El búho
Jack galopaba a toda velocidad en mitad de la noche. Mantenía la cabeza agachada para evitar perder el sombrero. La luna llena iluminaba de forma salvadora aquel sendero, pudiendo maniobrar ante los obstáculos en forma de rocas o ramas partidas. Ventoso resoplaba desde hacía un tiempo. El sudor acre del caballo se agolpaba intensamente en su nariz. El animal estaba al borde de la extenuación. Jack era consciente de que no debía forzar más a la montura. Había dejado atrás el cadáver pero estaba convencido de que aquel viejo indio no estaba solo. Debía de haber más de su tribu escondidos entre las grietas. El desfiladero era un lugar idóneo para una emboscada. Jack emprendió el galope desde el atardecer y ya era noche cerrada. Dejando de espolear a Ventoso, el caballo fue reduciendo la velocidad con leves tirones de las riendas hasta que se detuvo del todo. Jack desmontó, oteando el entorno y con su mano derecha siempre cerca del revólver. El caballo resoplaba. La manta estaba empapada y necesitaba desensillarlo pero aquel sitio no era un buen lugar para descansar. Jack sabía que le pisaban los talones. Los indios eran astutos como lobos y, si aquel anciano era un miembro importante de la tribu, podía darse por cazado. Él también sentía el cansancio. Sacó su cantimplora y bebió hasta saciarse. Acto seguido, agarró las riendas de Ventoso y se adentró en la espesura.
El sendero se había desvanecido y los árboles se agrupaban alrededor de él, bloqueando la luz de la luna llena. Avanzaba despacio, invadido por la fatiga. Hubo un momento en que no pudo seguir. Su cuerpo se negaba a ir un paso más allá. Dejó atadas las riendas de Ventoso con suficiente holgura para que pastara y se sentó bajo el árbol más cercano. El sueño acudió presto a él aunque no duró mucho. Soñó con rapaces nocturnas que se agrupaban alrededor de él. El sueño fue tan intenso que despertó con sobresalto. Todo estaba tranquilo, Ventoso arrancaba hierba mientras su oscuro pelaje convulsionaba involuntariamente debido al esfuerzo. No había nada alrededor hasta que Jack se fijó en las ramas altas de los árboles. Un búho enorme lo observaba desde hacía rato. Era la única amenaza que había detectado. Se encontraba suficientemente lejos para no plantearle problemas, Jack ignoró al ave y desató las riendas de su caballo, reanudando el camino a pie. Había notado el vacío en su estómago y masticaba media hogaza de pan con varias tiras de cecina seca al caminar delante del caballo. Aquel bosque era más extenso de lo que esperaba. La luna ya no iluminaba y le costaba ver por donde seguir el paso. El ulular del búho lo sobresaltó por la cercanía del sonido. Atónito se volvió en aquella dirección. El mismo búho estaba ahora sobre la silla de Ventoso. Jack intentó espantarlo pero la rapaz se encogió sobre sí misma, testaruda. Cuando trató de cogerla, el ave se encolerizó, agitando las alas y lanzando su pico hacia delante. Resultaba imponente con el plumaje erizado. Al alejarse unos pasos, el animal se relajó de nuevo. Jack pensó en desenfundar y quitarse aquella molestia pero la sensación de amenaza pervivía en él. Si había alguien cerca y escuchaba los disparos podía darse por muerto. Ofreció algo de cecina al animal y el búho la tomó raudo con el pico. Con la garra derecha sujetó el trozo mientras lo picoteaba con veloces movimientos. Iba a reanudar la marcha cuando sintió un soplido cerca de su sien. La flecha se quedó vibrante, clavada en un tronco cercano a Jack. Había fallado por centímetros. El búho echó a volar con la cecina entre sus garras mientras el caballo permanecía tranquilo. Jack se agachó al instante mientras desenfundaba el colt y comprobaba la munición del tambor. Reemplazó las balas gastadas y se preparó para lo peor. Otra flecha voló en su dirección, quedando más alejada de la primera. Jack no conseguía ver a su atacante. Sin temor ya a ser descubierto, disparó tres veces por donde había surgido la flecha. Después rodó por el suelo para cambiar de posición en un movimiento que trataba de ocultar el origen de los disparos. Siguió esperando un tiempo y todo seguía en calma. Los crujidos del bosque lo mantenían en guardia pero la oscuridad jugaba en su contra. Escuchó de nuevo el zumbido de la flecha aunque esta vez no se clavó en un árbol sino que impactó en los cuartos delanteros de Ventoso. El caballo se encabritó por el dolor. Fue en dos ocasiones que la montura elevaba sus patas delanteras; en la tercera, una flecha certera atravesó el corazón del animal, desplomándose fulminado. Jack lamentó la pérdida de su montura aunque más lamentaba el peligro que corría. Cuando vio la primera flecha atravesar al caballo, averiguó las intenciones de su enemigo. Esperó a que disparara la