El precio de la paz
El señor Yashimata esperaba la llegada de la comitiva de su invitado. Había preparado todo hasta el más pequeño de los detalles. Debía causar la mejor de las impresiones. Cualquier susceptibilidad por parte de su aún desconocido vecino podría saltar el acuerdo de paz por los aires.
–Está todo preparado, mi señor –dijo su esposa –. Si seguimos todo tal y como hemos planeado, conseguiremos nuestro objetivo. El objetivo de tu difunto padre.
–¿Crees que morderá el cebo?
–Sin duda alguna, siempre que se haya envalentonado con el alcohol. He oído que le encanta el juego.
El joven dirigente asintió. A lo lejos podía ver la nube de polvo levantada por múltiples caballos. Su invitado había heredado el puesto de su padre hacía dos años. No era mucho mayor que el señor Yashimata aunque su carácter fuerte era famoso en toda la región.
La comitiva entró en la ciudad con grandes muestras de afecto por parte de la población. El señor Nagino saludó a la multitud al salir del palanquín. Su mujer salió tras él mientras los quinientos hombres que los escoltaban formaban en doble hilera hasta la entrada del palacio. El señor Yashimata esperaba en lo alto de las escaleras, con toda su familia a su alrededor. Los vítores de la gente se agolpaban en los oídos de los recién llegados. El pelo oscuro de ambos se llenó de pétalos, alfombrando los escalones a su paso. Aquel recibimiento estaba abrumando a los recién llegados. Yashimata abrió los brazos y se inclinó un instante antes de abrazar a su aliado. Aquella falta de protocolo confundió al señor Nagino. Yashimata se despegó de su invitado con una amplia sonrisa. Éste le devolvió el gesto afectivo con una inclinación.
–Es un honor recibir su hospitalidad.
–El honor es mío al poder recibiros en mi casa. Permíteme presentarte a mi esposa y mis hijos. Son dos niños muy jóvenes para poder hablar. Sakura, mi hermosa mujer, sigue reluciendo como el primer día que la vi. –La aludida se adelantó para saludar a los recién llegados. Ellos le hicieron entrega de un cofre dorado tan grande como la palma de su mano.
–Es un detalle que hemos traído para ustedes.
–Os lo agradezco. Seguro que estáis cansados por el viaje, hemos preparado un pequeño refrigerio en el interior. Por favor, síganme.
Los anfitriones acogieron a los recién llegados en su salón principal. Ahí se había extendido una mesa donde toda la comitiva podía comer con tranquilidad. Los anfitriones presidieron la mesa. Varios criados llevaron a los niños fuera de la sala. Eran demasiado pequeños para aguantar tanto tiempo con los modales adecuados. Antes de desaparecer, saludaron con respeto a sus huéspedes. Habían ofrecido todos los manjares de la región, bien regado con vinos extranjeros y el mejor sake de la provincia. Nagino bebió con discreción aunque le gustaba la comida que le ofrecían. Probó uno de los vinos oscuros que Yashimata le entregó en una copa de cristal.
–En occidente se usan estos vasos. –Nagino dio varios tragos al oscuro líquido. Notó como su fuerza se quedaba en la garganta. No terminó la copa.
–Es fuerte. Más de lo esperado. Déjame preguntar por qué soy el centro de tantas atenciones.
–Ahora que nuestros progenitores han fallecido, no hay motivos para mantener las rencillas entre nosotros. Me alegro mucho de que aceptaras la tregua y decidieras venir. Brindemos.
–Es generoso por tu parte que hayas renunciado a la pretensión de tu familia por mis tierras. Brindemos. –Ambos líderes entrechocaron sus copas. Nagino había vuelto al sake. Todos a su alrededor se divertían. Yashimata era un joven atento que había causado buena impresión.
–Este vino ha llegado hasta mi mesa gracias al emperador. Ha abierto las fronteras de nuestro imperio y los barcos de Holanda, Portugal y España han arriado en nuestras costas. Es vino portugués, muy ácido para nuestro paladar; bastante agradable cuando te has acostumbrado a él.
–Estos sabores son demasiado toscos para mí. Sin embargo me ha gustado la comida que habéis servido. Os doy la enhorabuena y las gracias por compartir estos deliciosos manjares con nosotros.
