Amigo del rey
La posada Sombría tenía todos sus taburetes ocupados. Las mesas estaban abarrotadas de gente pendiente del escenario. El bardo que llenaba el local se llamaba Elenthen. Era un elfo de oscuro pasado que embelesaba con su laúd a quien prestaba atención a su música. Era valorado, entre otras cosas, por cantar las tropelías de ladrones y maleantes, algo que daba una información preciosa acerca del estado de las bandas criminales. Howard le pidió que acudiera tres veces por semana y el elfo aceptó sin reservas. Cuando se presentaba, lo hacía con un cargamento especial. Elaboraba algunas pócimas típicas de su raza que los viajeros perseguían con auténtica avidez. Antes de subir al estrado, había dejado veinte viales con lágrimas de Siamat tras el mostrador. Para Howard era una pequeña fortuna, vendía cada vial a cinco monedas de plata cada uno. Tan solo tenía que pagar al bardo un penique de plata por cada uno. Estaba colocando la mercancía cuando notó que aquel hombre joven se dirigía a él.
–¿No tenías a un bárbaro y a un enano de clientes fijos? –El hombre que hablaba tenía aspecto noble. Era la cuarta o quinta vez que pasaba por la posada, Howard lo reconoció.
–Así es, señor Struck. Llevan tiempo sin aparecer. ¿Qué quiere de ellos?
–He escuchado que ese bárbaro es amigo personal del monarca. Necesito que me lleve ante el rey.
–Hágalo a través de la casa real. Es la mejor opción.
–Hay que realizar demasiado papeleo. Me han dado cuatro meses para una audiencia. Busco algo más inmediato.
–El hombre por el que pregunta viene con frecuencia. Tiene un medallón con una cadena de oro que lo enseña cada vez que está borracho. Eso es casi todo el tiempo. Ha desaparecido desde hace días, tal vez lo hayan capturado.
–¿Quién?
–La guardia, supongo. O tal vez esté muerto, no lo sé.
–Tengo intención de encontrar a ese tipo, cuénteme lo que sepa. Le recompensaré.
–¿No le interesa la música?
–Prefiero el estilo cortesano. Los trovadores de callejón son difíciles de entender para la gente de mi clase. Sírvame una jarra de vino y dígame dónde puedo encontrar al bárbaro amigo del rey y su compañero enano.
–Le pondré el vino ahora mismo. En cuanto a la información, tendrá que esperar a que el bardo termine. Es amigo de su hombre. Podrá ayudarle mejor que yo.
El noble se atusó el largo bigote y observó. La gente se divertía con la letra de las canciones. Hasta él encontraba graciosas algunas frases. La actuación terminó entre los gritos animados del público. El elfo se bajó con una grácil pirueta hacia sus espectadores y realizó una reverencia. Se abrió paso hasta la barra y pidió una de las lágrimas de Siamat. Emil Struck lo observó durante unos momentos.
–Es un buen reconstituyente, amigo. ¿Quiere probar? Cinco platas la botella.
–¿De dónde procede? –dijo el noble, arrugando la nariz nada más pasar el vial bajo ella.
–Yo mismo las hago. Son brotes de Andraedra y pétalos de Siamat, plantas muy comunes en los bosques donde vive mi especie. En los humanos, el efecto es más fuerte.
–¿Y qué me hará si lo bebo?
–Te reconfortará el espíritu y sentirás una ligera embriaguez durante un par de horas. –El elfo vació el vial de un trago. Su mirada se volvió brillante y su ánimo, ya subido, se vio reforzado. El noble tomó otro vial e imitó al elfo. En seguida, notó el líquido suave recorrer su garganta. Era ligeramente agrio. En su estómago se encendió un calor agradable.
–Disculpe, me llamo Edil Struck. Voy buscando a un bárbaro del norte, no conozco como se llama. Sé que va con un enano. Lo he visto en esta posada en otras ocasiones. Howard me ha comentado que son amigos suyos.
–Hemos trabajado juntos alguna vez. Se llama Arkan, de las regiones de Oith.
–¿Es amigo del rey?
–Lo comenta cada vez que tiene oportunidad. –El elfo ajustó las cuerdas del laúd antes de introducirlo en el estuche que portaba a su espalda.
–Quiero hablar con él.
–Va a ser complicado.
–¿Está muerto?
–Está en la prisión de Rophean, junto con su amigo enano.
–¿Han encarcelado a un amigo personal del rey?
–Si quieres saber más, tengo una bolsa vacía de plata. Te costará diez peniques. –El noble llamó la atención de un joven. Su aspecto era sencillo y su mirada, huidiza. Se acercó al noble y le entregó una bolsa de la que sacó el dinero.
–Dos peniques de oro por tu historia.
