El acero de la seda
El clan Haji había sido invitado a la fiesta, como tantos otros de Edo. Era una familia pequeña aunque con grandes riquezas. Las granjas de orugas bajo su cuidado producían la mejor seda del país. Muchos barcos gaijin partían del puerto cargados con su materia prima. Nobunabe Iwao, primo del joven emperador Seiwa Genji, quería estrechar lazos con los clanes la capital. Aquel era el motivo de aquella celebración. Rehusar una invitación de la familia imperial se consideraría una grave descortesía.
Haji Toshiro era el jefe del clan. Examinó la invitación frente a su chambelán. Estaban a solas en la sala de recepciones. El hombre, algo mayor que su señor, esperaba con paciencia. Sus cincuenta y dos años habían vuelto cauto a Toshiro. Conocía los rumores que hablaban de su excelencia. Estaba reuniendo a los clanes más ricos para financiar su propio ejército. Sus aspiraciones por ocupar el lugar del emperador eran de sobra conocidas.
–Nobushu, atiende a lo que te voy a decir.
–Por supuesto, señor. ¿Qué debo hacer?
–Aceptaremos la invitación aunque no iré yo. Acudirá mi hijo menor, Seiji.
–Disculpe que cuestione esta decisión, señor Toshiro. ¿No es mejor enviar a Takashi? Es el heredero de su casa.
–¿Es que no conoces a Takashi, Nobushu? Es impulsivo. Podría ofender al señor Iwao con alguna conducta impertinente. Seiji es más cortés. Se ha casado hace poco y vive como un erudito en las afueras de la ciudad. Sin embargo, mi hijo mayor está envuelto en escaramuzas constantes. Cuando no se alista en las partidas contra el clan Oda, está retando a aquellos que se atrevan a cruzar su mirada. Definitivamente, no. Debe ir Seiji.
–¿Por qué no acude usted, señor Toshiro?
–Porque, frente al señor Nobunabe, puedo reaccionar igual o peor que mi hijo Takashi. Lo conozco desde hace tiempo, Nobushu, aunque llevo mucho tiempo sin coincidir con él. He de confesar que he evitado un nuevo encuentro. Es un hombre de extrema soberbia. Castiga con dureza a quien no atienda sus demandas. Es alguien a quien no se puede despreciar; sin embargo, lo desprecio. Estoy seguro de que mi hijo Seiji podrá ser más diplomático. Envía un mensajero, que mi hijo se prepare para acudir en nombre de nuestro clan.
El chambelán desapareció en cuestión de segundos. Al atardecer, Seiji había recibido la invitación. Reconoció la caligrafía de Nobushu aunque las palabras eran de su padre. Fue en busca de su mujer, a la que encontró en el jardín. Estaba con dos de sus hermanas menores. En cuanto Seiji se sentó en el banco de piedra, las chicas se alejaron.
–Han invitado al clan Haji a una fiesta en casa de Nobunabe Iwao. Mi padre solicita que lo represente. Vendrás conmigo, como mi consorte.
La mujer quedó en silencio, con la mirada baja. Tardó varios minutos en contestar a su marido. Lo que musitó fue un educado rechazo.
–Nos hemos casado hace poco y todavía no conoces todos los detalles de mi pasado. Serví en la casa de Nobunabe cuando era niña. Ese hombre… No deseo encontrarme con él.
–Es la familia materna del emperador. Se consideraría una falta de respeto ignorar esta invitación. No puedo presentarme sin mi esposa. –Seiji se levantó con brusquedad. Su ceño estaba fruncido.
–De acuerdo. Entiendo que es un acto importante para el clan. Acudiré contigo, como me solicitas. Será un honor estar en la fiesta del señor Nobunabe. Han pasado muchos años desde que me marché. Será un agradable reencuentro, con la visión de la madurez.
–Me alegro de que entres en razón, Ayame. Los dos podremos divertirnos. Es una fiesta, después de todo. Habrá toda clase de manjares.
