Larga Sombra
Kazuya preparó el último shuriken sumido en sus pensamientos. Temía por Nao desde que acudiera el halcón con el mensaje atado a su pata. Ella había asumido la responsabilidad de la misión sin objeciones. Todos los de la aldea sabían lo que significaba firmar un contrato. Había que cumplirlo y el riesgo era parte inseparable de aquello. El patriarca había confiado en Kazuya y en Nao para cumplir con el asesinato; debía realizarse por honor y dinero. Terminó de impregnar las puntas del proyectil con la pasta envenenada. Echó el shuriken al interior del fardo, completando la docena. El sol despuntaba por el horizonte en aquel momento, iluminando la solitaria alfarería del camino del río. El oficio de alfarero era la tapadera que usaba en la región de Nagano. Ocultó las armas en la carreta con sumo cuidado. El señor Shimusa celebraba una fiesta en la mansión de Toyama. Nao le había dado instrucciones para cumplir con su asesinato aquella misma noche. La chica llevaba todo el invierno alojada como sirvienta y enviaba mensajes con regularidad. Había conseguido intimar con el señor Shimosa. Kazuya sabía qué clase de sacrificios estaría realizando. Nao era hermosa, se arriesgaba demasiado. Tomó el fardo de las provisiones, lo colocó en la carretilla llena de vasijas y se dispuso a recorrer el camino hacia la ciudad de Toyama. Llegaría al anochecer si no realizaba parada alguna. Debía estar allí al caer el sol.
Había sobrepasado el medio día cuando observó a dos hombres esperando en el camino. Lo observaron llegar con la carreta llena de vasijas tintineando entre sí. Kazuya estaba preparado para impedir aquella eventualidad. Cuando tuvieron la intención de moverse, el alfarero lanzó dos shuriken envenenados a sendos cuellos con precisión y velocidad. Siguió su camino sin molestarse en rebuscar en los cuerpos moribundos. Consultó el sol y apretó el paso. Se planteó descansar antes de la misión y debía reservar un par de horas para ese efecto. El incidente de aquellos hombres no quedó ahí. Había abatido a dos de los guerreros de Kenta y el resto esperaba camino arriba, asombrados por ver aparecer la carreta del alfarero. Kazuya no había sustituido sus proyectiles aunque disponía de una última defensa. Cuando el mismo Kenta le dio el alto, bien flanqueado por sus hombres, el alfarero obedeció.
–Eh, espantapájaros. Había dos hombres en el camino, delante de nosotros. ¿Los has visto?
–He observado a dos viajeros parados, uno a cada lado del camino. Estaban durmiendo.
–No te creo. Yo los envié a robarte. –Kenta desenvainó su espada samurái. Un vulgar asaltante no se atrevería a llevar un arma de aquella categoría en público. Kenta era de origen samurái aunque la guerra lo había dejado sin amo. –Entrégame tu carreta y lo que contiene, solo así te perdonaré la vida. –Los hombres de Kenta presentaron armas junto a su señor. Kazuya negó, girando la cabeza, con indignación.
–Tengo prisa, amigo. Apártate. –Con un ademán de Kenta, dos de los guerreros se dirigieron hacia el alfarero. Kazuya estaba preparado, desenvainó la espada corta, oculta en el mango derecho de la carreta y atravesó al primer hombre. Al segundo guerrero le abrió el cuello un instante más tarde. Su siguiente movimiento fue salir del camino, fuera del alcance de los bandidos.
– ¡Cogedle! –Tres de sus hombres corrieron tras el alfarero, otros cuatro trataron de averiguar su recorrido y salieron en otra dirección.
– ¡Ha desaparecido!
– ¡Eso es imposible, estaba ahí mismo! ¡Mirad por los matorrales! –Kenta comenzó a impacientarse y envió a todos sus hombres en busca del alfarero. No sintió el filo en su cuello hasta que fue demasiado tarde. El espantapájaros se había deslizado como una sombra hasta su espalda. Había algo que no encajaba, seguía vivo. Kazuya habló entonces en tono susurrante.
–Rinde a tus hombres y habla conmigo. Debo hacer algo y no debo retrasarme, tu ayuda me vendrá bien. –Kenta aceptó el trato. Ordenó a sus hombres que se retiraran. Kazuya retiró la espada corta sin tsuba del ronin y se apartó con un salto imperceptible. –Puedo pagarte por un trabajo. No requerirá complicación para ti.
– ¿De qué se trata?
–Necesito causar una distracción en la vivienda de un noble. La casa está en Toyama. Pagaré diez ryu por un paseo a caballo y un leve alboroto al atardecer. Es un buen trato por el precio de tu vida. –El semblante duro de Kenta se convirtió en sonriente.
