Contrato sombrío
Octavio Terio fue despertado de súbito por Marius, su esclavo de confianza. Había irrumpido en la habitación a voz en grito y con paso acelerado. El miedo se reflejaba en el rostro del hombre más fiel de Terio, iluminado por la tenue llama que portaba en la mano. Con ella, prendió las velas principales. La nueva fuente de luz iluminó la estancia, dejando ver el mosaico decorativo del suelo y las excelentes pinturas enmarcadas. El lecho de Octavio Terio estaba enmarcado en telas de seda azules que le aislaban de posibles insectos.
–Es urgente que acuda al almacén, dominus. Está en llamas. Gracio y los demás intentan apagar el fuego.
El comerciante saltó del lecho, rodeado de sedas, en busca de sus ropas diarias. Se armó, por último, con un gladius de su etapa como legionario. Escondió la espada en el interior de la toga de ciudadano. En Roma estaban prohibidas las armas. Marius se había adelantado hacia los establos y consiguió dos caballos frescos. Cuando Octavio Terio salió de la domus, tenía la montura preparada. Cabalgaron con la tenue iluminación de las calles de Roma hacia el mercado del Capitolio. Vieron la columna de humo en la lejanía. Los vecinos se habían movilizado, desviando todo el agua posible para que el fuego no llegara a sus viviendas. Marius gritó de indignación al descubrir los esclavos asesinados. Habían dejado a Gracio herido en la pierna. Querían que transmitiera un mensaje.
–La amenaza se ha cumplido, dominus.
–Gracio, ¿qué ha ocurrido? ¿Qué amenaza? –Mario y Octavio taponaron la herida de la pierna con un girón de tela que el mismo Terio se rasgó de la toga.
–Glauco Varela es el responsable. Dice que se ha agotado el tiempo. Nos da una semana para pagar. Ha doblado la deuda. Ahora debemos cinco mil denarios.
–El doble de dos mil son cuatro mil –apuntó Octavio, lacónico, mientras levantaba a su esclavo de confianza. Mario lo ayudó a alzarlo al caballo.
–Dijo que cuenta con los intereses.
–Ese hijo de un lupanar me quiere muerto, ¿cómo voy a conseguir el dinero si quema mi género? Esto no quedará así, por Júpiter. Marius, lleva a Gracio a que lo examine Plinio. Él sabrá cerrar la herida. Yo me quedaré a sofocar el fuego y a recoger los cuerpos de los demás. Maldito Glauco…
El carro con la bomba de agua llegó cuando Marius y Gracio abandonaban la zona en llamas. El cuerpo de extinción de incendios lo componían ocho ciudadanos que comenzaron a bombear agua del depósito que portaban. Los vecinos habían contenido el fuego, en gran medida, y las llamas rugían con menor intensidad. A base de vaciar cubos de agua sobre la fachada y en el interior del almacén, lograron asfixiar las llamas restantes.
Octavio Terio acumuló los siete cuerpos de los esclavos muertos por Varela a lo largo de la calle. Habló con los responsables de la Collegia, para darles una cremación humilde pero digna de cualquier persona. Cuando el capitán del cuerpo de extinción le dio permiso, atravesó la ennegrecida entrada del almacén y evaluó las pérdidas. Los telares y los toldos habían prendido como el fósforo. El techo estaba hundido, se dio cuenta nada más pasar por el marco de la puerta. Su paseo de evaluación terminó a pocos pasos de la entrada. Algunas llamas débiles subsistían entre los maderos quemados. Salió del edificio, no hacía falta evaluar nada más. Había perdido todo lo que estaba dentro del almacén.
Tras hablar con el capitán de la patrulla y realizar los trámites burocráticos, regresó a su hogar. Notó el gladius en su costado mientras cabalgaba de vuelta. Su mente fantaseaba con apuñalar al sucio perro de Varela. En el fondo, sabía que aquella opción era lejana, por no decir imposible. Era poderoso y rico, con dos hermanos en el senado. Podía conseguir cualquier cosa en los bajos fondos de Roma. Lo mejor era pagar la deuda con aquel malnacido. Dejó la montura en el establo y accedió a la domus. Marius lo recibió nada más atravesar el atrio. Había dejado a Gracio en casa de Plinio y había regresado lo más rápido posible.
–Es cierto que hemos perdido el almacén con todo el género del que disponíamos, sin embargo conseguí salvar las ganancias en efectivo. Se encuentran en la habitación del tesoro, amo Terius.
–Gracias, Marius. Has sido previsor. ¿De cuánto disponemos?
–Mil quinientos denarios y setecientos sestercios, sin contar con la reserva específica del hogar.
–Los fondos de la casa no pueden tocarse. Los necesitamos para sobrevivir. ¿Nos pagó la familia de Agripa?
–Sí, dominus. El otoño pasado.
–Entonces no tenemos más dinero…
–Vaya a descansar, amo Terio. Mañana podré ayudarle a resolver este problema. Tal vez haya una solución.
–Pues dímela, Marius, para que pueda descansar tranquilo.
