Las entrañas de Roma
Vholak era observado por la multitud de aquella plaza. La furia ardía dentro de su mente. Las cadenas en sus extremidades impedían cualquier acto de rebeldía. El esclavista levantaba sus brazos inmovilizados, mostrando el poderoso torso. Recalcaba la peligrosidad de aquel salvaje. La muchedumbre ignoraba las ofertas hasta que una mano inició la puja. Titus Magra había perdido a sus esclavos hacía poco tiempo. Ofreció cincuenta denarios de plata. El esclavista observó a su alrededor, elevando la oferta en cinco denarios. Nadie recogió la puja. Titus Magra entregó la abultada bolsa de piel a un segundo esclavista. Este le hizo entrega de los documentos que lo acreditaban como amo de aquel bárbaro.
–¿Conoce nuestro idioma?
–No hemos podido comprobarlo. Le sugiero que lo mantenga sedado en la medida de lo posible. Han muerto cinco hombres desde que está con nosotros. Le vendrá bien para el circo.
–No va a ser gladiador. Busco un guardaespaldas.
–Pues creo que se ha equivocado usted. Como conceda demasiada confianza, acabará muerto. Tenga, son las llaves de las cadenas.
–¿Cómo debo llamarle?
–Como usted prefiera, supongo. En el campamento de la quinta legión se referían a él como Vholak .
Titus Magra tomó las llaves y el documento. Hizo una señal para que se acercara su nuevo esclavo. Despojó de las cadenas al hombre.
–¿Entiendes mi lengua? –El hombre barbudo y de pelo enmarañado asintió con mirada perdida. –Voy a necesitarte. Te trataré con respeto y, con el tiempo, te devolveré la libertad. Por el contrario, si me traicionas, no tendré piedad. Te someteré a las torturas y denigraciones más enfermas antes de acabar con tu vida. ¿He sido claro? –El salvaje asintió, aquella vez con una luz de esperanza en la mirada. –Sígueme, entonces.
Titus Magra indicó el camino a seguir. El gentío avanzaba por la ciudad, hacinada persona con persona. La cantidad de estímulos visuales, olfativos, sonoros y táctiles desorientaban al bárbaro. Titus lo tomó por el brazo hasta sacarlo de la vía urbana. Tomaron otra calle hacia las afueras, en dirección a la puerta Flavinia. En una de las pequeñas villas, antes de la muralla, vivía aquel ciudadano de Roma. La casa era pequeña, de una sola planta. Disponía de un pozo en la entrada. Carecía de atrio y pluvinium. En el interior había espacio suficiente para una familia con sus correspondientes esclavos. En aquel instante, estaba solitaria y descuidada. La expresión interrogante del germano arrancó una explicación de los labios de Titus.
–Bueno, este lugar ha conocido tiempos mejores. Vivía con mi mujer y mis hijos. Ahora están muertos. Puedes dormir en aquel cubículum. Aquello es mi tablinium. Está prohibido entrar. Si te requiero, por cualquier motivo, sonará una campana. Vholak , así te llaman, ¿no es cierto? –el germano asintió. –No puedes ir con ese aspecto por Roma. Tendrás que cortar tu pelo y afeitarte. Mandaré a alguien que se ocupe de ti. ¿Prefieres hombre o mujer?
–Prefiero mujer –dijo con un marcado acento extranjero.
–Mujer será, entonces. Saldré ahora, tengo que terminar algunos recados. Puedes comer en el triclinium. Hay fruta de temporada y medio carnero asado sobre la mesa. Puedes agotarlo.
Titus Magra dejó la pequeña hacienda y no regresó hasta entrada la noche. Vholak se alimentó con los restos del carnero asado. Al terminar, sonó el llamador de la puerta principal. Una mujer supervisada por dos esclavos estaba al otro lado. Se encargó de su aseo personal y de apaciguar su lívido. El bárbaro consintió cortarse el pelo y afeitarse. Fue él mismo quien manejó la navaja. Tras estar limpio y perfumado, los esclavos lo vistieron con una toga romana. Con su nuevo aspecto, Vholak se sintió poderoso de nuevo. Tomó a la esclava sexual una segunda vez antes de que atardeciera. Los esclavos se retiraron en cuanto cumplieron con su trabajo. Cuando Titus Magra regresó a la pequeña villa, descubrió a un nuevo Vholak de rostro y pelo rasurado. Su porte era imponente.
