El límite
El sistema Cuervo estaba saturado. Doce estaciones espaciales se acoplaban al asteroide horadado. Simon Hoover, el tecnomante de la extinta MORBO asociados, ajustaba los sistemas de soporte de vida. Había cincuenta millones de personas habitando en los módulos. Esperaban la señal holográfica del almirantazgo. Había ajustado las condiciones de vida para la nueva atmósfera de las Gemelas. Justo al finalizar, Karen Kristen Morgan apareció en imagen.
–Traslada el asteroide ahora. Ya han llegado.
–Esto es una locura, almirante Morgan. Si nos siguen hasta las Gemelas…
–Haz lo que te pido. El sistema Caronte está sentenciado. ¿Tenemos los misiles de vacío?
–Está todo armado y dispuesto.
–Corto y cierro. Nos vemos en el paso en cuanto podamos eludir el bloqueo.
Hoover se dirigió a la sala de control del asteroide. Introdujo las coordenadas, vigilando que la precisión fuera exacta. Al cabo de un instante, la monstruosa edificación desapareció del sistema para aparecer entre las dos titánicas estrellas del paso. Frente a ellos estaba la estación de combate, lista para la defensa. Acopló el amasijo de estaciones al núcleo principal. La esfera de protección se extendió hasta ellos. En aquel momento, el acceso al sistema Trisalia estaba bajo el dominio de MORBO asociados.
Bolton esperaba en la Drakenstern, listo para actuar en cuanto recibiera la orden de la almirante Morgan. La nave se había transformado en un potente acorazado con la puesta a punto de la tecnología que poseía la empresa. El escudo refulgía alrededor de la coraza de la nave. Los sistemas de puntería buscaban a posibles objetivos. En cuestión de segundos llegó la primera avanzadilla. Miles de naves minúsculas aparecieron en la cúpula de combate. Una, de proporciones gigantescas, se mantuvo en la retaguardia. Con cada segundo que pasaba, aparecían nuevos navíos, manteniendo la posición del enorme porta-cazadores.
–¿Atacamos, señor?
–Esperemos en estas coordenadas, comandante Harrison. Deben ser ellos los que vengan.
La acumulación de naves iba produciéndose de forma exponencial. Tras cinco minutos de tensa espera, ochenta porta-cazadores, cuarenta acorazados y setenta destructores se encontraban en el límite del sistema. Cuando alcanzaron el millar y medio de efectivos, superaron el anillo exterior del sistema Caronte rumbo hacia los planetas interiores. Habían aniquilado las defensas orbitales exteriores. No importaba, cumplían la función de señuelos. Las ochocientas naves de MORBO asociados mantenían la posición en la zona media del sistema, cubriendo la órbita de Caronte IV. Astila refulgía anclada en la misma posición. La estación espacial había sido armada con el último misil de la tecnología que Hoover había desarrollado. En cuanto las fuerzas de la Confederación alcanzaron Caronte V, las escuadras de MORBO se lanzaron al combate cerrado. Mediante micro-saltos, se ponían al alcance del grueso de las formaciones y vomitaban todo el fuego del que disponían. Se retiraban antes de que la respuesta los destruyera. Con aquella táctica, Morgan forzaba al almirantazgo rival a lanzarse en masa hacia ellos. Según iban registrando bajas, el general confederado Griendel, ordenó un ataque masivo a la flota. Todas las naves enemigas estrecharon el cerco en el sistema. Se trasladaron hacia Caronte IV de forma sincronizada.
Morgan, en el acorazado Orcinus, seguía el movimiento desde la cúpula de su acorazado. Aguantó la primera andanada con estoicismo. Sus escuadras de escolta devolvieron el fuego hasta arrasar a los destructores enemigos. Nuevos efectivos invadieron el vacío dejado por las primeras naves. Cuando toda la reserva estaba en pleno fuego de represalia, dio la orden. Bolton saltó al espacio donde la baliza tenía su influencia. Las escuadras de escolta se desplegaron alrededor para servir de protección al Drakenstern. Aniquilaron al porta-cazadores y varios destructores que guardaban aquella posición. Los cazadores fueron cayendo como si estuvieran hechos de papel. Varias descargas impactaban sobre el escudo de energía. Se mantenía funcionando con plena eficacia en cada una de las naves. Por cada efectivo de MORBO que caía, diez navíos de la Confederación explotaban sin remedio. La defensa del sistema parecía asegurada. Tanto Morgan como Bolton sabían que era una ilusión de victoria. Había refuerzos esperando dentro del área cúbica. Por ello, la intención era liberar la baliza y saltar de Caronte en aquel instante.
