El fin de la realidad
Era la primera hora de la madrugada. Ágreda se había retrasado a propósito para evitar otra noche de pesadillas. Salió al balcón para encontrar aire fresco. A su espalda, los camareros recogían la vajilla recién lavada. Los choques entre platos anclaban su mente a la realidad. Apoyada en la barandilla echó de menos un cigarrillo. La mayoría de las luces estaban apagadas. Las chispas de las soldaduras rompían la oscuridad que ofrecía aquel balcón del restaurante. El Mausoleo era un complejo de ocho edificios, cada uno orientado al estudio de un área concreta del conocimiento. Aunque los Académicos también usaban el poder, necesitaban justificarlo adecuadamente. Se esforzaban para que su ciencia fuera exacta y duradera. Esto les exigía gran cantidad de años estudiando y entendiendo cómo funcionaba el mundo. El primer prototipo de vehículo se realizó en el taller experimental del Mausoleo. Desde entonces, el complejo experimental había ofrecido inventos que facilitaban la vida tanto a durmientes como a dotados. En las secciones subterráneas, el complejo desarrollaba las investigaciones más innovadoras del planeta. Los ocho edificios formaban un octógono; todos estaban unidos entre sí por pasillos flotantes, muchos de ellos traslúcidos. El espacio central había sido despejado para construir el cabezal gigante que rasgaría la realidad. Su fin era contactar más allá de las esferas y esperar alguna clase de ayuda.
–Medidas desesperadas para situaciones desesperadas –Raquel mordisqueaba una manzana verde. Contempló la silueta oscurecida de quince metros –. Aquí estamos, encomendándonos a un dios para que nos salve de una entidad maligna. –Ágreda estaba ausente, no captó el sarcasmo de la prelada.
–Se supone que debe crearse un atajo dimensional por donde nuestro aliado pueda venir. Cuando esté listo, tendrás que liberar a tu prisionero. –Raquel adoptó un semblante más serio. Intentó introducirse en la mente de Ágreda. Fue imposible. Su poder enmudeció en cuanto llegó a Ógredo. Los Académicos mantenían un férreo control del poder en la ciudad más importante de su territorio.
–Estaba pensando en ello. Puede que los Académicos puedan contener el poder de Saituk pero si no lo consiguen, la realidad volverá a quebrarse. Tendré que luchar contra él yo sola…
–Esta vez tendremos a nuestro aliado en plenas facultades. –Ágreda observaba la abertura oval que coronaba la estructura. –Se supone que por ahí debe salir nuestro aliado. Encenderán el artilugio dentro de seis horas.
–¿No va a haber un ritual de invocación?
–Los Académicos se encargarán de todo. Debe hacerse como ellos digan, son precisos en sus cálculos. Ese es su ritual.
–La Hermandad Roja es más directa. Tratamos de acceder al poder sin las dificultades que plantean los Académicos.
–Pero vuestro arte es perecedero, está sujeto a las vicisitudes de la extenuación y no puede transferirse. Los Académicos han democratizado el poder de las esferas, han dado a los durmientes la oportunidad de enfrentarse a los dotados en igualdad de condiciones.
–Eso lo dices porque careces del don de las esferas. Sentir el poder directo y llevarlo al modo que te resulte más cómodo es un placer mil veces mayor que experimentarlo indirectamente a través de artilugios e inventos.
–Yo solo sé que si me enfrento a unos dotados con mi arma, mueren. Dos siglos atrás no hubiera podido defenderme de ellos. Es algo que agradezco a los Académicos –Raquel iba a contestar pero Ágreda zanjó el tema antes de alcanzar una estéril discusión –. La Hermandad Roja ha traído a su diosa y ahora está en peligro toda nuestra realidad. No hay que discutir sobre quien hace las cosas mejor.
La prelada desertora solo pudo estar de acuerdo con la Guardiana Suprema. Sonrió, tiró el corazón de la manzana al vacío y se introdujo en la cafetería. Había manifestado su intención de descansar antes del experimento. Ágreda se quedó sumida en sus pensamientos, buscó entre sus recuerdos alguna pista que le permitiera dar su siguiente paso. Todo continuaba en blanco.