–Amigo, tienes el aspecto de un semidiós. Contigo a mi lado podré seguir adelante. ¿Vas bien de fuerzas? –El enorme bárbaro se incorporó del reclinatorio, sonriendo y mostrando músculo. –Supongo que no tendrás reparos en matar. Esta noche podrás hacerlo. Lleva esto bajo la toga. No está permitido portar armas en la ciudad.
El bárbaro ajustó el gladius en el cinto de la túnica y ocultó el arma como Titus indicó.
–¿Dónde vamos?
–A por Tadis, el rata. Sé que está en las termas de la colina Viminalis. Tenemos que ir esta misma noche. Esperaremos a la salida. Sígueme.
El paso que Titus Magra marcaba por la calle era decidido. Contempló varios grupos de salteadores nocturnos, preparados para la acción. Los hubiera evitado en otras circunstancias. Los integrantes se dispersaban en todas direcciones al ver a Vholak avanzar tras su amo. La espera frente a la terma de la quinta colina fue breve. Reconoció a Tadis el rata en cuanto pisó la vía. Iba acompañado por tres de sus esclavos. Titus Magra ordenó a Vholak que se encargara de ellos mientras seguían al cuarteto. Los asaltaron por la espalda, al inicio de un estrecho callejón en bajada. El pavimento empedrado redujo el sonido de sus sandalias. La muerte sobrevino a los tres esclavos de forma rápida y certera. Vholak manejó aquella espada corta con la agilidad de un experto. Para cuando Tadis se percató del asalto, los encargados de su seguridad habían caído. Uno de ellos, decapitado. Titus desenvainó su propio gladius y situó el filo en el cuello de Tadis. El hombre tembló de pánico.
–Hace cinco noches asaltaste una casa. Mataste a una mujer, una niña y doce esclavos. ¿Por qué?
–¡No es cierto! ¡Yo no lo hice!
–¿Y por qué se comenta que Tadis el rata se ha vuelto rico de la noche a la mañana? Vas pagando con aureum los servicios de las prostitutas con las que te acuestas.
–Eso fue dinero por un encargo, un trabajo que hice hace semanas. No tiene nada que ver con tu familia, Titus.
–Yo no he dicho que fuera mi familia, maldita rata. Vholak, córtale una mano. –El germano obedeció con la precisión de un verdugo. La mano derecha del hombre cayó al suelo. La sangre brotó segundos después. Los gritos de Tadis se escucharon por toda la vía. –Silencio o te mato ahora mismo. ¿Quién te ha pagado?
–Manio Feridio. Fue él. Es el responsable.
–¿Dónde está?
–En el lupanar de las Hespérides, tal vez. Suele estar allí.
Titus sabía que aquel hombre no mentía. Feridio había ofrecido por su villa una cantidad enorme de dinero. Negó aquel acuerdo hasta en cuatro ocasiones. Sabía que su terreno formaba parte de la siguiente ampliación urbanística. Estaba negociando un buen precio con el senado. Manio Feridio desconocía que Titus Magra tuviera constancia de la operación. Había insistido durante meses. Cansado ser ignorado, Manio Feridio pasó al asalto. Aquella noche, Titus Magra no estaba en casa. Se encontraba en Capua, supervisando la cosecha de olivas. Agotado del viaje, cinco noches atrás, encontró su casa saqueada y a su familia muerta.
Con un rápido movimiento, degolló a Tadis y limpió la sangre en la toga de su víctima. Vholak indicó que se acercaba gente. Los sonidos de la patrulla urbana se hacían cada vez mayores. Los dos huyeron de la escena del crimen bajando el callejón tan deprisa como les permitía la discreción. Las antorchas de la guardia vigilaban el sector a sus espaldas. Debían desaparecer. Cuando los silbatos de alerta sonaron, se encontraban demasiado lejos como para relacionarlos con el crimen. Regresaron a la villa y descansaron hasta el día siguiente.
El domus de la villa fue el primero en madrugar. Cuando despertó a Vholak, lo encontró enfermo. Temblaba como un animal recién parido. La sombra de la decepción cruzó la cara de Titus Magra. Fue directo hacia el médico de confianza. Cuando regresaron, Décimo Úlpido calmó al propietario.