–Coordenadas recuperadas, Almirante Bolton. La baliza vuelve a ser nuestra.
–Transmitan a toda la flota. Que salten ahora. Nuestras escuadras y la Drakenstern se quedarán a proteger la baliza hasta que se hayan completado todos los saltos.
Las naves de MORBO asociados fueron abandonando el sistema en agrupaciones de diez. Astila, vacía de seres humanos, estaba gobernada por automatismos artificiales. Vaciaba su armamento sobre el enemigo como única opción posible. Morgan realizó la última orden para que disparara los misiles de vacío. Entre toda la lluvia de fuego provocada por la estación, saltaron cincuenta proyectiles hacia ningún objetivo en particular. La flota realizó la traslación hacia las Gemelas antes de que aquellos misiles llegaran a la estrella principal. La propia radiación del sol central fundió los misiles, formando una masa crítica que alimentaba, con la propia energía solar, una cadena de reacciones fuera de lo común. Morgan saltó antes de ver la formación del agujero negro de su propio sol. Sin embargo, el almirante Bolton apuró hasta el último segundo antes de abandonar Caronte. La flota enemiga, empecinada en eliminar las naves de huída, se vio envuelta en la radiación del agujero negro. Era imposible escapar de la gravedad de aquella masa oscura. Los micro-saltos no pudieron evitar la atracción hacia la estrella mutada a singularidad letal. Bolton abandonó la defensa de la baliza. Devolvió el control de salto al enemigo antes de trasladar a sus efectivos.
Cuando los refuerzos irrumpieron en el sistema planetario, quedaron atrapados e incomunicados por el horizonte de sucesos. Iban siendo atraídos hacia el agujero negro de forma irremediable. Trataban de contactar en vano con las naves del general Griendel, fuera del sistema Caronte, para evitar la masacre. La comunicación era imposible debido al ruido de la radiación. Otras dos oleadas más de naves enemigas saltaron para ahogar al núcleo rebelde. Iban cayendo, arrastradas por el monstruo estelar, en el vacío del agujero negro. Los planetas de Caronte habían sido devorados. El mismo general Griendel saltó en su porta-cazadores acorazado para aniquilar de una vez aquel foco de rebeldía. Lo único que encontró, junto al último contingente de dos mil naves, fue la presión gravitatoria más fuerte del universo. Las fuerzas de la Confederación habían sido aniquiladas.
En el sistema de las Gemelas, Morgan acopó el acorazado Orcinus al núcleo de la estación monstruosa que había creado Hoover. Las dos estrellas masivas refulgían sobre ellos con potencia. La única protección que tenían era un campo de fuerza alrededor de todo el complejo. Bolton apareció poco después con el resto de sus escuadras. Puso pie en la estación espacial y Morgan le salió al encuentro.
–Está conseguido. Hemos acabado con la flota de reserva de la Confederación. Será un duro golpe para el gobierno galáctico.
–Eso espero. Aunque me pregunto qué será de nosotros ahora. No seremos bienvenidos en ningún sistema asociado a ellos.
–No necesitamos otros sistemas. Tenemos pendiente una reunión con los capitanes de la flota. Trisalia carece de fuerza galáctica. Conquistaremos el espacio estelar del sistema y lo gobernaremos bajo nuestro criterio. Yo me quedaré con Yarsoris, el planeta capital. Es donde está la sede del gobierno. Te necesito a mi lado como ministro de defensa. Deberemos seleccionar a los capitanes más aptos para completar el ministerio.
–Habrá oposición local. Los gerifaltes del sistema no aceptarán nuestras órdenes.
–Créeme, lo harán. Les someteremos, por las buenas o por las malas. No tienen otra opción. ¿Qué es eso?
La luz continua de alerta saltó en la sala de mando. Extendió la visión de la cúpula de combate pero no detectó ninguna incursión enemiga. Sin embargo, la alerta se mantenía. Los cañones de la estación de defensa comenzaron a disparar a ciegas.
–La inteligencia artificial está detectando peligro.
