Con cinco perros
Tob llegó al portal de la vivienda y llamó con insistencia al timbre. Iba con su gorra azul habitual. Su camisa abierta dejaba ver dos cadenas de oro colgadas de su cuello. Al cabo de unos minutos, la puerta principal se abrió y surgió de la oscuridad la cabeza de un enorme pitbull. Tras la correa apareció otro chico con el mismo aspecto. Los colores que vestía eran el negro y rojo, en lugar del blanco y azul de Tob. Bajaron por la calle en silencio hasta llegar al coche de Leroy. El perro subió al espacio del copiloto mientras el otro joven ocupaba el asiento trasero. La música rap se encendió antes que el motor.
–Todavía me debes ciento cincuenta pavos, Leroy.
–No me agobies. Te lo daré hoy, si todo sale bien.
–Yo puedo esperar un poco más pero Duke quiere su dinero mañana.
–Tosky va a ganar los tres mil dólares, ya lo verás.
–Si con tres mil pavos vas a pagar lo que me debes a mí, lo que le debes a Duke, al casero, a tu madre, a tus hermanos, a tu tío Joe y a Ágata, entonces genial.
–Cuando Tosky gane, cada cabrón que esté viendo la pelea va a querer un puto perro igual de fiero. Le puse la hembra de Ágata para que se la follara. Seguro que Lila ya está engendrando a los hijos del campeón. Con eso si que podré sacar pasta.
–Yo solo digo que Duke quiere su dinero mañana. No le queda más paciencia.
–Tusky va a ganar. Es una fiera. Deberías haberlo visto hace tres semanas, destrozó a aquella bestia y ahora está como nuevo.
–¿Hirieron a Tusky?
–No se hacen caricias, Tob. Muchas veces se quedan con jirones de carne colgando. Es bastante asqueroso. Sobre todo, no eches la pota. Si te da un asco de cojones, sal a la puerta y vomitas fuera. A Marcel no le gusta que le manchen el suelo.
–No soy un crío, ya no vomito por esas cosas.
Después de aquella afirmación se hizo un sepulcral silencio entre los dos jóvenes. Atravesaron la ciudad con la última luz del día. Las farolas se iluminaron a su paso hasta llegar a la finca donde habían quedado. Una enorme cantidad de vehículos se agrupaban aparcados en batería alrededor de un edificio de una sola planta. Leroy dejó el coche en la parte de atrás. Allí salió un tipo a su encuentro. Marcel lo reconoció al instante y le indicó dónde aparcar. Tob se apresuró a sacar a Tusky del coche y siguió a Leroy hacia el interior. Todo estaba preparado para que los perros se mataran entre ellos. Un gran círculo hecho con pilas de neumáticos acordonaba la zona de combate. El otro dueño contrincante esperaba dentro del círculo. Ejercitaba a su bestia con un pelele de trapo. Leroy se acercó, sujetando a su pitbull. La gente se agolpaba alrededor del improvisado ring. Marcel recogía en una pizarra las cifras de las apuestas. Estaban igualadas por ambos perros, el ganador obtendría diez mil dólares. El perdedor se iría con las manos vacías.
Prometía ser un enfrentamiento largo. Tusky fue liberado de su correa al mismo tiempo que el perro adversario. Los dos canes se enzarzaron en el combate cuerpo a cuerpo. Eran dos bocas enormes abriendo heridas donde se cerraban, buscando el cuello de su adversario. Leroy seguía el combate con los ojos muy abiertos. Tob se mostró sorprendido por el cambio que se había producido en la mascota de Leroy. Estaba destrozando a su contrincante. Era más fuerte que aquel perro. De pronto, Tusky giró la cabeza hacia Leroy. Se le había escapado un pequeño silbido. La bestia amedrentada aprovechó la oportunidad. Lanzó un bocado al cuello desprotegido de Tusky. Se quedó agarrado a la desesperada. Poco a poco la fuerza de Tusky fue desapareciendo de sus patas. El perro rival tumbó al pitbull hasta que dejó de moverse. Leroy paró el combate y acudió hacia su mascota. Fue demasiado tarde. Tusky había muerto. Murgo era el nuevo líder de las peleas caninas.
