El siguiente eslabón
El virus se extendió por todo el mundo en cuestión de semanas. Era parecido al de la gripe. Nadie le dio importancia en los días de nuestra prepotencia. Pasó inadvertido hasta mutar por la radiación. La guerra nuclear se desató y aquello fue el fin. Al menos, aquella era la información que se propagó en el refugio. Aquellos que se contagiaron, comenzaron a mostrar mutaciones adaptativas muy eficientes.
Los que fueron afectados por la radiación sin tener el virus, murieron. Los supervivientes se convirtieron en el siguiente eslabón evolutivo. Aquello preocupó a los que salimos del refugio, sanos como manzanas recién descongeladas. Habían pasado dos décadas desde la extinción de la civilización moderna. Cuando las provisiones en los refugios comenzaron a escasear, la superficie volvió a ser repoblada. Ninguno de nosotros esperaba signos de vida. Comenzamos a tratar a los mutantes como una amenaza. Ellos debieron percibir lo mismo de nuestra gente.
El refugio fue evacuado por falta de alimento. Se repartieron las últimas raciones entre todos. Salimos en convoy doce vehículos, dispuestos a fundar una nueva colonia. Sufrimos una emboscada en la que cayeron la mayoría de nuestros compañeros. Nuestra furgoneta fue afortunada. Iba en segundo lugar. El primer vehículo saltó por los aires. Con una maniobra magistral, Charlie Jackson evitó el socavón de la carretera. Pisó el acelerador y dejó atrás al resto de nuestros compañeros. No fuimos perseguidos en aquel momento. Tal vez fueran menos numerosos. Quizá nuestros compañeros les dieron su merecido. Jamás volvimos a saber de aquel asunto.
A parte de Charlie, el conductor, viajaban conmigo Greg Springfield y Nick Sean. El primero era un paramilitar. Su anhelo fue ingresar en la marina. El apocalipsis había truncado aquel sueño. Sin embargo, Greg no había perdido el tiempo en el refugio. Entrenaba con los demás soldados como si fuera un miembro más del ejército.
No hablé con Greg en ningún momento durante los años que crecimos en el refugio. Era mayor que nosotros. Rick Sean, sin embargo, era de mi edad. Se había dedicado a estudiar medicina. Fue algo marcado por la necesidad. Su padre era el médico del refugio. La dureza con la que lo había formado respondía a la necesidad del momento. Rick se tomaba su papel muy en serio. Llevaba la responsabilidad de nuestra salud hasta sus últimas consecuencias.
Por precaución, Jackson nos sacó de la carretera. Tomamos el primer camino que surgió en la ruta. Tal vez aquella decisión nos salvara la vida un poco más. Viajamos a escasa velocidad para evitar levantar el polvo del camino. Al atardecer, Greg señaló un par de cabañas. Charlie dejó el vehículo a cierta distancia y nos acercamos a pie. En seguida, salieron a nuestro paso cinco hombres armados. Nos identificamos como supervivientes. Bajaron las armas aunque su actitud hostil no decayó en ningún momento.
–Solo buscamos un lugar donde descansar –dijo Nick –. Ofreceremos nuestros servicios como pago. Yo soy médico. Mi compañero es ingeniero eléctrico. Puede ayudar en alguna reparación.
Asentí, percatándome por primera vez de nuestra delicada situación. Si aquellos hombres no nos encontraban útiles, estábamos muertos.
–¿Sabes reparar generadores?
–Así es, señor.
–¿Y estos dos? –dijo el hombre, señalando a Charlie y a Greg.
–Son mis ayudantes. –Aquella mentira coló con facilidad.
–Seguidnos. Debéis entregar vuestras armas.
Obedecimos con docilidad. Greg tuvo que recibir un segundo aviso para soltar sus armas. Subieron a unos caballos que guardaban en una de las cabañas. Tres jinetes marcaban la dirección frente a la furgoneta. Dos escoltaban los laterales del vehículo. A pocos kilómetros, surgió una empalizada.