–Se trata de los temblores del opio. Le han debido administrar esa droga durante mucho tiempo.
–Lo necesito en plena forma hoy mismo. ¿No hay nada que pueda hacer? –El médico miró en su jubón de piel. Entregó una pasta marrón del tamaño de un pulgar a Titus Magra.
–Prepara incienso con esto. Debes tomar un pellizco y estirarlo en una barrita. Procura que lo respire hasta que se agote.
Titus pagó al médico y preparó el incienso como había aconsejado. Vholak dejó de convulsionar poco a poco. Al cabo de cinco minutos estaba reanimado. La atracción por aquella espesa mezcla lo mantuvo cerca del quemador. Puso la cara sobre el caño de humo blanco con la boca abierta. Permaneció un tiempo así hasta que Titus atrajo su atención.
–El médico ha sugerido que no respires demasiado.
El bárbaro se golpeó el pecho, en un alarde de fuerza. Con el pelo recortado y la ausencia de barba parecía menos amenazador. Tras vaciarse media ánfora de agua sobre la cabeza y vestirse, el bárbaro estuvo listo para salir. Comieron de forma frugal de camino a las termas del Diribitorium. Titus ideó el siguiente paso a seguir entre los vapores de la sauna. Vholak había optado por el agua templada del estanque adyacente. Se encontraban a solas en aquel momento.
–Te compré para llevar a cabo mi venganza. Debo matar a Manio Feridio y no será fácil. He pensado en ir al lupanar de las Hespérides más tarde. Los hombres que están a su servicio son veteranos de la legión Invictus. Con mucha probabilidad, acabarán con nosotros. Yo estoy preparado para ver a los dioses. ¿Y tú, Vholak?
–Puedo esperar para conocerlos en persona pero entregaré todas las almas que pueda al señor del trueno.
–Por Júpiter, así se habla. Nos llevaremos por delante a todo el que podamos. Sin embargo, tanto en las termas como en los lupanares no se pueden llevar armas.
–¿Tienes dinero?
–Me quedan diez aureum, dos denarios y… siete u ocho sestercios en la bolsa.
–Invierte cinco monedas de oro en el dueño del lupanar. Que te envíe a tu víctima y lo mato en cuanto entre en la habitación.
–Sería perfecto si no fuera porque Manio Feridio es el dueño.
–Que lo haga una de las chicas. Seguro que todas lo odian.
–No se atreverán. Sería desperdiciar el dinero. –Titus se levantó del banco de la sauna. El vapor había desaparecido. Se introdujo en el pequeño estanque de agua templada. La temperatura de su cuerpo fue descendiendo con rapidez.
–Lo esperaremos a la salida –dijo Vhokak –, como a esa rata que matamos en el callejón.
–Demasiado arriesgado. Manio Feridio y sus hombres son veteranos de guerra. Hasta tú tendrías problemas contra ellos. No se dejarían emboscar como nuestra rata. Debemos examinar el terreno. Tal vez encontremos una oportunidad cuando estemos allí, vamos.
Ambos salieron del pequeño estanque con la intención de abandonar la terma. Tras vestirse de nuevo, abordaron la vía Julia hacia el monte Esquilinus. El foro bullía de gente y la confusión regresó a Vholak. Titus Magra se tomó con calma llegar a su destino. Pasaron por la plaza del mercado. Comieron brochetas de lirones y cerdo asado en una fonda frente al circo. El público en el interior aclamaba con estruendo, animando las carreras de cuadrigas. Una vez saciados, afrontaron la pendiente cuesta arriba hacia el barrio donde se encontraba aquel lupanar.
Desde que entraran en aquel local, habían visto seguridad en cada sala. Tres guardias armados con palos romos tachonados patrullaban con mirada de pocos amigos. La protección de las chicas y de los clientes era una prioridad. Tras las fauces de la entrada, pasaron a los vestuarios. Allí depositaron sus pertenencias en la taquilla donde una esclava tomó sus togas. Entregó un juego de paños a cada uno y unas placas pequeñas de mármol. Debían entregar aquella señal para recuperar sus pertenencias. Aquel lugar funcionaba como una sauna. Tras pasar desnudos al primer salón, encontraron a las primeras prostitutas, ofreciendo sus pechos y sacando la lengua de forma lasciva. El pelo de aquellas mujeres lucía colores llamativos que iban desde el púrpura hasta el rojo intenso. Vholak tomó a la de tetas más grandes al instante. Titus, sin embargo, permaneció a la expectativa. La prostituta de pelo naranja se arrastró hasta llegar a su entrepierna. Permitió que siguiera con aquel juego mientras prestaba atención la sala contigua. Escuchaba la voz de Manio Feridio bromear con sus hombres. Dejó pasar el tiempo mientras acumulaba valor y furia a partes iguales. Se recostó al lado del ánfora de vino y dejó que la prostituta terminara el trabajo.