Conduciendo de vuelta a casa, Tob no paraba de recordar la deuda con Duke. Marcel se sentía tan abatido que decidió resolver aquel asunto de una vez por todas. Paró un instante en la gasolinera, llenó el depósito y observó el entorno. El paquistaní detrás del mostrador leía un periódico deportivo. Marcel entró con la intención de pagar. En lugar de sacar la billetera, apuntó al tendero con el cañón de su automática. Tob exclamó varios improperios y ocupó el asiento del conductor. Leroy apremió al tendero a que vaciara la caja. Se llevó hasta el frasco de las propinas. Salió de allí a la carrera mientras Tob quemaba rueda hasta perderse entre los callejones del barrio. Lo miraba con los ojos muy abiertos.
–¿Te has vuelto loco, tío? –Leroy le lanzó ciento cincuenta pavos sobre las piernas. Sostenía el fajo de billetes, contando hasta el último centavo.
–El resto es para Duke. –dejó el resto del dinero en la guantera y se sumió en sus pensamientos.
A primera hora de la mañana saldó todas sus deudas. Se había quedado despierto toda la noche. Tob se quedó con él. Lo conocía bien y necesitaba compañía. Le pasaba canutos de hierba cada quince minutos. Leroy los consumía con la mirada anegada y el ánimo destrozado.
–Hiciste que procreara. Con suerte, la perra de Ágata estará gestando unos cuantos cachorros. Solo tienes que escoger uno y entrenarlo como a Tusky. –Leroy no abrió la boca. Consumió el cigarrillo de hierba con lentitud. En su mente ya había un plan.
Tob vio a Leroy tres meses después. Fue él en aquella ocasión quien se acercó hasta el piso de su amigo. Cargaba una caja de cartón con cinco cachorros de pitbull en su interior. Los inquietos perros se asomaban por el borde, curiosos. Tob los sacó de la caja y los acarició con cuidado.
–Voy a entrenar a los cinco. Así no me quedaré sin perros para las peleas.
–Tío, son muy monos. Me da pena que los conviertas en bestias de matar.
–¿Quieres ser mi socio? No tengo mucha pasta y me vendrían bien unos pavos.
–¿Cuánto necesitas?
–Trescientos, tal vez cuatrocientos. Te daré la mitad de lo que gane en los combates. ¿Qué dices?
Tob se levantó del sofá con uno de los cachorros en las manos. Volvió de la cocina con un tarro de café. Dentro había unos cientos de dólares.
–Es todo lo que tengo. Y a este de aquí lo vas a llamar Tyrion, es innegociable.
–Eso está hecho. Mi primo tiene un terreno en las afueras, podemos entrenarlos allí.
Los dos chocaron las manos, dando por cerrado su acuerdo. Bajaron al supermercado e invirtieron el dinero en dos sacos de pienso y varias latas de cerveza. Celebraron su acuerdo en el piso de Tob hasta altas horas de la madrugada. Al día siguiente, Leroy llevó a los perros hasta las afueras. Allí comenzó el adiestramiento.
–¡No vuelvo más! –Cuatro meses después, Tob estaba agotado. Desde que los cachorros llegaron a sus manos no había parado de limpiar mierda y poner pasta.
–Vamos, hombre. –Leroy tuvo que arrastrar por el brazo a Tob hasta llevarlo al coche. Una vez dentro, puso rumbo a las afueras – No puedes dejarme colgado. Dentro de unas semanas empezaremos a ganar pasta.
–Tyrion ha intentado morderme.
–Seguro que lo ha hecho jugando.
–Partió la soga de la entrada como si fuera mantequilla. Era tan gruesa como mi antebrazo. Si me llega a morder en serio me quedo sin pierna.
–Son unas fieras, nos van a hacer ganar una pasta de cojones. Tengo que arreglar la puerta de atrás, el otro día pillé a Chuky escavando en el jardín. Estuvo a punto de escaparse.
