La batalla de los aullidos
El campamento empalizado reunía a la legión Victrix bajo el mando de Aulus Gaius Livio. Roma había enviado a un mensajero el día anterior. Debían partir del sur de Noricum hacia la frontera con Germania. Movilizó a sus diez cohortes antes de que rompiera el alba. Los carros de intendencia rebosaban con el equipo de campaña. El Tribuno estaba reunido con los oficiales de alto rango. La moral estaba alta. Todos comparaban sus gladius, presumiendo del mejor filo. El tribuno Gaius Livio sacó entonces su hoja afilada. Brillaba con la luz del día con destellos plateados.
–Es un regalo de mi suegro, Tito Aurelio.
–Un regalo a la altura del senado –apuntó Curio, jefe de centuriones.
–Está bañado en plata y ornamentado en Ostia. El senador Tito Aurelio me ordenó que cercenara cien cabezas germanas con ella.
–Pocas serán, teniendo en cuenta la pericia de nuestro Tribuno –alabó Graco Propecio, Tribuno de caballería.
–Espero que así sea, Graco. Nuestra legión ha sido movilizada hacia la región sur de Marcomanni, en Germania.
–La octava legión está allí. Espero que nos den una buena bienvenida.
–No lo creo, hemos recibidos mensajeros con malas nuevas. La octava ha sido empujada fuera del territorio. Debemos reconquistarlo. ¿Están listas vuestras cohortes?
–La mitad están preparadas. El resto está recogiendo el campamento.
–Quiero a todos listos en media hora. Las tropas auxiliares abrirán la marcha hacia el norte. Iremos por la provincia de Noricum. Retírense.
Los oficiales fueron directos a sus puestos de mando. Media hora más tarde, el Tribuno se puso al frente de su centuria personal. Los legionarios iniciaron la marcha como una máquina bien engrasada. El paso sobre la calzada empedrada era ligero. Las carretas cerraban la formación de cada cohorte, a la misma velocidad que marcaba Gaius Livio. La caballería los flanqueaba, al margen del camino. Muchas historias se narraban acerca de los bárbaros a los que iban a hacer frente. Entre los soldados circulaban historias de demonios con pieles de lobo y oso, capaces de transformar sus cuerpos en bestias medio humanas. El Tribuno sonreía ante las leyendas que pasaban de boca a oídos de los más jóvenes. Cierto grado de temor hacia el enemigo era esencial para vencer. El Tribuno Graco Propecio alcanzó al trote la formación de Gaius Livio.
–Todo despejado hasta el castro de Virumun. Los salvajes se han retirado al norte.
–Envía a los equites y a la caballería auxiliar delante de nosotros. Que permanezcan alerta si hay movimiento del enemigo. No quiero enfrentamientos. De haber tropas bárbaras, deberán volver e informarme en persona.
–A la orden.
El jinete se alejó hacia el flanco derecho de la vía. La caballería inició un galope suave con el que fue ganando terreno. Al finalizar el día consiguieron llegar a las puertas del campamento. Si había una amenaza, no salió a recibirlos. Las trompas de la sexta legión tocaron ante la entrada principal. La empalizada no se movió. Los signos de actividad más allá del foso eran inexistentes. Gaius Livio ordenó la infiltración de quince hombres en el campamento. Esperó quince minutos hasta que las puertas de la empalizada cedieron.
–Está vacío, señor. Los estandartes de la octava no se ven por ninguna parte.
El Tribuno desmontó más deprisa de lo que había esperado su escolta. Atravesó la pasarela antes de que sus hombres la soltaran. Dentro de la empalizada, su guardia personal formó alrededor de él. La luz del día estaba cayendo. En la tienda del Tribuno Juno Esqua había varios cadáveres. Entre ellos se encontraba el propio Tribuno. Eran cerca de cuarenta. Todos mostraban signos de haber combatido. Ninguno tenía heridas de relevancia. Estaban dispuestos alrededor de la mesa de campaña con una copa en frente de cada legionario.
