Arestes, diosa del hielo
La habitación era pequeña, con gruesas contraventanas para bloquear la luz del exterior. Había caído la noche y el alumbrado mágico encendía levemente la calle principal. Las niñas, en la cama, trataban de dormir sin éxito. Era difícil debido a los ruidos procedentes de la posada. Decenas de feligreses celebraban en su interior entonando canciones. Las dos pequeñas llamaron a su madre a la vez. Al cabo de pocos segundos, Margaret abrió la puerta de la pequeña habitación. Las dos, entre risas, se ocultaron bajo las mantas de la cama.
–A descansar ahora mismo. Mañana hay que madrugar.
–No podemos dormir –respondió Thera –. El ruido de la calle es muy fuerte.
–Cuéntanos un cuento. –La súplica de Lisa se dejó oír debajo de las sábanas.
–Está bien, pero uno corto. Yo tengo que ir al mercado. Vosotras os quedaréis con el Maestre Lugwig para que os enseñe a leer y a contar.
–Yo quiero ir al mercado. –Lisa apareció de entre las sábanas. –Las clases con Maestre Lugwig son aburridas. Se enfada cuando hablamos de los dioses.
–Debéis guardar silencio con la religión, aquí no se reza como en el imperio del otoño.
–¿Por qué odian a los dioses en este país, mamá?
–No los odian, Thera. Es solo que no quieren hacerles caso. Han preferido usar la hechicería en lugar de pedir los favores de nuestros creadores.
–Eso es de tontos. Si yo fuera uno de los diez dioses, borraría el reino de Rophean con un manotazo. –La niña movió el brazo, destapando a su hermana con un movimiento rápido.
–Los dioses permiten a los seres de Aghram encontrar su propio camino. Incluso si están equivocados. –Margaret colocó las mantas sobre sus pequeñas y tomó asiento cerca del cabecero.
–Cuéntanos la historia de los dioses, mamá.
–Yo quiero oír la historia de Arestes.
–Os contaré ambas historias, prestad atención. –Las dos niñas abrieron los ojos y asintieron con las sábanas hasta la barbilla. En el exterior, la ruptura de una botella fue seguida por varios lamentos. Una discusión entre borrachos llegó amortiguada hasta el interior del dormitorio. Las voces se apagaron al entrar en la posada. Margaret suspiró, concentró su memoria en las historias que le contaban de niña y comenzó la narración. –Hace mucho tiempo, antes de nuestro mundo, existía el hielo. Era tan frío y tan denso que nada podía quebrarlo. Mantenía todo el universo suspendido en el vacío; ni siquiera el tiempo podía avanzar. Así fue durante muchos años. Hasta que los dioses llegaron. Y vaya forma de llegar, lo hicieron en un carro volador envuelto en fuego. Según avanzaba, iba derritiendo la inmensa capa helada que llenaba el mundo. El tiempo comenzó a transcurrir, lento y constante, poniendo en marcha las runas de poder. Las nubes se formaron, y el agua calló sobre la tierra por primera vez, dejando ríos a su paso. Los dioses, maravillados por aquel prodigio, emergieron del gigante carro de fuego.
–¡Era el Sol! ¡Los dioses vinieron del Sol!
–Muy bien, Lisa. ¿Qué hicieron los dioses con el enorme carro de fuego? ¿Lo sabes?
–Los dioses lo pusieron en el cielo para protegernos del frío y darnos calor.
–Así dice la historia, mantuvieron el hielo alejado porque paralizaba todo lo que tocaba. El carro fue dando vueltas por el cielo, calentando el mundo. Y cuando este iba a estar demasiado caliente, el carro de los dioses se posaba en la tierra, dejando que se enfriara. Así consiguieron los dioses poner en marcha el mundo de Aghram, Nos creándonos a los humanos.
–Y a los medianos también los hicieron.
–Y a los enanos.
–Y a los centauros, a los elfos, a los hijos del viento y… –Margaret tuvo que intervenir para que las niñas no abandonaran la idea de descansar.
–A todos los seres de Aghran, aunque todo aquello sucedió más tarde. Esta historia es de antes de que cualquiera de las razas que conocéis, existiera.
–¿Qué pasó antes, mamá? –Thera escuchaba con suma atención. Esperaba la aparición de Arestes con intranquilidad.
–Como os he dicho, los dioses hicieron su hogar en Aghram sin sospechar que había otros dioses en aquel mundo. Vivían bajo tierra, protegidos del frío hielo. Habían despertado con la llegada de nuestros creadores. ¿Sabéis como se llamaban?
–¡Yo! ¡Yo! –Lisa tapaba la boca de Thera para ser la primera en decir los nombres. –Eran Snai, Sídice, Drouros y…
–No te acuerdas, yo sí. ¡Se llama Alcaud! Arestes le quitó la cabeza.
