Una enfermedad mundial
El mundo se ha vuelto loco. La plaga se ha extendido sin piedad por todos los estratos sociales. Al parecer se trata de un hongo desconocido. Se extiende por el agua, haciendo imposible su detección hasta que se ha desarrollado la locura.
Somos muchos los afectados. Creo recordar que hay un cuarenta por ciento de personas infectadas… ¿o era el porcentaje de personas sanas? Apenas recuerdo la mitad de los datos que me ofrece el gabinete debido a la medicación. Me costó mucho explicarles el asunto de Carter. Por suerte, mi gabinete supo tapar el asunto; no trascendió a la prensa. Hubiera sido mi ruina política, dijeron. Ahora es el gabinete el que me mantiene a raya a base de clozapaína y me obligan a ver a este doctor Harper. Mi agresividad ha disminuido pero ahora puedo ver otras cosas. Me dijeron que podría haber efectos colaterales con la nueva medicación. Tengo miedo de reconocerlo.
–¿Por qué no entra ya, señor presidente?
–Estoy valorando la posibilidad de quedarme aquí.
–¿Allí fuera, en la calle? La gente está desquiciada, señor Presidente. Los conspiradores creen que el gobierno es responsable de la plaga. No puede quedarse solo, es el presidente. Suba a la limosina. Le llevaré a mi consulta.
La consulta está en su casa, a las afueras de Washington. Un pequeño viaje de media hora. No tengo simpatía por el doctor pero he aprendido a tolerarle. Me incomoda lo que sabe sobre mí. He probado un nuevo medicamento de su invención y, desde entonces, tomo menos clozapaína. Mi gabinete no sabe nada. ¿O soy yo el que no sabe nada sobre mi gabinete? El medicamento está dejando de hacer efecto, me siento confuso y claro a la vez. Es mejor que entre en el coche, la gente me está observando y puede ser comprometedor. Es fácil que me reconozcan.
–Gracias por acceder a mi petición, señor Presidente. ¿Le apetece un poco de caviar?
La verdad es que no tengo hambre, pero comeré un poco. Es mejor marcar el territorio con este tipo. Me sentaré en frente de él y aceptaré el canapé. Todavía quedan veinte minutos hasta su casa. A ver con qué tema me sale el doctor Harper. Estoy impaciente… No; es broma.
–¿No le apetece hablar de nada, señor Presidente?
–Prefiero guardar silencio.
–¿Cómo lleva aquel tema de las sombras? ¿Siguen persiguiéndole?
–Es un tema que ha pasado al olvido, doctor.
Creo que no lo he convencido. Lo cierto es que las veo en todo momento. En cuanto pienso en ellas, aparecen. Como ahora mismo. Ahí están. Si le contara algo de las sombras, me atacarían al instante… moriría. Están sentadas a su lado, si no les hago caso, no me atacarán… Cogeré otro canapé, para disimular. Está pasándole un dedo por el cuello del doctor Harper, tratando de intimidarme. No les voy a dar el placer de acojonarme.
–¿Por qué no me contesta, señor Presidente? Está usted ausente esta mañana.
–¿Qué ha dicho?
–Le he preguntado si ha notado molestias en su salud debido a la medicación.
–No sabría decirle… Me encuentro mejor. –Es cierto, no tengo vómitos. Solamente veo ánimas ensombrecidas.
–Oh, eso significa que vamos bien. Está respondiendo al tratamiento.
–¿Lograré curarme?
–Me temo que no, por el momento. Estamos trabajando en el remedio.
–Supongo que yo soy de los primeros en probar ese remedio.
–Por supuesto. Es el primer hombre del país. Confiamos en que esté funcionando.
–Pero no podré curarme, tendré que tomar el remedio toda mi vida…
–Exacto.
–¿Por qué no hay cura?
–Pues porque el daño no está en el cuerpo.
–¿A qué se refiere, doctor?
–Me refiero a que el daño de la enfermedad no hay que buscarlo en el interior del ser humano. El verdadero daño se encuentra en la sociedad.
Mi enfermedad no es mía, es de la sociedad y se refleja en mí… ¿Estoy realmente enfermo? ¿Estoy conectado a los millones de afectados de alguna forma? Las sombras me señalan, riéndose. Escuchan lo que pienso.
–¿Estoy realmente enfermo?
–Está enfermo señor presidente.
–Yo no creo que lo esté. En realidad estoy siguiendo este tratamiento por mero trámite, no entiendo por qué debo humillarme a realizar esta terapia semanal.
–Mató a la Secretaria de Estado. Luego violó su cadáver. Trató de deshacerse del cuerpo tirándolo por la ventana del despacho oval. Hirió de gravedad al agente Hicks al caerle el cadáver de la Secretaria Carter encima. Debe continuar con el tratamiento.
–No pretendía hacer todo aquello, fue un accidente.
–¿Qué cree que hubiera pasado si hubiera actuado de otro modo?
–No lo sé. No actué de otro modo así que creo que la pregunta es irrelevante.
–En cualquier caso, aquello no puede volver a repetirse.
–Está todo bajo control. Como le he dicho, me encuentro mejor.
–¿Qué tal su relación con la primera dama?
