El espejo de Achlys
Dorio tenía su vivienda cerca del templo de Artemisa, en las afueras de Olizone. En la pequeña ciudad era conocido por vencer a la arpía Démeter. Llegó diez años atrás y se instaló cerca de los acantilados. En aquel lugar anidaba la mujer con cuerpo de águila. El monstruo se alimentaba del ganado y los niños de Olizone. Cuando capturaba algún pequeño, pedía doscientas piezas de oro por su rescate. Si la familia no pagaba, devoraba al infante sin remordimientos. Los habitantes de Olizone se vieron obligados a guardar grandes sumas de dinero para proteger a sus hijos. Aún así, la abominación se cobraba algunas de sus víctimas con impunidad. Pasado un tiempo, Démeter fue más poderosa. La llegada de aquel joven supuso una liberación inesperada por aquellos ciudadanos.
Según narraban las canciones, Dorio ahuyentó a las hijas de la arpía con la ayuda de algunas piedras que recogió en la playa. Había llegado en una barcaza sin un destino concreto. Consiguió abatir a tres de los cinco monstruos alados. Las otras dos volaron hacia el desfiladero de Démeter, donde alertaron a su madre. El joven fue directo al templo de Artemisa y pidió ayuda a la diosa. Cuando llegó Démeter, Dorio portaba un arco en sus manos. Salió del templo, tensando el arco y apuntando al enorme monstruo. La arpía iba cubierta de abalorios de metal que la hacían resplandecer bajo el sol de la mañana. La flecha apareció cuando Dorio soltó la cuerda, volando certera al corazón de la abominación. Cayó sobre la playa, causando una lluvia de piedras preciosas. Las hijas fueron atravesadas por los proyectiles en cuestión de segundos. La playa se pobló de los cuerpos alados sin vida.Tras aquel enfrentamiento, tomó las joyas de Démeter y las depositó en el tempo. A continuación, subió por el acantilado e incendió el nido de la arpía. Rescató el oro de los habitantes de Olizone y lo entregó a sus legítimos dueños. Desde entonces, el joven fue proclamado hijo de Artemisa y héroe de toda Magnesia. Tras llegar aquellas canciones a Eretria, Ephileos, señor de Eubea, fue en busca de aquel legendario hombre en persona.
Diez años lo separaban de aquella proeza que le llevó a la fama. Olizone creció en prosperidad y extensión. Ephileos descendió en el puerto bajo una falsa identidad. Fue indicado por los ciudadanos hasta la pequeña casa lindante al templo de Artemisa. Tuvo que esperar a solas en la entrada de la casa. Estaba repleta de obsequios en forma de ánforas de aceite, vino y cestos llenos de frutas o verduras. Al cabo de una hora, regresó en su barcaza. El dirigente de Eubea se puso en pie, mostrando su porte regio hasta que el héroe remontó la pendiente. Cargaba con una red repleta de pescado.
–Es un honor conocer al héroe de estas tierras. Mi nombre es Ephileos. Soy el rey de Eubea.
El héroe llevó la red llena de pescado hacia el interior de la casa. Sin perder tiempo, se puso a destripar los peces. El rey lo miraba desde la puerta.
–Pase y beba un poco de vino. Por lo que tengo entendido, su reino es modesto. Sabrá apreciar mi forma de vivir.
–Lo cierto es que me incomoda el olor a pescado. Esperaré aquí.
Dorio salió de mala gana y atendió a la regia presencia. El rey estaba molesto ante la invitación.
–¿Qué está buscando?
–Deseo contratarlo. Se cuentan proezas increíbles sobre usted.
–Son canciones, no hay que tomarlas en serio.
El jerarca se desprendió de un pellejo de oveja que llevaba a su espalda. Estaba lleno de monedas atenienses.
–Puede considerarlo un adelanto. Tendrás el doble al acabar este cometido.
–¿De qué se trata?
–¿Aceptas, entonces?
El héroe meditó unos segundos antes de dar una respuesta. Aquel dinero le vendría bien aunque no confiaba en el soberano. Pensó de nuevo, dejando a su invitado con una sonrisa congelada. Accedió al templo y buscó a la diosa desde su interior.