–Eso es, Thera. Escuchad porque los cuatro titanes salieron muy enfadados de sus casas y fueron capturando a cada uno de los dioses. Aunque eran muy torpes y la mayoría fue escapando. A quien no pudieron capturar fue a Arestes. La diosa sentía una fascinación especial por el hielo. Vivía en permanente observación del elemento entre el cielo y las cimas de las montañas. Por aquella razón no la capturaron. En cuanto se vio sola, Arestes se preparó para la batalla, dispuesta a liberar a sus hermanos. Y ahora una pregunta, chicas. ¿Sabéis a quién rescató primero?
–¡Al dios Silu! –dijeron a la vez.
–Qué bien que os sabéis la historia. En efecto, liberó al dios Silu, señor de los vientos. Fue el último en ser capturado y el primero en ser libre de nuevo. Arestes pudo cortar la red de Snai con su lanza de hielo antes de que arrastrara a su hermano al interior de la tierra. Silu ayudó a la diosa guerrera, creando un huracán sobre Snai, que fue arrastrada hasta el último lugar del mundo.
–¿Y la mató?
–No, Snai no murió aunque quedó inconsciente durante mucho tiempo.
–Arestes debería haberla atravesado con su lanza de hielo, así no existirían las arañas gigantes y los seres ponzoñosos que las cabalgan.
–Pero la diosa debía salvar al resto de sus hermanos, Thera. El tiempo era muy importante para sacarlos del peligro que corrían. Los titanes querían devorar a los dioses y robarles su poder. La diosa Arestes no lo podía permitir. Silu recorrió el cielo a toda velocidad hasta localizar a las gemelas Danae y Sanae. La primera se mostraba desafiante ante su secuestrador mientras que la segunda había sucumbido al terror. El señor de los vientos les hizo llegar un mensaje donde les instaba a ganar tiempo hasta que Arestes pudiera llegar.
–¿Alcaud iba a matar a Danae y Sanae?
–Así es, esa era su intención. Además de cosas más horribles.
–¿Cómo qué? ¿También quería comérselas?–preguntó Lisa. Margaret tragó saliva. Eran demasiado pequeñas para entender algunas cosas.
–Pensaba hacerlas sufrir, torturarlas antes de conceder el alivio de la muerte. –Las niñas abrieron mucho los ojos. –Pero todo aquello no ocurrió. La diosa Danae, usando su enorme inteligencia, mantuvo a Alcaud entretenido. Le propuso un trato. Si adivinaba los granos de arena del desierto Sombrío, ella se entregaría a él voluntariamente y sería su esposa. A cambio, respetaría la vida de su hermana gemela. Alcaud, era vanidoso y las gemelas eran hermosas como un amanecer. Aceptó el trato, guardándose sus verdaderas intenciones para él. Pensaba en seguirle la corriente un tiempo a Danae, sin sospechar que estaba cometiendo un error. El enorme titán tomó en su puño treinta estadios de desierto, soltó el puñado en el océano y contó los fragmentos con rapidez. La diosa esperaba, delante de su hermana, a que el titán le diera el resultado. Danae había calculado la astronómica cantidad. Por mucho que se esforzara en contar, jamás alcanzaría la cifra. La sabia diosa realizaba comentarios hostiles, provocando la ira de Alcaud. Hasta en tres ocasiones estuvo a punto de perder la cuenta de los granos de arena. Antes de dar un resultado válido, el titán había perdido la paciencia. Rompió su trato y se encaró con Danae, lleno de frustración.
–Y llegó Arestes y mató a Alcaud.
–Vaya, tienes prisa por terminar la historia. ¿Te ha entrado el sueño, Thera? ¿Termino ya?
–No, no, no, cuéntalo bien.
–Continuaré un poco más pero hay que dormir. –Las niñas se acomodaron en la cama, cerrando los ojos. Los ruidos de la calle eran menores. La mayoría de los clientes de la posada se había marchado. –Teníamos a Alcaud enfrentado con Danae, incapaz de contar todos los granos de arena del desierto. Antes de que pudiera agarrarla, Arestes apareció frente al titán. Silu permanecía a su lado, levantando el viento para entorpecer la vista de Alcaud. Entonces, comenzó el combate. Los cuatro hermanos se encontraron con las carcajadas del titán, los despreciaba por ser pequeños. Pero el poder de nuestros creadores era mucho mayor cuando estaban juntos. Los cuatro unieron sus fuerzas, creando un solo ser que se enfrentara al poderoso titán. Arestes fue la personalidad que se enfrentaría a él, ganando fuerza y tamaño. Blandió su lanza, que trataba de clavar contra el duro cuerpo de Alcaud. El hielo de la lanza se quebraba ante el calor que despedía el titán. Aún así, la diosa peleaba con la fuerza de cuatro dioses y recomponía sus armas para emprender un siguiente ataque. El ruido del enfrentamiento alertó a otro de sus hermanos que había conseguido escapar. Alush, dios de la tierra y la montaña, consiguió eludir a sus captores creando un túnel en el suelo. Acudió al combate moviéndose rápido entre la roca y la arena. En el campo de batalla, hizo de escudero a Arestes. Reforzó la lanza de hielo con los minerales más nobles de la tierra. Probó con el bronce y la coraza de Alcaud se abolló un poco. Sin embargo, la lanza se volvió a romper. Alush buscó otro material, el hierro. Más fuerte que el anterior pero sin la resistencia necesaria para vencer al titán. Probó con la plata o el oro, se deformaban con facilidad. El combate se alargaba y Alcaud parecía cada vez más fuerte. Fue cuando Alush dio con el material más fuerte que haya existido nunca. ¿Sabéis cual era o ya estáis dormidas? –Las niñas batallaban con el sueño en aquellos momentos. Thera fue la que contestó con voz cansada.