–Diez ryu es mucho dinero y no quiero tener más bajas por hoy. Debería tomarlo directamente y… –En el lugar que debía estar Kazuya no se encontraba nadie. Se había desvanecido delante de todos para aparecer sobre una de las rocas, a pocos metros. En sus manos brillaban dos nuevos shuriken.
–Entonces debo suponer que no aceptas el trabajo. –El proyectil salió a gran velocidad de la mano de Kazuya pero se vio desviado en el último momento por la catana de Kenza.
–Al contrario, amigo. Acepto tus condiciones. –Kenta rió a carcajadas mientras sus hombres reflejaban cierta inquietud. Kazuya se relajó y guardó el shuriken. Kenta envainó su espada, todavía divertido por la situación. –Te escoltaremos durante el trayecto, espantapájaros. Conocemos un atajo que nos ahorrará un tiempo. Considérate nuestro jefe hasta que nos pagues. –El alfarero asintió y se unió al grupo de guerreros.
Los nuevos aliados de Kazuya lo llevaron a través de la montaña. Había más de treinta hombres con Kenta, todos lo observaban con desconfianza. Capturaba algún comentario lejano que iba cargado de temor; Larga Sombra era como lo apelaban. Kazuya era más alto que la media, nervudo y delgado. Solo Kenta seguía llamándolo espantapájaros, los demás guerreros no se atrevían a usar un nombre tan despectivo. El temor se acrecentó a la hora de comer, cuando Kazuya rechazó el cuenco que le ofrecían.
– ¿No comes con nosotros? –Preguntó Kenta con extrañeza, sosteniendo el cuenco de carne y arroz que Kazuya rechazaba.
–Tengo mi propia comida. –Sacó tres píldoras oscuras de un trozo de bambú hueco que llevaba en sus bolsillos y bebió algo de agua de su odre. Todos lo observaban con ojos asombrados. Hasta Kenta comenzó a considerar a aquel socio algo más que un humano. El alfarero hacía esfuerzos por mantenerse serio frente a aquellos guerreros, le convenían aquellas atribuciones para que los mercenarios cumplieran con su contrato. Tuvo que aguantar las oraciones de protección hasta que llegaron a la ciudad. Muchos lo tomaban por un oni del inframundo. Cuando llegó el momento de separarse, Kazuya entregó un trozo de tela enrollado al jefe de la banda. Kenta deshizo el nudo y vio los diez ryu junto a un trozo de papel.
–Escribe tu kanji y entrégamelo. –El líder de la banda hizo lo que el alfarero pedía con mirada desafiante.
– No digo que lo fuera a hacer pero… ¿qué pasaría si no creo el alboroto que me pides? Puedo irme con el dinero y olvidarme de este contrato.
–En ese caso perderías la vida. ¿Quieres poner a prueba mi palabra? –Kenta sostuvo un segundo la mirada de Kazuya y la apartó, sustituyendo su hipótesis por una sonrisa.
–Estoy seguro de que cumplirías tu amenaza, espantapájaros. Si la fiesta es de Shimusa, no le extrañará que haya protestas por la subida del precio del arroz. Lo haremos cuando Ao Boshi esté alto en el cielo, ¿te parece bien? –Kazuya asintió. Se dirigió al caballo que arrastraba su carreta y cambió de camino. Los mercenarios galoparon en dirección contraria. El alfarero buscó un sitio tranquilo donde meditó y relajó su cuerpo. Cambió su indumentaria después del descanso. Preparó el equipo que tenía oculto en la carreta vestido de negro, envuelto de los pies a la cabeza en sombras. Se ajustó la espada a la espalda y la sujetó con un obi negro. En cuanto observó a Ao Boshi en el cielo, salió hacia la mansión de Shimusa.
Kazuya trepó el muro de la mansión con rapidez. Debía aprovechar la ausencia de luna para no ser visto. Una vez alcanzó lo más alto, se quedó tumbado a la espera. No esperaba que la casa estuviera amurallada. Había cuatro guardias en el jardín. Al cabo de poco tiempo, escuchó el alboroto. Los hombres de Kenta levantaban protestas en la entrada de la pequeña fortaleza. Kazuya observó como los guardias dejaban sus puestos de vigilancia y bajó por el muro suavemente, llegando al jardín como una hoja que cae del árbol. Valiéndose de una viga, Larga Sombra trepó al primer piso. Su altura hizo que alcanzara el objetivo en pocos segundos. Volvió a esperar tumbado. La ventana daba a un dormitorio secundario y alguien dormía sobre el amplio colchón, una mujer. Tardó unos momentos antes de reconocer a Nao. No se movía. Pasó a la estancia en absoluto sigilo y el corazón desvocado. Escuchó risas lejanas en el interior de la casa. No sintió más presencias en la planta, se acercó a la chica. Su rostro permanecía bello pero no se movía. Nao tenía una mirada vacía. Retiró la manta que cubría a su compañera y descubrió signos de tortura por todo el cuerpo. La chica había muerto hacía poco. Era probable que el asesino ni se percatara de ello. Kazuya ahogó su cólera. Si hubiera llegado antes tal vez hubiera podido salvar su vida. Ahora el éxito de la misión dependía tan solo de él. De pronto, escuchó a dos personas al otro lado de la habitación. La puerta corredera se abrió. Kazuya rodó sobre sí mismo y se ocultó en la sombra de una esquina. Dos hombres pasaron alumbrando la habitación con un quinqué. Los dos estaban ebrios y se dirigieron a la chica acostada directamente.
