El Barrio subterráneo
Excavado más allá de las alcantarillas estaba el barrio de los señores Enanos. Casi tan antiguo como la propia capital de Rophean, el barrio suponía un punto de encuentro entre todos los de aquella raza. Aliados del reino desde su fundación, siempre habían contado con una embajada activa bajo control humano. Eran cinco los representantes de las distintas colonias Enanas en la capital del país. Se regían bajo sus propias normas en el subsuelo y respetaban las que había en la ciudad del exterior. Grenik I seguía tratando al barrio como una embajada más. Lo último que quería era iniciar un conflicto con la raza que más apoyo le había brindado en la fundación del reino.
El barrio conservaba el aspecto tradicional del estilo Enano. Expertos en la creación de túneles mediante artefactos de fabricación propia, sustentaban aquellas construcciones con elementales de tierra que atrapaban en piedras rúnicas. Usaban aquellos espíritus como personal de mantenimiento. Cada área tenía a su servicio veinte de aquellos entes, llamados Gnomos. Las amplias estancias eran apropiadas para cualquier ser que caminara a dos patas. Los salones y viviendas comunes se extendían por toda la ciudad hacia la cordillera afilada. En la otra dirección, el mar hacía imposible la excavación. De aquella forma, el barrio de los enanos ocupaba los dos tercios de la extensión de la capital del reino. Existía un acceso principal, situado en el otro lado del Gran Puente. Había otra serie de accesos secundarios, vigilados por soldados Enanos. Dejaban salir a cualquiera aunque para entrar se necesitaba una autorización especial. Ni siquiera los amigos del rey podían atravesar aquellos atajos hacia la embajada subterránea. Por aquella razón, Spuff dirigió a su amigo Arkam a la entrada principal.
–La última vez que estuve aquí salíamos ilegalmente de la cárcel. –dijo el bárbaro.
–¿Y qué? ¿Vas a lloriquear por eso? Te pedí que me acompañaras porque siempre quieres la cerveza de mi pueblo. La que vende Howard en su posada está bien, aunque viene rebajada con cerveza corriente. Lo he notado desde el comienzo, sin embargo el sabor es agradable.
–Ya me extrañaba que no te hubieras quejado. Supongo que no tendremos problemas, ¿verdad? No pienso volver a ese agujero.
Spuff negó con la cabeza mientras enseñaba el emblema colgado en su cuello cuando la guardia los detenía. Arkam mostró el mismo emblema.
–Todo ha cambiado para nosotros. Somos los lugartenientes del reino. De lo que tienes que preocuparte es de la cerveza que mi primo tiene para nosotros. Vamos, sígueme. Es por aquel túnel.
Aunque el interior de aquella ciudad enana era profundo, la iluminación era suficiente para andar con comodidad. Las lámparas de luz mágica dejaban un ambiente tenue, como el de un permanente ocaso. Frente a ellos, una figura más pequeña incluso que los Enanos que allí habitaban, se detuvo a diez varas de distancia.
–¿Sac? ¿El pato? ¿Qué haces en mi tierra?
–¿Pato? Eso es despectivo, Enano. Soy un Acárido. –Arkam contestó por su compañero enano.
–Somos amigos, no te ofendas. ¿Qué haces en estas profundidades?
–Salgo del trabajo, el Viejo Kihn me ha contratado para limpiar su taller. ¿Por qué no estáis en la Posada Sombría?
–Hemos venido a probar la cerveza del primo de Spuff. Tal vez bailemos con algunas de las enanas más barbudas. –contestó Arkam.
–¿Aquí hay diversión? Jamás lo hubiera supuesto. Tengo que verlo con mis propios ojos.
–Solo hay un tonel para los dos, va a ir un poco justo…
–Tranquilo, Spuff el Enano. No bebo alcohol. Debo mantener mi concentración para que el poder no se desencadene y cause una desgracia. Sin embargo encuentro divertido vuestros momentos de ebriedad. –Arkam rió entre dientes, ver alardear al minúsculo personaje le parecía ridículo.
–Ven con nosotros, si es lo que quieres. Procura no molestar.
El túnel ensanchó más adelante hasta desembocar en el salón principal de comercio. Cientos de Enanos y varias decenas de humanos cambiaban monedas por utensilios, telas y aparejos de labranza. El ingenio de aquella raza hacía más fácil la vida agrícola. Muchos campesinos acudían a por aquellos inventos, siempre que pudieran permitírselo. Aquellos utensilios eran caros de adquirir y más caros de mantener. Exigían una piedra rúnica de amatista cada mes para su funcionamiento. Adquirir una de estas piedras costaba alrededor de diez ruedas de oro. Una fortuna para la mayoría de ciudadanos aunque algo asequible para grandes terratenientes, nobles y comerciantes prósperos.
Entre la multitud, el trío fue avanzando a paso lento. Arkam se maravillaba con los artefactos a su alrededor. Uno de los comerciantes encendió a un autómata frente a él. Lo único que hizo fue encajar una de las piedras rúnicas en el pecho de la figura. El gólem de aspecto frágil se movió hacia su activador, esperando una orden. El comerciante le indicó que trajera una caja llena de chatarra. Con una eficiencia lenta pero constante, el ingenio cumplió con su cometido.
–¿Habéis visto eso? Es como si tuviera un espíritu dentro…
–Probablemente lo tenga, el de algún pobre idiota. –masculló Sac. Ninguno mostró interés por aquello que le parecía tan increíble al bárbaro.
