Honestidad
David Steiner no daba crédito a su descubrimiento. Paolo era despistado pero aquello no podía ser una equivocación. Nadie pierde cinco millones seiscientos mil dólares por un despiste. Tenía que buscar mejor y cuanto más buscaba, más dinero faltaba. Un mensaje horas antes había llegado a la oficina. Era un sobre en cuyo interior ponía: “David, hay una rata que quiere huir con un buen pedazo de queso. Ten cuidado, busca en tu oficina. Firmado: Alguien preocupada por ti”. Deborah, era ella sin duda. Olía a su perfume. Sonrió, recordando aquella noche. Ella le pidió que se alejara y olvidara aquel asunto; de enterarse don Fabio, los dos morirían. Ninguno volvió a hablar de aquella aventura. El nombre de Deborah salió como un suspiro de sus labios. La sonrisa dejó una mueca de dolor. Ella seguía deseándole, por eso recibió el aviso. Y Paolo había hecho una auténtica escabechina con las finanzas de don Fabio. Debía contarle todo cuanto antes. Fantaseó con la imagen de Deborah, asomando, curiosa, por el despacho y robándole un beso a la salida. Debía recabar toda la información posible lo más rápido que fuera capaz.
David seguía la pista de cientos de miles de dólares horadados de las cuentas. El rastro del dinero se perdía bajo la identidad de J. Álvarez, en una cuenta del Mandiri Bank, en las islas Caimán. No hacía falta ser un genio para deducir que Paolo había comprado una identidad falsa. Johnson. Bart Johnson era el mejor falsificador de la ciudad. Paolo contactó con él.
Llamaron a la puerta de la oficina en aquel instante. Sintió la presencia de tres o cuatro personas en el pasillo de su despacho. Se figuró quien podía ser. Guardó el sobre con la advertencia de Deborah en el interior de su chaqueta. Tenía la oportunidad de contarle al Don todo lo que había descubierto. La voz de Francis le instaba para que se diera prisa en abrir. Descorrió el pestillo de la puerta y giró el pomo. La fuerza con la que empujaron hizo que David cayera de espaldas sobre el suelo. Francis pasó con la fuerza de un huracán, se acercó a David y ofreció su mano para que se levantara. Cuando estaba incorporándose, Francis estrelló su puño contra la cara del aturdido David.
–Tenemos a la rata dentro de su nido, jefe. Escocés, ayúdame a levantarlo.
Otro hombre levantó a David sin esfuerzo y lo lanzó hacia la silla de su escritorio, derribando el asiento y volcando la mesa. David trató de levantarse. El Escocés se lo impidió, impulsando con su mano el pecho del contable.
–¿¡A qué viene esto!? No lo entendéis… ¡he descubierto algo muy importante!
–La rata quiere cantar, ¿eh, Francis?
–En serio, os equivocáis… No soy la rata. Paolo es el traidor.
Otras dos personas entraron en la oficina. Don Fabio mostraba su pesadumbre negando con la cabeza mientras avanzaba por la habitación. Colgó el sombrero y el abrigo de camello en la percha de la entrada y se acercó a David Steiner reflejando pesadumbre. La segunda persona, a la derecha del Don, avanzaba el mismo Paolo. La mirada que le clavó al contable era asesina. David quedó enmudecido, no comprendía aquella situación.
–David, amigo mío. ¿Hace cuánto que nos conocemos?
–Don Fabio… Sí… siete años, Don Fabio… Yo tengo algo muy importante que contarle. Verá, he descubierto una…
–Ya amigo. Te refieres a aquella historia de Paolo. ¿No es cierto?
–¿Se lo ha contado él?
–Lo sé todo, ragazzo. Y me ha dolido, amigo mío. Me duele la mentira, David. Te he vestido. Te he acogido en mi casa, te he dado trabajo, te he enriquecido…
–Don Fabio, se lo aseguro… No soy yo. Acabo… Acabo de descubrirlo todo… Paolo ha sido el que…
–Paolo, Paolo, Paolo… No hay nada más cobarde que culpar a los demás de tus propios actos. Paolo es solo una víctima de todo este plan que has urdido.
David notaba la traición de Paolo como una puñalada constante. Nunca se había enemistado con él. No había hecho nada para enfurecerlo. Aquello lo mantenía desconcertado. El embustero iba a acabar con su vida si no lo desenmascaraba. David debía convencer al jefe antes de que todo fuera un desastre.
