Conexión fatal
Fernando había cumplido los tres meses de conexión en NeuroRed. El hombre lobo que lo representaba en aquel mundo virtual, parpadeaba. Impulsó su avatar hacia el punto de control más cercano. Su conciencia se transportó a la cama encapsulada. Eran las tres de la mañana y las luces de neón se colaban desde la calle. La realidad era como un inmenso puñetazo que lo golpeaba sin piedad. La sed fue lo primero en aparecer. Observó que el depósito de suero estaba seco. La sensación de hambre cobró intensidad justo después. El frío se sumó a la bienvenida. Para descansar en aquella cama especial y disfrutar de la conexión por consciencia, debía estar completamente desnudo. Se desabrochó con lentitud el cinturón que recogía sus excrementos. El depósito se vaciaba automáticamente hacia el desagüe cada media hora. Aquello no evitaba el mal olor. En cuanto pudo reunir suficientes fuerzas, se fue hacia la ducha. Le costó media hora poder estabilizar su sentido del equilibrio y esperó, entre temblores, sentado en la esquina del lecho sin sábanas. El colchón de gel anti-escaras se le antojó desagradable. En cuanto terminó de asearse, accionó la limpieza automática de la cama. A continuación, trató de llevarse algo al estómago. Su apartamento contenía los muebles básicos para la supervivencia. Todo el dinero lo había invertido en el ordenador cuántico conectado a su dormitorio. Abrió su viejo frigorífico para encontrarlo con un bote de kétchup, medio limón seco y un cartón de leche. Chasqueando la lengua, Fernando se vistió con el mono de mantenimiento de su empresa y salió del apartamento. Llegó a un cajero automático e introdujo un cilindro del tamaño de un llavero en la ranura. La pantalla se iluminó con un saldo de siete mil trescientos cincuenta euros. Compró una conexión a NeuroRed para seis meses, antes de pagar, saltó una oferta de última hora. Un año de conexión por ochocientos euros. Aquello le pareció una oportunidad única. Pagó los ochocientos euros y sacó del cajero otros cincuenta. Al salir se percató de que su mono de trabajo acumulaba llamadas de tres meses atrás. Era uno de los mejores reparadores de sistemas pero mientras tuviera dinero, no tomaría ningún encargo. Así lo había decidido. Apretó el botón de borrado, en su manga izquierda, y desaparecieron todos los mensajes. Fue hacia el supermercado más cercano. A la salida lo esperaban agentes de seguridad que pasaron un escáner por las bolsas de plástico con sus productos recién comprados. El escáner ofreció una luz verde y los guardias dejaron que se marchara. Recorrió las calles con apresuramiento. Fernando hizo una última parada en una pequeña tienda antes de volver a su apartamento. Dejó treinta euros sobre el mostrador y el propietario le proporcionó una barra marrón, tan grande como un dedo. Fernando la tomó y se marchó tal cual había llegado allí. Una vez en casa, comió con apetito. Diluía la barra marrón en un cazo con agua hirviendo. Aquello le proporcionaría suficiente energía para aguantar un año de conexión. Cargó el líquido en el depósito de la cama, el depósito de suero estaba lleno. Preparó el ordenador para una nueva inmersión en NeuroRed.
La corriente de energía lo sumergió de nuevo en aquel familiar mundo donde los colores eran más intensos. Volvía a ser un hombre lobo. Retomó la actividad que había dejado a medias, asaltar la casa de Madelaine. Después, robaría todos los créditos y los usaría para mejorar sus habilidades. La casa, una mansión de estilo neogótico, estaba aislada en mitad del bosque Kimaru. Fernando invirtió su energía en cambiar de aspecto, tomando la forma de lobo. Sigiloso como una sombra, llegó hasta el primer guardián. Se lanzó hacia él, creciendo súbitamente de tamaño y arrancando la cabeza del programa protector. Fue derrotando a cada uno de los soldados con sigilo hasta llegar a la puerta principal. Iba a entrar rompiendo la puerta pero lo pensó mejor. Su afinado oído lo avisó de que gran número de programas y jugadores estaban detrás de aquella puerta. Optó por dar un enorme salto hasta encaramarse al tejado.