–¿Qué ha pasado aquí? Inspeccionad la zona.
–No hay sangre. Se debe a una muerte repentina.
–No toquéis nada, puede ser una enfermedad. Tal vez una maldición –dijo el Tribuno, acercándose a la mesa de campaña. Tomó una nota, escrita con la letra de Juno Esqua –. Me equivocaba. El vino está envenenado.
El Tribuno Graco Propecio entró en aquel momento. Observó los cuarenta cuerpos con sorpresa.
–¿Esto es lo que queda de la octava legión?
–Se han suicidado.
–Imposible.
–Aquí lo dice: “Tribuno Ascio Juno Equa. Hemos decidido acabar con nuestras vidas. Son invulnerables. Las armas no sirven contra ellos. Sólo retroceden ante el fuego. Los escuchamos aullar al otro lado del foso. No podemos defender el campamento. Se llevan los cuerpos. Son su alimento.”
–Antropófagos infames… –dijo Graco.
–Esta noche estaremos en guardia. Saben que ocupamos el campamento y puede que ataquen. Mañana, al despuntar el alba, nos adentraremos en el valle. Que la sexta y décima cohorte preparen armas incendiarias. He visto escorpiones en el ala sur del campamento, los usaremos. Esos caníbales van a saber lo que es la ira de Roma. Dad la orden de descanso, Graco Propecio. Dos centurias de mi cohorte harán la primera guardia.
El Tribuno de caballería salió a las puertas de la empalizada. Ordenó a las trompas que sonaran, dando el aviso de acampar. Los legionarios rompieron las formaciones y comenzaron las tareas de alojo. El castro Virumun fue un hervidero de actividad. Las tiendas fueron ocupadas por la nueva legión. En seguida, los fuegos para cocinar y aguantar el frío comenzaron a multiplicarse. La noche avanzaba de forma irremediable. Mientras la legión dormía, las centurias de la primera cohorte vigilaban en las almenaras de madera. Los aullidos que escuchaban de lejos eran avisos cifrados entre los grupos bárbaros. Estaban alertando de que volvía a haber tropas en Virumun. Los centinelas observaban movimiento entre los bosques cercanos, sin sospechar el movimiento que había planeado el Tribuno Livio.
Cuando los primeros rayos de sol iluminaron el valle, la sexta legión Victrix salió de su posición resguardada. El despliegue se hizo frente a los pequeños bosques, más allá de la frontera imaginaria con Germania. El valle era amplio aunque salpicado de cúmulos boscosos. Los bárbaros bajaban desde las montañas. Gaius Livio conocía las intenciones de aquel pueblo de salvajes. Querían arrastrar a los legionarios al interior de los bosques. Estaban repletos de trampas. No tenía intención de perder tiempo y hombres. Fue a retaguardia, donde las armas de asedio todavía se estaban montando. Ordenó cargar la munición incendiaria en los escorpiones.
Las tropas enemigas entraban y salían de la frondosidad, tratando de mostrar un cebo que los romanos desatendían. Las diez falanges estaban desplegadas, flanqueadas por cuatro formaciones de caballería. Los equites mantenían a los hostigadores bárbaros a raya, evitando que se acercaran a las centurias. Los germanos arriesgaron su propia caballería. Galoparon hasta distancia de carga, retrocediendo acto seguido. Nada hacía avanzar a los romanos. Lo último fue lanzar toda clase de proyectiles contra los legionarios. Flechas, piedras y lanzas golpearon sobre los escudos rectangulares sin causar desánimo o movimiento en el invasor.
