Caos en evolución
El edificio Panteón estaba sitiado por el ejército. Un millar de soldados fueron movilizados contra los golpistas. El Primer Hermano había emitido un comunicado en los medios de comunicación. Había anunciado el fracaso del golpe de estado. Los Heraldos eran considerados traidores a la nación. Oscar Dero se asomó por el balcón de la azotea. Veía las incontables luces rojas y azules parpadeando a su alrededor. El edificio estaba cubierto por un aura oscura; suponía la última defensa para los Heraldos. Las tropas esperaban impotentes a Jaziel. La diosa era capaz de sortear aquel muro. Cuando un equipo de dotados trató de traspasar el edificio, varias bocas de dientes afilados devoraron sus cuerpos. Se materializaron de la nada, arrancando miembros, cabezas, vísceras, hasta hacerlos desaparecer por completo. Intentaron entrar con un vehículo acorazado. El tanque se deshizo frente a ellos como un helado fuera de la nevera. Durante diez segundos, los gritos de la tripulación fueron insoportables. Cuando quedaron en silencio, el coronel Nieves ordenó el bombardeo masivo. La munición no tenía efecto sobre el edificio; se desmaterializaba nada más alcanzar el aura protectora.
Oscar Dero estaba satisfecho. Las defensas funcionaban por el momento. Miró al centro de su salón, donde descansaba verticalmente el arma de su señor. Notaba que seguía reduciéndose y aquello lo mantenía en tensión. Se volvió hacia Ágreda. Ella permanecía callada desde que llegaron al edificio. La chica de Camagüey estaba con ellos, recitando un nuevo ritual que abriera una salida. Oscar Dero negaba con la cabeza. A parte del propio Panteón, los demás puntos para el viaje dimensional estaban en Barcino.
–Barcino ha caído, Gran Maestre. Es un caos –dijo Ágreda, cabizbaja desde la desaparición del dios de rostro oculto –. Todos nuestros asociados han muerto o están poseídos. Es el golpe más duro que hemos recibido desde la gran escisión. No es mi intención hundirte más en la desesperanza pero nuestras fuerzas están casi extintas. Hemos sido represaliados, todos nuestros grupos de trabajo en esta ciudad han sido detenidos o asesinados. Nada sabemos de nuestras congregaciones en las pequeñas ciudades de provincia.
–En este edificio quedarán unos doscientos cincuenta. ¿Habéis enviado el protocolo de emergencia?
–Hace horas, antes de que el Primer Hermano emitiera la orden contra nosotros. Ha sido muy poco margen de tiempo.
–Necesitamos a todos los chicos. Recurriremos al poder que queda en la guadaña. ¿Podrás hacer la evacuación en grupos, Inés?
–Podré siempre que no sean más de diez en cada traslado, Gran Maestre. Sin embargo, no tengo el punto de destino.
Oscar Dero se pasó las manos por su cabeza de pelo blanco y lacio. Trataba de recordar un punto seguro que no fuera conocido por la Hermandad Roja. Elevó su consciencia, dejando su cuerpo sentado en el diván. Fue repasando todas las ciudades de la nación. Aquellas controladas por la Hermandad Roja destacaban en su color. Era todo el territorio. De pronto, vio un destello profundo. Era dorado, puro, correspondía a su agrupación. Descendió sobre aquel lugar. Un punto de traslado seguía activo en la provincia de Levante. Estaba cerca del límite de Barcino. Detoia, una pequeña ciudad que era fiel a los Heraldos. Su consciencia regresó al salón, Ágreda había convocado a los diez primeros voluntarios para el traslado. Marcino iba agrupando a todos los supervivientes en la antesala del gran salón.
–¿conoces el pequeño pueblo de Detoia, Inés? Está entre el condado de Barcino y Levante.
La mujer asintió mientras se concentraba en el lugar. Apareció en su mente, nítido como un recuerdo cercano. Sostuvo la guadaña encadenada del dios y finalizó el ritual. El poder de la reliquia pasó a ella con la fuerza de las mareas. La realidad se abrió en el área delimitada, mostrando una pequeña capilla. Los símbolos del otro lado estaban inscritos en un mosaico perfecto, integrado en la decoración del suelo. Brillaban con tanta intensidad como los del salón del Gran Maestre. La gente seleccionada por Ágreda fue atravesando el portal. Marcio formó a los diez siguientes.