segunda, entonces advirtió a la figura recomponiéndose del tiro detrás de un matorral. Disparó las tres últimas balas en aquella dirección y rodó de nuevo a una posición distinta, donde esperó. No tardó en escuchar los quejidos de aquella fiera con aspecto humano. Parecía una hembra por el tono agudo; dijo algo en su lengua demoniaca que Jack no entendió. Había acertado en el blanco aunque no había causado una herida mortal, por lo que había comprobado. Recargó lo más rápido que pudo, tratando de vigilar algún movimiento del enemigo herido. Cuando cerró el tambor del revólver, se percató de un movimiento abrupto sobre él. Hacha en mano, un salvaje se lanzó desde las ramas hacia él. Jack tuvo que echarse hacia atrás, levantando al mismo tiempo su pierna derecha. Esta impactó sobre el estómago de su atacante y lo impulsó aprovechando su inercia, una vez que Jack terminó de apoyar su espalda contra el suelo. El indio salió proyectado sobre un arbusto cercano. Las ramas se quebraron bajo el peso del salvaje y desapareció bajo el follaje. Jack se incorporó con rapidez y apuntó hacia el arbusto. No tenía blanco alguno. Por el rabillo del ojo pudo apreciar otro movimiento. Del lugar donde surgieron las flechas salía la mujer india con el brazo izquierdo oscurecido por la sangre. Con el derecho lanzaba un hacha en su dirección, ahogando un grito de dolor. Jack tuvo tiempo de apartarse solo porque lo había percibido en el último momento. El hacha rebotó dos veces junto a él hasta quedar inerte sobre el suelo. Jack tenía un blanco visible, apuntó el cañón de su arma hacia la mujer de pelo trenzado que lo miraba con rabia. El disparo se perdió en las profundidades del bosque; un impacto a la altura de sus rodillas hizo caer a Jack al suelo. Fue entonces cuando surgió el agudo dolor en su pierna derecha. Descubrió una enorme brecha que partía carne y pantalón, de la que manaba sangre a borbotones. Detrás de él, a escasos metros, se encontró con un muchacho indio; el mismo que había lanzado hacia el arbusto. Tendría doce o trece años y de su hacha de mano goteaba la sangre de Jack. No cedería su cabellera y menos a un crío de doce años. Levantó el revólver, aguantó el dolor y disparó. Falló por muy poco, el chico era rápido y se había movido previendo la trayectoria. Una segunda bala encontró la corteza del árbol en el que el chico se había cubierto. Aquello le daba algo de tiempo para tratar de levantarse y buscar una posición mejor. Su pierna no aguantó el peso de su cuerpo y se dobló de nuevo. Jack reprimió todo el dolor para conseguir rodar de nuevo, alejándose de aquel lugar expuesto. Aquello provocó que dejara un enorme charco de sangre y que se abriera más la herida de la pierna. Había perdido de vista a la chica, Jack temía la emboscada. Apoyando la espalda contra un cercano tronco, esperó a que el joven indio hiciera algún movimiento. Lo hizo, pero no desde la dirección que esperaba. Había alcanzado las ramas más altas del árbol en absoluto sigilo y desde allí arrojó el hacha hacia Jack. Había perdido su sombrero hacía rato, olvidado en la oscuridad. Debilitado, el pistolero acertó a mover un poco la cabeza. El hacha fue certera hasta el punto de cercenarle su oreja derecha, que quedó clavada en el tronco, aprisionada por el filo. Profiriendo un grito de dolor, Jack apuntó al expuesto joven. Aquel sería su último lanzamiento. A pesar del temblor de su brazo, disponía de un blanco perfecto. Había resuelto apretar el gatillo cuando un nuevo contratiempo jugó en contra suya. Unas garras hicieron presa sobre el revólver, arrancándolo de su mano. El búho voló a las ramas cercanas donde estaba el joven y dejó caer el arma de fuego. Jack maldijo a la rapaz. Sentía frío y las fuerzas le abandonaban. El chico bajó con agilidad del árbol hasta enfrentarse al moribundo Jack. Sacó un pequeño cuchillo y, sin dudar, rasgó el cuello del hombre con precisión quirúrgica. Más sangre brotó de la garganta abierta hasta que se agotó todo signo de vida. Con el mismo cuchillo, el chico cercenó la cabellera de su enemigo. Cuando su hermana llegó hasta él, ya la lucía colgada de su cinturón. Examinó la herida del hombro y le aseguró que sanaría sin dificultad. Los dos se alejaron de allí, dejando el cadáver de Jack olvidado. Habían vengado el asesinato de su abuelo, su ancestro estaría satisfecho en el más allá. El chico realizó un pequeño silbido mientras extendía su brazo derecho. El búho voló directo hacia el joven y se posó sobre el brazalete de cuero. Sacando un ratón muerto de su zurrón, se lo entregó al animal. La rapaz lo sujetó con su garra derecha mientras lanzaba veloces picotazos a la carne de su presa. Se alejaron por donde la luna llena se ponía en el horizonte, hacia su hogar.