–El doble, ¿verdad? Debe necesitar al rey más que a su esposa. Trato hecho. Siendo tan generoso, permítame contarle todo lo acontecido hasta el día de hoy en un entorno menos ruidoso. –La señal que le hizo a Howard bastó para que éste les diera paso a través de la barra. Una puerta llevaba a una pequeña habitación con una mesa en el centro y cuatro bancos en cada flanco. El joven sirviente se sentó en una esquina de la habitación, pasando silencioso como un ratón. Howard cerró la puerta tras de sí. El sonido disminuyó de pronto. Elenthen miró al sirviente, esperando a que tomara asiento con ellos.
–Dejadlo estar, jamás se separa de mí mientras viajamos.
–Puede usar el banco, si lo desea. No hace falta que se siente en el suelo.
–Prefiere quedarse así. Los criados no comparten la mesa donde se sientan los nobles. Cuénteme la historia, Elenthen. Necesito encontrar al bárbaro. Pagaré la fianza de la prisión, si hace falta.
–No hay fianza. En la prisión de Rophean, una vez que estás dentro, vives o mueres. Si sobreviven, pueden salir dentro de cuatro años. La mayoría no lo hace. Por otra parte, si consiguen escapar, nadie les echará de menos allí dentro. Confiemos en que puedan salir por sus propios medios.
–¿Y eso se cumplirá pronto?
–Antes de lo que espera. ¿Le gustan las historias, señor? A mí me apasionan. Esta es de las mejores. –El noble había traído la jarra de vino que había pedido en la barra. Llenó dos vasos de cerámica y esperó, sentado, a que comenzara el elfo.
–Te escucho.
–Todo comenzó en esta misma habitación, hace tres semanas, en el día de Sanae. Un viajero de larga barba blanca entró en la posada. Yo estaba tocando en el estrado. Lo vi entrar y caer fulminado de pronto, después de un resplandor. Pensé que alguno de los presentes se lo había cargado pero me equivocaba. Fue un artilugio extraño el que lo dejó seco. Un artilugio mágico que llevaba oculto en su capa.
–¿Quién era ese viejo?
–Lo ignoro, sé que venía de Sitos. Hablaba de una amenaza mundial, un desastre. Antes de que pudiera decir su nombre, había muerto.
–No entiendo cómo se vieron envueltos en toda esta trama. –El bardo sonrió.
–Yo tampoco, amigo. La solución era simple. Deshacernos del cadáver y simular que allí no había pasado nada. Howard ordenó a Murok que trajera el cadáver a esta habitación. Seguro que lo has visto. Es el minotauro enorme. Howard lo ha contratado como guardaespaldas.
–Me he fijado en él, ha sido inevitable.
–Ese hombre llevaba un mapa que señalaba algunos puntos del reino de Rophean.
–¿Y puedo ver ese mapa?
–Me temo que no está en mi poder. Sí que puedo decirle que la ciudad de Ulnis era uno de los puntos señalados. Otro era la ciudad fronteriza de Encuentro. Las demás señales estaban fuera de las fronteras del reino.
–Ulnis es la ciudad que regenta mi padre en nombre del rey. La necesidad de encontrarme con él se hace más imperiosa.
–Debe ser algo importante, para querer saltarse la burocracia de la casa real.
–Continúe su historia.
–Ese mapa nos llevó a pensar en riquezas escondidas, tal vez alijos de mercancías robadas, objetos mágicos… He de reconocer que había corrido el alcohol y otras sustancias. Ese enano bebe como diez bárbaros. La ilusión recorrió a todos los presentes de esta habitación con la promesa de dinero fácil.
–¿Qué fue del viajero?
–Murok se encargó del cadáver. Un trabajo muy desagradable, fui testigo de aquello. Lo más salvaje que he visto hacer nunca. No culpo al bueno de Murok. Después de todo, es un minotauro; tienen sus propias costumbres. Y aquello era un cadáver. Créame, lo que hizo con el cuerpo… mejor que no lo sepa. Nuestro amigo Arkan apareció poco después. Consiguió el nombre del asesino y supimos que Ostrin Averlec era el responsable. –El noble lo miró con ojos desconfiados.
–Espero que no estés intentando engañarme. Si la información que me estás dando no es verdadera, mañana vendré con dos mercenarios que te arrancarán la piel por tus mentiras.
–Le juro por la diosa Siamat que es cierta cada palabra de mi boca. Todo lo que le cuento es real. Me obliga el contrato económico que hemos establecido, Edil Struck. El bárbaro invocó al espíritu del recién fallecido. En su tierra, es considerado un gran jefe espiritual. Tiene conocimientos sobre el más allá, al estilo de los bárbaros de las nieves. Nada que ver con los sofisticados conocimientos del colegio Úlgrin. Nadie sabía quién era Averlec, excepto el enano. Su familia había comprado unos tejidos especiales.