La ceremonia de apertura fue sobria, reuniendo al anciano Edicto Palesia junto a los más destacados rectores. El riguroso preludio de charlas y agradecimientos, combinados con toques de optimismo, duró hora y media. Todos los participantes en el proyecto esperaban en formación cuadrangular. La primera luz del día iluminaba el cielo. En el centro, el artilugio comenzó a emitir un ligero zumbido. Ágreda seguía con detalle desde primera fila toda la operación. Marcio e Inés, restablecida de su esfuerzo, flanqueaban a la Guardiana Suprema. Raquel y su equipo Presagio estaban en el mismo cuadrante, esperando alguna reacción del enorme aparato. La energía fue alimentando el obelisco paulatinamente. Cumplía etapa tras etapa, dejando la caja torácica de los presentes reverberando. Los cinco metros de vacío dentro del espacio ovalado se encendieron. Desde aquel momento la sensación de una presencia etérea creció entre el público. Raquel rompió la formación, avanzando hasta los pies del obelisco. Tras el décimo paso, la prelada comenzó a elevarse en el aire. Su melena oscura flotaba enmarcando su cara. En un parpadeo, la realidad a su alrededor dejó de existir. Todos los presentes se vieron envueltos por una luz intensa. Lejos de molestar, aquella luminosidad era acogedora. Los presentes se miraron con desconcierto. Cuando apareció la figura luminosa frente a ellos, escucharon con atención.
–Gracias por el esfuerzo que han hecho para hacerme llegar hasta ustedes. El principio y el final de las cosas acaban en un espacio como este. Desde aquí se programa un nuevo ciclo y se despliega en vuestra realidad como una cinta virgen.
–¿Quién es usted? –los rasgo del hombre fueron definiéndose poco a poco hasta reflejar la versión más atractiva de Oscar Dero, el Gran Maestre de los Heraldos.
–Una vez fui como vosotros, viví entre vosotros y os conocí en persona.
Al instante de reconocerlo, Ágreda se abalanzó a abrazar a su superior. No pudo llegar hasta él, una fuerza invisible la mantenía aferrada al lugar indeterminado en el que estaba. Fue él quien se acercó a la mujer madura. La miró como un padre mira a una hija hace tiempo perdida. Ágreda vio que la imagen de Oscar Dero estaba reproducida frente a cada uno de los presentes en aquel experimento.
–El tiempo ha finalizado. El fin de la realidad se ha cumplido.
–¿Dejaremos de existir? –Preguntó Raquel.
–En absoluto. Vuestra alma experimenta distintas realidades al mismo tiempo. Sois vosotros los que decidís en cuál albergar vuestra consciencia.
–¿Y cómo se supone que lo hacemos?
–Mediante la elección, por supuesto. Ese momento es cuando escogéis vuestras posibilidades. Las demás avanzan paralelamente a vuestra elegida, con mejor o peor fortuna para la experiencia de vuestra alma. Ese era el fin, abarcar el conocimiento en múltiples experiencias simultáneas.
–¿Para qué sirve experimentar la realidad? –preguntó Ágreda.
–Para vosotros, significa evolucionar. Crecer como seres espirituales, viajar una y otra vez a este universo para fortalecer vuestro cuerpo astral. Es el principal motivo. Ahora la realidad está contaminada. La idea de auto crecimiento ha sido pervertida por la entidad conocida como Saituk. Quiere su propio reino, algo que es imposible para esta criatura. Su llegada solo trae destrucción, vuestras almas se perderán para siempre y mi labor es protegeros. Debo aplicar el protocolo de seguridad para salvar vuestras esencias.
La figura del Gran Maestre frente a Raquel extendió la mano hasta su frente. El parásito oscuro se filtró entre la piel hasta flotar frente a la palma de la mano del Gran Maestre. El alargado ente se retorcía de dolor y menguaba frente a la luminosidad blanca. Oscar Dero lo desplazó sin tocarlo hacia abajo, donde lo impulsó hacia la realidad a través de un pequeño túnel de luz. Cayó en el Mausoleo de Ógredo, donde acontecía el experimento en una realidad paralela. Los presentes se vieron a sí mismos en tercera persona. En lugar de la luz confortante, surgió la oscuridad. Ese instante correspondía al momento en el que el experimento salió de la peor forma posible. La entidad que había brotado en la dimensión alternativa buscó a Raquel. La fuerza que desató aquel acontecimiento fue incontrolable. La prelada se elevó en los cielos, envuelta en oscuridad mientras la realidad se resquebrajaba a su alrededor.
–Si fragmenta la realidad podrá llegar hasta nosotros… –dijo Ágreda.
–Eso es lo que espero. No hay que preocuparse.
Raquel había desaparecido. En su lugar estaba un engendro parecido a Jaziel. Su esencia devastaba el complejo de investigación mientras todos los presentes abrían fuego contra la entidad. Nada podía dañar a aquel ser. En poco espacio de tiempo, la gente pereció, absorbida por Saituk. Cuando hubo aniquilado a todo el Mausoleo, Esperó mirando al cielo. Jaziel apareció descendiendo entre las alturas.
–¿Está sucediendo? –Preguntó Ágreda –¿Esto está ocurriendo realmente?
–Es una de las realidades programadas. Lo sentiréis como propio, pues ese es el fin de la realidad, aunque estáis a salvo de su influencia. Es necesario que aprendáis y observéis. Si está sucediendo es porque no hay otra forma de solucionarlo.