–Si Tyirion no se hubiera comido la soga, podríamos dejarlos atados. Creo que hay tablones en el almacén, o lo que sea la habitación que está pegando al jardín.
–Deberíamos comprar una cadena.
–Estamos sin blanca, Leroy. No pienso poner un centavo más. Solo en el pienso hemos gastado quinientos pavos y creo que no comen lo suficiente.
–Vale, nada de gastos. Ya me apañaré con lo que haya en el chamizo.
Bajaron del vehículo con rapidez. Tob sacó un nuevo saco de pienso del maletero y esperó a que Leroy abriera la puerta. Los cinco perros ladraban con insistencia. En cuanto los perros salieron, Leroy y Tob saltaron hacia atrás. Los cinco tenían las cabezas empapadas de sangre. Las fauces todavía guardaban la tonalidad rosada entre los dientes. Los dos se introdujeron en el recinto, buscando una explicación. Un rápido examen de la zona aclaró parte de lo que había pasado. Los perros habían escavado un agujero por debajo de la puerta trasera. La tierra se mezclaba con la sangre. Había más rastro en aquella zona.
–Se han cargado a otro perro que andaba cerca. Tienes razón, Leroy son unas fieras. Mira, se han dejado algo para luego. Aquí hay un resto de… –Tob levantó un trozo de carne. Lo soltó de inmediato cuando descubrió un zapato al otro lado de la extremidad. Gritó como un niño que descubre un gusano en su nariz.
–¡Se han comido a un tío!
–No me jodas. Hay que saber quién es.
–No pienso hurgar en esa carroña.
–Acabas de hacerlo.
–¡No sabía que era carroña! –Tob enfocó la luz de su teléfono móvil al otro lado del agujero. –Abre la puerta, Leroy.
El joven abrió la puerta con lentitud. No quedaba mucho de la persona que había al otro lado. La cabeza estaba devorada hasta la calavera. Era la parte más reconocible de los restos humanos, salvo los pies. Los zapatos, aunque roídos, habían mantenido a salvo las extremidades. Con uno de los mohosos tablones, Leroy rebuscó entre los restos. Tob no pudo contener los restos de su estómago y proyectó la comida pendiente de digerir sobre el césped.
–Te dije que había poco pienso. Deberíamos haber comprado más. Estamos jodidos, Leroy. Los perros se han comido a un tío.
–No, no. Espera… Podemos arreglar esto. Haz lo que yo te diga.
Tob no dijo nada. Sosteniéndose el abdomen, llamó a los perros, que se agruparon a su alrededor. Los encerró en la habitación de mantenimiento, volcando el saco de pienso en el centro. Tomó la vieja manguera del jardín y comenzó a rociar agua por el ventanuco. Leroy, con una pala oxidada, hizo el hoyo más profundo. Cinco minutos después llamaron a la puerta. Leroy dejó la pala y fue directo a la entrada. Dos policías habían dejado el coche delante del suyo. Esperaban a que alguien respondiera a su llamada.
–Buenos días. ¿Es usted el dueño de la finca?
–No, es de mi primo. Estaba regando las plantas.
–Han llamado hace poco. Un vecino de la zona desapareció anoche. Los vecinos nos han alertado porque han visto varios perros agresivos por la zona.
–Ah, no lo sé. No tenemos perros.
En aquel momento, los cinco pitbull comenzaron a ladrar. La pareja de policías se miró de forma extraña. Leroy se quedó blanco cuando sacaron sus armas y le encañonaron. Cuando los agentes observaron la escena, quedó claro que los jóvenes trataban de borrar las pruebas de un delito. Acabaron de rodillas en el jardín, con las manos sobre la cabeza. Uno de los policías leyó sus derechos mientras los perros lloriqueaban, encerrados en la habitación de mantenimiento. La policía científica llegó diez minutos más tarde para reconocer los restos del cuerpo humano. Leroy maldecía su suerte en silencio dentro del coche de policía. Habían encontrado su arma. Aquello le iba a apartar de las calles largo tiempo. Las peleas de perros habían terminado para ellos.