La viuda
Eduardo la vio en la fiesta de recaudación por primera vez, estaban sobre la azotea del edificio Nors. Preguntó por la mujer y poco pudo conocer, salvo su nombre y su estado civil, había enviudado hacía meses. Se llamaba Lidia. La chica morena no tendría más de treinta años. Muy joven para quedarse viuda, pensó Eduardo. Era alta y de cuidada figura. Había heredado toda la fortuna de su marido, por aquel motivo había sido invitada a la fiesta. Bruno Lamata necesitaba fondos para su investigación. Debía encontrar una forma para que el ser humano sobreviviera en animación suspendida durante el viaje espacial. Aquel proyecto necesitaba socios como los que allí estaban reunidos, en ello estaba incluido el dinero de la viuda. Lamata seducía a todos los potenciales inversores, creando confianza en su investigación y palmadas sobre su espalda, significando fondos asegurados. Eduardo se acercó a Bruno, señalando a la viuda y los dos se presentaron ante Lidia. Guardaba la esperanza de que ella se fijara en él. Se equivocó, dirigió aquellos ojos almendrados hacia Bruno Lamata. El resto de la conversación la dedicó exclusivamente al presidente de la compañía Nors. Eduardo tuvo que retirarse ante el evidente vacío. Lamata mantenía a su amigo como número dos de Desarrollos Farmacéuticos Nors por su eficiencia, además de por su personal aprecio. Aunque Lamata era el genio que llevaría a cabo la investigación, Eduardo desarrollaría todo el trabajo técnico. Al final de la velada, Bruno se acercó a Eduardo con la intención de conocer la cifra final. La viuda permanecía allí, justo a su lado. Eduardo enrojeció aunque disipó los celos con mente pragmática. Las cifras eran buenas, habían alcanzado los quinientos millones de euros necesarios para la primera fase. El proyecto Lázaro podía llevarse a cabo.
Fueron meses de arduo trabajo. Las dieciséis horas diarias dentro de las instalaciones Nors comenzaron a dar sus frutos. Al cabo de cuatro meses ya estaban realizando las pruebas en primates. Durante aquel tiempo, Lamata se presentaba con Lidia en la planta presidencial. El interés que Eduardo sentía por la mujer se acrecentaba con cada encuentro. Fue gracias a Bruno que Lidia y Eduardo tuvieran una relación más cordial. Aquello atormentaba al vicepresidente de Nors, tan cerca de ella y Lidia tan lejos de él. Aprendió a convivir con aquella frustración durante un tiempo. Bruno Lamata resplandecía de felicidad y ella se marchaba de su lado cuando era estrictamente necesario. Consideraba a la mujer su nuevo talismán y la viuda cedía ante aquel juego de Lamata con una cómplice sonrisa. Eduardo consideraba aquel gesto encantador y así lo daba a conocer cada vez que ocurría.
Un año más tarde, la fórmula estaba preparada para ser usada en personas. Aquello fue desalentador para todos, en especial para Lamata. Dos de los diez voluntarios estuvieron en coma más tiempo del esperado aunque lograron restablecerse. El resto no sufrió daños aparentes hasta que observaron mejor los resultados. El comportamiento en aquellas personas había variado. Concluyeron que la voluntad de los sujetos había quedado incapacitada. Ante una necesidad básica, como la alimentación, reaccionaban de forma automática pero carecían de iniciativa propia. Algo en la fórmula dañaba el lóbulo frontal. Estaban a un paso del fracaso. Lamata, desesperado ante aquel desastre, repasaba una y otra vez las fórmulas del compuesto. Había envejecido prematuramente y su estado resplandeciente se había desvanecido. Lidia lo asistía como una enfermera privada. Decía tener experiencia debido a su marido anterior. Bruno y Lidia habían contraído matrimonio en una celebración por todo lo alto dos meses antes de los resultados. Toda la directiva estaba invitada al evento, se fletó un jet privado y se cerraron durante una semana las instalaciones. Eduardo pudo entablar amistad con la dama de honor de la novia, una mujer adoradora de la charla en ráfagas interminables. Descubrió que Lidia había contraído matrimonio dos veces. En las dos ocasiones, enviudó. Su primer marido gozaba de una considerable cantidad de dinero pero el segundo nadaba en la abundancia. Lamentablemente para Lidia, no pudo tocar la fortuna de su segundo marido. Todas sus propiedades resultaron estar legalmente blindadas. Lidia tuvo que conformarse con una pensión anual y un apartamento. Eduardo tomó buena nota de los comentarios, dirigió a la chica hacia su suite y allí consiguió olvidar aquella información hasta algunos meses después, cuando el estado de Bruno Lamata empeoró.
Eduardo recibió la noticia desde el propio teléfono de Lamata, era Lidia la que hablaba al otro lado. Bruno Lamata había fallecido. Un infarto de corazón fulminante se lo había llevado aquella misma noche. Nadie se explicaba el por qué. Oficialmente se debía a una enfermedad contraída en la luna de miel. La historia que Lidia le contaba parecía artificial. Eduardo entró en pánico. Probablemente su amigo había sido asesinado. Lo cierto era que Eduardo salía beneficiado en todo el asunto. La responsabilidad de la empresa recaía sobre él. Él estaba ahora a cargo de Desarrollos Farmacéuticos Nors. Había pasado el sesenta por ciento de su tiempo con Lamata. De haber una investigación seria, Eduardo sería el señalado. La certeza se hacía fuerte en su mente con cada acontecimiento que repasaba de aquellas últimas cuarenta y ocho horas. Estaba seguro de que Lidia había dejado todos los cabos bien atados.
La actitud de la viuda después del entierro disipó cualquier duda que pudiera albergar. Ella reclamaba atención continua y una vulnerabilidad que a Eduardo le parecía forzada. Su plan era fácil, se dejó seducir y se envolvió en la enmarañada red de la que era víctima. Era evidente que Lidia no enviudó por tercera vez debido a un casual infortunio. Había tramado todo aquello y Eduardo era su próximo objetivo. Los sentimientos de Eduardo eran muy fuertes, por aquel motivo había trazado su propio plan de supervivencia. Cuando Lidia culminó su seducción, Eduardo no tuvo problemas en dejarla sedada. A continuación, inyectó el suero con el que estaban experimentando. Lidia permaneció dos días en coma profundo sobre la cama de Eduardo. Había reaccionado como la mayoría de los sujetos del laboratorio. Tuvo que realizarle una vía para el suero y cuidar de su estado durante aquel tiempo. Cuando volvió a la consciencia, la viuda reconoció a Eduardo y lo abrazó con notable debilidad. Estaba desorientada, como el resto de pacientes. Nunca se recuperaría de aquella confusión.
Eduardo consiguió superar el bache de la empresa depurando el compuesto. La supresión de la iniciativa resultaba muy útil en algunos casos, como en los presos o los soldados. Las acciones de la empresa crecieron más de lo esperado con su proyecto inicial. La demanda era creciente, sobre todo en el sector empresarial. La junta de accionistas revalidó a Eduardo Costa como nuevo presidente de Nors durante los siguientes cinco años. Eduardo lamentó no compartir aquel triunfo con su querido amigo Bruno, al cual honró sobre la azotea del edificio Nors, en la celebración de su ascenso. En cuanto a Lidia, fue la esposa que Eduardo siempre quiso tener. Permaneció a su lado toda la celebración aunque con un aire de extrañeza del que jamás se desprendería. Siempre miraba la vida con ojos nuevos y eso a Eduardo le entusiasmaba. Aquella fórmula había traído todo el éxito a su vida. De alguna forma, sentía que la muerte de su amigo había sido compensada.