Caballo-en-la-Niebla
La banda de Wallace asaltó la granja de la familia Forrester al anochecer. Llevaban tiempo amenazando en la cantina del pueblo con perpetrar aquel crimen. Aprovecharon una semana en la que el sheriff viajó hacia White Rocks para ayudar al Marshall. El señor Forrester estuvo alerta aunque de nada sirvió. Fue quien disparó en primer lugar, desatando el caos. John consiguió huir. Estaba dando de comer a los cerdos cuando escuchó los disparos.
Su padre, su tío Tom y dos de los vaqueros que ayudaban con el ganado, fueron abatidos. Los de Wallace atacaron por dos frentes al mismo tiempo. El primer grupo pretendía agotar sus municiones. El segundo los remató cuando estaban recargando, surgiendo por su retaguardia. Antes de morir, abatieron a siete de los veinte delincuentes. John Forrester Senior disparó el Winchester hasta su último aliento. Cuando ya no pudo sostener el rifle, Wallace en persona bajó del caballo, encendió una antorcha y prendió fuego a la granja.
Con sus doce años, John tuvo que reptar hacia los establos, tomar un caballo sin ensillar y galopar lo más rápido posible. Sintió en su hombro un dolor repentino. Al momento, la sangre tiñó su camisola de rojo. Los múltiples disparos se escucharon pocos segundos después. Estaban acribillando a ciegas la posición que ocupaba. Una de las balas lo había alcanzado por puro azar. La herida hizo que apretara el ritmo de su yegua.
Cabalgó durante toda la noche, hasta que las fuerzas lo abandonaron. Al amanecer, con la bruma envolviendo su silueta, el caballo remontó una pequeña colina. El animal se quedó quieto, pastando la hierba escarchada. John resbaló de su lomo, con la manga izquierda empapada en sangre.
El nativo desveló su escondite, surgiendo de la maleza. Se acercó al muchacho, tirado en el suelo, con su hacha preparada. Aquel caballo era bueno, le serviría bien. Tan solo tenía que rematar a aquel chico blanco. Frenó el golpe de súbito. Era demasiado joven. La cabellera de aquel chico no valdría nada. Estaba herido. Sin embargo, su cabeza estaba tramando un plan para aquel chico. Podía encontrar una utilidad. Lo montó a lomos del caballo y subió a la grupa, sujetando al chico. La identidad de John Forrester Junior murió aquel día. Su nuevo mentor le otorgó otro nombre. Fue conocido entre los Pies Negros como Caballo-en-la-Niebla.
John recobró el conocimiento envuelto en pieles de búfalo. La herida en su hombro estaba cubierta con un cataplasma vegetal. Aquel hombre lo miraba con insistencia mientras fumaba a través de una larga pipa. En el centro ardía un fuego débil. Sobre éste, había un puchero. John se movió, asustado. El dolor lo hizo recuperar su posición. Aquel indio se inclinó sobre el puchero y sirvió parte del contenido en un cuenco de madera. Se lo tendió al muchacho sin sonreír. El chico tomó el alimento con rapidez. Fue a suplicar un segundo cuenco de comida pero el letargo lo invadió de nuevo. Cayó dormido al instante.
Pasó tres lunas recuperándose de su herida. En aquel tiempo, su captor hizo todo lo posible para que entendiera su idioma. El nativo parecía inteligente, puso interés en aprender algunas palabras del hombre blanco. Su nombre era Cuervo-en-la-Sombra, según comentó una noche. El rostro del nativo, iluminado por el fuego, se asemejaba al de aquella ave carroñera. A pesar de que el joven John insistía en que le llamara por su nombre, Cuervo-en-la-Sombra se negaba a hacerlo. Había rebautizado al muchacho. El chico le pertenecía y necesitaba de sus conocimientos.
Al finalizar el tercer mes, el nativo presentó a su nuevo hijo en sociedad. El jefe Oso-Hambriento examinó al chico con ojo inquisitivo.
–Traerá problemas, chamán. Los blancos lo reclamarán. Usarán esta escusa para atacarnos. Cualquier motivo les vale.
–El temor es comprensivo. Sin embargo, el chico está solo. No hay ningún miembro de su tribu que pueda reclamarlo.
–Entiendo… –El jefe meditó unos segundos. Mantenía encendida una larga pipa de madera. Su nariz exhalaba un humo gris, más denso por el aire frío de aquella mañana. –Deberá respetar nuestras tradiciones.
–Me encargaré de ello en persona.
–Y no podrá tener hijos con nuestras mujeres.
–Estará prohibido para él. Se lo garantizo, gran Oso-Hambriento.
–Sé que traerá problemas, Cuervo-en-la-Sombra.
–Sin embargo, pasas por alto lo más importante. El chico conoce la lengua del hombre blanco. Podemos obtener ventaja para nuestra tribu. Sobrevivir. Nos puede servir de puente y beneficiarnos de la sabiduría de estos demonios.
