Invidente
Alonso estaba viendo otra vez su futuro. Se veía en aquella ocasión hablando con un anciano de piel negra en la estación de metro de Trinidad. No dudó ni un instante en coger su chaqueta de cuero y salir en aquella dirección. La estación estaba repleta de gente. Esperó a que apareciera el hombre con el que había tenido la visión. Tuvo que esperar más de una hora hasta que el hombre que había acudido a su mente se sentó a su lado. Era ciego y el perro labrador que lo guiaba lamió la mano de Alonso cuando el anciano se sentaba con dificultad al lado de él. Plegó su bastón blanco y reprendió al perro. Los últimos pasajeros que esperaban en el andén subieron al vagón del tren subterráneo.
–No molestes, Kraus. Discúlpeme, joven. Está aprendiendo todavía.
— No se preocupe. ¿Cómo sabe que soy joven?
–Es por el olor, muchacho. Cuando uno es ciego aprende a valerse con lo que le queda… Soy Marcelo, encantado. –El hombre extendió su mano hacia Alonso de forma errónea. Para evitar la desorientación, extendió la mano de forma artificiosa.
— Me llamo Alonso.
–Encantado, Alonso. Es raro ver a gente predispuesta al saludo en el metro.
–En realidad tengo razones para hablar con usted. Yo veo el futuro. No todo el futuro, me refiero a mi futuro. Lo hago desde niño y he aprendido a seguir las visiones que tengo. Cuando no lo hago, algo pasa… algo malo pasa… Por eso cuando lo vi en mi visión decidí venir a esta estación a encontrarme con usted.
–¿Me estás tomando el pelo, hijo?
–No.
–¿Cuánto tiempo llevas aquí, esperándome?
–Más de una hora.
–Bueno, muchacho… tal vez no estoy tan acostumbrado a las rarezas como pensaba…
–Discúlpeme, ya sé que resulta una locura. Me ha pasado en muchas ocasiones. En una ocasión lo hice con una pareja de novios…Fue embarazoso, pero tenía que estar ahí.
–¿Y qué pasó?
–No pasó nada… Estaba yo allí.
–¿Y qué hubiese ocurrido de no haber estado allí?
–Algo malo.
–Chico, de verdad que no ayudas nada para que me crea la historia que me estás contando… ¿Has fumado droga o sólo quieres reírte de un pobre ciego? –El perro labrador se exaltó levemente al notar el enfado de su amo y gimió largamente.
–No, no, no se enfade conmigo, por favor. No veo qué es lo que ocurre en el momento de la visión, lo sé cuando ya ha ocurrido. Sólo sé que debo estar aquí para que algo terrible no suceda…
–¿Pero qué es eso terrible que puede pasar? ¿Descarrila un tren? ¿Estalla una bomba?
–No lo sé, señor… Sé que si no estoy en la escena, los sucesos que ocurren a continuación son desastrosos. ¿Se acuerda del accidente de autobús de hace un mes? Murieron veinte personas al colisionar contra la rotonda de Soledad. Yo debería haber estado en ese autobús. Soñé con él pero aquel día tuve el examen de acceso a la universidad y no pude llegar a tiempo.
–De acuerdo, chico… Ya has conseguido sorprenderme. Digamos que es cierto lo que me cuentas. ¿Por qué lo haces?
–Porque cuando ocurre una desgracia que no logro cubrir, alguien que conozco de mi entorno, muere. El día del accidente de autobús, Leticia… la chica con la que salía… fue atropellada.
–Pero hijo, eso es mala suerte. No puedes responsabilizarte de… -Alonso interrumpió a Marcelo rápidamente.
–Mi primo Raúl murió electrocutado cuando soñé que un relámpago caía en la plaza del pueblo dónde vivía. Podría haber estado pero decidí no ir. Mi tía Julia falleció ahogada cuando soñé con un día apacible en el río. No cumplí aquella vez porque un amigo me convenció para ir a beber cerveza al parque. Y así ha sido con cientos de casos hasta que perdí a mi hermano de la misma forma… Desde entonces trato de cumplir todas y cada una de mis visiones. El ciego vio la excitación de aquel joven como una posible amenaza. En cierto modo lo estaba asustando. Por suerte escuchó por el megáfono de la estación la entrada de su tren así que se levantó y se despidió del joven amablemente. Cuando el tren irrumpió en el andén causó un fuerte chirrido que sobresaltó a los dos. El Perro se asustó y salió corriendo en dirección a la vía arrastrando al hombre ciego fuera de la zona de seguridad. Alonso pudo agarrar la mano del anciano y tirar fuertemente de él. El hombre cayó sentado sobre el suelo con la respiración agitada. El tren frenó con intensidad. Una vez hubo parado del todo, el operario de la cabina bajó al andén. El pobre animal no sobrevivió al atropello. El anciano derramó lágrimas por su mascota y preguntó por el chico llamado Alonso, aquel que le había salvado la vida. Nadie había visto al chico. El chico se había esfumado.