Era temprano cuando el chambelán irrumpió en el dormitorio de su señor. Toshiro fue a reprender a Nobushu cuando descubrió sus ojos arrasados en lágrimas. El rostro estaba compungido. Decidió levantarse antes de que su mujer despertara. Una vez en el salón principal, se vio rodeado de todos los parientes de su casa. Los doce miembros más destacados habían acudido tan rápido como les fue posible. La noticia se extendió por todo Edo como la luz del amanecer. Todos los parientes del clan estaban conmocionados por la tragedia. Toshiro ocupó su lugar presidencial y esperó a que su chambelán informara de lo ocurrido.
–Se trata de Seiji, mi señor. La familia Nobunabe nos ha enviado su cadáver. Ha sufrido heridas mortales de espada.
–¿Cómo ha ocurrido? –El rostro y la voz de Toshiro eran de piedra. Nobushu se arrodilló frente a su señor y habló sin levantar la cabeza.
–Vuestro hijo tomó como esposa a una antigua criada del señor Nobunabe. Ella llevaba años sin servir en el castillo pero Iwao reconoció su rostro. Quiso poseerla, mi señor. Tomó a la mujer de Seiji hasta sus aposentos privados. Vuestro hijo no pudo contener su rabia. Trató de impedir aquel ultraje y atacó al anfitrión. Sus guardias… señor… lo hicieron pedazos…
–¿Qué ha pasado con la mujer? –Toshiro preguntó con la voz dura y los ojos humedecidos. Nobushu reunió fuerzas para contestar.
–Aprovechó un descuido de su captor para rajarse el cuello. Supongo que no soportó aquella humillación.
En aquel momento, la puerta corredera se abrió de golpe. Takashi irrumpió en la sala. Su rostro reflejaba la realidad de los hechos. Llevaba las ropas sucias y el pelo descuidado, largo y suelto.
–¿Es cierto, padre? ¿Mi hermano y su mujer han sido asesinados?
–Siéntate, Takashi. Debemos discutir asuntos importantes del clan.
–Voy a ir al encuentro de Iwao. Lo mataré, padre. Ese hijo de perra debe morir.
–No harás nada. Se trata de la familia imperial. Nuestro clan caerá en el deshonor. La ruina llegará justo después.
–Se ha cometido un crimen y debe ser castigado. Nadie más se atreverá a levantar un dedo contra el clan Nobunabe. Nosotros podemos hacerlo ahora mismo.
–No le falta razón a Takashi, hermano mayor. –Quien intervino era Yamato, el hermano menor de Toshiro. Desempeñaba su labor de samurái en la corte del emperador. Era uno de los consejeros del shogun. –Conozco las innumerables quejas a cerca del comportamiento del señor Nobunabe. Deja un rastro de sangre a su paso. Se cree por encima de los demás y se encarga de demostrarlo cada vez que puede. Sin embargo, El shogun está preocupado por la seguridad del emperador. Sospecha que Iwao tiene tratos con el clan Oda. Nobunaga pretende cambiar la dinastía a la fuerza.
–Si pretende asesinar al emperador Seiwa Genji, hay motivos de estado para arrestarlo –respondió Toshiro.
–No es tan fácil, hermano mayor. Jamás hemos encontrado pruebas concretas que lo incriminen.
–Está decidido, entonces –dijo Takashi. Había ignorado el asiento vacío junto a su padre –; mataré a Nobunabe Iwao con mis propias manos.
Tras aquella sentencia, cerró con fuerza la puerta del salón principal.
–Hermano mayor… Reclamarán tu cabeza, sea cual sea el resultado. Todo el clan puede caer en desgracia.
–Lo sé, Yamato. He pensado en ello. Tendrás que estar preparado cuando llegue el momento. La supervivencia de nuestro clan es lo más importante. Ahora, dejadme a solas.
Las doce cabezas del clan Haji se marcharon con la pesadumbre de los hechos acontecidos y por acontecer. La mayoría presagiaba la caída en desgracia de todo el clan. Una vez a solas, Toshiro dio orden a Nobushu para preparar el funeral. Al momento, ocho personas depositaban los dos cadáveres en el salón principal. Toshiro levantó la esterilla y observó a su hijo hecho pedazos. Fue idea suya que acudiera a la fiesta de Nobunabe. Se derrumbó ante la culpabilidad.