–Gran Maestre, ¿qué haremos a partir de ahora? –La Suma Guardiana mostraba su inseguridad por primera vez.
–Debemos llegar a Ógredo. Hay que contactar con el Alto Académico Graciano. Nos podrá ocultar durante un tiempo. Aunque Jaziel es una diosa encarnada, tiene limitaciones.
–¿Qué limitaciones? Estamos esperando a que ese monstruo se presente y nos mate.
–Su límite son las esferas, los demás dioses y… Un momento… Pedro de la Fuente.
–¿Pedro de la Fuente? ¿El personaje histórico? Estás delirando.
–Él decía que nuestra esencia podía alcanzar el plano de los dioses. Si llegabas a lograrlo, conseguías poder hasta el punto de ser como un dios.
–Pedro de la Fuente se desvaneció en el plano astral intentando alcanzar el hogar de los dioses. Sus ideas cayeron con él hasta convertirse en mito.
–En ese caso, recurriremos al conocimiento. Los Académicos han preparado durante siglo y medio a los mortales contra el poder de las esferas. Seguro que estarán trabajando para neutralizar a Jaziel. Nos necesitarán para completar sus investigaciones con alguno de sus cacharros. ¿Cuánta gente queda por evacuar?
–Ciento setenta. Los centinelas han abandonado la planta baja, confiando en el tapiz defensivo. No sé si es buena idea seguir drenando de poder la reliquia. Puede llegar a consumirse.
–No es una reliquia cualquiera, Ágreda. Es un vínculo. El Oculto no está destruido, ha vuelto a la morada de los dioses. Este objeto es también su puerta de entrada.
–¿Cómo lo sabes?
–Sigo siendo el Gran Maestre. Todavía siento el poder. Nuestro dios ha sido desterrado pero no está vencido. Podemos traerlo de nuevo. Necesitamos a otro elegido.
Ágreda asintió. El Heraldo sin rostro seguía vivo, aunque sin cuerpo terrenal. El Gran Maestre era capaz de traerlo de vuelta y desterrar el poder de Jaziel. Marcio atrajo la atención de la Suma Guardiana. Inés reflejaba signos evidentes de agotamiento. De sus oídos brotaban pequeños hilos de sangre que empapaban sus hombros. Estaba pálida a pesar de nutrirse con el poder de la reliquia. A falta de cincuenta personas por evacuar, el bombardeo se reinició sobre el edificio. Las plantas bajas fueron castigadas por los cañones de los tanques. La barrera sobrenatural recibía los impactos sin reflejar daño alguno. Oscar Dero se incorporó y fue hacia el balcón.
–Jaziel ha llegado.
El manto oscuro se hizo jirones hasta la mitad del edificio. Los proyectiles alcanzaron las plantas vacías de aquel sector. Las columnas clásicas de inspiración grecorromana que decoraban la mayoría de las habitaciones fueron destruidas. Enormes agujeros fueron taladrando la fachada con estruendosas explosiones. La figura imponente de la diosa estaba en la entrada principal. Su altura hacía parecer niños a los soldados que entraban en el edificio. La protección sobrenatural cedía ante su presencia. Ascendió ingrávida por la fachada mientras las tropas incursionaban dentro del edificio. El tapiz sobrenatural se rasgaba y desaparecía con el avance de la entidad. Oscar Dero observó ascender a la figura gigante de Jaziel. Se dirigió a grandes zancadas hacia el portal dimensional. Empujó a Ágreda a través del círculo, al igual que a Marcio y los últimos que quedaban por salir de allí. Por último, impulsó a Inés a través del portal, arrancando la guadaña encadenada de sus agarrotadas manos. Desvaneció toda señal de magia recurriendo a su poder. El suelo recuperó su aspecto original. No quedaba nadie en el edificio. Solo quedaba enfrentarse al monstruo. El arma le infundía más fuerza y poder del que había supuesto. Jaziel se posó sobre el piso de la azotea con suavidad. Su estatura cercana a los cuatro metros hacía menos impresionante el salón del Gran Maestre.
–Estás sobre suelo sagrado.
–Yo también soy sagrada.
–Tu poder está limitado en el templo del Oculto. –El Gran Maestre realizó un cántico de protección. Su concentración fue rota con un leve gesto de la entidad.
