Aumento de sueldo
Frank Copeti hacía bien su trabajo. El salón de tragaperras estaba dando más dinero de lo esperado. Tommy el tuerto veía el cuarenta y cinco por ciento de las ganancias cada quince días. Era lo acordado. Sin embargo, Frank tuvo que apretar el cinturón de la empresa. Disponía de dos muchachos de confianza: Jimmy puño de acero, aficionado al boxeo aunque ya retirado, y su hermano Mike la estrella. Tenía un grupo de música con fama local. Los dos se encargaban de cobrar las apuestas ilegales dentro del negocio. Con lo que ganaba de las apuestas ilegales, mantenía contentos a los hermanos Wright. Su parte era generosa aunque Tommy no era el único que le sangraba todo el dinero. La mayor parte de sus beneficios se los llevaba Karen, tras el acuerdo del divorcio.
–Tienes que hablar con Tommy, Frank. Pídele un aumento de sueldo. –Mike la estrella era vocalista y primer guitarra de los Clover, un grupo musical de tercera categoría. Su estilo Punk no había abandonado los noventa. Estaba afinando su instrumento junto a su hermano.
–Prefiero recortar vuestro porcentaje de las apuestas. Sería más seguro.
–Ni hablar, Frank. Ya es la segunda vez que insinúas algo parecido. Nuestro porcentaje no se toca.
–Tranquilo, Jimmy. Que prefiera hacerlo no significa que lo haga. Somos socios.
–¿Y la perra de tu ex mujer? –Continuó diciendo Jimmy. Su cuerpo de boxeador ocupaba gran parte de la oficina. –Se lleva un buen pellizco, ¿no es cierto? Habla con ella. Dile que se acabó. No hay más pasta.
–¿Sabes hasta qué punto Karen está informada de mis asuntos, Jimmy? Es capaz de ir a los federales. ¿Crees que no sé lo que digo? Saqué cien pavos, solo cien, del sobre con cinco de los grandes. Fue la quincena en la que compramos las máquinas nuevas, esas que nos dan tanta pasta. Hubo que hacer la inversión y me quedé tieso. Necesitaba algo para ir tirando. Pensé que no lo notaría. A las dos horas la tenía hecha una furia frente a mi casa. Había traído a los niños y los usaba contra mí, acusándome de robarles la comida.
–Siempre me ha parecido una jodida loca –dijo Mike con un punteo sordo de su guitarra eléctrica. A continuación, guardó el instrumento en el estuche junto a la mesa –. No te queda otra, debes hablar con Tommy el tuerto. Si quieres, podemos acompañarte.
–Ni de coña. Podéis provocar que nos maten a todos. Iré yo solo.
–Tú mandas, jefe. Buena suerte.
Frank salió de su local de apuestas y montó en el coche. De camino fue llamando a Greg el turbio. Era el segundo de Tommy. Lo llamaban así porque era el que proporcionaba a Tommy las ideas más perturbadas que uno puede sacarse de la cabeza. Si le daba una sugerencia a Tommy, podías darla por cumplida. Solo quedaba tener suerte y que no tuviera nada que ver con la electricidad. A aquel tipo le encantaba freír a la gente con veinte mil voltios de potencia. Avisar a Greg antes que a Tommy siempre fue un acierto. Mostraba respeto por ambos. Colgó el teléfono y llegó a la lavandería de Tommy en cuarenta minutos.
En la entrada, seis tipos parecían atender las lavadoras apagadas. Eran los hombres de guardia. Frank pasó las dos filas de lavadoras automáticas hasta la trastienda. Dos de los hombres de Tommy lo cachearon como de costumbre. Iba desarmado. Se limitó a esperar en el descansillo anterior a la oficina. Dentro escuchó la voz de Tommy, gritando de forma ininteligible. Frank Copeti mantuvo una charla intrascendente con los chicos de guardia. Hablaron sobre el partido de la noche pasada. El resultado había sido nefasto para los de Detroit. Sin embargo, él había ganado nueve de los grandes. Frank hablaba con confianza. Según su filosofía, debía ser reconocido por todos.
A los quince minutos, Greg el turbio abrió la puerta de la oficina. Nick el piernas salía con dos de sus hombres. Su cara estaba enrojecida y mantenía la mirada baja. Pasó por su lado como una centella. Frank ahogó el saludo. La actitud de su camarada dejó claro lo que había pasado en el interior del despacho. Había sufrido una de las broncas de Tommy. Frank tragó saliva y fingió una sonrisa. Saludó a Greg con efusividad. El jefe se había vuelto de espaldas, parapetado detrás de su escritorio. Se volvió con cara de pocos amigos. Lucía el parche negro, aquello a Frank no le gustó.
–Copeti, ¿qué te ha traído por aquí? No es día de pago.