Haji Takashi sabía dónde encontrar a Nobunabe Iwao. Acudía, una vez por semana, a la casa de té más lujosa del barrio rojo. Solicitó una habitación en la planta baja y esperó con paciencia, día tras día, a que el noble apareciera. Durante aquel tiempo pudo pensar en cómo llevaría a cabo su venganza. Cada día que se demoraba el señor Nobunabe, Takashi incluía un nuevo cambio a su plan.
Pasaron doce días antes de que Nobunabe se personara en aquel establecimiento. Su propia familia lo había recluido en el interior del palacio imperial, impidiendo sus movimientos hasta aquel día. Todos los clanes reaccionaron con preocupación y enfado ante lo ocurrido con los Haji. El mismo emperador compensó al clan el quinto día de duelo. Amplió su límite de exportaciones de seda y concedió un tercio de las posesiones de Nobunabe a los Haji. Fue Yamato quien recibió al emperador en persona. Toshiro había realizado el ritual de seppuku con la esperanza de salvar al resto del clan. Su acto fue tenido en cuenta por Seiwa Genji. Takashi recibía el transcurso de los acontecimientos a través de un mensajero de la familia.
La entrada de Nobunabe Iwao en la casa de té fue discreta. Lo acompañaban sus tres guardaespaldas, todos vestidos sin llamar la atención. Aquella circunstancia había preocupado a Takashi desde el comienzo. Reducir a aquellos hombres sería una prioridad para él. Ocuparon toda la planta de arriba del local; no dejaron acceder a ella ni siquiera al servicio de limpieza. Takashi despidió a la mujer que yacía a su lado, pagando con generosidad a la prostituta. Una vez se marchó, preparó su mente para el combate.
El señor Nobunabe salió temprano de su habitación. Sus tres perros guardianes desalojaron la entrada del establecimiento para evitar que su señor fuera reconocido. Takashi se dirigió al exterior antes de que aquellos tres pudieran ponerle un dedo encima. Preparó su emboscada en el callejón frente a la casa de té. Cuando tuvo todo preparado, vació el contenido de un pequeño frasco en ambas espadas de su daisho y las envainó de nuevo. Quería asegurarse de que la muerte estuviera detrás de cada rasguño.
En cuanto Nobunabe Iwao asomó la cabeza fuera del establecimiento, Haji Takashi gritó el desafío con fuerza. Toda la calle se paralizó. Los pocos transeúntes que había antes de la salida del sol, desaparecieron. Salió del callejón frente a la casa de té con las mangas de su kimono recogidas. Nobunabe Iwao hizo una mueca despectiva. Envió con un gesto a sus hombres. Los bushi fueron al encuentro de Takashi con sonrisas llenas de maldad. Pretendían atacar todos a la vez, sin darle la oportunidad de un enfrentamiento honorable. Se introdujo en el callejón y esperó. En cuanto los hombres estuvieron en la marca que había fijado, Takashi desenvainó con rapidez su wakizashi y cortó la cuerda que activaba la trampa. La viga se proyectó sobre ellos con decenas de estacas afiladas. Dos de sus oponentes quedaron fuera de combate, atravesados por aquella trampa mortal. El tercero se había apartado de la trayectoria por pura casualidad. Takashi aprovechó la confusión del bushi para atacar. Se lanzó hacia su objetivo, cortando el brazo que sostenía la catana con su pequeña arma. Los gritos de su víctima se apagaron en cuanto el veneno hizo su efecto. Takashi se mantuvo sereno hasta que el cuerpo quedó inmóvil. Se encaró, a continuación a su auténtico rival.
–Te he lanzado un desafío, Nobunabe Iwao. Eres tan cobarde como para ignorarlo. No mereces estar entre la familia imperial por más tiempo.
El aludido movió su mirada al cada vez más cercano Haji Takashi. Innumerables miradas asomaban, temerosas, alrededor de ellos. La osadía de aquel ser inferior encendía su furia. Bajó los pequeños peldaños que daban acceso a la casa de té, confrontando su mirada con la de su oponente. Takashi dejó de avanzar cuando estuvo a cinco pasos de su enemigo.