Fueron a tomar el túnel noroeste, en dirección al asentamiento del pueblo de Spuff, cuando escucharon el estruendo. La pared norte de la sala quedó cubierta de polvo y arena. La estupefacción fue generalizada. Cuando se aposentó el polvo, los más cercanos pudieron ver siluetas que se movían con rapidez hacia ellos. Un enorme boquete se había abierto en la pared norte. La primera oleada de víctimas cayó muerta sin saber lo que estaba ocurriendo. Arkam, Sac y Spuff contemplaron desde su posición el avance de un pequeño ejército. Estaba compuesto por unas cien criaturas bípedas desconocidas. Los soldados eran seres tan grandes como el acárido. Tras ellos, otros guerreros de mayor envergadura esperaban órdenes. Fue Sac quien sacó de su parálisis a la pareja de guerreros. Los dos tenían en mente aquel tonel de cerveza. Estuvieron a punto de ignorar aquella llamada de auxilio.
–¿Qué estáis esperando? Tenemos que contener a esos tipos.
El hechicero asumió la cabeza de la comitiva. Cuando vio a uno de los guardias enanos, obligó al soldado a que reuniera a sus compañeros. Tras hacer sonar su cuerno, seis guardias del distrito formaron a su alrededor. Al momento siguiente les abrían paso hacia la carnicería.
–¿Qué son esos seres? Nunca vi nada semejante… –comentó Arkam mientras tomaba el hacha de su espalda con su mano izquierda y la espada con la derecha. Los soldados formaban frente a ellos, con los escudos rectangulares unidos.
–Son la estirpe del dragón. Los estudié en tomos antiguos cuando estuve en la escuela Ulgrin. No tengo ni idea de lo que hacen aquí. –El hechicero murmuró las palabras arcanas que convocaron a sus elementales. Estaban a pocos metros de la refriega.
Una decena de enemigos se encararon a ellos. Los primeros proyectiles golpearon los escudos de la guardia. A un grito de Spuff, los soldados rompieron la formación, saliendo tanto él como su compañero bárbaro a voz en grito. Las armas se estrellaron contra el metal enemigo, saltando chispas golpe tras golpe. Sac dirigió a los elementales de agua hacia cinco de los soldados diminutos. Sus cuerpos quedaron empapados. Solo hizo falta crear un pequeño rayo eléctrico para dejar fritos a sus adversarios. Dos de los guardias protegían su posición con los escudos. Los proyectiles volaban hacia ellos, bien en forma de flecha, piedra o dardo venenoso.
El bárbaro y el enano se aprovechaban de la cobertura de la guardia, limpiando de enemigos todo el sector. Las dos armas de Arkam rompían la formación de los pequeños seres casi sin esfuerzo. En seguida atrajeron a todo el contingente enemigo. Intentaron rodearles pero las criaturas morían a una velocidad vertiginosa. La avanzadilla fue detenida a base de amputaciones. La guardia del barrio enano también se cobró sus víctimas con efectividad. Sac ayudaba con sus elementales de agua y sus chispas eléctricas, evitando que cerraran posiciones a su alrededor. Cuando hubieron liquidado al casi centenar de criaturas, se giraron para enfrentarse a los monstruos más evolucionados. Para su sorpresa, la segunda fila de adversarios había desaparecido.
–¿Habrán retrocedido? –preguntó el bárbaro.
–No pienso comprobarlo. Mi primo nos espera y se pone de mal humor cuando le hacen perder el tiempo.
–Tenemos que hacer algo, tú sobre todo –dijo el hechicero señalando al bárbaro –. Es tu amigo el que está en el trono. Fue él quien nos dio estos emblemas. Debemos ser responsables.
Arkam meditó un instante hasta que su cara quedó iluminada por una idea concreta.
–Sac, ya tengo la solución. Mandaremos un mensajero al cuartel del Gran Puente. Tendrán que bajar dos o tres patrullas para que exploren los túneles.
–¿Es que no lo entiendes? Los enemigos se están dispersando por la ciudad. Pronto será imposible encontrarlos. Debemos ser nosotros los que detengamos esta amenaza.
Tanto Spuff como Arkam contemplaron al Acárido como si vieran una imagen falsa.
–Pues entra tú, si tanta prisa tienes.
Sac negó con la cabeza y se dirigió a la entrada del tosco túnel. Según puso un pie en el interior, notó la fuerza del elemental de tierra que rellenaba el espacio vacío. Saltó a la sala de comercio antes de que el túnel desapareciera por completo.
–Era una trampa. Se ha cerrado por completo…
–Bueno, pues ya no hay nada que investigar. Al no ser que nuestro hechicero pueda crear una abertura. –dijo Spuff.
–Esto lo ha hecho un espíritu elemental. No puedo deshacerlo.
–Entonces, nada podemos hacer. A parte de dos docenas de ciudadanos enanos muertos, no ha pasado gran cosa.
–Eh, Arkam. Un poco de tacto. Esta gente podría ser mi familia.
–¿Es alguno de tu familia? –Spuff contempló los rostros barbudos de los caídos durante un momento.
–No, no conozco a nadie. Vámonos a beber cerveza.
–Hay que esperar a que venga el capitán. Debemos dar explicaciones al rey Grenik.
–Y lo haremos, Sac. Tú serás el portavoz. Buena suerte.
El hechicero fue a replicar pero los dos guerreros ya estaban rumbo hacia el túnel noroeste. El Acárido meditó sobre su propia situación frente al rey. Era una buena oportunidad de hacerse un hueco en la corte, atribuyéndose un mérito que le correspondía. Después de todo, gracias a él habían contenido parte del ataque. Dejó que los guerreros se marcharan mientras él pensaba en cómo glorificar su actuación.