La armadura de Fallion
La entrada a la mazmorra estaba oculta por un sello de invisibilidad. El mago fue el que deshizo el encantamiento, murmurando unas palabras. Tigra, la mestiza entre enano y mediano, apartó al hechicero y hurgó en la cerradura de la puerta. Tardó un rato, el tiempo suficiente para impacientar tanto al bárbaro como al enano. El elfo oscuro era el único que se mostraba impasible.
–¿Por qué tardas tanto, hija? Te he visto desvalijar cajas fuertes en menos tiempo.
–Tiene una trampa venenosa, padre. –el mecanismo se accionó en ese momento. Surgió una aguja que chocó contra la ganzúa plana de Tigra. –Bien, trampa desactivada.
Manipuló bien sus herramientas para que la cerradura girara hasta su apertura. La puerta se deslizó, chirriante, descargando el óxido sobre el suelo alfombrado de musgo. Todos permanecieron en alerta, a la espera de algún sonido de respuesta. Tras unos largos minutos de espera, Sidipias rompió el silencio murmurando uno de sus conjuros.
–He realizado un encantamiento para percibir otras formas de vida. La entrada está libre de enemigos. Una vez dentro, los hurborgs que encontremos se echarán sobre nosotros.
–Debemos recuperar la armadura de Fallion, es la última esperanza para nuestras razas. –dijo Elvar, el elfo oscuro. Había guardado su arco y empuñaba sus espadas cortas. Avanzaba algo encorvado, evitando tocar con su yelmo en el techo.
–Todavía no hemos hablado sobre quien vestirá la armadura, elfo. –dijo el enano, mirando desafiante.
–Yo vestiré la armadura. –dijo el bárbaro.
–Ni lo sueñes, antes se la ofrecería a mi hija. –Tigra dejó de explorar el pasillo oscuro y se volvió a su padre, ofendida.
–Pues seré yo quien de muerte a Akurok. ¿Acaso lo dudas, padre?
–Vamos, relajad el espíritu. La vestirá quien sea más apropiado, lo decidiré cuando la encontremos –dijo Sidipias –. Torok, es mejor que te tomes la pócima que te di en el campamento. –El bárbaro rebuscó en su jubón a tientas. Vació el frasco de un trago. Al cabo de un minuto, veía tan bien como el resto de sus compañeros. El mago también era humano aunque se valía de sus hechizos para superar la oscuridad. Era un viejo experimentado.
–No avancéis más. Todos quietos. –Tigra se arrastró por el suelo. Había detectado el hilo de una trampa, cruzó hasta el otro lado por debajo. La activó de forma controlada. Una flecha salió disparada hasta hacerse añicos contra la pared opuesta. –Esto me enferma, esos cobardes hurborgs han llenado los pasadizos de obstáculos.
–Avancemos con el doble de precaución –dijo el mago –. Gründik, ocupa el lugar detrás de tu hija. Tienes mejor capacidad que yo para detectar trampas.
El grupo continuó hasta el final del corredor. Tuvieron que evitar un foso que se abrió a sus pies. El enano estuvo a punto de caer. Rodó sobre sí mismo hasta el otro lado del pasillo. Tigra lo agarró por el brazo y tiró de él, ayudándolo a rodar hasta zona segura. El mago usó un hechizo de levitación mientras tocaba al bárbaro. Ambos cruzaron el hueco del pasillo flotando en el aire. Elvan hizo gala de su agilidad élfica. Usó las grietas de la pared como asideros para impulsarse hacia el otro lado. Una puerta de madera, reforzada con placas de hierro, cerraba el paso. Tigra volvió a usar sus herramientas de ladrón. Empujó la puerta poco a poco. Ante ellos se abrió una sala iluminada por dos antorchas. En el centro, doce criaturas de dientes afilados y ojos saltones devoraban una oveja. Partían al animal con hachuelas y machetes cortos, tomando trozos y devorándolos crudos en instantes. La mesa donde descuartizaban al animal sufría enormes hendiduras.
–Hurborgs, doce al menos. No se han percatado de nuestra presencia. –dijo Tigra.
–Yo me ocupo, hija. Échate a un lado.
–Ni hablar, yo los he visto primero.
Padre e hija izaron sus armas y se lanzaron al interior de la sala con furia guerrera. Torok los siguió a grandes zancadas. Elvar había cortado la cabeza de su primer objetivo antes de que Gründik y Tigra llegaran a la mesa. Los hurborgs se enfrentaron con frenesí al grupo. Gründik clavó su hacha en la cabeza de uno y Tigra, con sus dagas, rasgó el cuello de otra criatura. Sidipias murmuró unas palabras; de su bastón brotó una llama agresiva que envolvió a dos de los seres, prendiendo sus cuerpos. Con su espada a dos manos, Torok se deshizo de dos criaturas más. Al cabo de un minuto, Tigra remataba a los supervivientes y guardaba aquello con más valor.