–Tú debes de ser del clan Haji.
–Has acertado. Soy Haji Takashi, el hermano mayor de Seiji. Lo asesinaste doce días atrás en tu propia casa. Provocaste la muerte de su mujer.
–Tu hermano tenía algo que me pertenecía. Disfruté con su muerte. Lástima que la mujer se quitara la vida. Planeaba disfrutar con ella el resto de mis días.
Takashi se lanzó hacia su rival. La provocación de Iwao había surtido efecto. Aquello formaba parte de una estratagema. Desenvainó la catana con la velocidad del viento. La intención era rajar el vientre de su rival. Iwao fue más rápido aún. La acometida fue desviada por el acero del noble. La inercia situó a Takashi en una posición vulnerable. Avanzó tres pasos más, notando la punta de la catana presionando la parte posterior de su kimono. Por suerte, no consiguió herirlo. Volvió a encararse contra el noble intocable, desenvainando su espada más pequeña con la mano libre. Con ambas armas reluciendo ante los primeros rayos de sol, inició un segundo ataque. Había esperado un oponente de menor aptitud. Se había equivocado. Necesitaba realizar una pequeña herida, nada más. Amagó un ataque con el wakizashi mientras lanzaba un corte de abajo hacia arriba con la catana. Se encontró con la hoja rival desviando su espada, despertando chispas con el choque. Iwao había desenvainado su wakizashi, bloqueando ambos golpes. Lanzó una serie de ataques que hicieron retroceder al miembro del clan Haji. El último de los tajos alcanzó su antebrazo izquierdo. Takashi gritó de dolor. El miembro amputado cayó al suelo, agarrado todavía al wakizashi. La vida se le escapaba a borbotones. Con un último esfuerzo, sabiendo que había sido derrotado, trató de rajar el cuello de aquel asesino. El golpe fue bloqueado.
–Eres un iluso, Haji Takashi. No eres el único que ha intentado matarme. Formo parte de la familia imperial. La sangre de los dioses recorre mis venas. Solo eres un insecto. Todos lo sois.
Takashi sentía que las fuerzas lo abandonaban. Cayó de rodillas, agarrado a la empuñadura de su catana. Prefería asir el ama que bloquear la sangre de su herida. Su kimono y la tierra a sus pies fueron tiñéndose de rojo. Estaba a merced de su rival. Iwao aprovechó aquella ventaja. Atravesó el vientre de su víctima con una estocada limpia. Con el último aliento, Takashi consiguió lanzar un último tajo. El golpe era desesperado, carente de la fuerza necesaria para herir. La catana se estrelló contra el muslo izquierdo de su adversario, cortando el kimono y realizando un fino corte sobre la piel. El golpe enfureció a Nobunabe Iwao. Recuperó el filo hundido en el cuerpo de Takashi y cercenó la cabeza de su oponente.
Cuando la cabeza de Takashi dejó de rodar, Nobunabe Iwao gritó victorioso.
–¡Seres inferiores! ¡Cuándo comprenderéis que sólo sois nuestro alimento! ¡Si continuáis con vida es gracias a mi magnanimidad! ¡Puedo hacer lo que quiera con vosotros! ¡Los dioses me recompensarán igualmente!
Comenzaba a alejarse de la casa de té cuando sintió el escozor de su pierna. Un rápido vistazo lo hizo palidecer. Aquella herida tenía mal aspecto, a pesar de ser superficial. La fiebre había acudido de forma repentina. Le costaba más trabajo respirar a cada segundo que pasaba. Pronto se vio arrodillado, sin fuerzas para seguir viviendo.
La guardia de la ciudad retiró los cadáveres pasado el medio día. Las noticias acudieron a los oídos del clan Haji antes que a ningún otro. Haji Yamato recibió la noticia con pesadumbre. Lamentaba la pérdida de su sobrino. Por otro lado, el honor del clan había sido restablecido. Rezó para que los dioses fueran misericordiosos con su alma.