Hechicero de combate
Días después del incidente en el barrio enano, el rey Grenik convocó a sus hombres de confianza. Sac estaba presente junto a los demás amigos del rey. Estaba contando su versión de los hechos. Arkan el bárbaro y Spuff, el enano, asentían conforme las palabras del hechicero completaban la historia. Elenthen, el elfo, se limitaba a escuchar. Ni él ni Murok estuvieron en el suceso. El inmenso minotauro se limitó a esperar sin prestar demasiada atención. El señor de los enanos maldijo cuando Sac contó la entrada de los invasores reptiles.
–¡Nuestros muros son fuertes! ¡No somos unos incompetentes!
–Calma, Gron, maestre de enanos –dijo el rey Grenik –. Hemos encontrado pruebas de una extraña hechicería. Es probable que nuestros enemigos usen armas desconocidas hasta el momento. Continúa, hombre-pato.
–Según el análisis que realicé después del suceso, detecté restos de un conjuro de traslación. Las tropas que entraron en la ciudad se desplazaron por el espacio-tiempo.
–¿Espacio-tiempo? –preguntó sorprendido el gran maestre de hechiceros –. Los conjuros de teleportación son complejos, con gran probabilidad de salir mal. Si pueden usar este conocimiento, tienen una ventaja abrumadora sobre nosotros.
–Gran maestre, que las escuelas de hechicería comiencen el estudio en esa materia. Debemos reforzar las defensas del reino.
–Envío ahora mismo el mensaje, mi señor. –De la manga del anciano surgió una paloma traslúcida que recorrió la sala hasta lo alto del salón del trono. Atravesó el cristal como si fuera un fantasma y voló hacia su destino. El monarca se dirigió a Sac.
–Cierto es que los humanos subestimamos a vuestra raza. Por ello me maravillo ante las acciones de los hombres-pato. Tienes mi admiración, Sac el hechicero. Termina tu informe oral.
–Poco más puedo añadir, majestad, salvo que nos gusta ser llamados acáridos. Pudimos contener al enemigo gracias a Arkan, Spuff y a la comunidad de enanos. Sin embargo, hay algunos que escaparon a nuestro control. Ahora deben estar escondidos en los callejones de nuestra ciudad.
–Los amigos del rey deberán ocuparse de limpiar las calles. Es una petición que tiene valor de Real Decreto. En cuanto a ti, hechicero, ¿qué rango tienes en nuestra comunidad?
–¿Rango? No, mi señor. No dispongo de rango alguno. Me gradué y, desde entonces, trabajo por cuenta propia como hechicero de limpieza.
–Eso es inapropiado. Un hechicero de tu valía debe ostentar un cargo más notable. Desde hoy te asciendo a hechicero de combate. Pertenecerás a mi cuerpo de élite. Gran maestre, prepare a este hombre-pato como corresponde a su rango.
–En seguida, majestad. Sígame, si es tan amable…
Sac tardó unos segundos en reaccionar. Tomó el camino que señalaba su superior. Los dos hechiceros se perdieron en las entrañas del palacio. En la sala, Grenik siguió con su plan para la defensa de Rophean.
–Está claro que pretenden establecer algún tipo de base, una localización bien comunicada. Buscad en los barrios cercanos a las entradas de la muralla. El barrio de los muelles es igual de probable. Arkan, confío en ti.
–Usaremos los recursos a nuestro alcance para solucionar este problema. No debes preocuparte.
–Hay algo más, necesitamos información. No conocemos nada de esta amenaza y las sospechas se acumulan. Los dioses, de los que renegamos, crearon este mundo. Sin embargo, había moradores antes de la existencia de nuestros pueblos. Huyeron a las profundidades del mundo. Desde entonces, se hacen fuertes para reconquistar la tierra usurpada.
–¿Y por qué iban a atacar Rophean? –preguntó Spuff. –Es la nación más avanzada del mundo, si no contamos a Sitos.
–Lo acaba de decir, cabeza de madera –dijo Arkan –. Porque hemos renegado de los dioses.