–A partir de ahora se recrudecerá el camino –dijo el mago –. Según el antiguo grimorio de Belek, la armadura se encuentra en el centro de este complejo.
–Iré a explorar este pasadizo. Vuestra lentitud está agotando mi paciencia.
–No deberíamos separarnos, Elvan. Somos más vulnerables.
–Vulnerable eres tú, anciano. Yo sé valerme por mi mismo.
El mago no pudo responder. Intentó seguirlo aunque el elfo oscuro se había fundido con la oscuridad. Un sudor frío le recorrió la espalda. Había tropezado con algo. En su afán por convencer al elfo oscuro, había avanzado con descuido. La flecha se clavó en su brazo, a la altura del hombro. Cayó al suelo. El resto de aventureros se aproximó a él. Tigra tiró de la flecha y vertió un líquido en la herida. Se cerró al cabo de un momento.
–Estoy mejor, gracias. Deberíamos seguirlo, hay dificultades peores que unos pocos hurborgs. El grimorio de Belek habla de demonios y engendros que custodian la armadura de Fallion. Él solo no podrá enfrentarse a ellos.
–Podemos alcanzarle. Hija, ve tu primero. –Tigra asintió al enano y marchó hacia el pasadizo.
El avance no fue tan fácil, las trampas se volvían cada vez más frecuentes. Gründik recibió una flecha que rebotó en su armadura. Torok cayó a un pozo lleno de serpientes. Aplastó a una decena cuando su cuerpo chocó contra el suelo. Sidipias usó el conjuro de levitación para sacarlo aunque sufrió dos mordeduras. Otra trampa, en forma de dardo, hirió a Sidipias en el cuello. Tigra tuvo que tratar su herida antes de que se ahogara. Torok sufrió un desprendimiento que lo dejó inconsciente por unos momentos. A las dos horas de avance habían agotado sus recursos curativos.
Una nueva sala se abrió ante ellos. Pudieron ver a Elvar, resistiendo frente a decenas de hurborgs. Tres de ellos eran brujos que revivían a los caídos. A pesar de la velocidad del elfo oscuro, estaba sobrepasado en número. Sangraba por pequeños cortes entre la armadura y evidenciaba cansancio. Tigra se lanzó con sus dagas hacia el enemigo. Cercenó dos cuellos con ansia asesina. Gründik Alzó su escudo redondo y avanzó hacia Elvar con el hacha preparada. Torok lo siguió rugiendo de furia y hondeando su espadón con ambos brazos, segando cuerpos de dos en dos. Sidipias había fijado su objetivo. Los brujos hurborg revivían al instante a sus compañeros caídos. Estaba obligado a detenerlos. Reuniendo el poder de la magia, creó tres bolas de fuego a su alrededor. Las dirigió contra los tres brujos. Uno quedó calcinado. Los otros dos pudieron evitar el ataque mediante hechicería. El contraataque fue feroz. Los rayos de los brujos alcanzaban al mago uno tras otro. Se iban estrellando ante una muralla invisible de energía. El daño alcanzaba al anciano, amortiguado. Tigra acudió en su ayuda, lanzando una de sus dagas al estómago del brujo más cercano a ella. De una voltereta hacia atrás, evitó dos hachazos que la hubieran decapitado. Gründik se encargó de que su hacha prevaleciera, cubriendo la retirada de su hija con el desmembramiento de las dos criaturas. La mestiza entre enano y mediano alcanzó el cuerpo del brujo y recuperó su daga. Torok había limpiado los hurborgs alrededor de Elvar. El elfo oscuro se replegó hacia el mago, que lanzaba una llamarada al último brujo. Este cayó al suelo, envuelto en llamas y retorciéndose de dolor. Torok persiguió a las criaturas reanimadas, creando una masacre a su alrededor. Gründik, Tigra y Elvan lo ayudaron en la exterminación. En cuestión de segundos, la sala quedó desierta. Sidipias se sentía agotado por el esfuerzo.
–Es mejor que apuntalemos las puertas y descansemos un poco.
–No podemos parar, esto se llenará de más hurborgs. –Elvan guardó sus espadas cortas. Dejaba un reguero de sangre con su dificultoso avance.
–Es cierto, Sidipias, no podemos descansar. Se echarán sobre nosotros en mayor número.
–¡Cuidado! –el grito de Tigra llegó demasiado tarde.