–No quiero precipitar mis palabras, dominus. Déjeme meditarlo. Tal vez los dioses nos revelen la solución en sueños.
–En efecto, los dioses son los únicos que pueden ayudarme. Tienes razón, debemos descansar. Ahora no soy capaz de pensar con lucidez.
–Buenas noches, amo. No desespere. Algo podremos hacer.
El descanso de Terio resultó más profundo y reparador de lo que había supuesto. La tensión de la madrugada lo dejó exhausto. En sus sueños no encontró respuesta alguna. Sólo la transición de un descanso más que necesario, sin recuerdo alguno de lo soñado. Se levantó entrada la mañana. Marius ya había despertado y se mostraba de buen humor. Sin embargo, no planteó ninguna solución al problema.
–Podría contratar a algunos gladiadores, dominus. Hay un ludus caído en desgracia que ofrece sus campeones supervivientes como guardaespaldas.
–Lo he pensado, Marius. Pregunté allí hace tiempo, cuando teníamos el almacén. Piden como condición abonar los gladiadores muertos y cada uno vale más que lo que debemos a Varela. El muy bastardo cuenta con legionarios recién licenciados entre sus filas, curtidos en batalla. Nada pueden hacer los gladiadores contra soldados adiestrados. Ellos viven para el espectáculo. Las acrobacias no les ayudarán contra los asesinos mejor formados de Roma.
–Tal vez podríamos reclutar a nuevos mercenarios, como hace Varela.
–Nadie se atreverá a oponerse a Glauco. Ni siquiera sus enemigos. Nadie mientras sus dos hermanos sigan siendo senadores Optimates. Me atrevería a decir que nos traicionarán al menor movimiento. Es la realidad…
–Intentaremos envenenarlo.
–Eso es más arriesgado que atacarlo frontalmente. Su casa es inexpugnable y la lealtad de su gente es férrea. Además, podría contar con catadores. Un atentado de esa magnitud lo alertaría y aceleraría mi muerte.
La puerta se abrió en aquel instante. Gracio pasó al triclinium, apoyado en una muleta y con el muslo vendado. Octavio estaba tumbado a la mesa y Marius lo acompañaba sentado en una silla de campaña.
–Dominus, pido perdón. Plinio me dijo que no realizara mucho esfuerzo durante dos semanas. Quiero ayudar en la medida de mis fuerzas y siento que no podré esforzarme como me gustaría.
–Eres bienvenido de nuevo, Gracio. Ponte cómodo y come algo. Tu ayuda es más que apreciada.
–Marius, te debo la vida. Estoy en deuda contigo. Hubiera muerto desangrado de no ser por la generosidad de ambos.
–Gracio, no tienes que agradecer nada. Yo solo me limitaba a cumplir las órdenes de nuestro dominus. Estamos intentando encontrar una solución al gran problema que nos ofrece Glauco Varela.
–Que todas las maldiciones caigan sobre él y toda su familia –dijo Gracio mientras tomaba asiento sobre el triclinium vacío y extendía la pierna herida. Dejó la muleta en el suelo.
–Eso espero, Gracio.
–No, dominus. Lo digo en serio. Recurramos a la hechicería. Pediremos una tabullae defixionum contra Varela.
–Es algo que no deja rastro alguno, podemos intentarlo –dijo Marius.
–La magia es algo que requiere tiempo y yo no dispongo de mucho… Qué remedio, tendré que intentarlo.
–Conozco a un tipo, un esclavo, cuyo dominus usa mucho los servicios de Sacmis. Es una hechicera nacida en Roma pero de ascendencia egipcia. Sé dónde encontrarla. Dicen que es infalible.
–Llévame con esa mujer esta noche. Mientras tanto, te daremos todo el tiempo de descanso posible.
Cuando la tarde comenzó a caer, los tres hombres se adentraron en el barrio de la colina Viminalis a uña de caballo. Iban cubiertos para no ser identificados. Marius y Octavio descabalgaron a Gracio; éste llamó a la puerta de una casa de adobe, cerca de la muralla. Les abrió la puerta una mujer bella de piel tostada y rasgos finos. Vestía de forma sencilla.
–¿Qué desean?
–Eres Sacmis, te reconozco. Necesitamos tus servicios. Pagaremos lo que sea necesario.
–Pasad. –La mujer les dio la espalda y esperó a que entraran a su hogar. Les invitó a sentarse y sacó una jarra de barro con cuatro copas. –La consulta costará cinco denarios. Si queréis que haga un trabajo, serán quince denarios más.
–Te daré cien denarios, mujer. La única condición es que el encargo se debe realizar lo antes posible.
–Acepto este contrato. ¿Qué desea mi señor?
–Hay un hombre del que quiero librarme –comenzó Octavio –. Me exige una cantidad de dinero que no puedo pagar. Ha amenazado mi vida, arruinado mi negocio y dio muerte a siete de mis esclavos. Quiero realizar una tabullae defixionum sobre Glauco Livio Varela.
–Entiendo, señor. El nombre completo de la víctima ayuda aunque no es suficiente. Necesito partes personales. Pelo, sangre, semen, heces o piel.
