Es cosa de dos
Tadeo la conoció con cinco años, las dos familias se veían con frecuencia aunque mantenían un trato distante entre ellos. Valeria se mostraba fría con él. Sus esfuerzos por conquistarla continuaron hasta el final de la adolescencia. Dejó de verla unos años hasta que coincidieron en el club de golf. Tadeo lo consideró una señal del destino. Valeria lo rechazó.
–Me gustan las mujeres. –Dijo ella.
–Sólo me gustas tú. –Respondió él.
Al contrario de lo que Valeria creía, su propio padre la impulsó a casarse con Tadeo. No era ciego; sabía que Valeria gozaba de otros gustos y se negaba a aceptarlo. Debían de guardarse las apariencias. Contrajeron matrimonio un veinte de noviembre; las dos familias se dirigieron saludos fríos y trato glacial hasta en la pista de baile. Lo importante era la unión entre ambas fortunas. Controlarían el mercado nacional a partir de entonces.
El viaje de novios fue en las islas Caimán, debían formalizar las cuentas nuevas y era el destino ideal para matar dos pájaros de un tiro. Valeria se mantuvo preocupada todo el viaje. Tadeo agarraba su mano y notaba a su mujer tensa como el cable de un equilibrista. Los dos hablaron de su sexualidad y de cómo debían actuar. El miedo de Valeria se disipó. Aquella misma noche, contrataron los servicios de Sheila. Valeria la eligió sin género de dudas. Era morena y esbelta, con buen pecho, al contrario que la recién casada. Tadeo estaba complacido con la mujer. Aunque Valeria era el amor de su vida, Sheila encendía la pasión con la primera mirada. El primer encuentro fue en la habitación presidencial del Hotel Emperador. Los tres gozaron al quitarse tanto la ropa como la vergüenza. La comunicación fue muy buena y los tocamientos comenzaron de forma espontánea. Lo que iba a ser una experiencia sexual de una noche, se prolongó durante toda la luna de miel. En el momento de regresar a Europa, Tadeo y Valeria decidieron llevar con ellos a Sheila. Ella lloró de alegría y aceptó el acuerdo que le proponía el matrimonio. Tanto Tadeo como Valeria sabían que los sentimientos de Sheila eran sinceros. Decidieron pagarle al día lo que cobraba como prostituta en un mes. Sheila aceptó por la mitad. Durante tres años, la relación funcionó con la precisión de un reloj suizo. Las noches de sexo para Valeria y Sheila eran constantes. Tadeo participaba penetrando a una de ellas en cada ocasión. La vida era magnífica. Sheila crecía con ellos en gusto y exquisitez, haciendo los encuentros sexuales más llamativos. Valeria reservó su carácter de hielo a los encuentros obligados con la familia. En compañía de su matrimonio, desnudaba las emociones y las sacudía como un látigo. Tadeo y Sheila respondían a aquellos latigazos emocionales con pasión, moviéndose en sinfonía allá donde se encontraran. Los encuentros sexuales fueron progresando en audacia. Pronto conocieron tendencias más duras. Aquello fue el principio del fin. Valeria se sentía realizada como maestra dominatrix. Al principio fueron juegos inocentes donde el dolor era mínimo y las ataduras eran flojas. Los tres se sintieron presos de aquellos juegos, arrastrados por el entusiasmo de la dominadora. Muchas veces alcanzaba el orgasmo, abusando del poder que adquiría sobre sus compañeros. Valeria lo convirtió en una obsesión. Poco a poco, desplazó a Tadeo. Hacía tiempo que no consentía que la penetrara. Sheila se distanciaba de Valeria en la misma proporción que ella de Tadeo. Sheila, conmovida por la crueldad con la que era apartado, se ofrecía a escondidas. Él siempre aceptaba con el corazón puesto en su mujer. Con el tiempo, Valeria prohibió que su marido participara en más encuentros sexuales. Quería disfrutar de Sheila ella sola. Tadeo tuvo que limitarse a masturbarse mientras observaba. Cuando su mujer se dormía, satisfecha, Sheila le practicaba una felación. Tadeo aprendió a quererla. Físicamente eran explosivos aunque el sentimiento recaía sobre Valeria.
Aguantaron tres años más, demasiado tiempo como para arreglar los problemas entre ellos. Valeria disfrutaba cada vez más con la humillación y siempre era Sheila el objeto de su maltrato. En el último encuentro sexual, Sheila acabó en la esquina opuesta de la cama, protegida bajo los brazos de Tadeo. No hubo felación, solo lágrimas. Aquella noche, Valeria durmió sola. Tadeo no mostró sorpresa cuando vio la nota de despedida. Para su mujer, la ausencia de Sheila fue un golpe terrible. El hielo de su carácter creció a su alrededor, haciendo imposible una ligera caricia. Aquello partió el corazón de Tadeo. Había perdido a las dos mujeres más importantes de su vida.
La vida matrimonial se asentó en la escarcha que Valeria proyectaba a diario. Faltaba Sheila. Tadeo seguía sin poder tocar a su mujer, se limitaba a masturbarse frente a ella. Lo miraba con repugnancia. Todo comenzaba a carecer de sentido. Fue entonces cuando Valeria dejó de dormir en la mansión. Faltaba algunas noches esporádicas. Al cabo de los meses, su ausencia en el dormitorio fue continua. Aparecía por las mañanas o al medio día y se volvía a marchar antes de las nueve de la noche. Tadeo la observó así durante meses. Al cuarto mes de ausencia, decidió contratar a un detective. Las fotografías que le enseñó lo dejaron perplejo. Valeria se citaba siempre en el mismo hotel con aquella chica. Tadeo sintió su pulso más acelerado. La chica era Sheila. Tenía tanto derecho a volver a verla como lo tenía su mujer.
Fue directamente a la recepción. Le costó veinte mil euros saber en qué habitación se alojaban las dos mujeres de su vida. El recepcionista, llamado Javier, hizo una copia de la tarjeta-llave y la intercambió por el cheque recién firmado. Tomó el ascensor y llegó a la planta novena. Fue sigiloso como un gato. Abrió la puerta sin que las dos mujeres se percataran de ningún sonido. Se desnudó delante de la puerta del baño. Podía ver como Valeria era lamida entre las piernas a través del espejo colgado en el pasillo. Aquello excitó a Tadeo de tal manera que entró preparado para penetrar a Sheila por sorpresa. Aquello le encantaba. En cuanto entró en el desprevenido cuerpo de la caribeña, ella comenzó a gritar. Tadeo siguió el juego, forcejeando hasta que se encontró con los ojos furibundos de Valeria. Su mujer exigía explicaciones con dos tortazos secos que sacaron a Tadeo de toda excitación. Sheila se apartó de él, llorando, aterrorizada. Fue cuando se dio cuenta de su error. No era Sheila. Era muy parecida, más joven que ella y con cara más achatada. Gritaba sin cesar. Tuvo que salir desnudo de la habitación y vestirse en el pasillo. La chica se llamaba María y no soportaba a los hombres. Tenía un trauma desde niña y aquella equivocación había despertado un terror dormido en la chica. Tuvo que convencer a la chica con doscientos mil euros para evitar una denuncia.
Desde aquello, la relación entre ellos no mejoró. Valeria desapareció, sin volver a llamar a Tadeo nunca más. Él esperó a que apareciera, mirando por la ventana de su salón. Jamás apareció. Cuando la desesperanza iba a vencerlo, fue cuando acudió su salvación. Sheila apareció. Tadeo comprendió que el amor de su vida no había desaparecido, tan solo había mudado de aspecto.