Ciudad Embrujada
Howard había tenido unos días de tranquilidad. Los viajeros de Ulnis habían dejado de llegar a su establecimiento en masa. Aquello, lejos de preocuparle, lo animó a realizar algunas reformas en la Posada Sombría. Fueron cuatro días en los que amplió la plantilla de trabajo, mejoró habitaciones que requerían trabajo de carpintería y pulió los suelos de todo el establecimiento. Sac había desaparecido durante ese tiempo, como los viajeros de Ulnis. Aquello no era extraño; los periodos de ausencia del hechicero acárido cada vez eran más prolongados. La fama de su trabajo, junto con todos los amigos del rey, había llegado a todos los rincones de la ciudad. Feligreses de otros barrios pasaban horas ante su chimenea con la esperanza de conocer a los ilustres personajes. La mayoría se conformaba con verlos y saber de su existencia. Otros tantos preguntaban si lo que contaban las canciones de taberna era cierto. Sus nuevos parroquianos eran buenos clientes, se limitaban a conversar, beber y pedir lo que hubiera de menú antes de volver a casa. Atrás quedaban los días en los que Howard era chantajeado por bandas de criminales. Había conseguido hacer de aquella taberna un negocio serio. Aunque sus empleados habituales no pudieran acudir a su local, tenía dinero suficiente para contratar a nuevos empleados.
Sac había estado diez días antes, acompañado por dos de sus sobrinos. Eran hijos de su hermana Greta y estaban siguiendo los pasos de su tío Darwin con el contrabando de hierbas élficas. Sac pensó que serían buenos trabajadores así que se los ofreció a Howard. El posadero aceptó sin dudarlo, necesitaba refuerzos en su establecimiento. Los jóvenes hombres-pato resolvían bastante bien su trato con la gente. La amabilidad iba acompañada de respuestas mordaces ante los ataques de los borrachos. Aquella especie humanoide despertaba comentarios racistas entre los humanos, siendo más virulentos cuando el alcohol estaba presente. Por fortuna, Howard apelaba a la tolerancia con sabiduría, acompañaba sus palabras señalando a Murok. Los mismos que se crecían con criaturas más pequeñas, se achantaban ante otras más grandes, igual de diferentes. El minotauro acudía puntual a la posada para salvaguardar el orden dentro de aquellas paredes. Pasaba las horas de servicio cerca de la entrada, apoyado en la barra y hojeando sus libros de aventuras. Murok se conformaba con leche agria, potajes de verduras y un penique de plata al final del día. Era el mejor elemento para disuadir las provocaciones de los más bravucones.
–Murok, ¿dónde están nuestros amigos? Hace tiempo que no les veo. Elenthen ha perdido tres actuaciones, contando la de esta tarde.
–Han tenido que viajar a Ulnis –respondió con tranquilidad, pasando una página de su novela –. Viajan en ese artilugio volador que tiene el rey. Pensé que llegarían antes. Deben de haber encontrado dificultades.
–¿Dificultades en Ulnis?
–Algo debe pasar. Ha dejado de venir gente procedente de allí.
–Lo he notado.
–Nadie sale de la ciudad. Los granjeros se niegan a vender sus cosechas en la capital y los curtidores prefieren viajar al imperio del otoño para comerciar. Los amigos del rey han ido a investigar.
–Entonces no se debe a una plaga, como he oído. ¿Crees que lo resolverán pronto?
–No –dijo el minotauro, más pendiente de su novela que de las palabras de Howard.
–¿Por qué no han contado contigo? –Murok levantó sus ojos de las páginas y miró con furia contenida a Howard.
–He sido yo quien no ha contado con ellos. No volverán a subirme a ese cacharro endeble que vuela anti natura.
El minotauro volvió a su lectura y Howard no se atrevió a molestarlo el resto del día. Al cabo de una semana, Sac apareció antes de la hora de cierre. Al ver a sus sobrinos trabajar en la limpieza, los recompensó con un penique de oro a cada uno.
–Esos son mis chicos, que Howard no note mis ausencias. ¿Dónde está el posadero?
–Está en las habitaciones de arriba.
–De acuerdo, chicos. Podéis ir a casa. Yo me encargo del resto.
El acárido activó a sus elementales. La figura traslúcida de aire se marchó hacia la cocina. La masa de agua antropomorfa comenzó a extenderse por el suelo, levantando restos de comida y vómito que dirigió hacia la calle. Howard bajó las escaleras poco después. Se mostró sorprendido ante la llegada de su amigo.
–Habéis llegado de Ulnis, por fin.
–Supongo que quieres saber la historia del viaje, ¿verdad?
–La curiosidad me arde por dentro. He escuchado rumores de una plaga. Luego se decían historias sobre el imperio del otoño, había invadido la ciudad.
–Si me pones ese guiso de cordero tan rico que hace tu mujer, me quedo a contarte la historia.
–He contratado a otra cocinera, Iris. Margaret quiere pasar más tiempo con las niñas.
–¿Cocina tan bien como tu mujer?
–Mejor. Voy a ver qué ha sobrado de la cena, así pruebas el nuevo menú. Ve preparando tu historia.
