Lealtad
Había escuchado que en el castillo de Toyama reclutaban hombres. El señor Amakusa Ryoichi necesitaba samuráis para una nueva campaña. Los rumores decían que estaba loco. Sanyu sonreía ante aquellas habladurías, conocía como eran los nobles y sus prácticas resultaban extrañas al pueblo. Su familia era de origen humilde. Sabía lo malintencionados que resultaban algunos comentarios por parte del pueblo. El ronin se dirigió a la región de Toyama con la esperanza de encontrar trabajo. En el camino se encontró con un joven que seguía la misma ruta. Se llamaba Mura y era bastante hablador. Sanyu guardó silencio durante todo el camino aunque sonreía con las anécdotas que Mura contaba. Era diez años más joven que el ronin y hablaba como si hubiera vivido tres décadas más. A pesar de aquello, Sanyu encontró agradable la compañía de Mura. Durante los dos días de travesía lograron cultivar cierta amistad.
Cuando llegaron a la entrada del castillo, fueron recibidos por un hombre de expresión severa. Tres samuráis con lanza esperaban órdenes suyas justo a su espalda. Intentaron atravesar el portón principal pero los guerreros se adelantaron, cortándoles el paso. El hombre de mirada cejijunta observó a los viajeros y les exigió sus nombres. Era Oaki Nagano, chambelán del señor Ryoichi. Ambos viajeros se arrodillaron. Sanyu declaró que se presentaba a trabajar como soldado al servicio del señor Ryoichi. Mura solicitó uno de los puestos de mayordomo.
–He trabajado en el castillo de Ishikawa; la familia de mi antiguo señor está emparentada con el señor Ryoichi. Me pidieron que le entregara esta carta en cuanto lo viera.
Oaki Nagano se adelantó hasta él. Arrancó de las manos la carta lacrada que le ofrecía Mura. Rompió allí mismo el sello y la leyó con rapidez.
–Vosotros, llevad a estos dos al acuartelamiento. Recibirán la paga de soldado.
–Pero… no soy soldado, yo soy mayordomo. Señor Nagano, no podría…
–Silencio, eres un necio. No necesitamos mayordomos, necesitamos soldados. Si puedes limpiar el castillo también puedes portar una lanza – Oaki Nagano se volvió a los samurái, señalando a Mura –. Que éste se encargue de labores de intendencia, tal vez sea útil en las concinas. Deberá hacer el adiestramiento marcial con todos los demás. –Los samurái asintieron y llevaron a ambos al acuartelamiento. Allí convivían cientos de samurái, inmersos en distintas tareas. Mura estaba aturdido. Fue cargado con unos cuantos leños de madera y se le encargó la vigilancia de una enorme marmita con agua hirviendo.
Después de la cena, los recién llegados fueron a jurar lealtad al señor del castillo. El señor Ryoichi los recibió en el salón principal, sobre una tarima con tres peldaños. A su derecha, estaba su esposa. Todavía tomaban la cena. Los niños jugaban alrededor. Cuando se arrodillaron con respeto, la comida llovía sobre ellos. El señor reía las gracias de sus pequeños. La ceremonia fue una formalidad. Mura trató de explicarse pero no fue escuchado. La mirada de acero que lanzó Oaki Nagano lo disuadió de decir nada. Una vez mostrada la indiferencia de su señor, volvieron al acuartelamiento.
Mura asumió la condición de soldado mejor de lo que Sanyu se había figurado. Se esforzó en el manejo de la lanza a la par que desarrollaba trabajos de albañilería y carpintería. El ejército de mil quinientos samuráis estaba ampliando los barracones. Los rumores entre sus compañeros anunciaban que la guerra contra la provincia de Ishikawa era inminente. Amakusa Ryoichi había prometido conquistar un castillo para su esposa. Estaba convencido de que conseguiría arrebatárselo a Asano Mori, su más próximo vecino. Nunca había entrado en conflicto con el señor Mori, por aquella razón estaba convencido de ganar la provincia. Lo sorprendería con un ataque raudo. Sanyu observó a su compañero. Él venía de servir en aquel castillo. Comprendió que su presencia había causado la desconfianza del chambelán Nagano.