–Es lo menos que puedo hacer. Vuestra generosa aportación de oro es mucho mayor que el coste de este banquete. Como bien has dicho, Nagino, no me interesan tus tierras. Hemos vivido dentro de estas fronteras durante mucho tiempo y deberán quedarse tal y como están.
–Estoy de acuerdo. Olvidemos quién inició esta absurda beligerancia y trabajemos por la paz del imperio. Brindemos, señor Yashimata pero hagámoslo con el sake de vuestra tierra. Para mi gusto es mejor que el sabor fuerte del vino extranjero.
–Brindemos, tenemos mucho que celebrar. Solo lamento que el cuerpo de élite que he estado formando jamás podrá ponerse a prueba.
–¿Tenéis un cuerpo de élite?
–Así es, Conocemos la superioridad de vuestro ejército así que ideé una forma de lucha que desbaratara a vuestros férreos soldados.
–Eso es imposible. Ningún ejército podría romper la concentración de mis hombres.
–No quiero alardear pero estoy seguro de que mi nuevo cuerpo de élite sería capaz de derrotar a vuestros samuráis. –Nagino se movió, incómodo.
–Estoy seguro de que habéis estudiado nuestras tácticas. Con el tiempo nosotros también hemos aprendido de vosotros. Si hay algo que destaca entre mis soldados es la versatilidad y la capacidad de adaptación.
–Tal vez fuera así en un pasado pero llevamos tres años sin entrar en combate. Vuestros hombres se han oxidado.
–Tanto como los vuestros. –Nagino sintió la punzada de la cólera. Bebió algo más de sake para disimular su enfado. Una idea se formó en su mente mientras recuperaba la serenidad. –He traído a quinientos de mis mejores soldados. Le ofrezco a su señoría una exhibición. Mostraré lo que son capaces de hacer.
–No puedo aceptar esta proposición.
–Bastará con uno de nuestros guerreros. Si os place, podrán enfrentarse dos de nuestros mejores hombres.
–Sería magnífico contemplar un enfrentamiento tan interesante. Sin embargo, no quiero poner en peligro las vidas de tan valiosos hombres.
–Lucharán sin armas. –Yashimata entrecerró los ojos. Su objetivo estaba cada vez más cerca.
–En ese caso, estoy de acuerdo. Sin armas. Montaremos el enfrentamiento en el patio interior –El anfitrión hizo llamar a su mayordomo y dio órdenes concisas para que prepararan el espacio adecuadamente. –Que las mujeres se retiren a la sala del té. Estoy impaciente ante este juego que ha propuesto, señor Nagino.
Las mujeres se retiraron con tranquila ceremonia a una sala contigua. Yashimata dio una palmada. Al instante, decenas de sirvientes aparecieron y retiraron los platos vacíos del salón. Los invitados fueron conducidos al interior del castillo. Después de atravesar dos salas diáfanas, llegaron al patio interior. Los sirvientes montaban asientos en la pared oriental para los nobles y sus acompañantes. Nagino caminaba rodeado por sus consejeros. En realidad eran samuráis de élite que hacían el papel de guardaespaldas encubiertos. Habló con ellos de camino al patio, solicitando la presencia de Yoru. Uno salió corriendo para buscar al soldado. El samurái se presentó poco después, recién salido de las filas de la escolta.
–Tendrás que despojarte de todas tus armas y pelear cuerpo a cuerpo contra uno de los hombres de Yashimata. Confío en tus habilidades, Yoru Shimota. –El hombre asintió, Situó su catana frente a su señor y comenzó a desprenderse de su armadura. Cuando hubo terminado, Yashimata hizo acudir a Jubei. Era el entrenador de sus hombres. Saludó a los nobles con humildad.
–Ya que están a punto de enfrentarse, que sea de forma honorable. El primero que reconozca que sus fuerzas flaquean, será el perdedor.