–Hace ya diez años que te adopté como a un hijo. ¿Qué te atormenta, Dorio?
–Desconfío de este viaje. Sé que aceptarlo será mi perdición.
–Es el miedo de encontrar aquello que ansías. Lo que has esperado durante tu vida se presentará ante ti.
–No he temido desde que nací. Ni siquiera Démeter consiguió mermar mi valor. Ahora siento inquietud ante este viaje. Siento que mi vida está en peligro.
–Y lo estará. Siempre lo ha estado. Sabes que no volverás. Cada día es el último. Cada amanecer es un regalo. Debes cumplir con tu destino.
La imagen de Artemisa alargó sus brazos. Se materializó un yelmo completo. Como máscara de bronce estaba la efigie de Apolo. La diosa se lo entregó a su hijo adoptivo.
–Es de mi hermano, te ayudará en la travesía. Es la única ayuda que puedo ofrecer.
La imagen se desvaneció, dejando a Dorio con el casco entre sus manos. El héroe salió al exterior donde esperaba el airado rey. Quedó asombrado al ver el yelmo que sostenía.
–Iré contigo. Navegaremos en mi barca hasta Eubea. Saldremos en cuanto haya preparado las provisiones.
Dos horas más tarde, Dorio cargó un tonel de pescado destripado en la embarcación. Agotó un ánfora de aceite en su interior y desplegó el pequeño velamen de su barcaza. Ephileos viajó en proa durante todo el trayecto, molesto ante el olor a pescado. Prefería contemplar el romper de la quilla contra las olas antes que acercarse a aquel tonel.
–¿No vas a contarme qué tengo que hacer, majestad?
–A su debido tiempo, héroe.
–¿Cuándo será eso?
–En cuanto estemos en palacio.
Al atardecer llegaron a Eretria, la capital de Eubea. Un séquito los esperaba. La guardia personal del rey los acompañó hasta el palacio, en lo alto de la colina. Una estatua a Poseidón gobernaba la plaza inmediata a la entrada del recinto amurallado. Tras dos centenares de escaleras, la comitiva accedió al interior del palacio. El salón principal estaba decorado con mosaicos y frescos que hacían referencia al dios de los océanos. Dorio observó como el monarca ocupaba el trono y se dirigía a él con más soberbia de la que había mostrado.
–Héroe de Magnesia, te he traído hasta mi ciudad para que lideres una expedición hacia Asileis, la ciudad de mi hermana Delia. Ella ha robado el espejo de Achlys, amenazando todo el reino. Quiero que la traigas de nuevo ante mi presencia.
–¿Por qué no habéis enviado a vuestro ejército, mi señor?
–El espejo de Achlys porta una poderosa magia. Asedié la fortaleza de Asileis pero mis soldados fueron sorprendidos por una densa niebla. Inmersos en ella, se desorientaban y caían en emboscadas que los soldados de Delia preparaban con impunidad.
–¿Y qué espera que haga yo?
–Te dejaré quince hombres. Los suficientes para realizar una incursión a la fortaleza de Asileis. Trae a mi hermana sana y salva. Serás recompensado con lo que más desees y pueda concederte.
Dorio realizó una leve reverencia y se retiró de la presencia real. En las puertas del palacio varios hombres salieron a su encuentro. Eran los soldados a su servicio. Muchos de ellos jóvenes cadetes. El mayor en rango se presentó como Eudor.
–Soy Dorio de Olizone, saldremos esta misma noche. Que dos de tus hombres tomen el barril de pescado que llevo en la barcaza. Vamos a necesitar provisiones.
Eudor conocía la zona a la perfección. Estuvo en cabeza todo el trayecto hasta que la bruma y la oscuridad detuvieron su marcha.
–Aquí comienza la niebla, señor. Sugiero descansar. Intentaremos atravesar la bruma por la mañana.