–¿Qué quiere decir con especiales?
–Yo qué sé… son enanos… Supongo que necesitaban telas que no se quemaran en la forja. Recuerdo que organizaron un encuentro con Averlec. Fueron a su tienda, en el distrito de comercio. Me pidieron que los siguiera, por si necesitaban mi ayuda. Arkan hizo gala de su medallón nada más pasar. Se puso algo impertinente, por lo que me han contado. Acabó amenazando a Averlec, acusándolo de asesinato.
–¿Fue entonces cuando lo detuvieron?
–No, no fue en ese instante. Fue a la semana siguiente. De allí les echó la guardia personal de Áverlec. No se atrevieron a hacerle nada a un emisario del rey. Si no hubiera llevado aquel medallón, la cabeza de Arkan estaría en una pica. El bárbaro se enfadó como nunca había imaginado. Le dolió el desprecio con el que lo habían sacado de la tienda. Juró vengarse de Áverlec. No lo vi probar una sola gota de alcohol hasta que terminó un plan contra el comerciante, algo inaudito. Fue a hablar con el rey Granic, un encuentro al que fui invitado. Arkan recibió el apoyo de su majestad para acabar con Áverlec. El comerciante se había convertido en una figura incómoda para nuestro monarca. Tenía influencia en el ducado de Dunvan. Todo debía hacerse con máximo secreto. Si fallaba el asesinato de Averlec y se sabía que el rey estaba tras el ataque, se enfrentaría con una revuelta en ciudad Encuentro. Arkan decidió organizar una emboscada.
–Una emboscada que lo llevó a la cárcel, sin duda.
–Nada de eso, la emboscada salió bien. Áverlec esperaba un envío de sedas procedente de Sitos. El bárbaro se las apañó para que el comerciante apareciera en el puerto cuando llegó el envío. –Elenthen hizo una pausa para beber. El noble aprovechó el descanso para sacar una pipa del interior de su capa. La encendió a la vez que el elfo reanudaba la historia.
–¿Qué salió mal?
–Subestimaron al tipo ese, Averlec. Es muy astuto. La emboscada funcionó a la perfección. De hecho, consiguieron asesinar al comerciante. Su plan era robar las mercancías y disfrazarlo todo como un asalto. El problema fue que mataron a un cebo. Un tipo con la apariencia exacta de Averlec hizo el papel a la perfección. Su cadáver desveló el engaño, pocos momentos después. La rechoncha cara de Áverlec se transformó en la de un anciano decrépito.
–¿Hechicería?
–De la mejor. Nuestro Áverlec era un usuario de la magia bastante versado. Al salir mal el plan, Arkan enloqueció de rabia. Dirigió a todos sus hombres hacia la casa del comerciante. Quería arrasar con ella y con todos los que salieran a su paso.
–¿Y lo logró?
–Nada de eso. Los guardias personales de Áverlec lo frenaron en la entrada de su palacio. El bárbaro pensó que se encontraría con una choza sofisticada. Nada más lejos de la realidad. El palacio tenía sus propias murallas defendidas por un ejército privado. El asalto fue un error. Arkan no lo sabía pero eran superados en número. Cuando fueron rechazados, la guardia de la ciudad apresó a los supervivientes. Entre ellos estaban Arkan y el enano.
–Te has referido al enano como si no lo conocieras. Apuesto a que no conoces su nombre.
–Se llama Spufer, o algo así. No sé si es nombre o seudónimo. En cualquier caso, aquí es donde termina la historia.
–Has dicho que estuviste con el rey, ¿puedes llevarme ante él?
–Le gustó la música que toqué aquella noche aunque es mucho esperar que me reciba otra vez. Por no desanimarle, le diré que puedo intentarlo.
–Entiendo, gracias por su información. –El noble se levantó de su sitio y fue hacia la puerta.
–Gracias a usted por el oro. En cuanto vea a Arkan, el amigo del rey, le diré que lo está buscando.
–Será un detalle por su parte, estaré cuatro meses en Rophean. –El sirviente alcanzó la puerta antes que su señor. Esperó a que su señor y el elfo salieran de la habitación. La atronadora congregación de la posada cantaba los estribillos de Elenthen con notas desafinadas.
Edil Struck se dispuso a salir del recinto cuando chocó contra un grupo de gente. Tenían más prisa por entrar que él por salir. Se dejó arrastrar de nuevo al interior. Dos pequeñas figuras llamaron su atención. Eran patos, escondidos bajo enormes capuchas. Los acompañaba un enorme hombre y un enano. Entonces, su corazón dio un vuelco dentro de su pecho.
–¿Arkan? ¿De las regiones de Oid?
–¿Quién quiere saberlo?
–Edil Struck, hijo del conde Struck. Necesito que me lleves ante el rey.