Cuando Howard regresó con la comida, Sac había terminado de limpiar el salón. Esperaba en una mesa cercana a la barra. El posadero había tenido el detalle de llevarle una jarra de cerveza. Cuando hubo saciado su hambre y su sed, el pato-homínido se recostó en la silla, sacó su pipa. Howard estaba expectante. Imitó al hechicero, sacando una pipa parecida, y ofreció tabaco a su compañero.
–Ulnis, una ciudad que me esperaba más hospitalaria. Gente de otras razas pasea incómoda por sus calles. La mayoría de los humanos tienen costumbres del otro lado de la frontera. El imperio del otoño siempre ha sido poco hospitalario con otras especies.
–Tampoco han sido hospitalarios con los humanos de Rophean. El imperio está en decadencia aunque no sabía que su influencia persistía dentro de nuestra frontera. Pensaba que Ulnis sería como Rophean. Después de todo, forma parte de este reino.
–La influencia del vecino imperio se nota, te lo aseguro. Debíamos andar bien camuflados. De hecho tuvimos que introducirnos mediante una repugnante estrategia, haciéndonos pasar por artistas ambulantes –el hechicero encendió su pipa con la ayuda de la única vela que había sobre la mesa. Howard imitó aquel movimiento después de su compañero –. Toda la ciudad era presa de un ensimismamiento fuera de lo común. A parte de mostrarse ariscos, estaban embobados. Fue fácil distraerlos aunque algo más difícil dar con el problema que los estaba martirizando.
–He escuchado que el ejército del rey derrotó a unas extrañas fuerzas extranjeras.
–Eso ocurrió hace semanas. Acampaban en las tierras del conde Struck. Los barrimos gracias a la información que conseguimos en el carro de silfos. Pero la amenaza extranjera había extendido sus tentáculos. En la ciudad de Ulnis, los hechiceros extranjeros sometieron a todos los habitantes a través del polvo Sriig. Lo mezclaron con el agua, sometiéndolos con facilidad.
–¿Qué es el polvo Sriig?
–Proviene de una planta que no crece en esta región. He visto ejemplares en el jardín botánico de la escuela Ulgrim. Su raíz se deja secar durante tres semanas. Después, se muele hasta formar un polvo rojo. Su consumo deja a la persona dócil como una mascota y sensible a la posesión espiritual. Los hechiceros pretendían poseer a toda la población.
–¿Y cómo lo resolviste?
–En cuanto identifiqué la raíz de Sriig, crear el antídoto fue fácil. Tuvimos que localizar antes una muestra. La conseguimos cuando logré infiltrarme en uno de los grupos sectarios. Varios de nuestros hombres habían caído bajo el influjo de la droga. Me costó el mejor hechizo de camuflaje que he hecho en mi vida. Elenthen tuvo que ayudarme. Como dije al principio, son bastante intolerantes con otras especies. En cuanto tuve la muestra, me largué de allí tan rápido como pude.
–¿Y el resto?
–Tuvimos que separarnos para localizar al conde Struck. Esta misma mañana he coordinado la creación del antídoto con los alquimistas del rey. Estamos fabricando cientos de galones para mezclarlos en los depósitos de agua. Nos llevará un tiempo dispensarlo a toda la población de Ulnis.
Howard se rascó la cabeza pelirroja. Vació la ceniza de la pipa para cargarla de nuevo. Sac aprovechó para beber la cerveza que el posadero le había traído. Absorbía con una pajita y tragaba con el pico mirando hacia el techo.
–Entonces, todos estáis de vuelta en Rophean.
–Elenthen y yo. El enano Spuff y Arkan siguen resolviendo asuntos turbios. Había que destituir al actual conde Struck y nombrar a su heredero para el mismo puesto. Espero que esta historia sirva para los oídos de tus clientes. El bardo está en su árbol favorito, componiendo canciones con esta historia. No tardarás en escucharlas.
El posadero fue reclamado por un nuevo grupo de clientes. En cuanto vieron los relucientes emblemas que lucían tanto Sac como Murok, comenzaron a murmurar con sorpresa. Howard los llevó al interior del salón principal, cerca de la chimenea. El minotauro se levantó, cogiendo de la estantería el juego de peckren. Sac torció su pico en una sonrisa y despejó la mesa frente a él.
–¿Quieres perder de nuevo, Murok?
–He aprendido mucho. Sigo enfadado contigo, por cierto.
–Vamos, fue un hechizo pasajero. –Tomó las piezas que le ofrecía su compañero. –Si gano yo, te perdono. Si ganas tú, me perdonas.
–Trato hecho. Si gano, además de mi perdón, me darás cien peniques de plata. Si pierdo, me darás cien peniques de plata por tu perdón.
–¿Y olvidarás el asunto del hechizo?
–Te lo garantizo.
Sac colocó todas sus piezas. Jugaba con blancas, comenzó la apertura clásica del peckren. En cuanto Murok contestó a su movimiento, la posada desapareció de su vista, centrados en el juego durante la siguiente hora y media. Howard recogió la cena de los recién llegados y bajó los postigos de la entrada. No quería interrumpir aquella reconciliación. Por primera vez, tras un movimiento definitivo, el minotauro logró vencer al hechicero.