Frank recordó el sobre que había preparado para su jefe. Era el porcentaje de aquella semana. Greg tomó el sobre por detrás de Frank, tan rápido que no pudo evitar el sobresalto. Tommy clavó su único ojo sobre Copeti. Llevaba el parche negro, aquello significaba que estaba de mal humor.
–Verás Tommy… He pensado en ampliar un poco el negocio y necesitaría más margen para gestionarlo por mi cuenta. Si pudieras rebajarme el cinco por ciento de la comisión, todo iría sobre ruedas.
El tuerto mostró una expresión de hastío. No contestó de inmediato. Levantó las manos en un gesto dramático. Hablaba directo a Greg el turbio, que asentía en silencio detrás de Frank. Contaba el dinero con paciencia.
–¿Qué les pasa hoy a todos? ¿Han hablado entre ellos? ¿Se han sindicalizado o algo así? Me dejan flipando. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Pegarle un tiro? Es Frank Copeti, el único sensato de todos mis hombres. Cierto, nada osado en los negocios, aunque constante.
–Yo no… no quería ofender, mejor vuelvo en otro momento.
–Espera, Copeti. Tienes problemas de dinero, yo también. Nick acaba de pedirme una reducción del diez por ciento. Esta mañana fue Alfred, del siete por ciento. Tú, ahora, con el cinco. ¿Ese es el respeto que me mostráis?
–Está claro que no es buen momento para hablar del asunto. Mis disculpas, Tommy. Olvídalo.
–No, no lo olvido. Has dicho que querías ampliar tu negocio. Por mis huevos que lo vas a ampliar. ¿Conoces ese club nuevo? ¿Cómo se llamaba?
–Royalty –dijo Greg el turbio, entregando el fajo de billetes a Tommy.
–Exacto, está teniendo buena fama. Por lo que sé, los tipos que lo llevan son unos pardillos. Hazte con ese garito y tus problemas de pasta desaparecerán.
–No sé, Tommy… Es demasiado bueno para mí.
–Insisto, Frank. Necesitas dinero. Hazte con ese club, que pase a tu posesión. Seguro que podrás hacer una oferta que estos tipos no podrán rechazar.
Greg soltó una carcajada tras la frase. Era algo que repetía Frank cuando estaba de buen humor. Tommy mostró una sonrisa perversa.
–¿Qué debo hacer? ¿Convencerlo de que me entregue su local, gratis?
–Tienes a los hermanos como se llamen, puede que te sirvan de algo. Ahora, márchate. Y consigue ese aumento que tanto quieres.
En cuanto llegó a su local, Frank hizo lo posible por conocer el nuevo club. Los hermanos Wright se acomodaron en la oficina, pasando detrás de su jefe.
–Ni se te ocurra sacar la guitarra en este momento, Mike. Tengo que pensar. ¿Qué sabéis de ese club nuevo, el Royalty?
–No mucho, que está teniendo éxito–dijo Jimmy –. Tengo un conocido que trabaja de camarero allí.
–¿Cómo se llama?
–Se llama Joel, me parece. Es el nuevo novio de mi prima Laura. Llevan juntos dos meses, tal vez tres.
–¿Te hablas con la prima Laura?
–Sí, Mike. La familia existe. No todo es espectáculo para algunos. Puedo hacerle unas preguntas y ver por dónde tirar, ¿te parece bien, Frank?
–Claro. Entre tanto, veré cómo puedo presionar a los propietarios. Mike, ocúpate de saber qué es lo que más gusta a los dueños… Comida, bebida, mujeres, drogas, sexo prohibido… lo que sea. Necesitamos información, cuanto más, mejor.
–¿Por qué tengo que ocuparme de eso, Frank?
–Tienes un grupo de música, controlas la noche, tienes contactos… ¿Te doy más razones? –Mike negó con la cabeza. –Venga, tenemos que salir de este lío. No quiero recordar cómo se va a poner Tommy si fallamos.
–¿Nosotros? A nosotros ni nos conoce… ¿verdad Jimmy?
–No estaría tan seguro.
–Dejaos de gilipolleces, os ha nombrado. Sabe que estáis conmigo y os pedirá cuentas, como a mí. Por el bien de todos, es mejor comenzar a trabajar ahora mismo.
Los hermanos abandonaron la trastienda del local a toda prisa. La preocupación había calado en su ánimo. Frank se permitió el lujo de sacar su botella de whisky y servirse un trago. Jimmy se había dejado el periódico en el escritorio. Lo ojeó hasta ver la noticia. Era un artículo en el apartado de sociedad. Trevor Wilson, sobrino del senador Horace Wilson, triunfa con su nuevo club, el Royalty. Frank tomó el vaso con temblores. Se derrumbó al segundo trago, llorando como un colegial.
