
La venganza de Haddock








El capitán del Tormenta Negra, John Haddock, dirigía a su tripulación hacia Islote Hermoso, la base de su antigua flota. La flota que lo traicionó. Fueron responsables del hundimiento del Viento Sombrío, con él a bordo. El capitán Haddock regresaba cinco años más tarde, con un ojo de menos y sed de venganza. Había escogido el día del Corregidor para realizar el asalto. La festividad se celebraba con mucha intensidad en Islote Hermoso desde hacía una década. Era toda una tradición. Haddock había contratado a doscientos cuatro hombres con los que pensaba asaltar la fortaleza. Los capitanes arrastrarían las negociaciones durante horas, bebiendo, comiendo y follando con las putas que hubieran traído de La Española. Serían presa fácil.
El Tormenta Negra se deslizó sigiloso a media vela durante la noche de celebración. Los cañones afloraban por las troneras y los carbones humeaban, prestos a prender la pólvora. Primero, inutilizó al Semana Larga. Una andanada justo en la línea de flotación hizo que se escorara a babor hasta tocar fondo. Las aguas eran poco profundas en aquella playa. Quedó de costado, fuera de combate. Haddock sabía que necesitaba el apoyo de otro barco. Había enviado en botes a cincuenta hombres al mando de Hicks. El Madre Enlutada fue tomado por sorpresa. Después de degollar a los pocos marineros de guardia, Hicks y sus hombres se adueñaron del barco. Sus cañones se volvieron contra El Portador del Mal, causando severos destrozos en la cubierta. El Tormenta Negra terminó alcanzando el polvorín, volando toda la cubierta por los aires. Los cañones de la fortaleza devolvían el fuego de forma descoordinada. Las balas quedaban lejos de impactar contra el Tormenta Negra. Haddock apuntó con todos sus cañones hacia la fortaleza y ordenó disparar en andanadas continuas contra sus muros. El Madre Enlutada unió sus cañones a la intensa lluvia de plomo. Entre tanto, ciento veinte marineros tomaban la estrecha playa de Islote Hermoso a golpe de sable y hacha. La fortaleza resistía estoicamente la avalancha de balas. Muchas penetraban a través de hendiduras y ventanucos, causando muchas bajas. De pronto, el fuego cesó. Los ciento veinte marineros barrían cada planta de la fortaleza, acabando con los borrachos que pobremente oponían resistencia. Los que estaban demasiado ebrios para luchar, fueron arrastrados hacia la entrada. Haddock pasaba revista a los prisioneros, estaba contrariado. No podía reconocer a ninguno de aquellos marineros.
–¿Dónde está el capitán Phillips? –Nadie contestó. Haddock intentó rememorar las caras de Alonzo Albarán, Jonathan Phillips y… –¿Alguien conoce a Joana Ramírez?
–¿La capitana Ramírez? Yo he navegado con ella los últimos siete meses. –El hombre que hablaba estaba babeando. Todavía no había soltado la botella de ron. Desprendía un aliento fecal que hizo retroceder al mismo Haddock cuando fue a agarrarle por la pechera. Cambió de idea al momento y tumbó de un puñetazo al hombre.
–¡Habla!
–La capitana Ramírez… Navega ahora por el mediterráneo. Se marchó hace semanas.
–¿Cuántas semanas?
–Diez… doce… no lo recuerdo, capitán…
–¿Qué hay del capitán Phillips? Era un hombre gordo, al mando del Gavilán Errante.
–El Gavilán Errante fue hundido por la marina británica hace años, señor.
–¿Y el Pez Volador? Al mando estaba un tal Albarán.
–Ese barco no lo conozco. Llevo aquí poco más de cuatro años.
–¿Quién es el más veterano?
–Hay un tal Waist que dice llevar aquí siete años. Es ese de allí.
–¿Aquel? ¿El muerto?
–Exacto. Los demás veteranos se fueron con la capitana Ramírez.
–¿Por qué se fue al Mediterráneo? Es un viaje largo y costoso.
–Trabaja para la armada española. Le prometieron inmunidad a cambio de sus servicios.
–Traidora… Doblemente traidora… Todos muertos pero no bajo mi espada… –Haddock parecía satisfecho y abatido al mismo tiempo. –¡Saqueadlo todo!
Los marineros no desperdiciaron ni un una moneda, anillo o diente de oro. Arramblaron con todo lo de valor, provisiones incluídas. Los botes se iban cubriendo de objetos cada vez más interesantes.
–Debemos reunir cuanto más oro mejor, viajaremos hacia el Mediterráneo y allí encontraremos a Ramírez. Le daré muerte yo mismo.
–Perdone que le contraríe, capitán Haddock. Nosotros no vamos. Tendrá que buscar a otra tripulación.
Haddock no tuvo piedad con el marinero. Abrió sus tripas de una pasada con la espada. El movimiento fue veloz, de luchador consumado. La arena se tiñó de rojo. El marinero trataba de sujetar sus vísceras sin éxito hasta que murió desangrado. El resto de la tripulación continuó montando el botín en silencio. El capitán arengaba a todos mientras montaban de regreso al Tormenta Negra. Solo recibía miradas temerosas. Haddock no pudo subir al bote. Todavía se encontraba en la playa cuando notó el golpe. Un remo se estrelló contra su cabeza, dejándolo inconsciente. Hicks tiró el remo al lado de Haddock y asumió el mando de los barcos.
–Volvemos a casa. Tenemos un buen botín y un barco más. Haddock puede seguir con su venganza, si así lo desea. Sin nosotros.
Cuando recuperó el conocimiento, el Tormenta Negra y el Madre Enlutada habían partido. Se tocó la costra de la cabeza. Había estado cerca de cuatro horas tumbado en la playa. Fue la marea alta lo que lo despertó de su letargo. Empapado, trató de levantarse. Unos momentos después, varios pies descalzos lo rodearon. Quedaban supervivientes. El borracho al que había golpeado se puso a su altura. Le escupió su aliento fecal. Ya no estaba tan borracho. Haddock tragó saliva por última vez.