–Haces un pueril intento de usurparme poder. Nada me impide acceder a las esferas. Sin embargo, tú tendrás más problemas que yo.
Con un chasquido de sus alargados dedos trató de cortar la conexión del Gran Maestre con la fuente de su poder. Por primera vez, Jaziel se mostró sorprendida. Oscar Dero seguía manteniendo el control. Sin perder un segundo, el Gran Maestre pasó al otro lado de la realidad. Sabía que Jaziel era más poderosa en aquel lugar aunque estaba dispuesto a jugársela. El arma relucía en sus manos. Jaziel era una imponente figura con múltiples brazos y múltiples rostros. Lanzó su primer ataque contra las piernas de la deidad. La guadaña se proyectó veloz hasta ser interceptada por uno de aquellos brazos. Su enorme garra se cerró sobre el arma. El Gran Maestre observó cómo quemaba la esencia de Jaziel poco a poco. La cadena se tensó, haciendo chisporrotear la energía que recorría todos sus eslabones. Dero volvió entonces a la realidad, tensando aún más la cadena. Jaziel abrió la mano, liberando el arma. El Gran Maestre recogió el mango de la guadaña con rapidez. De la palma goteaba sangre, un pequeño hilo que goteó más tiempo de lo esperado. Jaziel cambió su mirada. Estaba furiosa por la osadía de aquel mortal. Atacó en ambos planos a la vez. O scar Dero se echó hacia atrás, protegiéndose entre las columnas de su amplio salón. Saltó al otro lado de la membrana mientras acumulaba poder en su interior. Lo proyectó para moverse tan rápido como daba su pensamiento. Jaziel topó con una de las columnas y la agrietó. En el lado astral, la destrucción era devastadora. Las columnas volaban hechas añicos mientras las garras de la deidad trataban de agarrar a Oscar. Aprovechó para hundir el filo de la guadaña en la muñeca de uno de sus brazos. Jaziel se retiró molesta mientras Oscar se movía a velocidad de relámpago. Dejó la cadena crecer, girando alrededor de la entidad. Regresó a la realidad, donde su velocidad se vio severamente reducida. Tiró de la cadena tratando de inmovilizar a la diosa. La cadena se tensó unos instantes para perder rigidez al segundo siguiente. Jaziel había desaparecido, escapando de su presa. Había pasado toda su esencia al astral. Fue a moverse cuando notó como sus pies quedaban atrapados en el suelo. Una fuerza descomunal lo hizo regresar hacia el otro lado de la membrana. Jaziel lo sostenía por las piernas, boca abajo. Atacó con la reliquia repetidas veces. Consiguió liberarse a medias, seguía preso por su pie derecho. Acumulando el poder en su interior, hizo un esfuerzo para acceder al otro lado. Su esencia chocó contra una barrera invisible. Jaziel había bloqueado el acceso de vuelta.
–Serás consumido en la casa de tu señor. –La presa se endureció sobre el Gran Maestre con otros tres brazos presionando su cuerpo.
Oscar estaba atrapado. La única forma que se le ocurrió de oponerse a la diosa fue recurrir de nuevo al poder. Concentró toda la energía del arma en su interior. La fuerza divina acudió a él como los ríos acuden al océano. Energía pura iba acumulándose al mismo tiempo que Jaziel acercaba la cabeza del mortal a su boca. Oscar hizo uso de su habilidad para pasar más allá de la membrana astral. En lugar de salir a la realidad, se concentró en profundizar más allá de las esferas. Jaziel cerró su mandíbula sobre el vacío. Oscar Dero ya no se encontraba entre sus garras. Había conseguido evadir su forma más allá del plano astral. La diosa regresó a la realidad, buscando su pieza escabullida. Buscó con intensidad tanto en el plano como más allá de la membrana. Abandonó cuando estuvo segura de que el Gran Maestre había dejado de existir. Atravesó la membrana más allá de las esferas. Había pasado a la morada de los dioses. Era similar a estar muerto. Con un alarido triunfal, Jaziel se proclamó vencedora de la guerra. Las tropas del ejército irrumpían en aquel momento por la escalera de emergencia. El comandante a cargo de la operación se postró ante la diosa. El mundo estaba bajo su control.