Dos vidas
El hombre era joven aunque muy mal tratado por los años. Bajó la calle con las manos en los bolsillos de su cazadora de cuero y la capucha echada sobre la cabeza. El señor Camus estaba echando migas a las palomas, sentado en uno de los bancos de aquella plaza ajardinada. Aquel lugar era un pequeño oasis de vegetación en medio de la jungla de cemento. El joven tuvo que sortear algunos coches hasta llegar al jardín; se paró justo delante de él.
–Estás llamando la atención. Te has puesto delante de un señor mayor que está dando de comer a las palomas con actitud agresiva.
–No estoy agresivo. Estoy normal.
–Siéntate, Harry. Me tapas la vista. –Harry obedeció por fin y tomó asiento a la derecha del señor Camus. Sacó una mano del bolsillo y pasó una piedra cuadrada de hachís al anciano. Éste la cogió, la introdujo en el bolsillo y le pasó un billete de veinte euros.
–Nunca hubiera imaginado esta clase de vicios en ti.
–Uno tiene debilidades, ayuda a dormir y no atonta como las pastillas de la farmacia. Estoy en medio de un asunto, si me disculpas…
–¿Quieres que me vaya?
–Así es.
Aunque el señor Camus parecía entretenido con las palomas, no perdía de vista la entrada del restaurante que tenía en frente. Harry permaneció sentado, titubeando un momento, buscando las palabras adecuadas.
–Ya sé que nos conocemos desde hace poco. Si no viviéramos en el mismo edificio jamás hubiera hablado con usted.
–¿Qué quieres, Harry?
–Verá, he escuchado cosas sobre usted… Cosas extrañas…
–Ve al grano. ¿Qué has oído?
–Que ha matado a mucha gente.
–Eso fue en otro tiempo. Ahora estoy oficialmente retirado. ¿Por qué te interesa?
–Me preguntaba cómo era una vida así.
–Podrías encontrarla estresante y solitaria. He de reconocer cierta adicción al estilo de vida cuando llevas un tiempo, eso es verdad, pero… es lo único que te queda. –El señor Camus fijaba la vista más allá de las palomas, esta vez fija en el recuerdo.
–Veras, señor Camus… Quiero deshacerme de alguien. Es un tipo que molesta a mi mujer. La última vez me sacó una navaja.
–Pues hazlo.
–¿Cuánto me pedirías si te lo encargara a ti?
–Vaya, Harry, así me gusta. Directo al grano. Y sin guardar las formas.
–¿Esperabas que te dijera eso?
–Tarde o temprano te lo acaban sacando. Voy a satisfacer tu curiosidad. Para empezar, necesitarías una cuenta corriente en Islas Caimán. A través de esa cuenta, me harías una transferencia de cinco cifras como adelanto. A continuación, te visitaría en persona, formalizaríamos un contrato verbal y me proporcionarías toda la información del sujeto. Si no pudieras hacerlo, te cobraría un suplemento que deberías realizar en el plazo de una semana, de lo contrario, abandonaría a mi objetivo. Una vez que el trabajo hubiera sido realizado, deberías transferir otra cifra de cinco dígitos a mi cuenta.
–¿Y si no te diera la última parte?
–Entonces entrarías en una lista especial a la que gente como yo tiene acceso. Tú y yo jamás volveríamos a vernos y, aparentemente, te habrías salido con la tuya. Entre los de mi gremio existe un mercado de favores, el clásico hoy por ti, mañana por mí. Es verdad que no cobraría ni un céntimo pero es eficaz a largo plazo. Los de mi gremio nos aseguramos así de cobrar en el futuro.
–¿Te ha pasado alguna vez?
–Claro que sí, en tres ocasiones, la última un narco colombiano hace tres décadas.
–¿Qué ocurrió?
–Una vez que se ha hecho el trabajo, no se tiene contacto con la parte contratante. Él quiso despedirse de mí cuando finalicé el encargo. Me extrañó. Cuando aparecí, el narco no estaba. Me envió a sus aficionados y ese fue su error. Más adelante, Charlie “el chacal” realizó el trabajo por mí. Se la devolví más adelante, cuando lo traicionaron. –El señor Camus desvió la mirada hacia un grupo de gente trajeada que salía de un restaurante cercano.
–Entonces, señor, ¿qué hago con mi problema?
–Resolverlo, Harry. Empecemos a hacernos favores. Hazme un favor, trae aquel Lada azul hasta aquí. –El señor Camus entregó la llave del vehículo. A continuación continuó echando migas a las palomas mientras jugueteaba con el cilindro metálico. Harry aceptó las llaves y se dirigió al coche. El señor Camus arrojó las últimas migas a las ya numerosas aves y se aproximó a la acera. Al momento, Harry paró el vehículo y el anciano se acomodó en el asiento delantero sin apartar la vista del grupo de gente, ya en sus respectivos coches. El señor Camus destapó el cilindro, mostrando un botón rojo.
–Harry, ¿quieres trabajar para mí? Solo tendrías que conducir. Yo lo encuentro agotador. Te pagaría mil euros a la semana.
–¡Claro! No me jodas, por mil a la semana le hago la colada.
–Me alegro, el primer término de nuestro acuerdo es no hacer preguntas. –En aquel instante, el anciano apretó el botón. Al otro lado de la plaza ajardinada, estalló un coche, produciendo un enorme estruendo. Las palomas de la plaza se levantaron en vuelo presas del pánico. El Lada azul subió por la calle principal, saliendo de la zona siniestrada con tantos otros vehículos. Las sirenas se multiplicaban por momentos. La mente de Harry iba a la velocidad de la adrenalina que sentía en aquel momento. De pronto, la figura del anciano ganó para él un respeto que jamás había experimentado.
–¿Puedo preguntar hacia dónde vamos?
–A tu casa, Harry. En cuanto me invites a tomar el té, podré resolver el asunto familiar del que me has hablado.
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Tío! Eres un crack, me quedo con ganas de más. Buen trabajo Samu.
[…] Continua… […]