Al día siguiente, los hermanos Wright se presentaron en el local. Encontraron al propietario en la oficina, dormido sobre el escritorio. Lo despertaron con suavidad. Mike se acercó a por un café. Jimmy lo levantó y se lo llevó al baño. El agua del grifo terminó por despertarlo. Mike llegó poco después con el desayuno para todos. Antes de que hablaran, Frank les mostró el artículo en las páginas centrales del periódico.
–No hay ningún problema, jefe. Nuestro objetivo es más fácil de lo que esperábamos.
–Ilumíname, Jimmy.
–Entre mi hermano y yo hemos conseguido información muy interesante con respecto al tal Trevor. El tal Trevor es adicto, entre otras cosas, al cristal. Esperan una partida de doscientos litros esta misma noche.
–¿Y tienes un plan?
–Oh, joder. Claro que lo tengo. Mi prima Laura tiene un hermano, Marvin. Es agente de policía.
–Por eso no tengo contacto con la familia –dijo Mike, sorbiendo el café –. Algunos son unos indeseables.
–Eres idiota. El primo Marvin puede ser de gran ayuda. Le damos el soplo, hacemos que se apunte un tanto y tenemos al sobrino del senador implicado en un escándalo de drogas. Luego, nos presentamos y le hacemos una oferta irrisoria a cambio de retirar los cargos.
–Tu primo Marvin no puede retirar los cargos, nadie de nosotros puede hacerlo.
–Vamos, Frank. De eso se encargará el propio senador. Nosotros solo tenemos que hacer ruido, atraer la atención sobre Trevor.
–Si tan claro lo tienes, lo dejo en tus manos. ¿Cuánto tiempo crees que puede llevar?
–Una semana. Más o menos, tal vez menos.
–Es una mierda de plan. Mantenme informado.
Los hermanos salieron de la oficina con el brillo de la victoria en la mirada. Para Frank, sin embargo, comenzaba una lenta agonía que duró cuatro días y medio. Durante aquel tiempo se refugió en casa con la despensa llena de Whisky. Apenas apareció por el local, tratando de alejarse todo lo posible de aquel problema. Jimmy lo llamó a las ocho de la mañana. Salió hacia su local con urgencia. Según su socio, la operación había finalizado.
Cuando entró en la oficina, descubrió a los hermanos Wright alrededor de la silla del escritorio, centrada en la sala. Sentado sobre ella, Trevor Wilson se mecía con cara de drogado. Aparentemente no había sufrido daño.
–Por favor, déjenme marchar. Haré lo que me digan. ¿Es usted quien me va a sacar de este lío?
–Por supuesto, señor Wilson –dijo Frank, sonriente –. En cuanto sepa qué cojones está pasando y por qué está usted aquí.
–Vamos jefe –continuó Jimmy –, solo tiene que firmar unos papeles. Los de su liberación.
–¿Tenéis todo preparado?
Mike sacó del estuche de guitarra las escrituras del Royalty. Su trabajo había consistido en formalizar los documentos legales. Figuraban los tres como nuevos propietarios del establecimiento. Limpiaron el escritorio y ofrecieron a Trevor Wilson un bolígrafo. El hombre firmó cada espacio sin poner una sola pega.
–¿Ya está? ¿Soy libre?
–Mike, acompaña al señor Wilson a la salida. No lo dejes en la calle, págale un taxi y que lo devuelva a casa. Es usted libre, vaya con precaución.
En cuanto Mike desapareció con Trevor, Frank se volvió hacia el boxeador retirado. Reclamó una explicación de lo sucedido.
–De acuerdo, te contaré qué ha pasado. El plan, como decías, era una mierda. Nos vimos obligados a improvisar. Marvin no pudo hacer una redada aquella noche. Por lo visto hay que hacer un seguimiento y cosas así que no entendí muy bien. El caso es que decidimos hacernos pasar por policías. Nos presentamos anoche en el lugar del soplo, con las pipas en la mano y chapas falsas. Se cagaron en los pantalones. Trevor fue el primero. En su ansia por eliminar pruebas, se metió todo lo que tenía, por eso estaba así. Nosotros no fuimos duros, dejamos que escaparan los demás.
–¿Los demás? ¿Cuántos había?
–Siete u ocho. Salieron en desbandada. Te puedo asegurar que eran más blanditos que niños de guardería.
Frank tomó asiento en la silla que había ocupado Trevor. Por primera vez desde que pidiera el aumento de sueldo, se sentía relajado. Tomó el teléfono y llamó a Greg el turbio. Confirmó la realización del encargo y colgó.
–¿Ahora qué hacemos, jefe?
–Qué podemos hacer… seguir sobreviviendo, Jimmy. Beber un poco más. Esta noche, lo celebraremos.