–Somos la única nación avanzada que no permite el culto a los diez –continuó el monarca –. Sitos ha permitido la convivencia con los clérigos desde su fundación. Nuestra nación, desde que fue creada por mi tatarabuelo, ha rechazado y reprendido las prácticas religiosas.
–Cambia la ley –dijo Elenthen. Surgió tras las columnas centrales del salón –. Mi pueblo adora a Siamat por encima de todas las deidades. Los continuos conflictos que tienes con mi raza, desaparecerían. La gente se sentiría libre. Rophean merece la paz con los dioses.
–¿Y la hechicería? ¿Deberíamos renunciar a ella por abrazar el culto a los diez?
–Nadie debería abandonar ningún conocimiento solo por escuchar a los dioses. Ellos solo quieren que les prestemos atención, nada más. Piensa en esta reforma, rey Grenik. La historia te recordará como el primer rey conciliador.
–¿Y compondrías algo para mí?
–La ocasión lo merecería, desde luego. –El monarca reflexionó un instante antes de contestar de buen humor.
–Entonces mañana haremos las paces con los dioses. Aún así, conseguidme información acerca de nuestro enemigo. Es indispensable saber de qué infierno han surgido.
Los hechiceros regresaron en aquel instante. Sac lucía una túnica diferente, azul con ribetes rojos. Una cadena dorada cruzaba las runas del pecho. Amarrado a ella estaba el nuevo grimorio. Las tapas eran azules con florituras en rojo, como su túnica. El acárido estaba ansioso por leer aquel contenido. Elenthen informó a su amigo de la conversación, montando unos versos en redondilla. Aquello despertó una carcajada en el monarca.
–Recordad vuestra misión. Eliminad la amenaza y sabré recompensar vuestra lealtad. Partid ahora, amigos del rey. Tengo mucho trabajo que atender.
Murok fue el primero en salir, se agachaba con cuidado para atravesar las puertas hasta el patio de armas. Sac y Elenthen lo siguieron. Arkan y Spuff se dejaron llevar por el grupo. Acabaron en la Posada Sombría a la hora de comer, con la escusa de reponer fuerzas. Tras la comida, llegaron los licores. El hechicero aprovechó para echar un vistazo a las páginas del tomo encadenado. Las cervezas y las lágrimas de Siamat comenzaron a acumularse en la mesa. Arkan y Spuff habían iniciado un duelo por ver quién bebía más. Elenthen se deslizó hacia el escenario donde comenzó a ensayar su nuevo repertorio. Sac levantó la vista del grimorio, una hora más tarde. A su lado, Murok tenía el hocico metido en la olla de potaje. Para aquel entonces, el bardo había llenado el local de clientes atraídos por la música. Howard sonreía desde la barra, aplaudiendo la actuación.
–Tenemos trabajo que hacer, amigos. Es mejor que nos movamos ya. Eh, Arkan…
El hechicero hablaba a los ojos en blanco del bárbaro. Había perdido la apuesta. Spuff se reía ruidosamente a su lado.
–Yo me encargo de recuperarlo, Sac. –El enano vació un vial de lágrimas de Siamat en una jarra vacía y se la entregó a su amigo. La razón regresó a Arkan poco a poco. Sac arrancó la jarra de cerveza que acababa de tomar de forma automática.
–Tenemos que trabajar. No bebas más.
–Pero no sé ni por dónde empezar. Grenik está loco confiando en mí… Esto me viene grande.
–Ya está bien de pensar solo en ti mismo. Formamos un equipo.
–Solo cuando bebemos.
–El rey nos ha puesto en el mismo lugar. Somos sus representantes. Debemos cumplir su palabra. –El acárido había invadido la mesa y mostraba el emblema que los identificaba. –Actuemos como la élite que somos. Si te queda algo de valor, sígueme.
Sac abandonó la posada, sin mucha esperanza de ser acompañado. Murok fue el primero en seguir sus pasos. Con el minotauro a su lado, las necesidades de músculo estaban cubiertas. Segundos más tarde, el resto de amigos del rey lo seguían. Sac asumió el liderazgo de la misión, dirigiendo al grupo hacia el lugar con más probabilidad de albergar al enemigo. Según su razonamiento, debía estar a unas cinco millas del barrio enano.