El mago se apoyaba en su bastón, tratando de mitigar su cansancio. No fue consciente de que el brujo al que Tigra había herido, estaba detrás de él. Había bebido una poción negra que había sellado sus heridas y le había conferido una fuerza sobrehumana. Con los ojos rojos de rabia, el brujo atravesó la espalda de Sidipias repetidas veces. Como acto final, perforó el cuello hasta que se desprendió la cabeza del cuerpo. Tigra fue la que acudió primero. Trató de herir a la criatura, había ganado velocidad y fuerza. Paró los golpes de la mestiza con facilidad. Acabó apartándola de una patada en el estómago. Cuando Gründik acudió al enfrentamiento, el brujo ya había abandonado la sala. Elvan, malherido, no pudo hacer uso de su velocidad para cortarle el paso. Torok ni siquiera lo vio, estaba destrozando todo hurborg que quedaba de una pieza.
–¡Ha escapado, no tardará en dar la alarma! –dijo Tigra.
–Han matado al mago, nada podemos hacer. Es mejor retirarnos y encontrar un lugar seguro para cuando lleguen las tropas de Akurok –el elfo oscuro era el más apesadumbrado de todos –. Ha sido por mi culpa. Debería haberos esperado…
El enano se acercó al elfo. Estaba furioso aunque el sentimiento de pesar que mostró su compañero fue suficiente para no atacarlo. Torok había salido del frenesí y se acercaba al grupo. Mostró horror ante el cuerpo del mago y se arrodilló junto a él. Tomó la bolsa de Sidipias con pesar.
–El me contrató en la encrucijada de Gowan, hace siete años. Desde entonces he sido su guardaespaldas. He fallado a mi amigo Sidipias… –Ante el estupor de todos, el bárbaro comenzó a llorar.
–Podemos completar la misión –dijo Gründik–. El mago tenía un ejemplar del grimorio de Belek. –Torok abrió lentamente la bolsa y extrajo el libro.
–Está escrito en lengua arcana. No podemos leerlo.
–Yo sí aunque me encuentro malherido –dijo Elvan –, no seré capaz de acumular el poder mágico necesario.
Tigra rebuscó entre los cadáveres. Encontró una pócima similar a la que había bebido el brujo. Entregó la pequeña botella al elfo oscuro.
–Tómala, es lo único que tenemos para sanarnos. Necesitamos que te recuperes.
Elvan bebió el líquido negro. El compuesto le escoció en la garganta y encendió su estómago. Sintió un vigor desconocido al momento de ingerirla. Sus heridas dejaron de sangrar y su fuerza acudió con rapidez. Se acercó a Torok y tomó el libro.
–Pongámonos en marcha. Esto se va a infestar dentro de un momento.
Los aventureros siguieron a Tigra con el murmullo de la persecución tras ellos. Atravesaron los oscuros pasadizos hasta alcanzar la sala principal. En el centro brillaba la armadura Fallion, bañada en plata, llenando de luz la estancia. Una barrera mágica refulgía alrededor, protegiendo y anulando el poder de la reliquia. Los guardianes de la armadura notaron la presencia del grupo. Tigra cerró la puerta para evitar que los hurborgs entraran. Al momento se arrepintió de su decisión. Dos demonios, cinco veces más grandes que ellos, se desperezaron del techo de la estancia. Desplegaron sus enormes alas y descendieron a escasos metros de ellos.
–Estamos acabados. –dijo Tigra. Sintió la mano de su padre sosteniendo su hombro.
–Lucha como te he enseñado. Vende cara tu muerte. –La mestiza sonrió.
–Quiero un cuerno de demonio donde beber cerveza hasta hartarme. –Torok se lanzó al ataque con furia incontenible. Tigra y Gründik lo siguieron.
Elvar aprovechó el tiempo; comenzó a recitar las palabras que liberarían el poder de la armadura. Sentía toda la fuerza del hechizo alrededor de él. La pócima le otorgaba un poder nuevo y desbordante que usó en su beneficio. Cadenas etéreas amarraron a los demonios mientras ejecutaba el ritual. Las oleadas de poder lo llevaron al extremo de su codicia. Invocó el poder del rayo, carbonizando a uno de los maléficos seres. El segundo recibía los mejores golpes del grupo de guerreros. La criatura alada apenas lograba defenderse. El ritual se completó, liberando el poder de la armadura de Fallion. Aquel que la vistiera, conseguiría el poder de un dios. Elvar corrió hacia el centro de la sala, tenía que vestir la armadura antes que nadie. Llegó con eficiente rapidez. Alzó su mano para agarrar el peto. Su cuerpo atravesó el material como si fuera agua. Al cabo de instantes, la armadura se adaptó a su cuerpo. La oleada de poder lo envolvió. El elfo oscuro reía sin parar. Su tamaño era tres veces superior. Tomó al demonio encadenado por el cuello y lo ahogó con su mano izquierda hasta escuchar el chasquido de su cuello.
Torok, Gründik y Tigra quedaron inmóviles ante su antiguo compañero. Su rostro estaba desfigurado. Había tomado los rasgos de Akurok y sonreía con demencia. Gründik dio un paso atrás por primera vez en su vida. Sabía que había llegado el final de su misión.