Las dos entidades oscuras se abrazaron para fusionarse en un solo ser. Se liberó una potente energía que arrasó la ciudad. Las vidas que segaron se unían a su esencia, atrapadas y engullidas por los dos aspectos de la nueva deidad. Oscar Dero, el principal de ellos, hizo aparecer frente a él una palanca. Tiró de ella sin esfuerzo, desvinculando aquella realidad de la principal esfera donde se encontraban. Las imágenes fueron perdiéndose en la lejanía, como si se hundieran en la inmensidad luminosa.
–¿Estamos a salvo? –Raquel respiraba con agitación, observando los últimos vestigios de oscuridad bajo ellos.
–En absoluto, esta realidad que acabo de separar de nuestra existencia es un peligro latente. He conseguido aislar al parásito como tú lo hiciste cuando Saituk se introdujo en tu cabeza. Todavía los acontecimientos pueden confluir hasta esta fatídica conclusión, por esta razón está en vuestras manos evitar el desastre. Es la única forma de conservar la realidad.
–¿Y qué pasará con nosotros? ¿Volveremos a nuestro espacio? –Preguntó Ágreda.
–Lamentablemente, Todas las realidades que se desenlazan a partir de nuestro contacto confluyen en este fatal desenlace. Era la única forma de engañar al parásito. Vuestro tiempo ha finalizado –Los presentes ahogaron una exclamación –. No hay por qué preocuparse, puedo ubicaros en la realidad de nuevo aunque tendré que mataros. Durará solo un momento.
Con un movimiento rápido de su mano, decapitó a la vez a cada uno de sus invitados. Trató de evitar encontrarse con las caras de sorpresa. No pudo evitar la mirada de Ágreda. Había sorpresa y decepción. Oscar Dero sintió la soledad de aquel espacio cuando los cuerpos desaparecieron. Todas las copias regresaron a la imagen central. Oscar Dero hizo aparecer un cómodo sillón blanco y se limitó a observar el nuevo hilo temporal.
Estaba en Capital. El edificio de Bellas Artes acogía a decenas de ilustres invitados. Raquel había recobrado la conciencia justo en el interior del edificio. Se llevó las manos al cuello y comprobó que todo seguía en su sitio. Sabía el lugar y el tiempo donde se encontraba. Estaban a punto de robar el Ojo de Jazim. Salió apresuradamente hacia el exterior, donde encontró a Fernando esperando órdenes. Ventura estaba dando instrucciones para distraer a los miembros de seguridad. Raquel gritó a Fernando, simulando una pelea. Él recordaba lo sucedido tan bien como ella. Jorge Ventura había conseguido realizar el cambio de maletín, quedando agotado por el esfuerzo. Raquel alcanzó al renqueante prelado, agarrado al maletín como si fuera su salvavidas. Sangraba por la nariz. Después de asistirle, Fernando llegó con el coche. Ayudó a su superior a subir al asiento del copiloto.
–¿Qué ha pasado? –Fernando exigía una respuesta con la mirada. Raquel sabía que sus palabras abarcaban más de una explicación.
–Depende de nosotros, viejo. Edificio Canciller o Edificio Mausoleo.
–¿Cómo que edificio Mausoleo? –La confusión de Ventura era evidente. Fernando movió el volante con brusquedad. Ventura se golpeó en la cabeza contra la ventanilla. A continuación, Raquel entró en la mente del prelado. Lo inmovilizó por completo. Fernando detuvo el coche y apretó el cuello de su superior hasta terminar con su vida. A continuación, se dirigió al edificio Mausoleo. Tardaron poco, estaba a tres manzanas de su posición. Una vez en la entrada, preguntaron por Teresa Ágreda. Al cabo de unos minutos, la mujer se presentó a ellos con el traje corporativo que la identificaba como centinela. Reconoció a los Hermanos Rojos nada más verlos.
–Fue este día cuando sucedió todo, no lo esperaba.
–Tenemos esto para vosotros –Raquel entregó el maletín negro a Ágreda –. Ya sabes qué ocurrirá si se libera su poder. Te corresponde a ti y a los tuyos ponerlo lejos del alcance de…
–De cualquiera, lo sé. Tendré que llevarlo a Ógredo; el Edicto Palesia puede que haya pensado una solución para el Ojo de Jazim.
Fernando y Raquel abandonaron el edificio. La inerte figura de Ventura parecía dormir en el asiento del copiloto. Cuando se alejaron lo suficiente, llamó por teléfono al Primer Hermano desde el terminal de su superior.
–Raquel Medina, señor. Lo siento mucho, prelado abatido. Un sobreesfuerzo. Negativo, sin constantes vitales, lo llevamos a un hospital. Negativo, señor. Está fuera de nuestro alcance. La misión ha fracasado.
FIN