Las maniobras se repetían de sol a sol. Entre los compañeros se decía que saldrían en el comienzo del otoño. Quedaba menos de una semana. Mura se había acostumbrado a formar aunque era torpe en la lucha y solía acostarse lleno de moratones. Sanyu estaba preocupado por su actuación en la batalla. Comenzó a entrenar con él. Era duro con el mayordomo aunque no tanto como cualquier otro compañero y mucho más paciente. Trató de orientarle en la base con seis movimientos que repetía sin cesar. Mura aprendía con rapidez y Sanyu se felicitaba por ello. Tenía intención de ampliar los movimientos cuando fueron movilizados. Marcharon hacia la provincia de Ishikawa con la ventaja de la sorpresa. La frontera fue fácil de atravesar. Apenas cincuenta bushi se encargaban de su defensa. Ni siquiera eran samuráis. Abandonaron su puesto en lugar de presentar batalla. Sanyu avanzaba integrado en la vanguardia con Mura a su lado. Se adentraron en la provincia de Ishikawa hasta que cayó la noche. Afianzaron sus posiciones en lo alto de una colina. Allí acamparon, preparados para hacer frente al ejército del señor Mori. Al amanecer, las fuerzas invasoras encontraron a un ejército desplegado a la perfección. La colina estaba rodeada. Su posición dominante se había convertido en una plaza sitiada. Las fuerzas del señor Mori eran algo superiores que las de Ryoichi aunque aquello carecía de importancia. La perfecta situación en el campo de batalla delataba la victoria del ejército defensor. Nagano estaba furioso, su plan de ataque relámpago había sido frustrado. Se veía obligado a defender una posición que no deseaba. De pronto, comenzó el hostigamiento. La caballería de Ishikawa se elevaba por la ladera, realizando ataques precisos para retirarse al momento. Los arqueros y arcabuceros disparaban pero era inútil. Las bajas que recibían eran mayores que las ocasionadas. Oaki Nagano se reunió con los tres capitanes de su ejército. El objetivo había cambiado, debían alcanzar territorio Toyama antes de que acabara el día. La caballería formó en retaguardia y cargó para despejar el camino a las tropas de artillería. La infantería defendía el final de la formación. Sanyu mantenía la lanza recta, apuntada contra la caballería del señor Mori. No llegaron a romper la fila, viraron su marcha en el último momento, alcanzando tanto a las unidades de arcabuces como de arco. El ejército invasor quedó dividido. El impulso de la caballería que lideraba Nagano quedó paralizado por los arcabuces y las flechas de Ishikawa. Sanyu subía y bajaba la lanza hasta que fue rota por otro samurái de un solo golpe. Desenvainó su catana y rompió la maltrecha formación. Al momento, Mura tiró de su brazo, antes de que pudiera descargar el tajo sobre su objetivo.
–Quieto, Sanyu. Observa. La lucha ha terminado. Hemos sido derrotados.
–Nos matarán. Cortarán nuestra cabeza para cobrar su salario. Jamás dejaré que eso ocurra sin presentar batalla.
Aunque su ardor era fuerte, el campo de batalla hablaba por sí mismo. La caballería había sido masacrada y los arqueros huían, perseguidos por los cascos de Ishikawa. A su alrededor, muchos de sus compañeros estaban rodeados por la infantería defensora. Nagano y su guardia personal caían abatidos por las flechas. Sanyu bajó su catana y se arrodilló. Con suerte podía volver a la vida de ronin aunque su supervivencia era escasa. Cuando los primeros soldados del señor Mori los rodearon, Mura mantuvo el control de la situación.
–Soy Mura de Ishikawa. Estoy al servicio del señor Mori. Este hombre se llama Sanyu, es mi colaborador.
–Mura, te conozco –dijo uno de los samurái –. Curaste a mi esposa de las fiebres el otoño pasado.
–Entonces eres Hiro. Me alegro de que tu esposa saliera adelante. Es una mujer fuerte –El mayordomo se arrodilló, ofreciendo su lanza por encima de su cabeza –. Nos rendimos, nuestras armas son vuestras.
El samurái tomó la lanza y la catana de sus enemigos con respeto. Llevó a la pareja hasta la retaguardia de su formación. No fueron crueles con el ejército invasor. Capturaron a los que bajaban las armas aunque ejecutaban a aquellos que se negaban a rendirse. La guardia personal de Nagano fue masacrada. Él había caído, luchando contra varios hombres a la vez desde su caballo. El ejército invasor fue neutralizado en poco tiempo. A los oficiales los enviaron a la fortaleza, junto a Sanyu y Mura. Llegaron al castillo de Ishikawa al medio día. Mura fue recibido como un héroe mientras Sanyu lo observaba, sorprendido.
–Entiendo que despertaras la suspicacia de Oaki Nagano. Sin embargo, te subestimó. Eres más importante de lo que esperaba.
–En efecto. Soy uno de los hijos del señor Mori. Crecí en su hogar, como sirviente. Es el destino que tienen los hijos del señor cuando su madre es una simple cocinera. Sin embargo, el señor Mori vio un fuerte parecido entre nosotros desde que fui pequeño. Me enseñó a ser algo más que un sirviente. Aprendí a ser sus ojos y oídos. Escuchamos rumores de que Toyama estaba formando un ejército. Me dirigí a investigar. Fue entonces cuando nos conocimos.
–Entonces el señor Mori sabía todo desde el comienzo. ¿Cómo lo informabas? Estabas demasiado ocupado.