El héroe se limitó a asentir. Dejó que los hombres levantaran el campamento mientras él se aventuraba a caminar un poco más lejos. En cuanto la bruma tocó su piel, sintió un mareo repentino. Cuando quiso darse cuenta, la niebla lo había rodeado. Estaba privado del sentido de la orientación. El aire escaseaba a su alrededor y la debilidad lo invadía por momentos. Recurrió al yelmo de Apolo. En cuanto cubrió su cara con la máscara del dios, la niebla se disipó a su alrededor. Veía con la claridad de la mañana. No muy lejos de su posición, la muralla de Asileis se alzaba sobre una colina. En el interior, un palacio resplandecía en blanco bajo los rayos tenues de la luna. Varias patrullas de soldados guardaban los dos accesos al castillo. Aunque la niebla era densa para los visitantes, los soldados de Delia eran inmunes a sus efectos. Dorio recibió la primera andanada de flechas tras colocarse el yelmo de Apolo. Los proyectiles se desviaron de su blanco en el último segundo. Protegido por aquella invulnerabilidad, empuñó el arco de Afrodita. Las flechas salían materializadas con cada tensión de la cuerda. Fue acabando con las patrullas una a una, a la velocidad del viento. Cuando terminó, regresó hacia el campamento.
Con las primeras luces del amanecer, Dorio guió a sus hombres a través de la espesa niebla. Habían anudado una cuerda entre ellos. El héroe encabezaba la fila. Los cadáveres de la noche yacían en la planicie que guardaba la puerta amurallada. Los soldados de Ephileos comenzaban a sentir la desorientación. Dorio tiró de la cuerda, infundiendo ánimo en sus compañeros. Llegaron a la zona posterior de la muralla sin ser vistos. El héroe escrutó la estructura hasta detectar una abertura. Era un desagüe estrecho, apenas podía entrar un niño. Pidió que acercaran el tonel de pescado. Usó el contenido como lubricante. Introdujo su cuerpo por aquel agujero y fue deslizándose a través de la abertura. Una vez en el lado opuesto, sus hombres le hicieron llegar las armas. Dorio se revolcó en el suelo, adhiriendo a su cuerpo tierra y hojas. Cuando estuvo cubierto, se arrastró con sigilo hacia la parte posterior del palacio.
Con la ayuda del yelmo de Apolo, veía a la gente antes de ser detectado. Evitó a los últimos guardias que quedaban en la fortaleza, accediendo directamente a las estancias de la princesa Delia. Encontró la llave de la habitación gracias a la doncella que preparaba el baño de la señora. Giró el mecanismo y entró en una sala todavía a oscuras. Pesadas cortinas cubrían la salida hacia el balcón principal. Los tempranos rayos de sol traspasaban algunas aberturas sin llegar a extinguir la oscuridad. Observó su reflejo en el espejo de Achlys. Era un andrajoso y sucio merodeador con un yelmo extraño. Se quitó el regalo de su madre adoptiva y observó a su alrededor. En seguida distrajo su atención el lecho del dormitorio. Contempló la figura de Delia. Su cabello oscuro enmarcaba unos rasgos finos. Los dedos de su mano eran delicados. En el pecho del héroe se agitó una sensación desconocida. Sintió la necesidad de proteger a aquella mujer. Contempló la belleza más tiempo del necesario cuando la mujer despertó. Dorio recurrió a sus reflejos para amordazarla. El yelmo cayó de sus manos sobre las sábanas con olor a jazmín. Sus cuerpos chocaron, provocando una corriente que agitó a la diosa Afrodita.
–He venido por orden del rey Ephileos. No voy a haceros daño. Quiere que os lleve a su palacio. –La mujer se agitó, desesperada. Intentó morder los dedos de Dorio. Luchó con toda la fuerza que fue capaz de reunir. –Prometo soltarte si parlamentamos. Me explicarás por qué no quieres ver a tu hermano.
Delia se relajó un poco antes de asentir. Dorio liberó la mano que amordazaba a la mujer y ella guardó su palabra de no gritar.
–No soy su hermana. Nunca hemos sido familia.
–¿Por qué iba a mentirme Ephileos?
–Para conseguir el espejo de Achlys y tener un arma poderosa que usar contra Magnesia.
–¿El rey de Eubea pretende entrar en guerra contra mi pueblo?