–¿Madelaine? Sólo veo a esa zorra en los actos oficiales. Piensa que voy a hacerle algo desde…
–¿Desde cuándo?
–Desde que me puse hecho una furia y tiré la televisión de plasma por la ventana. Ya no hago esas cosas.
–Comprendo la reacción violenta como un síntoma en período temprano de la enfermedad. Justificaría en parte lo que decidió hacer con Adela Carter. Interesante… –El doctor toma nota de lo que he dicho. Otro secreto con el que chantajearme frente al gabinete… Las sombras permanecen quietas, observándome. Esperan un movimiento en falso para echarse sobre mí. Cerraré los ojos y trataré de evitar, también, la conversación con el doctor.
Por fin voy a bajarme de este maldito coche. La limosina lleva un rato parada. Han desaparecido las sombras, tomaré otro canapé de caviar para celebrarlo… No queda ninguno. El doctor Harper se ha comido todos. Siempre ha sido codicioso. Lo he notado. A las sombras no les gusta el sol del medio día. Nunca las veo en espacios abiertos, con luz natural. Siempre están acechando en espacios cerrados.
–Por aquí, señor Presidente. Sígame por este sendero de grava.
El doctor tiene buen gusto, grava blanca. Un amplio jardín, bien cuidado; una casa grande, con porche neoclásico y tres alturas de vivienda. Tejado colonial de pizarra, muy elegante. ¿Por qué no me habré fijado hasta ahora? Pintura blanca para las vigas y azul marino para las paredes… En esto sí me había fijado. Yo hubiera escogido otros colores. Tonos tierra hubieran quedado muy bien. Una mansión bonita, sin duda. Ah, ahí estamos. Hay que subir a la consulta del doctor Harper. Ocupa la planta completa y se accede directamente por el exterior. No conozco el resto de la casa. Nunca me la ha mostrado.
–Antes de nada, señor Presidente… firme estos documentos, por favor.
–Estos papeles no pueden salir del despacho oval. ¿Por qué los tiene usted?
–Su gabinete me los ha proporcionado. Tienen que estar firmados para esta tarde. Ya sabe, asuntos de estado. Si no le importa empezar por esto… –El doctor Harper está nervioso. Me está ocultando algo. –Después de la sesión se sentirá agotado. Es mejor resolver los asuntos importantes cuanto antes.
–Eso dice el vicepresidente Lewis. Présteme su escritorio un momento.
–Faltaría más. Siéntese aquí, por favor.
Quiere que firme este documento primero, ¿por qué? ¿He traído la pluma? Sí, está en el bolsillo interior de mi chaqueta. El muy cabrón quiere un puesto en el departamento de investigación. Ochocientos cincuenta mil al año, cuanta humildad.
–¿Vamos a tener esa charla que solemos entablar antes de que me inyecte algo en el cuerpo?
–Decididamente no está muy hablador.
–Le he dicho antes que me encuentro poco comunicativo.
–Comprendo, iniciemos el tratamiento sin más preámbulos.
–Antes de nada, doctor. ¿Dijo antes que las enfermedades mentales son el reflejo de una enfermedad social?
–¿Le interesa hablar de este tema?
–Mucho, la verdad.
–Puedo contarle una teoría que podría ayudarle a entender el aspecto de esta plaga. Se trata de un hongo.
–Eso ya lo conocía.
–Nos afectan las esporas de ese hongo de forma que realizan cambios a nivel neuronal, cambiando la forma de percepción del afectado. El psilocybe actúa de forma parecida aunque sus efectos son momentáneos. La sustancia psicoactiva del hongo que nos ataca provoca cambios en la percepción de forma permanente. Estamos trabajando en el remedio. –Ya ha cogido la jeringa y succiona el medicamento de un bote de cristal. –Este compuesto está tratando de ayudarle a sobreponerse. Revitaliza su espíritu debilitado.
–¿Cree que soy débil?
–Entiéndame señor Presidente. No es débil, está debilitado.
Tendré que levantarme y quitarme la chaqueta para subirme la manga de la camisa. Un momento, las sombras… Ya están aquí. Han vuelto… Están al fondo de la habitación… No están contentas. ¡Se abalanzan! ¡Vienen hacia mí! ¡Tengo que alejarlas! ¡A manotazos! ¡A patadas! ¡Clavándoles la pluma! ¡Sí! ¡El cuello es su punto débil! ¿Quién está debilitado ahora? ¡Así, con furia!
Ya está. He vencido. Han desaparecido cuando les he plantado cara. Espero que el doctor Harper no considere…
El doctor Harper tiene mi pluma en su cuello. Sangra a borbotones, he destrozado su cuello. No pretendía matarlo, ha sido un accidente. ¿Qué puedo hacer ahora? Lo arrastraré fuera de aquí, al jardín. Aunque yo solo no podré llevarlo… es mejor que lo tire por la ventana y lo arrastre desde abajo. Ya se ocupará mi servicio secreto del resto. Que fragancia desprende, el doctor. Me recuerda al olor de Carter. Un olor muy rico, sí. Muy rico. No es necesario que lo tire por la ventana de inmediato, todavía puedo pasar un buen rato con el doctor. Madelaine, perra inmunda, esto es por tu culpa. Si me hubieras dejado follarte por el culo, esto no estaría pasando…