Cerca del medio día, las armas de asedio estaban listas. Doce escorpiones y cuatro catapultas fueron suficientes para incendiar el primer cúmulo boscoso. El Tribuno Gaius Livio adelantó a los arqueros junto a los legionarios. Frente a ellos, una línea de brea fue extendida y prendida con una antorcha. Al cabo de diez minutos, el primer bosque fue una nube de fuego. Los grupos de bárbaros allí escondidos huyeron a campo descubierto. Los arqueros prendían sus flechas antes de lanzarlas hacia los supervivientes. Los escorpiones no se detuvieron. Iniciaron el fuego en el segundo cúmulo boscoso. Como en el primero, las tropas apostadas para las emboscadas saltaron hacia terreno descubierto. Estaban al alcance de su vista aunque no de sus armas. Con aquella táctica de acoso, sacaron a los bárbaros de sus escondites. Formaron para el ataque a primera hora de la tarde. El fuego devoraba los dos pequeños bosques, extendiendo enormes nubes de humo que se mezclaba con la luz gris de la tarde.
Un tumulto fue creciendo frente a la legión Victrix, desordenado, sin ninguna planificación. Los bárbaros hacían chocar sus armas contra sus escudos. De pronto, uno de ellos corrió hacia la centuria más cercana. Todos los demás lo siguieron, superando al primer corredor. Los romanos se limitaron a esperar frente a ellos en formación cerrada.
Cada pilum alcanzó a un objetivo. La mayoría quedaron clavados en los escudos de los germanos, entorpeciendo al guerrero hasta tener que desechar su única defensa. Otros habían alcanzado cabezas y cuellos de los salvajes, dejando un reguero de muertos por el camino. Aquello no amedrentó a los bárbaros, causó el efecto contrario. Los que llegaron a la altura de los escudos luchaban fuera de sí. Pronto rompieron la primera formación de vélites, forzando la intervención de los triarii. Los veteranos acudieron en auxilio de la primera línea abriendo los estómagos de los bárbaros con sus espadas cortas. Dieron el tiempo suficiente para que la formación se cerrara de nuevo. Los hastari repelían con sus lanzas a la vanguardia bárbara. Pronto, la primera oleada de salvajes fue ahuyentada.
Ante la legión sexta Victrix quedaron cientos de cadáveres vestidos con pieles de animales. El Tribuno ordenó hostigar a los bárbaros con la caballería. Uno de cada diez pudo reagruparse más allá de la distancia a la que alcanzaban los proyectiles romanos. Las cuatro primeras cohortes dominaban el campo de batalla. Fueron relevadas por las cuatro siguientes al comenzar la tarde. El tiempo había cambiado. La lluvia descargaba sobre su posición, restando las llamas de los incendios provocados. Aunque los escorpiones seguían disparando munición incendiaria, el fuego tardaba en avivarse, se marchitaba y cedía ante la humedad creciente. Las lenguas ígneas de los bosques se apagaban sin remedio. El Tribuno de caballería se acercó a Gaius Livio.
–Los escorpiones y las catapultas son inútiles bajo este clima.
–Que la novena y décima cohorte retiren las armas de asedio a Virumun.
Las centurias se mantenían dispersas por el campo de batalla. Un nuevo ataque sorprendió a las formaciones más próximas a los bosques humeantes. Los bárbaros salían hacia las murallas de escudos con la rapidez de bestias enfurecidas. Conforme iban avanzando, sus cuerpos crecían, levantando más agua encharcada en cada pisada. Sus rostros eran de grandes fauces. Iban desnudos, con torsos que se poblaban de pelo a cada instante. Las manos crecieron hasta triplicar su tamaño. Cada pilum erró el blanco por al pánico que se apoderó de los soldados. Al chocar contra la primera línea, los escudos rectangulares salieron volando junto a cabezas y brazos. Más y más hombres-bestia salían de los bosques incinerados, acompañados de guerreros ordinarios que remataban a los legionarios caídos. Sus cuerpos eran cercenados como piezas de matadero. Dos cohortes cayeron antes de que el Tribuno Gaius Livio pudiera enterarse. Habían aislado a la primera, segunda y tercera cohorte de las demás.