–Morgan… –Bolton sangraba por la nariz y los oídos. Al principio eran hilos casi imperceptibles. A los dos segundos, eran torrentes visibles de una hemorragia constante. La almirante pulsó su pierna cibernética. Antes de que el cuerpo de su compañero cayera al suelo, estaba forrada con una armadura de combate con protección psíquica. Se acercó al cuerpo convulso de Bolton y accionó la armadura nanobótica de su equipo. A continuación, le administró ayuda médica. Mediante la comunicación, trató de contactar con el resto de la flota.
–Alerta a todos los oficiales, les habla la almirante Morgan. Regresen a sus naves. Estamos bajo ataque enemigo. –La pantalla de su casco se iluminó con la imagen en miniatura de uno de sus capitanes.
–Aquí Chow Wong. No detectamos señal de ataque.
–Son naves con dispositivos de sigilo. Activad la protección psíquica. ¡Es un ataque mental!
Solo pudo escuchar el disparo al otro lado de la comunicación. Los sesos de Chow Wong se esparcieron por el visor antes de apagarse por completo. Aquello confirmó el peor de sus temores. Salió de la sala de mando de la estación, de regreso al acorazado. Por los pasillos, su propia gente aullaba de dolor. Se sostenían las cabezas, impotentes de controlar aquel sometimiento de sus mentes. Algunos caían como Bolton, tratando de evitar la pérdida de auto control. Otros, ya sometidos al poder psíquico del enemigo, disparaban contra sus desprevenidos compañeros. Después, caían abatidos por el fuego de respuesta. Contactó con el tecnomante Hoover justo en la entrada del tubo de aboraje.
–Simon, active la protección psíquica de la estación. Nos están atacando.
–Estoy intentando hacerlo desde hace diez minutos, almirante Morgan. Han saboteado la protección. Si no fuera precavido, yo también hubiera caído ante este ataque. Solo cabe una forma de vencer. Hay que eliminar el emisor PSI.
–Están ocultos en alguna parte del paso. Son imposibles de detectar.
–Sabes quién es el responsable de este ataque, ¿verdad?
–Solo pueden ser los Antiguos. Han venido en persona para someternos. Me dirijo al Orcinus. Desde el acorazado podré hacerles frente.
–Morgan… Son los Antiguos. No podemos ganar. Nuestra tecnología es la hija retrasada en comparación con la de ellos.
–Lo sé. Voy a usar los misiles de vacío contra las Gemelas.
–Eso desestabilizaría toda el área galáctica. Trisalia sentiría el tirón gravitacional, creando problemas en sus planetas habitables.
–Ya no importa. La Confederación ha usado su baza más fuerte. Su intención es aniquilarnos. Salta con los colonos y las escuadras operativas hacia el sistema Cuervo. Hazlo antes de que sea demasiado tarde. –Tuvo que usar su arma de energía contra una patrulla de su propia tripulación. Abrieron fuego nada más verla. Tras tumbar al último de sus opositores, accedió a la sala de mando del acorazado. Desde allí, reguló la frecuencia PSI de la nave. Sus oficiales acudieron, aturdidos, a la llamada.
El tecnomante reunió a los pocos capitanes operativos. Envió la señal de evacuación hacia el remoto sistema oculto. La retirada de las naves se produjo mucho después de que el asteroide, con los doce módulos, desapareciera de su posición. Morgan dirigió los cañones del acorazado hacia las estrellas.
–Wilkinson, recuento de naves en retirada.
–Se ha realizado, almirante. Han reaccionado cuarenta y ocho efectivos.
–¿Está la Hagger entre ellos?
–Así es, almirante. La J. Morgan y la Kaliendra también han conseguido activar la protección psíquica. Todas las demás han perdido su autonomía. Las pérdidas suman seiscientas diecisiete.
–Activa mediante infiltración informática todas las protecciones que puedas.
El capitán Wilkinson realizó las órdenes al pie de la letra. A pesar de la pericia del acorazado, nada pudo hacerse por recuperar la flota restante. Seiscientas naves de la poderosa flota MORBO se enfrentaban entre ellas en una furia posesa. Todo estaba perdido. Morgan ordenó el disparo de los misiles de vacío hacia ambas estrellas que reinaban el sistema estelar. Un centenar de proyectiles salió del acorazado rumbo colisión a ambas cortezas solares. Morgan siguió la trayectoria mientras el navío soportaba los impactos del fuego amigo. En un instante, las señales desaparecieron de la cúpula de mando.
–¿!Qué ha pasado!?
–Hemos perdido los misiles, almirante. Se han… desmaterializado.