Cuando vació la mitad del ánfora, ordenó a Vholak que lo siguiera. El bárbaro dejó de penetrar a la tercera prostituta con la que disfrutaba. No fueron demasiado lejos. La seguridad de la sala blindó la puerta de acceso.
–Esta sala no está disponible para el resto del público.
–Soy Titus Magra. Manio Feridio me conoce. Tengo algo que ofrecer.
Uno de los guardas marchó de inmediato a informar a su señor. El jefe de aquel lugar hizo una seña para que los dejaran entrar. Titus tomó asiento frente a su anfitrión. Agachó la cabeza en señal de respeto. Vholak se quedó de pie, detrás de su amo, imitando a los guardias de la sala.
–Domus Magra, una inesperada visita. ¿Qué le ha traído por mi casa?
–He reconsiderado su oferta. Venderé mi propiedad.
Manio Feridio sonrió, marcando dos hoyuelos en sus mejillas. Los demás acompañantes murmuraron entre ellos.
–Debo informarle de que la oferta no sigue en pie. Ha sido rechazada cuatro veces, si no recuerdo mal.
–Sigo interesado, sin embargo. –El bárbaro siguió el juego con atención. Sabía que sucedería algo imprevisto. Entonces debía actuar con rapidez.
–Te ofrezco la cuarta parte. Quinientos aureum.
Titus apretó los puños. Mostró decepción en la mirada aunque permaneció unos segundos callado.
–Acepto. Mañana cerraremos el acuerdo. Te enviaré un mensajero.
En cuanto agarraron sus antebrazos, Titus desató toda su furia. Con unos reflejos dignos de Febo, tomó el ánfora de su izquierda y lo estrelló contra la cabeza de Manio Ferinio. Sangre, vino y cerámica saltaron por partes iguales. Vholak reaccionó ante aquel acto violento. Tras el impacto en la cabeza, tomó al anfitrión por el cuello, tirando hacia sí con todas sus fuerzas y apartándose de la trayectoria del cuerpo. Manio Ferinio chocó con la parte plana de la cabeza en la pared, despertando un gran crujido y tiñendo los azulejos de sangre. El cuerpo de seguridad descargó una lluvia de golpes sobre Titus. Vholak acababa de desarmar a un guardia, blandiendo el garrote tachonado con habilidad. Dejó inconsciente al hombre agarrado por el gaznate y se encaró con el siguiente. En cuanto cayó malherido, los que golpeaban a Titus Magra cambiaron de objetivo. Aquel bárbaro aguantaba los golpes como si los recibiera de un púber. El contragolpe era devastador en todos los casos. Aquel que tocaba el suelo tenía suerte de seguir respirando. Pronto despertó la alarma de aquel establecimiento. Se limitó a esperar a que pasaran los guardias armados. La emboscada del primero no supuso ninguna dificultad. Cuando tuvo un arma de verdad en la mano, aquello se convirtió en una carnicería.
Tras quedar rodeado de cuerpos sin vida, Vholak levantó el cuerpo amoratado de Titus Magra. El hombre había recibido una paliza feroz. La lluvia de golpes se veía reflejada con salpicaduras de sangre por todo el cuerpo. La mayoría centrados en la cabeza. Alguno de ellos había sido fatal para aquel patricio. Tal vez todos ellos. Vholak descubrió que su amo no respiraba.
–Al menos has tenido tu venganza.
El bárbaro tomó las placas de mármol de todas las personas caídas. En la taquilla, la esclava temblaba cada vez que le entregaba un nuevo fardo. Sabía que la patrulla urbana no tardaría en llegar. Debía abandonar aquel sitio. Con varias bolsas llenas de plata y oro, buscó un nuevo lugar donde hospedarse. Su tiempo de esclavo había concluido. Quedaba toda la civilización por disfrutar.