Final perfecto
A las tres de la madrugada, Jaime despertó de aquel mal sueño. El primer instinto que tuvo fue llamar a su madre. Frenó aquel impulso en seco. Si despertaba a Casio, se pondría a ladrar. Su padre iría a verlo. Cuando se levantaba de la cama no se podía volver a dormir. En la pesadilla, sentía que el cielo se iluminaba por una enorme bola de fuego. Caía justo delante de la ventana, a pocas manzanas del edificio donde vivía. Se despertó en el momento del impacto. Aliviado por estar a salvo, esperó tumbado sobre el colchón. Reunió el valor suficiente para acercarse a la ventana. Lo hizo en absoluto silencio para no despertar a Casio. El podenco rubio dormía en su cesta, ajeno a la actividad de su dueño de nueve años.
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