. Si éste desaparecía, lo haría también el director de aquel plano de existencia. Se centró en resolver la situación de su maltrecha realidad, repasando todos los acontecimientos hasta desencadenar el desastre. La maquinaria espiritual se puso al servicio de su nuevo amo.