–No tenemos nada de lo que pides. Solo el nombre de nuestra víctima. Puedo darle una descripción.
–Dígame todo lo que sepa de él.
–Es de unos cuarenta años, con calvicie incipiente. Tiene buena forma. Vive en una mansión en la colina capitolina.
–Se refiere al hermano de los senadores Varela, sin duda. Aquel que vive en la sombra. Una figura importante, sin duda. Nadie lo conoce pero él conoce a todo el mundo. Así fue como se me presentó.
–¿Sabes de quién te hablo?
–He trabajado para él en dos ocasiones. Por suerte para ti, Octavio Terio, no quedé en buen término con él desde la última vez que presté mis servicios. Puedes estar seguro de que realizaré el trabajo.
–Tiene que ser cuanto antes. Va a matarme en menos de una semana.
–Estará muerto dentro de dos días. Sin embargo, tú tendrás que activar el hechizo. Deberás esperar toda la noche arrodillado frente a la casa de tu enemigo. Al amanecer, tendrán que descargar sobre ti dos cántaros de sangre de buey mientras repites la letanía de sumisión a Júpiter. No te muevas de ese lugar hasta que tu enemigo salga por la puerta.
–¿Eso es todo?
–No, yo tengo que hacer la peor parte. Confeccionaré la tabla cuando os marchéis. Tendré que conseguir los restos de tu víctima con mis encantos de mujer. Tendrás que pagar el doble.
–He escuchado que tu aptitud es infalible. Marius, paga el triple a esta mujer. Nos marchamos ahora.
–No olvide lo que le he dicho. Si usted no cumple con su palabra, lo que yo haga no servirá para nada.
Octavio Terio regresó a su casa con los dos esclavos. Estaba preocupado por aprender la letanía de Júpiter. Se acostó temprano y fue a la biblioteca a la primera hora de la mañana. Allí memorizó el texto que debía emplear mediante la copia por escrito de aquella letanía. Al día siguiente, repitió el proceso hasta que tuvo en la mente hasta la última palabra. Marius y Gracio prepararon los materiales para pasar la noche a la intemperie. Encontraron un hueco en la calle donde podían situarse sin llamar mucho la atención.
Cuando llegó la noche señalada, Octavio se arrodilló delante de la vivienda de Glauco Varela. Se observaba vida en el interior. Comenzó a recitar de forma mecánica aquel texto. Cuando llegó el amanecer, había repetido quinientas veces aquellas palabras. Era difícil mantener la concentración para aquel entonces. La dificultad aumentó cuando notó la sangre de buey verterse sobre su cabeza. Los dos cántaros tiñeron de rojo los adoquines de aquella esquina.
Tuvo que esperar dos horas más hasta que los portones de la casa se abrieron. El séquito de Glauco Varela invadió la calzada a la espera de que su dominus saliera a la calle. Octavio seguía con la letanía, en aquel momento pronunciaba mediante un leve murmullo debido al agotamiento. La luz no había madurado como en días anteriores. Aquella mañana amenazaba lluvia aunque la temperatura se mantenía estable. Los ojos se abrieron como platos al reconocer a su enemigo. Iba bien vestido, sin duda acudía a ver a sus hermanos. Octavio se desmayó en aquel momento. Su trabajo había concluido. El séquito de Varela se alejó cuesta arriba hacia los campos de Marte. En aquel instante, despertó de aquel agotamiento.
–No, hay que seguirle. Quiero saber si ha funcionado. Llevadme a ver a Glauco Varela. –Se cubrió el cuerpo ensangrentado con la toga y esperó a que trajeran su montura temblando por el agotamiento y el frío.
Gracio montó con dificultad detrás de su amo y sujetó el cuerpo para que no cayera contra el pavimento. Marius tomó las riendas y mantuvo el paso del caballo tirando de ellas. Siguieron con la vista al grupo de aquel asesino hasta que alcanzaron espacio abierto. En aquel momento, un resplandor los cegó por un instante. Varela estaba extendiendo los brazos a modo de saludo. Dos hombres vestidos con exquisitez se acercaron a él. Fue entonces cuando el rayo del cielo los alcanzó a todos. El estruendo sucesivo espantó al caballo y Marius tuvo que sujetar las riendas con fuerza para que su amo no perdiera el equilibrio. Cuando Octavio volvió a mirar, había decenas de personas tiradas en el suelo, los hermanos Varela entre ellas. Octavio Terio recobró las fuerzas perdidas. Dejó a Gracio en el suelo y emprendió un intenso galope. Acercó el caballo hasta la zona de impacto. La gente se agrupaba, atónita, ante aquella manifestación divina. Descabalgó y comprobó el estado de Glauco. Era un trozo calcinado de carne apenas reconocible. Los senadores estaban enteros pero sus oídos sangraban y los dedos estaban ennegrecidos. Montó de nuevo y se acercó a sus esclavos.
–Gracias a los dioses, nuestro problema se ha solucionado. Volvamos a casa. Podremos descansar tranquilos.