–Era una espada de diamante con un mango muy largo. –Bostezó al finalizar la frase. Su hermana ya había sucumbido al cansancio.
–Muy bien. ¿Cuento el final de la historia o te duermes?
–El final. Cuenta el final, hasta que me quede como Lisa. –Margaret pasó su mano por el pelo de su hija y continuó la historia.
–Arestes, harta del largo combate, dirigió la nueva arma de Alush contra su enemigo. Buscó el punto más débil y lo encontró en las rodillas. Aquella parte estaba desprovista de armadura. Alush también se dio cuenta y atrapó los pies del titán en la tierra. Con un rápido movimiento de la diosa guerrera, el cuerpo de Alcaud cayó al suelo. Arestes, entonces, lo despedazó. Primero apartó la cabeza de su cuerpo. Cayó rodando hasta la península del dragón. El resto del cuerpo rompió la tierra y se precipitó al mar, donde se hundió en un eterno remolino.
–¿Y su cabeza formó el volcán Alcaud?
–Así dice la historia, Thera.
–¿Y su cuerpo rodó por el mar, arrasando con el continente de Yur?
–Y creando a su paso las islas del caos.
–¿Y cómo salvó Arestes a los demás hermanos?
–Tuvo que ir a las profundidades de la tierra. Aunque Snai y Alcaud habían sido vencidos, quedaban Sídice y Drouros con la intención de devorar a Mikenes, Serolo, Siamat, Agor y Kuthok. Si lo conseguían, se harían más poderosos. Arestes estaba aterrorizada, puesto que sus hermanos eran más débiles que los cinco que habían sobrevivido junto a ella. Pero temía en vano, puesto que los demás dioses eran astutos y los titanes sucumbían a sus debilidades con facilidad. Cuando Drouros discutía de cómo desmembrar a nuestros creadores, Mikenes se convirtió en agua para escapar y formó los ríos de las montañas.
–Y Siamat lo imitó; se convirtió en árboles y animales.
–La diosa de la naturaleza se convirtió en todo aquello y más. ¿Y qué pasó con Serolo? Es el dios que ha favorecido a nuestra familia.
–Serolo intentó negociar con sus captores. Convenció a Sídice, que lo liberó de sus cadenas pero Drouros lo golpeó hasta dejarlo inconsciente. No sé más.
–Lo que ocurrió fue que Kuthok se puso furioso y derritió la roca a su alrededor, formando un gran lago de lava que estalló hacia la superficie. Aquello proporcionó una entrada para el resto de sus hermanos. Al verse vencidos, Drouros y Sídice huyeron a las profundidades del mundo, abandonando su idea de devorar a los dioses. Serolo y Agur fueron rescatados, conservando sus formas originales. Arestes reunió a sus hermanos y observaron todo el caos producido. El enorme remolino que engulló a Alcaud, irradiaba un poder que marchitaba su creación. Pactaron proteger todo Aghram. Lo llenaron de vida y sus criaturas los ayudarían a defender aquel hogar. Surgieron los enanos de la montaña, apadrinados por Kuthok. Los Elfos y las dríadas del bosque eran protegidos por Siamat, diosa de la naturaleza. Los hombres y medianos fueron obra de Sanae, Danae y Arestes. Silu tomó a algunos hombres, creando a sus propios hijos. Las alas en la espalda los confinaban a las montañas más altas. Los Cíclopes fueron obra de Agor, mientras que los gigantes se crearon por la mano de Serolo. Todas las demás criaturas fueron apareciendo bien por obra de nuestros dioses o por la de dioses desconocidos. ¿Sigues dormida, Thera? –Obtuvo como respuesta un pequeño ronquido. Margaret realizó una plegaria para evitar que los ruidos despertaran a sus hijas. Las besó en la frente y se marchó cuando terminó de arroparlas. De camino a su habitación, reflexionó sobre la historia que había contado. La vida de un dios era demasiado complicada para su humilde cabeza.