El jefe se inclinó, interesado por las palabras del chamán. Siempre había tenido oídos ante la astucia de Cuervo-en-la-Sombra.
–¿Acaso te han hablado los grandes espíritus?
–Lo han hecho, gran jefe. Me han susurrado que los hombres blancos vendrán cada vez en mayor número. Enfrentarnos a ellos será nuestra condena. Debemos aprender y adaptarnos.
–¿A qué te refieres? –el jefe volvió a aspirar el humo de su enorme pipa de madera. Su atención era total.
–Las armas. Debemos obtener los palos que escupen fuego. Este chico podrá ayudarnos a conseguirlo.
El jefe miró por última vez al chico. Tras aspirar el humo de su pipa, asintió.
–Acepto a tu pupilo como parte de esta tribu, siempre que respete las condiciones de las que hemos hablado.
Cuervo-en-la-Sombra suspiró aliviado. El jefe Oso-Hambriento presentó al nuevo miembro de la tribu con voz potente. Todas las mujeres comenzaron a gritar como apertura al gran ritual. Las voces de toda la tribu se sumaron a aquella bienvenida. Los tambores sonaron con fuerza y el fuego se encendió delante del tótem, dando comienzo al rito. John Forrester fue desnudado y obligado a tomar un extraño brebaje amargo. Las mujeres pintaban símbolos desconocidos sobre su piel blanca. En cuestión de minutos, John sintió la potente droga conducirle a un estado mental desconocido. Perseguía su nueva identidad en un baile salvaje, primario, al ritmo de aquellos tambores. Su iniciación terminó al amanecer. La comunidad a la que pertenecía en aquel momento lo necesitaría pocas horas más tarde.
Cuando regresó al tipi de su mentor, apenas se sostenía en pie. El chamán lo dejó descansar durante unas horas. En aquel tiempo, preparó las provisiones para el viaje. John, tras despertar, recibió el fardo y las instrucciones. Debía conseguir armas de fuego, suficientes para toda la tribu.
–Es imposible, Cuervo. Necesitaré mucho dinero. Además, de conseguirlas, no podría transportarlas.
–Consigue unas cuantas, de las grandes. La gente del pueblo accederá a hablar contigo. Necesitamos cazar el bisonte y que nuestro pueblo sea próspero. Carga con las que puedas.
–Necesitaré dinero.
El chamán buscó entre sus enseres. Tomó un saco de piel, del tamaño de su puño y se lo entregó al chico. John esperaba encontrar unas monedas de plata. Sin embargo, lo que brillaba en su interior era polvo de oro.
–Sé que es muy preciado por el hombre blanco. Con esto podrán darte algunos de lo que tú llamas… rifles. Si cabalgas ahora, podrás llegar al anochecer.
John montó la yegua de su familia sin ensillar, con el fardo atado a su espalda. Tal y como había previsto el chamán, llegó a White Rocks cuando el último rayo de sol se desvanecía por el oeste. Con el polvo de oro no podía comerciar. Su padre lo llevó en una ocasión al tasador O´leary, en aquel mismo pueblo. Vivía cerca del banco, en la zona más segura. Llamó a la puerta cuando la luz del día se desvanecía del todo. Los farolillos de aceite se iluminaron casi al mismo tiempo. Al tercer golpe, la puerta se abrió.
–¿Qué quieres, muchacho?
–Tengo algo que puede interesarle. –El chico no dejó que el hombre pusiera cara de pocos amigos. Abrió el saco delante de sus narices y puso un poco de polvo en su mano. El hombre mayor ajustó sus anteojos para observar mejor aquel oro fino.
–Está bien, pasa un momento.
Tras examinar el polvo de oro con más detalle, O´leary sacó una báscula pequeña. Puso la media palma de oro en el platillo.
–Puedo darte cincuenta dólares por esta cantidad.
–¿Y por todo el contenido?
O´leary tomó la bolsa ofrecida por el muchacho y vació hasta el último grano de oro.
–Estás de suerte, joven. Ochocientos dólares. Es casi todo mi dinero.
La mirada de aquel viejo era codiciosa. John sabía que le correspondía mayor cantidad pero no tenía forma de rebatirlo. Tomó los billetes que le ofrecía O´leary y se marchó de aquella casa de usura.
Pasó la noche en el establo, junto a su caballo. Cuando el armero se disponía a abrir la verja de su establecimiento, John estaba esperando. El señor Tully se quedó observando al chico en todo momento.
–No se preocupe, tengo intención de comprar.
–¿Un chico tan pequeño quiere armas?
–Es un encargo de mi padre.
–¿Por qué no ha venido él?
–Está con el ganado. Necesitamos las armas y me ha mandado a recogerlas.
John mostró el enorme fajo de billetes que había conseguido la noche anterior. Las reservas del señor Tully desaparecieron al instante.