–Cobardes, manipuladores de mentes…
Al momento, hicieron aparición en la cúpula de mando dos centenares de naves. Las líneas curvas y estilizadas las delataban como una flota ajena a la humana. La estación de combate quedó inerte ante aquella aparición. La infiltración informática de los Antiguos había sometido la furia de los cañones. Una de aquellas naves era de mayores proporciones a las demás. Abrieron fuego contra la flota MORBO mediante rayos de energía. Aquellos impactos hacían inútiles los escudos lumínicos. Las naves aliadas, concentradas en luchar contra ellas mismas, desaparecieron en menos de cinco minutos. Morgan ordenó fuego en avalancha sobre la nave comandante de la flota. Descargó todo su arsenal con el fin de derribar a tan imponente enemigo. Nada de aquello funcionó. Incluso el rayo de energía, capaz de fundir un porta-cazadores, fue inútil contra aquella nave. Por primera vez en su vida, Karen Kristen Morgan se sintió impotente.
–Escudos al máximo, capitán. Evacúen el acorazado.
–¿Cómo dice?
–Que toda la tripulación abandone el Orcinus. Esta batalla está perdida. Desacoplen el módulo de salvamento y vayan al sistema de retaguardia. Es una orden.
–Negativo, almirante. Los Antiguos han conseguido bloquear la baliza de salto. La estación espacial está bajo su influencia. Ya no es posible la huída. Si sobrevivimos, pueden averiguar la posición de los demás. –Morgan asintió con pesar.
–En ese caso, moriremos juntos. Ponga rumbo colisión a la nave insignia. Sabotee la inteligencia artificial de la estación espacial. Es tarde para destruirla pero podemos corromper la información que hay en ella.
–En seguida, almirante.
Orcinus aceleró hasta el máximo de su capacidad. Los impactos de energía se estrellaban en el escudo, poniendo al límite su resistencia. En cuanto desapareció, fue la coraza de urita la única responsable de desviar los impactos de energía. Cuarenta segundos más tarde, la cubierta norte quedó al descubierto. Morgan cerró las compuertas para evitar la descompresión de la nave. El rumbo estaba fijado. A menos de medio clic de distancia, volvió a reanudar el fuego contra aquella nave invencible. El escudo alienígena parpadeó tres veces, perdiendo densidad. Nuevos disparos de las naves enemigas alcanzaron la cubierta de motores. La nave, aunque llevaba un empuje de noventa kilómetros por segundo, se quedó sin velocidad crítica. Morgan golpeó el panel de control.
–¡Me niegan hasta un digno suicidio! ¿Cuánta munición nos queda, Wilkinson?
–Treinta y nueve por ciento, almirante.
–Tendrá que ser suficiente.
Activó el sistema de auto-destrucción del acorazado. El botón letal apareció frente a ella. Unificó el arsenal del acorazado al sistema y esperó la respuesta afirmativa de la inteligencia artificial. Respiró con fuerza, observando la escasa distancia que quedaba hacia la nave comandante. Más impactos hicieron saltar las alarmas de descompresión. Wilkinson aisló el módulo de mando mientras el resto de la nave perdía autonomía. Realizó una infiltración informática para anular el sistema de salto alienígena. Al tocar la cubierta de la nave comandante, Morgan apretó el botón que finalizaba con todo.
La Orcinus explotó con una fuerza de diez millones de megatones. Aquella deflagración voló la zona de babor de la nave alienígena y parte de su proa. Los daños causaban explosiones minúsculas en el interior del navío. De la Orcinus no quedó ni un metro cúbico. Los casi dos centenares de naves Antiguas se agruparon para asistir a la más grande. Nada se podía hacer por la nave insignia. Estaba herida de muerte. El paso de las Gemelas quedó plagado de pedazos de metal.
En la estación espacial, la Drakenstern se desacopló del núcleo. Fue la única que no intervino en la batalla. Con la nave insignia fuera de combate, el sistema de salto había quedado libre. El destructor, sumido en el caos interno desde el comienzo, desapareció en la inmensidad del espacio. La tripulación había sido exterminada. Tan solo Bolton, junto a un puñado de hombres, dirigía la nave. El almirante estaba herido en la mente de por vida. Desde el sistema Cuervo esperaron la llegada de más supervivientes. Aquella intervención de los Antiguos había sido una masacre. Eran las únicas naves que habían conseguido salvarse de la extinción. Nunca se produjo el esperado encuentro con sus superiores.