A su paso, la gente se apartaba con extrañeza. En Rophean abundaban los humanos. Las comunidades de otras especies se quedaban, por lo general, en las zonas asignadas. Menos frecuente era encontrar a un acárido, un elfo, un enano, un minotauro y un humano en un mismo grupo. El emblema que lucían despertaba fascinación y curiosidad. Elenthen aprovechó aquello para desplegar sus encantos. La información acudía a él sin apenas proponérselo. La mayoría de las mujeres se desvivían por contar los chismes de la comunidad. Entre toda aquella cháchara, encontró algunos datos de interés.
El resto del grupo esperó en la fuente de la plaza Zerion. Intentaron realizar sus propias pesquisas sin conseguir la atención de la concurrencia. Sac era incapaz de ser tomado en serio; Arkan resultaba grosero cuando se dirigía a la gente. Spuff se ofendía con frecuencia con los comentarios triviales de la gente. Murok ni siquiera intentó hablar. La gente salía corriendo con solo mirarlo. Con la guardia pudieron intercambiar algo más que saludos. Arkan explicó que eran miembros de un grupo de élite creado por el mismo rey. Las noticias habían llegado a los oídos de los soldados, junto con la fama de causar muerte y caos a su paso. Se quedaron con ellos, según el capitán Hilwer, para servir de refuerzo. En realidad solo pretendía contener los daños. Cuando el elfo regresó, vio a sus amigos bromeando con la patrulla.
–Tengo algo que puede interesar, Sac. Gretta, una joven en busca de matrimonio, llevaba días sin ver a su amado Ralphen. Esta mañana se ha cruzado con él y no la ha reconocido. Iba con un grupo de personas, no más de seis. La chica estaba desolada. Se ha plantado delante de él y su amante no ha sabido ni como se llamaba.
–¿Ha dicho dónde vivía ese tipo?
–Tengo la dirección. Podemos ir ahora mismo.
En cuanto hicieron amago de moverse, la patrulla formó delante de ellos. Escoltaron el paso del grupo hasta la vivienda que buscaban. Aquella falta de discreción había alertado a los moradores. Nadie acudía a las llamadas en la puerta principal.
–Entremos. Murok, derriba la puerta.
El minotauro obedeció al pequeño hechicero, que pasó raudo a la planta baja. Había materializado uno de sus elementales de agua en frente suyo. La casa tenía signos de haber sido desalojada con prisa. Había un caldero al fuego con comida de extraño olor. Sac abrió la puerta de la alacena. Descubrió los cuerpos colgados de dos humanos. Habían sido despellejados. Faltaban las piernas y los brazos de los cadáveres. Sac giró el cuerpo más cercano. En el pecho, por donde sobresalía el gancho, había una nota. En ella estaba escrita una breve despedida. A continuación, una esfera minúscula comenzó a brillar en el torso, debajo de la nota. Sac reconoció aquel artefacto. Era parecido al que había matado a aquel anciano en la Posada Sombría. Gritó antes de que la cocina estallara por los aires. Su elemental de agua se interpuso entre él y la deflagración. Salió por la pared lateral, atravesándola. Quedó tendido en el suelo, apenas consciente. Spuff fue el primero en llegar.
–¡Sigue vivo! ¡Venid todos!
Con rapidez, Elenthen acudió a atender al hechicero. Olía a pluma quemada. Se había fracturado el brazo, la pata y las costillas por el choque contra la pared. El Elfo realizó un hechizo de sanación. Los huesos rotos soldaron con rapidez. Sac se puso en pie antes de que la pequeña casa se hundiera.
–¿Te encuentras mejor? –preguntó Arkan.
–No. Hemos perdido la única pista que teníamos. Tendremos que volver a empezar.
–¿Quieres seguir? ¿Ahora mismo?
–¿Estás de broma? Acabo de atravesar una pared, ha muerto mi elemental de agua y me pitan los oídos por la explosión. Lo dejamos para dentro de unos días. Volvamos a la posada.