Desde allí accedió por la claraboya del desván hacia el interior de la mansión. Fernando estaba excitado, prefirió esperar a que cayera la noche dentro de aquel universo y que bajara la vigilancia. Quería sorprender a Madelaine y así lo hizo. Cuando irrumpió en la habitación, ella la tenía llena de videos musicales y consejos de maquillaje. Los ojos de terror que puso nada más contemplarlo excitó más a Fernando. Su avatar creció en tamaño y se abalanzó sobre ella. Fue una lucha gloriosa. Madelaine desplegó una pantalla de protección y accionó la alarma de su vivienda. Los programas irrumpieron poco después, descargando golpes sobre el avatar de Fernando. Madelaine se había encargado de inmovilizarlo con sus propios hechizos de atadura. El hombre lobo se liberaba de los lazos creciendo de tamaño. Al verse rodeado, Fernando usó otro poder de su avatar. Multiplicó su persona por siete clones iguales. Estos clones medían medio metro y tenían la mitad de su fuerza aunque eran más veloces. Se enfrentaron a los programas de seguridad mientras Fernando, con la mente centrada en el último clon creado, asaltó a Madelaine. Agarró su cintura y comenzó a rasgarle la ropa. Ella le devolvía patadas y puñetazos. No se esperó la bola de fuego que lo proyectó contra la pared, aniquilando a su pequeño avatar al instante. Tomo control de otra de sus copias, acumuló su poder de nuevo y creció como la bestia que era, acabando con los programas en menos de un minuto. No dejó que Madelaine se recuperara y se lanzó de nuevo hacia ella. Aunque estaba debilitado, Fernando notó que ella también lo estaba. Arrancó el resto de la ropa y la penetró por la fuerza. El icono de Madelaine parpadeaba. Estaba forzando la desconexión. Fernando hizo un puente y mantuvo la conciencia de Madelaine. Las perversiones que el hombre lobo realizó sobre el avatar de Madelaine espantarían a cualquiera. Ella no podía parar de sufrirlo. Una vez Fernando hubo satisfecho sus instintos primarios, saqueó la mansión. A través de un portal mágico, una ampliación que le había costado cien mil créditos, enviaba todo aquello de valor hacia su refugio. El avatar de Madelaine yacía destrozado sobre el suelo de mármol con furia en los ojos. El hombre lobo recorrió la enorme lengua desde el pecho desnudo hasta la boca del avatar. Después saltó por el portal mágico, que se cerró tras de sí.
En su cueva, Fernando cambió la imagen de su avatar a la de hombre y se arregló para gastar los créditos recién robados en la ciudad. Dirigió su deportivo hacia el casino Fortuna cuando tres tipos, en la entrada, lo interceptaron.
–¿Eres Gruñido Perpetuo?
–¿Quién quiere saberlo? –Fernando desconfiaba, había sufrido varias emboscadas de aquella forma.
–Soy el Topo. Traficante de avatares. ¿Quieres un avatar nuevo?
–¿Y qué pasaría con el antiguo?
–Lo podrías conservar, no hay problema. Soy una mejora del sistema, aquí tienes mi acreditación. –Fernando salió un instante de su avatar para comprobar, efectivamente, de que aquel programa pertenecía al sistema. Decidió acompañarle y los cuatro llegaron a un callejón cercano. El Topo llamó a una puerta metálica y lo introdujeron por ella. Detrás de un pasillo se abría una enorme sala donde colgaban miles de pieles de avatares. Desde unicornios o dragones, pasando por velocirraptores o delfines, la cantidad era inmensa. Fernando tomó todo el catálogo y leyó las ventajas que ofrecían los que más le gustaban, el minotauro y el dragón.
–¿Podría comprar dos?
–Así es. Puedes tener los que quieras siempre que puedas pagarlos.
Fernando adquirió sus nuevas pieles y pagó un suplemento de experiencia para poder sacar mejor partido a las dos. Había gastado prácticamente todo lo que había robado. Debía organizar otro asalto con el hombre lobo cuanto antes. Estaba seleccionando su siguiente objetivo cuando se encontró con el maltrecho avatar de Madelaine de frente, en el callejón por el que el Topo lo había llevado. Llevaba un enorme artefacto, parecido a un lanzagranadas aunque sensiblemente más grande. Fernando conocía el artilugio, era un desconector neuronal. Aquello lo hizo sudar. Por primera vez en su vida, sentía miedo en NeuroRed. Madelaine disparó el artefacto y alcanzó de lleno al hombre lobo en plena transformación. La mente de Fernando comenzó a girar, desorientada. Madelaine descargó otro disparo. Y otro más. Y otro. El avatar de Fernando quedó completamente destruido. Su mente buscaba, desesperado un punto de salida a la realidad. Los recuerdos se fundían con las experiencias en la red en un caos que le impedía moverse con libertad. El terror aumentó en Fernando. Madelaine había creado un puente para evitar que él usara el escape de emergencia. Se quedaría vagando por la red, desorientado, hasta que se acabara su conexión. Sin más preocupaciones, Madelaine se fue de allá antes de que la seguridad de NeuroRed descubriera lo que había hecho.
Fernando vivía solo, no tenía amigos cercanos y su familia hacía años que no lo veía. Nadie reparó en su ausencia. Si cualquiera hubiera pasado al dormitorio de Fernando y hubiera desconectado el ordenador durante un segundo, podría haber sobrevivido. No fue así. Fernando estuvo un año completo en el ciberespacio sin control alguno sobre su conciencia. Su vuelta a la realidad fue imposible. De él quedó el hedor en los pasillos de su planta cuando retiraron el cadáver descompuesto. Los vecinos habían denunciado aquella peste durante meses. Los sanitarios tuvieron que desinfectar el apartamento vestidos con trajes especiales. Aquel hedor nunca se desvaneció del todo.