–No es la única razón que lo motiva. Me ha querido para él desde que me conoció. Desea forzarme a ser su esposa. Es el motivo de haberme encerrado en Asileis.
–¿Cómo lo conociste?
–Estuvo casado con mi hermana. Ella murió de debilidad hace dos años. No superó el parto. El niño falleció con ella. Los dioses los tengan en su cuidado… Desde entonces, Ephileos trató de cortejarme hasta hacerme sentir impotente. Encontré la fuerza que me faltaba en el espejo de Achlys. Lo robé de su tesoro y me he protegido tras estas murallas desde hace poco menos de un año.
Dorio escuchaba la musical voz de Delia. Ella hablaba con la mirada baja, dejando que el corazón guiara sus palabras. Sintió aquella versión como real. La guerra contra su región lo preocupaba. El porvenir de aquella mujer lo dejaba consternado. Unió sus labios con los de Delia, fundiéndose en un abrazo que llenó de tierra, hojas y aceite el lecho de la habitación. Al cabo de pocas horas, tomaron un baño donde disolvieron la tierra adherida a su piel, el aceite y los aromas del sexo. Pactaron una alianza indisoluble, guiada por el sentimiento. Un plan se formó en la mente de Dorio, una estratagema que requería la complicidad de aquella mujer.
Cuando abandonó las murallas de Asileis, sus hombres lo miraban asombrados. Salía a caballo, seguido de Delia. La princesa los acompañaba por su propia voluntad.
–En efecto, debes ser hijo de Artemisa –comentó Eudor –. Ningún hombre ordinario hubiese podido cumplir esta misión.
Sin mediar palabra, Dorio usó el arco de Artemisa. Acabó con los hombres de Ephileos con la rapidez que le otorgaba aquella arma. Los quince hombres cayeron muertos sin recibir una explicación. La pareja cabalgó hacia Eretria. Tuvieron el camino despejado hasta la entrada del palacio. La estatua de Poseidón los recibió con una mirada torva. Ambos accedieron al interior de la sala. Ephileos mostró sorpresa ante la llegada de ambos. Se levantó del trono fue al encuentro de Delia. Ella lo miró con desprecio, girando la cabeza ante el saludo. Ephileos ignoró aquel desmán y encaró al héroe.
–Has cumplido bien tu misión. ¿Qué hay de los hombres que fueron contigo?
–Murieron.
–Entiendo, fue peligroso para ellos pero no para el hijo de Artemisa. Incluso has traído a Delia sana y salva, como te pedí. Es hora de entregar tu recompensa.
–Quiero a esta mujer como esposa. –El rostro de Ephileos cambió de súbito. –El rey tendrá el honor de casar a su hermana con el héroe más grande de Magnesia. Puede ser un arreglo próspero para ambos pueblos.
–No puedo concederte esa petición. Es imposible. Mi hermana ha de cumplir otro cometido.
–Ni siquiera es tu hermana, ¿verdad?
–Deberás escoger otra recompensa, héroe. –El tono contenido revelaba una falta de autocontrol por parte del monarca.
–Este acuerdo será lo mejor para todos –dijo Dorio, colocándose el yelmo de Apolo. El rey gritó enfurecido.
–¡Guardias! ¡Apresad a este hombre!
La orden llegaba tarde. Dorio empujó a Ephileos, haciéndolo caer al suelo. Levantó el arco y ensartó a cada guerrero que trataba de cortarle el paso. Delia se agazapó a los pies del trono real. Cuando solo quedaron cadáveres a su alrededor, el héroe se encaró de nuevo al monarca.
–Mi recompensa será otra, entonces. Me quedaré con tu trono. Sé que planeabas una invasión a Magnesia. Decapitaré a la serpiente que ha jugado con mi destino.
La flecha penetró en la garganta de Ephileos. Tardó varios minutos en morir. Ninguno de los dos se preocupó por aquel sufrimiento. A voz en grito, Dorio se autoproclamó rey de Eubea. Los cortesanos fueron llegando poco a poco al salón principal. Conforme apreciaban aquel suceso, corearon el nombre de su nuevo Monarca. Al amanecer, Eritrea estaba rendida ante la diosa Artemisa.