–Es la chica de la que ha hablado el señor Shimusa.
–Somos los últimos en divertirnos con ella, estará agotada.
–Realmente es bella, ¿verdad Hiroshi? Quiero ser el primero.
–Espera… La chica no respira.
– ¿Qué dices? Kaito acaba de estar con ella hace media hora y estaba bien.
–Pues a Kaito se le ha ido la mano, Ren. La chica está muerta.
–No, no puede ser… –Ren tomó el pulso de la chica. Asintió con expresión grave para estallar en carcajadas un momento después. Hiroshi rió abiertamente con él.
–Podemos usarla todavía, no está tiesa. Yo comenzaré primero, estoy muy cachondo. – Los hombres reían borrachos mientras colocaban el cuerpo adecuadamente. Al primero no le dio tiempo a desatarse el obi, la cabeza de Ren cayó limpiamente sobre el cadáver de Nao. Todo se llenó de sangre. El cuello de Hiroshi fue atravesado por la misma hoja que había decapitado a su compañero. Su semblante quedó congelado con la intención de gritar. Kazuya sacó el filo con rapidez, seccionando la columna en el proceso. La misión había comenzado. El quinqué yacía sobre el lecho de Nao y la llama comenzó a extenderse. Kazuya solo se preocupó de que el fuego no se apagara y salió rápido por el pasillo. Su sed de venganza clamaba por la precipitación, quería matar a todos en aquel instante. Su disciplina era el único dique que bloqueaba aquel torrente de ira. Se agazapó en el pasillo, oculto entre las sombras, hasta que las llamaradas salieron por la puerta de la habitación. Fue entonces cuando los sirvientes, ocupados con los invitados, se percataron de las llamas. En seguida se extendió la alarma por toda la vivienda y comenzaron a acudir sirvientes con cubos de agua. No le costó esfuerzo acabar con ellos. Echaba los cuerpos dentro de la habitación incendiada y esperaba. Le extrañó que la guardia no hubiera acudido a extinguir el incendio. Cuando supo que nadie más subiría, saltó hacia las escaleras, rodó por ellas y se situó delante de la puerta del salón principal. El señor Shimusa pensaba que estaba todo controlado, tratando de calmar a sus invitados. Eran ocho en aquella habitación. Dos se habían levantado, alarmados por el olor. El señor Shimusa también estaba levantado, apaciguando a todos con un vaso de sake en la mano. Para él continuaba la fiesta, sin importar las circunstancias. Kazuya respiró hondo, sacó del obi negro una cerbatana y apuntó al anfitrión. El proyectil se clavó en la nuca. Shimusa se volvió enfurecido, dio dos pasos hacia la puerta entreabierta y cayó de rodillas. En ese momento, Kazuya irrumpió en la sala. Decapitó al señor Shimusa al instante. A su espalda, las llamas se extendían por la escalera. Eliminó al resto de testigos sin piedad y salió del edificio por la entrada principal. El fuego se había extendido con rapidez por la parte trasera de la casa. Aquello lo hacía vulnerable pero empujó el portón dispuesto a morir ante los guardias.
Esperaba a los samurái del señor Shimusa en las puertas de la pequeña fortaleza, sin embargo, todo estaba tranquilo. Al otro lado del muro podía notar la presencia de numerosos jinetes. Las puertas del muro se abrieron y Kazuya distinguió a Kenta a lomos de su caballo. Sus hombres terminaban con los pocos samurái supervivientes a la reyerta. El jinete contempló las llamas que comenzaban a salir por el tejado y se acercó a la alta figura erguida en la entrada y bañada por la oscuridad.
–Maldito espantapájaros, vas a quemar la ciudad entera.
–No esperaba verte.
–He pensado que debía hacer algo más por los diez ryu que me ofreciste. Ahora que veo arder esta casa, deseo estar a cien leguas de distancia. El fuego va a atraer a todo el mundo. –Kazuya se quitó la tela que cubría la cara.
–Estoy agotado. He llegado tarde.
–Déjame acercarte a tu aldea, ¿montas con nosotros?
–Sí. –Kazuya montó en el caballo que uno de los hombres de Kenta le ofrecía con temor reverencial. El grupo de forajidos cabalgó por la negrura, dejando devastación tras de sí. Había cumplido la misión por un precio desorbitado.