Habitaba un puñado de supervivientes dentro de aquella muralla camuflada, no más de cincuenta. Veíamos a mujeres y a ancianos mirándonos con desconfianza. La vegetación crecía alrededor de aquel páramo como un oasis en el desierto. Los supervivientes disponían de agua, por el pozo que vi en mitad del campamento. Las gallinas revoloteaban a nuestro paso. Nos dirigían hacia la cabaña central, la más grande. Tras un registro completo, nos presentaron al alcalde Winston Barlow. Debía rondar los cincuenta y tenía aspecto cansado. Nos miró con decepción. Tal vez fuera arrogancia, no sabría determinarlo.
–Mis hombres han comentado que pueden ser útiles. Dijeron que han salido de un refugio. Nosotros también somos supervivientes. Los mutantes nos echaron de nuestro asentamiento hace dos años. Tenemos dos generadores estropeados y una mujer embarazada. Les concedemos pasar un tiempo aquí si nos prestan sus servicios.
–¿Cuánto tiempo? –preguntó Greg.
–El que sea necesario. No más de una semana. Ahora, sigan a mis hombres. Ellos se encargarán de custodiarles.
Nos llevaron a una caseta adyacente, donde estaba la mujer embarazada. Nick se quedó con ella. A mí me llevaron a arreglar los generadores eléctricos. Charlie y Greg me acompañaron. Charlie y Greg no tenían ni idea aunque hicimos una buena interpretación. La intensa vigilancia de nuestros carceleros se manifestaba en continuas interrupciones. Eran incapaces de entender nada de lo que les explicaba. Con razón no fueron capaces de descubrir nuestro pequeño engaño.
Nos llevó toda la noche arrancar aquellos generadores. Era de madrugada cuando nos escoltaron al nuevo lugar de descanso. La cabaña tenía la comodidad de nuestro antiguo refugio. Un baño para los cuatro, un colchón donde dormir pero nada que llevarse a la boca. Dormí de puro cansancio aunque el estómago vacío me despertaba cada media hora.
A las diez de la mañana nos despertó una sirena. Me asomé por la ventana de nuestra minúscula vivienda. Los hombres de Winston Barlow se alienaban en lo alto de la empalizada. Montaban tres nidos de ametralladora, estaba claro que nos atacaba una fuerza hostil. Saltamos de las camas y fuimos a hablar con el alcalde. Tras una breve discusión, accedió a devolvernos nuestro equipo. Busqué en mi mochila las raciones de viaje que saqué del refugio. Abrí aquella lata de magro, comiendo con apetito. Ofrecí a Charlie, a Nick y a Greg. Ellos tomaron parte del contenido, recuperando algo de fuerza para defender a aquellos desgraciados. Con nuestras armas listas, tomamos posición en la empalizada. A lo lejos, cientos de figuras antropomorfas se acercaban con lentitud. Detrás de la fuerza agresora, una veintena de personas organizaba la ofensiva. George, un hombre de avanzada edad, nos ofreció más detalles.
–Son mutantes. Los primeros sirven de carne de cañón, no han evolucionado lo suficiente. Los de atrás se creen más listos que nosotros. Son nuestro auténtico objetivo.
–¿Cómo pretenden vencer? –preguntó Greg.
–No quieren vencernos. Pretenden cansarnos. Esta es la novena ocasión que atacan. Quieren que nuestras municiones se agoten por completo. Entonces caerán sobre nosotros como los monstruos que son. Están a tiro, abrid fuego.
Contribuimos a aquella lluvia de balas con nuestros fusiles todavía por estrenar. Aquellos cuerpos podían aguantar numerosos impactos, incluso de calibre medio. A pesar de estar partidos por la mitad, seguían avanzando. Tuve que emplear un cargador completo para derribar a mi primer objetivo. Ni el clásico tiro en la cabeza conseguía detenerlos. Las ametralladoras rugían a derecha e izquierda. Greg iba ya por su séptimo objetivo. Nick no había acertado ni una bala en el blanco. Bajó de la empalizada, arrastrando a Charlie con él. Yo estaba centrado en derribar a aquellos seres, ajeno a sus movimientos. Un silbido me alertó del inminente peligro.