–Tocad reagrupación. Todas las cohortes conmigo. Hay que romper ese bloqueo. ¡Por Roma!
Doce centurias avanzaron hacia la formación de los hombres bestia con el Tribuno a la cabeza. El choque ordenado que había planeado Gaius Livio no se produjo. Los hombres-bestia saltaron sobre ellos, alcanzando gran altitud. Cayeron en mitad de las centurias, desmontando cada una de las doce formaciones. Bastó uno en cada formación para arruinar el ataque romano. Las armas abrían las heridas en aquellos pelajes espesos. Se cerraban al instante, seguido de miembros desmembrados. Gaius Livio alzó su gladius y lo descargó sobre la bestia que cayó en su centuria. Ante el corte de su arma, la criatura lanzó un aullido de dolor. Livio fijó su vista en la hoja plateada. La sangre enemiga humeaba y se quemaba al contacto.
–¡Son vulnerables a la plata! –gritó en mitad del caos. A continuación se lanzó a rematar al hombre-bestia.
Con fuertes tajos a la altura del cuello, consiguió decapitar a su adversario. Sus hombres lo rodearon, levantando los escudos alrededor del Tribuno. Sus legionarios caían alrededor de su formación, presas del pánico. Siete de las doce centurias fueron arrolladas, primero por los hombres-bestia, segundos después por las tropas bárbaras. Ante el desorden de sus tropas, Gaius Livio ordenó la retirada. Las trompetas tocaron fuerte para que el sonido resonara en todo el valle. Con el terror dominando a los supervivientes, las tropas bárbaras aniquilaban a los soldados en retirada.
El único objetivo del Tribuno era atravesar la formación de bárbaros y seguir retirándose hacia Virumun. Los superaban cinco a uno, con los hombres-bestia causando estragos. Se llevaban a cuatro romanos antes de ser inmovilizados con lanzas. Al liberarse con furia, caían otros cuatro.
Gaius Livio tuvo que ocuparse en persona de las bestias mientras sus hombres cubrían su espalda. Ante el contacto con su hoja de plata, las bestias morían con facilidad. Manifestaban una agresiva alergia a su contacto. Llamó la atención desde su caballo, mostrando el gladius. Dos de los hombres-bestia se lanzaron hacia el Tribuno. Saltaron hacia él como habían caído sobre las centurias. El decurión Curio lo apartó del mortal aterrizaje tirándolo del caballo. Uno de los hombres-bestia cayó sobre la montura. La bestia se retorció una vez, cuando se rompió el espinazo. Curio murió decapitado a continuación. La segunda bestia aterrizó cerca de él. Rebanó su cuello con las garras gigantes.
El Tribuno estaba solo. Recuperó el equilibrio y cortó el aire con su gladius. Su escudo redondo había desaparecido. Dirigió una serie de estocadas contra la primera bestia. Esta se mantenía, astuta, alejada de la mortal hoja. La otra criatura se deslizó unos pies hacia delante. Justo antes de que saltara sobre el Tribuno, Gaius rodó por el suelo. Una de las garras rasgó su armadura laminada como si fuera de papel. La sangre brotó debajo del metal y el Tribuno no pudo levantarse. Las bestias cayeron sobre él antes de que recuperara su posición erguida.
Graco Propecio alejaba a las cohortes novena y décima cuando escuchó el estruendo. Al volver la vista hacia atrás, el campo de batalla estaba poblado de salvajes. Un grupo de animales se aproximaba hacia ellos. Contó rápidamente, había cerca de cincuenta criaturas. Les quedaba media legua para llegar al campamento. Desde allí podrían defenderse de aquel ataque. Dirigió el caballo hacia la cabeza de la formación. Instó a que fueran lo más rápido posible. Los escorpiones rodaban tirados por bueyes, lentos y pesados. Cuando volvió su vista de nuevo, los hombres-bestia estaban destrozando la caballería auxiliar. Se había quedado sin tiempo.