Los dos contendientes se observaron durante largos segundos. Yoru aguantó la mirada llena de fiereza de Jubei. Su estatura era menor aunque la energía que emanaba era un remolino destructivo. Jubei inició el ataque con ataques directos de sus puños. Yoru esquivó con eficacia y lanzó un golpe a las costillas con su rodilla. Aquel movimiento supuso un error fatal. Jubei apresó la pierna y la alzó hasta hacer perder el equilibrio a Yoru. Antes de que su espalda tocara el suelo, Jubei había fracturado el cuello de su oponente con un rápido movimiento. Su muerte se produjo tras lentos minutos de agonía. Nagino estuvo a punto de ponerse en pie. Respiró con resignación mientras observaba fallecer a uno de sus mejores hombres. Yashimata miró incrédulo a su adiestrador.
–Ha sido una exhibición magnífica aunque más corta de lo que esperaba. Mis más sinceras disculpas, señor Nagino.
–He de reconocer que la superioridad de su hombre es notable.
–Así parece.
–Aunque no es lo mismo cuando dos ejércitos chocan entre sí. He visto que tiene un adiestrador cuerpo a cuerpo muy bueno. Tendría que ver cómo funcionan sus tácticas en formación de combate.
–¿Qué está sugiriendo, señor Nagino? ¿Acaso pretende atacar con sus cuatrocientos noventa y nueve hombres?
–Le propongo otro enfrentamiento. Esta vez entre soldados equipados. Haremos un choque entre líneas. Diez soldados contra diez soldados.
–Supuestamente armados, claro. Quiere que montemos una carnicería en mi patio interior. Un acontecimiento que podría poner en peligro la paz de nuestras provincias.
–Así es. Solventemos nuestras disputas de una vez por todas. Apostemos. Si ganan mis hombres, me quedaré con la pradera de Ina. Si ganan sus hombres, cederé las tierras del valle de Iguzu. –Tras una intensa pausa, el señor Yashimata aceptó.
–Sería una especie de guerra en miniatura. La verdad es que considero una salida acertada para resolver nuestro conflicto. Acepto la apuesta.
El señor Nagino hizo una señal a su asistente más cercano. Salió raudo para volver minutos después acompañado por diez soldados bien pertrechados. Los hombres del señor Yashimata llegaron a la vez, con sus uniformes negros y amarillos frente al rojo y dorado de sus rivales. El anfitrión se puso en pie, tomando un pañuelo del interior de su kimono. En cuanto tocó el suelo, los samuráis de ambos bandos lanzaron un grito atronador.
La fila de Yashimata avanzó mientras que los de Nagino esperaron a que estuvieran a una distancia específica. Cuando los de negro y amarillo cruzaron la línea imaginaria, los de rojo cerraron posiciones, acorazándose con los escudos. Avanzaron hacia el centro de la formación rival con rapidez, derribando a los soldados centrales y partiendo la línea en dos. Los soldados en el suelo fueron rematados sin piedad. Las lanzas se estrellaban en los escudos de la formación cerrada de Nagino. La línea partida atacaba por los dos flancos sin ninguna repercusión. De pronto, el capitán del ejército rojo dio la orden de romper la formación. Cinco soldados a un lado y a otro, empujaron con sus escudos y sus lanzas a las fuerzas mermadas de Yashimata hasta arrinconarlas en los muros. Cuando no pudieron ceder más terreno, las lanzas los atravesaron entre las aberturas de sus defensas. El anfitrión tragó saliva. Aquel desenlace no fue el esperado. A su lado, Nagino sonreía. Se puso en pie mirando con severidad al señor derrotado.
–Yoru no era el mejor de mis guerreros. Sin embargo, hice creer que así era porque sospechaba de ti. Mandaré una delegación con mis escribas para el cumplimiento de nuestro acuerdo. La pradera de Ina ahora me pertenece, tal y como hemos acordado.
El señor Yashimata quedó en silencio, reteniendo las lágrimas de humillación. Su invitado se adentró en el castillo, escoltado por sus asistentes. Los diez hombres que habían ganado el combate cerraron la formación. Cuando se hubo quedado a solas, el señor golpeó el suelo hasta que sus nudillos sangraron. Se levantó horas después con las manos ensangrentadas. Sus sirvientes fueron a atenderle pero él pasó directo a ver a su esposa.
–¿Por qué ha salido mal?
–Porque no tuve en cuenta el antiguo dicho que me enseñaron de niño.
–¿Cuál es?
–Los planes de tus enemigos se han de pensar primero. Los propios se han de pensar después.