–Con esto –Mura sacó un silbato y sopló durante unos segundos. Una paloma se posó sobre el brazo del mayordomo. –. La he adiestrado durante años. Es la forma más rápida que existe para llevar pequeños mensajes.
Las estancias del señor Muri eran luminosas. Las paredes de papel dejaban traspasar la luz del día sin cegar a los presentes. Fueron recibidos como invitados de honor. Al llegar, la familia Mori los saludó personalmente. Ocuparon lugares al lado de la mesa donde se ofrecía comida en abundancia.
–Bienvenido, Mura. Estoy contento de verte con vida.
–Gracias, señor. Es un alivio comprobar que todo ha salido bien. Estuve a punto de ser descubierto. Quiero presentar a mi amigo Sanyu, ha sido un gran apoyo en esta operación.
–Bienvenido, Sanyu. Come todo lo que quieras. Hablaremos después de recuperar fuerzas. –El ronin bajó la cabeza en señal de aprobación. Una vez finalizada la comida, los hombres pasaron a una habitación aparte donde el chambelán de la casa preparaba la ceremonia del té. Asano Mori tomó asiento frente Sanyu. Mura se entró entre ambos, quedando un poco más apartado.
–¿Juraste lealtad al castillo de Toyama?
–Así es, mi señor. Fue un juramento poco ceremonioso. Casi una ofensa para Mura y para mí. Tengo una procedencia humilde aunque he estado sirviendo para otro señor hasta su muerte, hace cuatro años. Sé cómo entablar los lazos de lealtad. Desde aquel instante he vivido como ronin, trabajando para mercaderes o señores de menor riqueza. La lealtad que he mostrado siempre hasta el final de mi trabajo ha sido intachable. En todos los casos he sentido la reciprocidad, salvo en el encuentro con el señor Ryoichi. No le importaba nuestra presencia. Para él éramos personas sin valor.
–Comprendo tu sensación. ¿Aceptarías trabajar para esta casa, Sanyu? Necesitamos a gente capaz como tú.
–Señor, agradezco su ofrecimiento. Mi posición me empuja a aceptar su propuesta. Será un honor y un privilegio servirle a usted, señor Mori. –El ronin bajó la cabeza en señal de respeto.
–En ese caso, viaja de vuelta con mi ejército. Rendirás el castillo de Toyama. Mura te acompañará. –El aludido levantó la taza de té en señal de afirmación. –Eres bienvenido entre nosotros, Sanyu.
Aquella noche, las murallas de la fortaleza de Ryoichi quedaron sitiadas. Sin fuerzas suficientes para romper el bloqueo, el castillo cayó a los tres días. Sanyu irrumpió en el salón principal, donde encontró al señor lívido sobre su pedestal. A su alrededor estaban los cuerpos sin vida de su esposa e hijos. Los samuráis que llegaron con el ronin, rodearon al jerarca. Se mostraba fuera de control.
–Señor; si depone su actitud hostil, será tratado con misericordia.
–Tú, traidor. Me juraste lealtad y te encuentro entre mis enemigos. No tienes honor, perro. Quítate la vida ahora mismo. Te lo ordeno.
–Mi lealtad no es para aquellos que han perdido la razón.
–¿La razón? ¿Acaso insinúas que estoy loco? ¿En qué te basas para insultarme? ¡Traidor!
–Has lanzado un ataque a un vecino noble y justo. Lo has hecho sin medir su capacidad de respuesta. Cuando has visto a tu enemigo al otro lado de la muralla, has sacrificado a tu familia, desesperado ante la derrota. Tienes la opción de explicarte ante el señor Mori. Claudica y acompáñanos en paz.
El hombre tenía los ojos tan abiertos que amenazaban con salir de sus cuencas. La expresión era de impotencia. Cayó de rodillas y se arrastró cual reptil por los escalones de la tarima.
–Tú, traidor. Quítate la vida. Te lo ordeno. –La voz que emitía el señor era apenas audible.
Sanyu no quiso prolongar aquella patética muestra de autoridad. Se adelantó con la catana desenvainada y decapitó al señor del castillo. La sangre bañó el suelo de madera, extendiéndose cual ponzoña. Mura llegaba en aquel instante con más hombres.
–El castillo está bajo control. Apenas quedaban guardias.
–Este pobre insensato estaba tan seguro de ganar que no ha dejado samuráis que guardaran el castillo.
–Después de todo, las habladurías estaban en lo cierto. El hombre había enloquecido. –Mura puso una mano sobre el hombro de su compañero. Aquella muerte pesaba como ninguna. –No hay de qué arrepentirse. La lealtad no se pierde con quien ha enloquecido. Lo dijiste en casa del señor Mori, la correspondencia entre ambos es necesaria. –Sanyu asintió. –Vamos, el señor Mori querrá conocer las buenas noticias.