–¡Fuego de mortero! –gritó el viejo George. Me moví a la derecha de forma instintiva, sin dejar de disparar.
La explosión voló el sector frontal de la empalizada. Recibimos la deflagración de soslayo. La onda expansiva nos lanzó al suelo. Recuerdo recoger el fusil de la tierra, conmocionado por la explosión. Tenía algunos rasguños y astillas clavadas por la cara. Nada grave comparando con lo que había sufrido Greg. La explosión lo había desmembrado. Sus restos estaban desperdigados junto con los del viejo George. Me quedé frente a la amenaza de aquellos mutantes con tres balas en el arma. Agoté el cargador con el antropomorfo femenino que había surgido tras las llamas. Al no poder derribarlo, lancé mi fusil hacia el objetivo. Lo siguiente que recuerdo es que tiraron de mi mochila hacia atrás. Caí de espaldas sobre el suelo metálico de la furgoneta. Vi la cara de Nick. Atendía las heridas de mi cara con alcohol y gasas limpias. Charlie estaba al volante, conduciendo a la velocidad máxima que le permitían las circunstancias.
–Tranquilo, Alan. Nos vamos de aquí. Intenta quedarte quieto mientras limpio la sangre.
–¿Pero dónde vamos? Toda la superficie es un infierno…
–Ahora, cualquier lugar es mejor que este. ¡Métele gas, Jackson! ¡Hay que abandonar este sitio!
Me senté en la parte trasera de la furgoneta, recuperado de la conmoción. Sujeté mi cuerpo con el cinturón de seguridad. Todavía me pitaban los oídos. Charlie atravesó los restos de la empalizada, llevándose tres cuerpos por delante. Dirigió el vehículo por el mismo camino del día anterior. En el fondo, sabíamos que no íbamos a conseguirlo. Escuchamos un nuevo silbido. Lo siguiente que recuerdo fue a Charlie, desintegrándose delante del volante. El proyectil había explotado justo en su puerta. La furgoneta volcó, dando varias vueltas laterales. Cuando el vehículo se detuvo, perdí el conocimiento. Tal vez fuera antes. Recuperé la consciencia en una camilla, con una sonda y una bolsa de suero colgando a mi lado. Aquello me pilló por sorpresa. Creí que todo aquel apocalipsis había sido un sueño. Me sentí de nuevo como un crío, arropado por las comodidades de la tecnología. Entonces descubrí que no estaba solo.
Los ojos de aquella mujer eran claros, tanto como su piel. Le pregunté qué había sucedido. Tardó en darme aquella información. Esperó a que mis heridas mejoraran. Cuando estuve preparado, Sophie me contó lo sucedido.
–Encontramos tu cuerpo, nos sorprendió que siguieras con vida. Tus compañeros no lo lograron. Al final, decidimos traerte a nuestro asentamiento.
–¿Sois mutantes?
–Lo somos, en efecto. Tú también. La resistencia que has mostrado nos hizo investigar tu secuencia genética. Eres un nuevo eslabón para la supervivencia. Bienvenido a Esperanza, nuestro pueblo.
Lejos de alarmarme, aquella revelación me reconfortó. Ya no era humano. Pertenecía a una nueva comunidad, bien adaptada a las nuevas condiciones del planeta. Aquella gente logró conservar los conocimientos de la extinta civilización. Por primera vez, sentí el nombre del pueblo como propio. Sentí Esperanza. Con el tiempo, me sentí orgulloso de pertenecer al siguiente eslabón evolutivo.
3 COMENTARIOS
El relato esta muy bien, lo único malo es que has confundido el nombre de Rick a Nick. Al principio es con R y luego con N.
Corregido! Muchas gracias!
Pues este relato nos ha gustado mucho, ya tú sabes… 🙂