–Bueno, pasa y dime qué estás buscando.
El chico entró en la tienda y seleccionó los rifles, orientado por los precios de sus etiquetas. Agradecía en sus pensamientos la educación que le había concedido su madre antes de morir. Gracias a ella, podía leer, escribir y contar. Se hizo con cuatro rifles Winchester, dos Spencer y otros dos Sharps, especiales para la caza del bisonte.
–Puedo regalarte una cartuchera para el revólver.
–No tengo revólver.
–Pues por veinte dólares más, puedes tener uno. ¿Qué tal este colt? Es de tambor, tiene gran precisión y era el preferido del ejército hasta el modelo que sacaron hace dos años. Créeme, si no lo necesitas tú, tal vez tu padre le encuentre alguna utilidad.
–Está bien, me lo llevaré. También quiero munición para todas las armas.
El tendero preparó las cajas del pedido frente al chico. Había preparado una alforja de cuero donde cabían las armas de cañón largo. John estaba mirándose en el espejo de la tienda con su nuevo revólver al cinto. Ante una indicación del hombre, John salió de su ensimismamiento y cargó el caballo con aquellas alforjas especiales.
–¿No tienes silla en ese caballo?
–No la necesito. Me he acostumbrado a montar sin ella. Además, a Julie no le gusta.
–¿Quién demonios es Julie? ¿Tu madre?
–La yegua.
El tendero asintió, preocupándose de que estuviera todo el dinero. El chico montó de un salto sobre la grupa cuando el señor Tully se mostró conforme. El caballo recorrió la vía principal al trote hasta salir del poblado.
Estaba a punto de llegar al campamento indio cuando divisó tres siluetas cien metros delante de su posición. John dirigió su mano derecha al revólver, amartillándolo en espera de algún movimiento hostil. Sus temores fueron corroborados al momento. La actitud de aquellos tipos parecía sospechosa. En cuanto se cercioraron de que solo era un muchacho, fueron a su encuentro.
–Quietos, el revólver está cargado y pretendo usarlo.
Los tres hombres no se detuvieron. Sus caballos se acercaban cada vez más rápido. John apretó el gatillo y amartilló el percutor de nuevo. El disparo se perdió en el aire aunque el sonido hizo que las monturas se detuvieran.
–Vale, chico, quieto. Tranquilo. Somos viajeros, como tú.
–Eso no es mi problema. Márchense de este lugar y déjenme continuar mi camino.
–No deberías jugar con armas, siendo tan pequeño. Puede que te sorprenda alguien con más habilidad.
John no pudo hacer otra cosa que disparar como acto reflejo. La bala jamás encontró un blanco. La mano de su adversario fue tan rápida que apenas había visto desenfundar el arma. De pronto, aquel forajido tenía un revólver en su mano y disparaba contra él, alcanzando a su yegua en el cuello. El animal se encabritó, arrojando tanto al chico como la carga al suelo. Después, el animal se desplomó. Luchaba por respirar en sonoros esfuerzos agonizantes. Iba perdiendo la vida poco a poco. John se arrastró, magullado, en busca de su revólver. Lo había perdido en la caída. Un nuevo disparo lo dejó congelado en el sitio. La bala había rebotado frente a él.
–Ni un movimiento, chico. La próxima bala irá directa a tu cabeza.
Dos de los hombres descabalgaron para examinar el contenido de las alforjas de cuero.
–Vaya, el muchacho está armado hasta los dientes. Fíjate. Tiene munición para disparar todo un año.
–Lástima que su caballo haya muerto, parecía bueno. ¿Qué hacemos con él, Willis? ¿Dos balas y para los buitres?
Willis jamás contestó. Una flecha atravesó su garganta de forma repentina. Antes de que pudieran levantar sus pistolas, cinco guerreros Pies Negros atacaban sin piedad. A la cabeza de aquellos nativos estaba Cuervo-en-la-Sombra. Lanzó su hacha con tanta potencia que se quedó clavada en la frente del segundo de los forajidos. El tercero recibió dos flechas en la espalda antes de caer con la garganta abierta. Los hombres de Cuervo-en-la-Sombra saquearon las posesiones de sus vencidos, incluyendo las cabelleras.
–Levanta, Caballo-en-la-Niebla. Has cumplido con tu cometido. Estoy orgulloso.
El chico se levantó. Su mirada era de derrota. Observó a la yegua, la última conexión que le quedaba con su antigua familia.
–¿Qué te ocurre? –Preguntó el chamán a su pupilo.
–Era el último caballo de mi padre… Ya no queda nada de mi vida anterior.
–Te lo he comentado en otras ocasiones. Ya no perteneces al mundo de los blancos. Has perdido tu caballo, toma otro en su lugar. No dejes tu mirada fija en el pasado. No te ayudará a avanzar. Vamos, Caballo-en-la-Niebla… Tienes mucho que aprender.