–¡Se lo juro, Don Fabio! ¡Soy inocente! ¿Por qué cree que estoy aquí? ¡Me la has jugado bien, Paolo! ¡Tú eres el que ha robado más de cinco millones del jefe! ¡Lo tiene guardado en las islas Caimán!
–¿Cómo sabes eso?
–Está todo por aquí, en los libros de contabilidad y las…–David tomó las carpetas y las abrió delante del Don. –¡Mire!
–Ten un poco de amor propio, ragazzo. Francis, quédate con Paolo y sacad a éste como comida para peces.
–¡No! ¡Johnson! ¡Preguntad a Johnson! ¡Paolo ha tenido que comprarle una identidad! ¡J. Álvarez! ¡Aquí lo tengo!
Todos enmudecieron. David sonrió, había atraído la atención de don Fabio; lo estaba escuchando.
–Tiene que creerme… Paolo ha tenido que ir a ver a Johnson para que le fabrique esta identidad… Aquí está su firma…
–Estoy harto de ser insultado por este alfeñique, jefe.
–Tranquilo Paolo. Todo a su tiempo. Déjame explicarte, David: Johnson murió anoche de un ataque al corazón. Francis fue a verle esta mañana y lo encontró muerto en su cama, plácidamente. También encontró esto.
Don Fabio mostró un cheque con el nombre de David Steiner. Iba dirigido a J. B. Johnson por valor de treinta mil dólares.
–No es mi letra… –El Don abofeteó al contable, dejando los cinco dedos parcados en su mejilla.
–He visto esta firma junto a la mía en miles de documentos, no insultes mi inteligencia. Ya sabéis lo que tenéis que hacer, Francis; que sea Paolo. Merece limpiar esta afrenta. Escocés… saca mi coche de este barrio ahora mismo.
David no dominaba su cólera. Quería matar a don Fabio, a Francis, a todos. Quería matar a Paolo con sus manos desnudas. Arrancarle las costillas una a una y luego apuñalar su corazón con cualquiera de ellas. Trató de lanzarse contra él pero Francis lo volvió a tirar al suelo de un puñetazo. Ya no se volvió a levantar, sabía que estaba acabado. Lloró de impotencia y rabia. Todo había terminado. Francis lo tumbó boca arriba. Se orinó encima ante la visión de las armas.
–Paolo, tienes que hacerlo tú. Te espero Fuera.
Francis le ofreció su revólver Smith&Wesson antes de salir de la habitación. Paolo tomó el arma y cerró la puerta. Tomó una silla y la colocó sobre el cuerpo boca arriba del contable. Tomó asiento y habló en un susurro. –Espero que no me guardes demasiado rencor. He tenido que hacerlo así. Yo te envié la nota. Sabía que estabas colado por la mujer del jefe y lo usé en mi provecho.
–¿Por qué? Jamás te he hecho nada…
–Eras mi mejor baza. No es nada personal.
–Hijo de put…
El revólver lanzó su beso de fuego y desparramó los sesos de Steiner por todo el suelo. Retiró la silla y dos tiros más atravesaron el cuerpo boca arriba, ya inerte. Francis volvió a abrir la puerta y envolvieron el cadáver en la alfombra del despacho para sacarlo al exterior. Hicieron desaparecer el cuerpo en una reserva forestal a veinte kilómetros de la ciudad.
Paolo pasó toda la noche con Francis hasta que lo dejó en su casa. A partir de entonces, Paolo se convirtió en un fantasma. Cuando registraron su vivienda, unas horas más tarde, no había rastro de él. Tampoco estaba en su bar preferido, en casa de sus novias, en algún tugurio de sus contactos… Paolo se había esfumado. Don Fabio sentía un ligero malestar a medio día pero a las dos de la madrugada estaba echando fuego por la boca. Su dinero tampoco estaba. A la mañana siguiente se encontraba movilizando ejércitos enteros de matones para acabar con Paolo Bondad. En el fondo, sabía que era demasiado tarde, Paolo había escapado. Todos los datos que tenían eran pistas falsas. Paolo podría estar en cualquier rincón del mundo. Don Fabio lo sabía. Aquello lo atormentaba, debía encontrarlo. Lo ejecutaría. Pensó en el inocente David. Aquello era lo que más atormentaba al Don. Paolo tenía que pagar por todas aquellas cosas.